El lamento de la Garza (36 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El lamento de la Garza
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—Ya veo que hay muchas malas noticias que darme esta noche. ¿Qué más tienes que contarme?

—Akio está en Hofu, y por lo que hemos podido averiguar tiene la intención de pasar el invierno en el Oeste. Me temo que se dirige a Kumamoto.

—¿Con... el chico?

—Eso parece. —Ambos se quedaron en silencio unos instantes. Luego, Taku prosiguió:— Sería fácil librarse de ellos en Hofu, o en la carretera. Déjame que me encargue de organizarlo. Ten en cuenta que una vez que Akio haya llegado a Kumamoto, si se pone en contacto con mi hermano será bien recibido y encontrará refugio a la sombra de él.

—Nadie va a ponerle al muchacho una mano encima.

—Bueno, sólo tú puedes tomar esa decisión. También me he enterado de que Gosaburo ha muerto. Quería negociar contigo con respecto a las vidas de sus hijos, y Akio le mató.

Por alguna razón la noticia le conmovió profundamente, así como la brusquedad de Taku al comunicarla. Gosaburo había ordenado la muerte de muchos —el propio Takeo había ejecutado uno de sus encargos—, pero el hecho de que Akio se hubiera vuelto en contra de su tío y la sugerencia por parte de Taku de que Takeo ordenase la muerte de su propio hijo le trajeron a la memoria la inquebrantable crueldad de la Tribu. A través de Kenji, Takeo había conseguido mantenerlos a raya; pero ahora veía que no podía ejercer sobre ellos el mismo control. Siempre se habían jactado de que los señores de la guerra podían triunfar y luego caer en desgracia, pero la Tribu prevalecía eternamente. ¿Cómo se enfrentaría Takeo a semejante enemigo intratable, que nunca aceptaría negociar con él?

—Por lo tanto, tienes que tomar una decisión con respecto a los rehenes en Inuyama —continuó Taku—. Deberías ordenar su ejecución lo antes posible. De otro modo, la Tribu lo tomará como una debilidad por tu parte y las desavenencias aumentarán.

—Lo discutiré con mi mujer cuando regrese a Hagi.

—No lo pospongas mucho —le advirtió Taku.

Takeo se preguntó si Maya debería regresar con él, pero temía por la tranquilidad y la salud de Kaede durante su embarazo.

—¿Qué vamos a hacer con Maya?

—Puede quedarse conmigo. Sé que tienes la impresión de que te hemos fallado, pero a pesar de lo ocurrido esta noche estamos progresando. Está aprendiendo a controlar el animal que lleva dentro, y quién sabe el uso que podremos hacer de su situación con el paso del tiempo. La niña intenta agradarnos a Sada y a mí, confía en nosotros.

—¿No pensarás pasar todo el invierno fuera de Inuyama?

—No debo alejarme del Oeste. Tengo que vigilar a mi hermano. Puede que pase el invierno en Hofu; el clima es más suave y me enteraré de las noticias que lleguen por el puerto.

—¿Irá Sada contigo?

—Necesito a Sada, sobre todo si voy a llevarme a Maya.

—Muy bien.

"Su vida privada no es asunto mío", pensó Takeo, y luego comentó:

—El señor Kono también irá a Hofu. Regresa en breve a la capital.

—¿Y tú?

—Confío en llegar a casa antes del invierno. Me quedaré en Hagi hasta que nazca el niño. Luego, en primavera, tendré que viajar a Miyako.

* * *

Takeo regresó al castillo de Maruyama justo antes del amanecer, agotado por los acontecimientos de la noche, preguntándose qué estaba haciendo a medida que acopiaba su escasa energía para volverse invisible, escalar los muros y regresar a su alcoba sin ser detectado. No quedaba rastro del placer que los poderes de la Tribu le habían proporcionado anteriormente. Ahora sólo sentía aversión por aquel mundo siniestro.

"Soy demasiado viejo para esto —se dijo mientras abría la puerta corredera y entraba en la habitación—. ¿Qué otro gobernante se desplaza de incógnito por su propio país, de noche, como un ladrón? Tiempo atrás escapé de la Tribu y creí haberla abandonado para siempre; pero aún me tiene atrapado, y el legado que he pasado a mis hijas indica que nunca quedaré libre".

Se encontraba profundamente afectado por los recientes descubrimientos, sobre todo por el estado de Maya. La cara le escocía; la cabeza le estallaba. Entonces se acordó del espejo. Su presencia significaba que en Kumamoto se comerciaba con productos extranjeros. Pero se suponía que los extranjeros estaban confinados en Hofu y ahora, en Hagi. ¿Había acaso otros extranjeros en el país? Si los hubiera en Kumamoto Zenko tenía que saberlo, y sin embargo no había mencionado nada al respecto y Taku, tampoco. La idea de que Taku pudiera ocultarle algo indignó a Takeo. O bien mantenía en secreto la información, o no tenía conocimiento de ella. Su relación con Sada también le preocupaba. Los hombres solían volverse descuidados cuando la pasión les atrapaba. "Si no puedo confiar en Taku, estoy sentenciado. Al fin y al cabo, son hermanos..."

La luz del día inundaba la habitación cuando por fin consiguió conciliar el sueño.

Al despertarse, Takeo ordenó que se iniciaran los preparativos para su marcha y dio instrucciones a Minoru para que escribiera a Arai Zenko, pidiéndole que acudiera a ver al señor Otori.

Zenko se presentó a media tarde, transportado en un palanquín y acompañado por un séquito de lacayos. Todos iban ataviados con espléndidas ropas en las que se exhibía el símbolo de Kumamoto, la garra de oso, al igual que en los estandartes. En los pocos meses transcurridos desde que se reunieran en Hofu, la apariencia de Zenko y la de su comitiva había cambiado. Se asemejaba a su padre más que nunca, con su físico imponente y su creciente seguridad en sí mismo; su conducta, Sus hombres, la vestimenta y las armas hablaban de fastuosidad y auto importancia.

El propio Takeo se había bañado y vestido con esmero para este encuentro, ataviándose con ropas formales que parecían aumentar su estatura, con hombreras amplias y tiesas y largas mangas; pero no le era posible enmascarar la herida de la mejilla, los arañazos. Al verlos, Zenko exclamó:

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás herido? ¿No te habrán atacado? ¡No me había enterado!

—No es nada —repuso Takeo—. Anoche me clavé una rama en el jardín.

"Imaginará que me encontraba borracho, o con una mujer, y me despreciará aún más", pensó. Había captado en Zenko una expresión que denotaba desdén, además de desagrado y resentimiento.

El día era húmedo y frío, pues había estado lloviendo por la mañana. Las hojas encarnadas de los arces habían oscurecido y empezaban a caer. De vez en cuando, llegaban desde el jardín repentinas rachas de viento, que hacían bailar y revolotear la hojarasca.

—Cuando nos encontramos en Hofu a principios de año, te prometí que llegado este momento discutiríamos el asunto de la adopción —dijo Takeo—. Entenderás que el embarazo de mi mujer hace recomendable el retraso de cualquier actuación formal.

—Desde luego, todos confiamos de corazón en que la señora Otori te dé un hijo varón —respondió Zenko—. Naturalmente, mis hijos nunca tendrían preferencia sobre el tuyo.

—Soy consciente de la confianza que has depositado en mi familia, y te estoy muy agradecido. Considero a Sunaomi y a Chikara como mis propios hijos... —Le pareció hallar decepción en el rostro de Zenko y sintió que tenía que ofrecerle algo. Hizo una pausa. Había jurado lo contrario a las gemelas y no era partidario de prometer a los hijos en matrimonio siendo aún tan pequeños, pero acabó por decir:— Me gustaría proponer que Sunaomi se comprometa con mi hija menor, Miki, cuando ambos alcancen la mayoría de edad.

—Es un gran honor. Discutiré tu inmensa amabilidad con mi esposa una vez que hayamos recibido los documentos pertinentes: las tierras que recibirán, dónde residirán y otros asuntos de importancia —Zenko no parecía entusiasmado con semejante oferta, aunque sus palabras contradecían su frustración.

—Desde luego. Ambos son todavía muy jóvenes. Hay mucho tiempo —repuso Takeo mientras meditaba que él también debía comentarlo con su esposa y que, al menos, la oferta estaba hecha y Zenko no podría alegar que le había insultado.

Shigeko, Hiroshi y los hermanos Miyoshi se unieron a ellos al poco rato, y la conversación se trasladó al asunto de las defensas militares en el Oeste, la posible amenaza que los extranjeros suponían, los productos frescos y los materiales con los que querían comerciar. Takeo mencionó el espejo y con voz indiferente preguntó si era posible comprar muchos objetos como aquél en Kumamoto.

—Tal vez —respondió Zenko con evasivas—. Imagino que se importan a través de Hofu. ¡A las mujeres les encantan las novedades así! Creo que a mi esposa le han regalado varios.

—Entonces, ¿no hay extranjeros en Kumamoto?

—¡Desde luego que no!

Zenko había traído registros y cuentas de todas sus actividades: las armas que había fabricado, el salitre que había comprado. Todo parecía en orden, e insistió en sus promesas de lealtad y fidelidad. Takeo no tuvo más remedio que aceptar los documentos como veraces y las promesas, como sinceras. Habló brevemente sobre la futura visita al Emperador, a sabiendas de que Kono ya habría conversado con Zenko al respecto. Hizo hincapié en que iba a realizarse en son de paz, y anunció a su cuñado que Hiroshi y Shigeko le acompañarían.

—¿Y el señor Miyoshi? —preguntó Zenko, volviendo la vista a Kahei—. ¿Dónde estará el año que viene?

—Kahei permanecerá en los Tres Países —respondió Takeo—; se trasladará a Inuyama hasta que yo regrese a salvo. Gemba irá con nosotros a Miyako.

Nadie mencionó que la mayor parte de las fuerzas del País Medio estarían esperando en la frontera con el Este bajo el mando de Miyoshi Kahei, pero Zenko no tardaría en averiguar tal información. Takeo pensó por un instante en el riesgo de dejar el País Medio desprotegido; sin embargo, resultaba prácticamente imposible sitiar las ciudades de Yamagata o Hagi, y tampoco estarían desguarnecidas. Kaede defendería a Hagi de cualquier posible ofensiva y la esposa e hijos de Kahei harían lo mismo en Yamagata.

Continuaron conversando hasta bien entrada la noche, mientras se seguía sirviendo vino y comida. Antes de marcharse, Zenko dijo a Takeo:

—Hay otro asunto que deberíamos discutir. ¿Te importa salir conmigo a la veranda? Me gustaría hablar en privado.

—Por supuesto —respondió Takeo con afabilidad. Otra vez llovía y soplaba un viento helado. Estaba cansado y anhelaba dormir. Se colocaron bajo los aleros, de donde goteaba agua.

Zenko tomó la palabra:

—Se trata de los Muto. Mi impresión es que a pesar de que muchos de mis familiares de los Tres Países respetan a mi madre y te respetan a ti, sienten que... ¿cómo decirlo? Opinan que el hecho de que una mujer esté al mando de la familia les traerá mala suerte, que no está bien. Me consideran el pariente varón de Kenji de más edad y, por tanto, su heredero —dirigió la vista a Takeo—. No quiero ofenderte, pero la gente conoce la existencia del nieto de Kenji, el hijo de Yuki. Hay quien murmura que él debería ser su sucesor. Podría ser conveniente nombrarme inmediatamente maestro de la familia: silenciaría esos rumores y tranquilizaría a los que son partidarios de mantener la tradición —una leve sonrisa de satisfacción retozó brevemente en su rostro—. Sin duda el muchacho es heredero de los Kikuta —prosiguió—; más vale mantenerle alejado de los Muto.

—Nadie sabe si está vivo o no, y mucho menos dónde se encuentra —repuso Takeo, ya sin rastro alguno de fingimiento o afabilidad.

—Ah, no lo creas. —Susurró Zenko, quien notando la inmediata reacción de cólera de Takeo, añadió:— Sólo trato de ayudar al señor Otori en esta difícil situación.

"Si no fuera mi cuñado, si su madre no fuera mi prima y una querida amiga, le ordenaría que se quitara la vida. Tengo que hacerlo. No puedo confiar en él. Debo mandárselo ahora, mientras se encuentre en Maruyama, bajo mi mando."

Takeo permaneció en silencio mientras los pensamientos en conflicto le bullían por la mente. Por fin, haciendo un esfuerzo por contenerse, replicó:

—Zenko, debo pedirte que no me presiones más. Posees grandes territorios, hijos varones, una bella esposa. Te he ofrecido una alianza con mi familia a través del matrimonio. Valoro nuestra amistad y te tengo en gran estima. Pero no permitiré que me desafíes...

—¡Señor Otori! —protestó Zenko.

—... ni que arrastres a nuestro país a una guerra civil. Me has jurado fidelidad; además, me debes la vida. ¿Por qué tengo que repetirte lo mismo una y otra vez? Ya me he cansado. Por última vez, te aconsejo que regreses a Kumamoto y disfrutes de la vida que me debes. De otro modo, te exigiré que acabes con ella.

—¿No vas a considerar mi propuesta sobre la herencia de los Muto?

—Insisto en que apoyes a tu madre como cabeza de la familia y la obedezcas. En todo caso, tú siempre has optado por la vida de un guerrero; no entiendo por qué interfieres ahora en los asuntos de la Tribu.

Zenko estaba tan indignado como Takeo, aunque lo ocultaba con menos éxito.

—Me crié en la Tribu. Pertenezco a la familia Muto tanto como Taku.

—¡Sólo cuando te conviene! No pienses que puedes continuar menoscabando mi autoridad sin recibir castigo. No olvides que tengo a tus hijos como rehenes y que su vida depende de tu lealtad hacia mí.

Era la primera vez que Takeo amenazaba directamente a los niños. "No permita el Cielo que me vea obligado a cumplir esta advertencia", pensó. Con todo, Zenko no arriesgaría las vidas de sus propios hijos, ¿o sí?

—Lo único que pretendo con mis sugerencias es otorgar mayor fuerza al país y apoyar al señor Otori —declaró Zenko—. Lamento haber hablado. Te ruego que me perdones.

En el exterior, a solas, se habían comportado como dos personas corrientes. Cuando regresaron a la sala, a Takeo le dio la impresión de que asumieran sus respectivos papeles como si de una pieza teatral se tratase, guiados por la mano del destino hasta completar su representación. La sala de audiencias, decorada con grabados de oro en vigas y columnas y abarrotada de lacayos con sus ropas resplandecientes, se había convertido en el decorado de la obra. Se despidieron con gélida cortesía, enmascarando su cólera mutua. La partida de Zenko se había planeado para el día siguiente; la de Takeo, para dos días después. Antes de retirarse a dormir, éste habló con su hija:

—Y entonces te quedarás sola en tu dominio —le dijo a Shigeko.

—Hiroshi estará aquí para aconsejarme, al menos hasta el año que viene —respondió ella—. Pero ¿qué te pasó anoche, Padre? ¿Quién te hizo esa herida?

—No quiero que haya secretos entre nosotros, pero no deseo preocupar a tu madre en este momento, de modo que no vayas a contarle nada de lo que yo te diga.

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