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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (16 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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Shigeko percibió que su madre temblaba.

—Yo las quiero —murmuró Kaede—, pero a veces me causan tanto temor y sufrimiento que desearía que estuvieran muertas. Siempre he anhelado un hijo varón, no puedo negarlo. También me atormenta la cuestión de con quién te casarás tú. Hace tiempo consideraba que la mayor bendición de mi vida fue amar a tu padre y casarme con él, pero he llegado a darme cuenta de que aquello tenía un precio. Muchas veces actué de forma necia y egoísta; fui en contra de todo cuanto me enseñaron desde la infancia, todo cuanto me aconsejaron, y probablemente pagaré por ello durante lo que me queda de vida. No quiero que cometas los mismos errores, sobre todo teniendo en cuenta que, al no tener nosotros hijos varones, tú eres nuestra heredera y la elección de tu marido se ha convertido en un asunto de Estado.

—Mi padre suele decir que le satisface que una mujer, es decir, yo misma, herede vuestro gobierno.

—Sí, es verdad; pero lo dice para consolarme. Todo hombre desea hijos varones.

"Pues mi padre no parece desearlos", reflexionó la joven. Sin embargo, las palabras de su madre, el pesar que denotaban y la seriedad del tono, permanecieron en el corazón de Shigeko.

11

La noticia de la muerte de Muto Kenji tardó varias semanas en llegar a Inuyama. La familia Kikuta se hallaba dividida entre el deseo de mantener el anuncio en secreto el mayor tiempo posible —mientras trataban de rescatar a los rehenes— y la tentación de jactarse del acontecimiento y demostrarle a Otori que, más allá de los Tres Países, carecía de todo poder.

Durante el gobierno de Takeo y Kaede había mejorado el estado de las carreteras por todo el territorio de los Tres Países, y los mensajes transitaban con rapidez entre las grandes ciudades. Sin embargo, al otro lado de la frontera con el Este, donde la cordillera de la Nube Alta formaba una barrera natural, discurrían kilómetros de tierra virgen que llegaban hasta las inmediaciones de Akashi, ciudad portuaria que constituía el portal de acceso a Miyako, la capital, donde residía el Emperador. Hacia el comienzo del cuarto mes los rumores de la muerte de Muto Kenji llegaron a Akashi, y desde allí la noticia viajó hasta Inuyama por medio de un comerciante que ejercía en la ciudad libre y solía transmitir a Muto Taku toda información relativa a la zona.

Aunque había esperado la muerte de su tío, Taku sintió lástima y rabia ante la noticia, pues en su opinión el anciano debería haber fallecido serenamente en su propio hogar. También temía que los Kikuta hubieran tomado la oferta de tregua como signo de flaqueza y pudieran envalentonarse. Elevó una plegaria para que la muerte de Kenji hubiera sido rápida y no estuviera exenta de significado.

Taku consideraba que él mismo debería comunicarle la noticia a Takeo, y tanto Sonoda como Ai mostraron su acuerdo para que partiera de inmediato hacia Hofu, donde el señor Otori había acudido por razones de gobierno mientras Kaede y sus hijas regresaban a Hagi para pasar el verano.

La decisión sobre el destino de los rehenes debía ser decretada oficialmente por Takeo o por Kaede. Probablemente, los jóvenes serían ahora ajusticiados; pero la ejecución tenía que llevarse a cabo con arreglo a la ley y no debía interpretarse como un acto de venganza. Taku había heredado el cinismo propio de Kenji y no era contrario a cometer actos de venganza, pero respetaba la firme actitud de Takeo con respecto a la justicia o, al menos, la apariencia de justicia. La muerte de Kenji también afectaba a la Tribu, pues había sido el líder de su familia durante más de veinte años; habría que elegir a alguien de entre los Muto para que le sucediera. Zenko, hermano mayor de Taku, era el pariente varón más cercano, ya que Kenji no había tenido más descendencia que su hija Yuki; sin embargo Zenko había tomado el apellido de su padre, carecía de las dotes extraordinarias propias de la Tribu y ahora era un guerrero del más alto rango, cabeza del clan Arai y señor de Kumamoto.

Esta circunstancia dejaba como sucesor al propio Taku, quien por diferentes motivos podía considerarse como justo heredero: poseía grandes dotes en cuanto a la invisibilidad y el desdoblamiento en dos cuerpos, había sido entrenado por Kenji y gozaba de la confianza de Takeo. Otra razón más para viajar por los Tres Países residía en reunirse con las familias de la Tribu, confirmar su lealtad y su respaldo y discutir sobre quién debería ser el nuevo maestro.

Además Taku se sentía inquieto, ya que había pasado el invierno entero en Inuyama. Su esposa era agradable y sus hijos le entretenían; pero la vida doméstica le suponía un aburrimiento. Se despidió de su familia sin desconsuelo alguno y pese a la triste naturaleza de su misión, al día siguiente emprendió viaje con una mezcla de alivio y expectación a lomos del caballo que Takeo le había regalado cuando Taku era todavía un niño. Se trataba del hijo de
Raku,
al que ahora estaban dedicados numerosos santuarios; al igual que su padre, tenía el pelaje gris perla y las crines y la cola de un negro azabache, el colorido más preciado en los Tres Países. Taku le había otorgado el nombre de
Ryume.

El propio
Ryume
había engendrado numerosos potrillos y ahora se había convertido en un corcel anciano y venerable; con todo, Taku nunca había tenido un caballo que le gustara tanto como éste, al que había domado personalmente y junto al que había crecido.

Las lluvias de la primavera acababan de comenzar, por lo que no era una buena época para viajar; pero la noticia no podía retrasarse y sólo Taku era el indicado para transmitirla. A pesar del mal tiempo cabalgó a gran velocidad con la esperanza de alcanzar al señor Otori antes de que éste abandonase la ciudad de Hofu.

El suceso del
kirin
y el encuentro con su hermana habían impedido a Takeo desplazarse de inmediato hacia Hagi, como había deseado. Sunaomi y Chikara, sus sobrinos, estaban preparados para el viaje; pero una fuerte tormenta retrasó la marcha dos días más. De este modo, aún se encontraba en Hofu cuando Muto Taku llegó desde Inuyama a la casa de su hermano mayor y solicitó ser llevado de inmediato a la presencia del señor Otori. Resultaba obvio que era portador de malas noticias. Se presentó sin compañía a última hora de la tarde —cuando apenas quedaban rastros de luz—, cansado y sudoroso, y sin embargo se negó a tomar un baño o probar bocado sin haber hablado antes con Takeo.

No había detalles sobre la desaparición de Kenji, tan sólo la triste certidumbre de que estaba muerto. No había cadáver sobre el que afligirse, ni lápida que marcase su tumba. Se trataba de una muerte distante y no presenciada, la más difícil de llorar. Takeo sintió un profundo dolor, empeorado por su actual desesperación. Sin embargo, se sentía incapaz de dar rienda suelta a su sufrimiento en casa de Zenko, y tampoco se atrevía a confiar en Taku tan enteramente como le hubiera gustado. Resolvió partir hacia Hagi a la mañana siguiente y cabalgar con rapidez. Su mayor deseo era ver a Kaede, estar con ella, encontrar consuelo en ella. Con todo, no podía apartar a un lado sus otras preocupaciones en espera de superar su pena. Tenía que mantener junto a sí a uno de los hijos de Zenko, por lo menos; se llevaría a Sunaomi —el niño tendría que cabalgar con tanta celeridad como el propio Takeo— y enviaría a su hermano menor en barco, junto a Ishida y la hembra de
kirin,
en cuanto las condiciones del tiempo mejorasen. Taku podría hacerse cargo de ello. ¿Y Kono? Tal vez Taku pudiera, así mismo, permanecer un tiempo en el Oeste para vigilarle. ¿Cuándo recibiría Takeo noticias de Fumio? ¿Se las habría arreglado su amigo para interceptar las armas de contrabando? De no ser así, ¿cuánto tardarían los enemigos del señor Otori en ponerse a su altura en cuanto al armamento se refería?

Los recuerdos de su maestro y del pasado, en general, le asaltaban. Takeo no sólo lloraba la pérdida de Kenji, sino también de todo aquello que asociaba con él. Había sido uno de los mejores amigos de Shigeru; con su muerte se rompía otro eslabón más.

Además estaba la cuestión de los rehenes encarcelados en Inuyama. Habría que ejecutarles, si bien de forma legal, por lo que el señor Otori o algún miembro de su familia deberían estar presentes. Tendría que escribir a Sonoda, el marido de Ai, y ordenarle que fuera testigo de la ejecución. Ai tendría que acudir en representación de Kaede, lo que a la bondadosa cuñada de Takeo le horrorizaría.

Pasó despierto la mayor parte de la noche, en compañía de su dolor. Con la primera luz de la mañana hizo llamar a Minoru y le dictó la carta para Sonoda y Ai pero, antes de rubricarla con su sello, decidió mantener con Taku otra conversación.

—Me siento más reacio que de costumbre a ordenar la muerte de esos jóvenes. ¿Existe alguna alternativa a la que podamos recurrir?

—Están implicados en un intento de asesinato contra tu familia —protestó Taku—. Tú mismo estableciste las leyes y sus castigos. ¿Qué pretendes hacer? Si les perdonas y les concedes la libertad, se tomaría como una flaqueza por tu parte. Y un encarcelamiento prolongado es más cruel que una muerte rápida.

—¿Acaso sus muertes impedirán otros ataques? ¿Y si enfureciesen a los Kikuta aún más en mi contra y en la de mi familia?

—La enemistad que Akio siente hacia ti no tiene solución. Mientras sigas con vida, jamás se apaciguará... —respondió Taku, y luego añadió:— Ten en cuenta que con las muertes de los rehenes nos libraremos de otros dos asesinos. Antes o después se quedarán sin criminales dispuestos a obedecerles o lo bastante competentes para llevar a cabo la misión. Tienes que sobrevivirles.

—Me recuerdas a Kenji —comentó Takeo—. Eres tan realista y pragmático como él. Supongo que ahora tú te harás cargo del liderazgo de la familia.

—Tengo que hablarlo con mi madre; también con mi hermano, por cuestión de cortesía. Zenko apenas ha heredado dotes de la Tribu y además ha adoptado el apellido de su padre; pero por edad sigue siendo mi superior.

Takeo arqueó las cejas ligeramente. Tiempo atrás, le había satisfecho dejar el manejo de los asuntos de la Tribu en manos de Kenji y de Taku, pues confiaba plenamente en el maestro de los Muto. Ahora le incomodaba la idea de que Zenko pudiera compartir algunos de sus secretos.

—Tu hermano me ha propuesto que adopte a uno de sus hijos —anunció Takeo, otorgando a su voz un matiz de sorpresa que sabía que a Taku no le pasaría inadvertido—. Sunaomi vendrá conmigo a Hagi. Partiré en menos de una hora, pero hay varias cosas que tenemos que discutir antes. Demos un paseo por el jardín.

—Señor Otori, ¿no deseáis terminar primero esta carta? —le recordó Minoru.

—No, la llevaremos con nosotros. Comentaré el asunto con mi esposa antes de tomar una decisión. Enviaremos la carta desde Hagi.

La luz temprana tenía un tinte gris; la mañana húmeda amenazaba con más lluvia. El viaje sería incómodo, acabarían empapados. Además Takeo sabía que el dolor de sus viejas heridas empeoraría tras varias jornadas a caballo. Por el momento era consciente de que Zenko probablemente le observaba con resentimiento, por su cercanía con Taku y las confidencias que Takeo le haría a éste. El recordatorio de que Zenko también formaba parte de los Muto por nacimiento y que, al igual que su hermano menor, estaba emparentado con los Kikuta, había puesto en guardia a Takeo. Confiaba en que, en efecto, las dotes extraordinarias del mayor de los hermanos fueran insignificantes y habló en voz baja, explicando brevemente a Taku el mensaje del señor Kono, así como el asunto de las armas pasadas de contrabando.

Taku absorbió la información en silencio e hizo un único comentario:

—Imagino que tu confianza en Zenko se habrá resentido.

—Ha renovado su juramento con respecto a mí, pero es bien sabido que los juramentos no significan nada frente a la ambición y el ansia de poder. Tu hermano siempre me ha culpado por la muerte de vuestro padre, y parece ser que ahora el Emperador y su corte también lo hacen. No confío ni en Zenko ni en su mujer, pero considero que mientras sus hijos se encuentren a mi cuidado, las ambiciones de ambos podrán ser refrenadas. No hay más remedio, pues de otro modo me vería obligado a provocar una nueva guerra civil o a ordenar a Zenko que se quitara la vida. Trataré de evitar ambos extremos en la medida de lo posible, pero debo exigir la máxima discreción por tu parte. No reveles información alguna que pudiera otorgar ventaja a tu hermano.

La habitual expresión de regocijo y cinismo por parte de Taku se había ensombrecido.

—Yo mismo le mataría si llegara a traicionarte —aseguró con sequedad.

—¡No! —repuso Takeo rápidamente—. Es impensable que un hermano le diera muerte a otro. Aquellos días de feudos de sangre terminaron. Zenko, como todos los demás incluido tú mismo, querido Taku, debe ser contenido por medio de la ley. —Hizo una breve pausa y luego, con voz calmada, prosiguió:— Pero dime, ¿te habló Kenji alguna vez de la profecía sobre mí, la que afirma que estoy libre de la muerte salvo a manos de mi propio hijo?

—Así es. Después de uno de los intentos de asesinarte comentó que, al fin y al cabo, la profecía podría ser verdad, y eso que Kenji no solía dar mucho crédito a los augurios o predicciones. Entonces me reveló en qué consistía, en parte para explicar tu absoluta falta de miedo y el hecho de que las constantes amenazas contra tu vida no te paralizaran o te volvieran despiadado y cruel, como le habría ocurrido a la mayoría de los hombres.

—Yo tampoco soy muy crédulo —respondió Takeo, esbozando una sonrisa triste—. A veces creo en la verdad de las palabras y otras veces, no. Me ha convenido creer en la profecía porque me proporcionaba el tiempo necesario para conseguir todo cuanto deseaba, sin vivir atemorizado. No obstante, mi hijo tiene ya dieciséis años; en la Tribu ésa es edad suficiente para matar. De manera que ahora me encuentro atrapado: ¿puedo dejar de creer lo que ya no me conviene?

—No sería difícil deshacerse del muchacho —sugirió entonces Taku.

—¿Acaso mi ejemplo no te ha servido de nada? Los días de asesinatos secretos han terminado. No pude acabar con la vida de tu hermano cuando en el fragor de la batalla le coloqué en el cuello la hoja de mi cuchillo. Del mismo modo, jamás podría ordenar la muerte de mi propio hijo. —Tras una pausa, Takeo prosiguió:— ¿Quién más conoce la profecía?

—El doctor Ishida estaba presente cuando Kenji me habló de ella. El médico había estado tratando tus heridas e intentando controlar la fiebre. Las palabras de Kenji también iban dirigidas a tranquilizarle, a hacerle ver que no te encontrabas al borde de la muerte, pues Ishida había abandonado toda esperanza.

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