El hotel de los líos (18 page)

Read El hotel de los líos Online

Authors: Daphne Uviller

Tags: #Chick lit, Intriga

BOOK: El hotel de los líos
8.21Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Supervisora. Ex supervisora —dije—. Ahora soy detective. —Me preparé para ofrecer mi modesta sonrisa de «Sí, de verdad» en respuesta a la inevitable exclamación y al bombardeo de preguntas que mi profesión provocaba quisiera o no.

—Vaya. Bueno, ¿y quién se ocupa ahora del edificio de tus padres? ¿Tienen que pagar a alguien?

Cancelé la sonrisa a mitad de camino y en mi rostro quedó congelada una mueca digna de Halloween.

—Oh, bien, antes me pagaban a mí, así que ahora pagan a otra persona.

—Oh, no sabía que te pagaran. ¡Qué embarazoso para todos! —Se acercó a la estantería, donde movió dos fotos enmarcadas, y luego se quitó el abrigo y lo dejó sobre el respaldo de una silla. Macy y yo nos miramos, conscientes de pronto de que los beneficios terapéuticos de nuestra presencia iban a esfumarse ante la inesperada aparición de Lenore.

—Veo que ya os habéis puesto cómodas, chicas. Bien, bien. Y supongo que los niños se están yendo a la cama en este preciso momento, a las siete y cuarto exactas. —Trató de reírse, pero lo que le salió de su boca fue un resoplido—. ¿Habéis oído hablar de eso del «entrenamiento para el sueño»? —Hizo las comillas con los dedos—. Es absurdo. Yo nunca dejé llorar a Leonard.

—Razón por la que ahora sufro de insomnio crónico. Hola, mamá —saludó Leonard mientras bajaba rápidamente la escalera a su agitada y desgarbada manera y se dejaba abrazar, obediente, por su madre.

—Tu insomnio se debe a que trabajas demasiado y no comes bien, no a nada que yo te hiciera.

—No, claro que no —repuso Leonard con una media sonrisa de cansancio—. Supongo que te quedas a cenar, ¿no?

Macy me miró, alarmada.

—Sólo si a tu mujer y a ti os parece bien. He traído cuscús y tus
brownies
favoritos.

Sin esperar una respuesta, Lenore se dirigió a la cocina.

—Me encargaré de que el pollo no se seque. Estáis haciendo pollo al ajillo, ¿verdad? Es lo que Lucy prepara siempre cuando tenéis visitas…

Macy y yo nos volvimos hacia Leonard al mismo tiempo y le disparamos sendas miradas idénticas. Retrocedió un paso, alarmado.

—¡Leonard! —le espetó Macy, como si estuviera echando una reprimenda a un niño.

—Eh, espera un segundo, Macy… —le advertí.

—No, lo siento, pero esto no está bien. Leonard sabía perfectamente que Lucy necesitaba una noche a solas con nosotras. Tiene que desfogarse. Lo sabes, ¿verdad, Leonard?

La audacia de Macy me horrorizaba y me divertía al mismo tiempo. Su pregunta asumía que Leonard sabía con total exactitud cómo se sentía su esposa con respecto a su madre y aunque Lucy nos aseguraba que era así, era perfectamente posible que existiera un abismo marital entre lo que ella le decía y lo que creía que le decía.

Leonard se pellizcó una oreja y comenzó a buscar algo en el techo.

—Lo sé, pero…

Lucy bajó la escalera saltando, con una enorme sonrisa en la cara.

—¡Que empiece la fiesta! Qué contenta estoy. —Pero entonces se detuvo en seco, como si hubiera chocado con una pared. Señaló el abrigo que había sobre la silla y luego se volvió hacia Leonard con los ojos muy abiertos y los labios apretados.

—Cariño, lo siento, es que se ha…

—¡Ah, hola, Lucy, cielo! —Lenore salió de la cocina limpiándose las manos en un trapo—. Espero que no te importe, le he echado un poco más de aceite de oliva al marinado. Empezaba a parecer un engrudo. ¿Cómo están mis bebés? ¿Bien dormiditos? ¿Has visto los nuevos pijamas que les compré ayer? Te los dejé sobre la cama.

La rodeó con los brazos en un gesto que sólo remotamente recordaba a un abrazo.

—Gracias, Lenore —dijo Lucy con voz tensa y temblorosa.

—¡No hay manera de que me llame mamá! —saltó Lenore, con voz cantarina—. Lucy, cariño, siéntate, debes de estar agotada. Deja que yo me encargue de todo y tú diviértete con tus amigas. —Volvió a la cocina. Leonard lanzó una mirada suplicante a su mujer que decía «¿Ves como tampoco ha sido tan malo?».

—Oh, por favor —escupió Lucy—. Tendré que pagar esta generosidad con mi propia sangre. —Aspiró ruidosamente por la nariz.

—Bueno, creo que estás exagerando un…

—Leonard —le espetó—, ve a ayudar a tu madre en la cocina para que yo pueda despacharme a gusto con mis amigas sobre ti y sobre ella. Será más práctico —le ordenó mientras se acercaba a la mesita de café y se llenaba la boca de caviar—. Dios, qué bueno —añadió con un resoplido mientras un cabizbajo Leonard se retiraba.

—Lucy —la regañé—. ¡Dale un respiro al chico! Está de tu lado.

—Si estuviera de mi lado, aún seguiría hablando con Mercedes desde los dos lados de la calle Perry, no viendo cómo una obsesa del control, avariciosa y de corazón negro destripa mi alma. ¿Y por qué no ha venido, por cierto? Mercedes, digo.

—Tenía un concierto —respondió Macy mientras volvía a hacerse un ovillo en el sofá y atraía a Lucy hacia sí, rodeándola con el brazo—. Así que no podríais haber estado pasándoos notitas como un par de niñas de diez años, al menos esta noche.

—En serio, no creo que pueda soportar otra velada con ella —gimió Lucy mientras se apoyaba en Macy—. Ya veréis. Va a dominar la conversación con sus historias aburridas, desagradables o incomprensibles, mientras interpreta el papel de madre implicada y sacrificada con el que pretende subrayar lo inútil que soy yo y dejar claro que los niños…

—Oh, Dios —exclamé—. Lo siento, pero me acabo de dar cuenta…

Mis amigas me miraron.

—Su perfume —susurré mientras empezaba a reírme—. Acabo de recordar dónde lo había olido antes. Una de las… una de las prostitutas de Roxana, la única a la que llegué a conocer. ¡Usaba la misma fragancia que Lenore!

Lucy abrió unos ojos como platos y levantó las cejas. Inhaló una bocanada de aire profunda y purificadora.

—Gracias, cariño. Creo que ahora podré sobrevivir a la velada de hoy.

De hecho, ninguna de nosotras salió ilesa del trance y, al final, logré que la relación de Lucy con su suegra descendiera un peldaño más en la escalera hacia la hostilidad. Lenore se mostró en plena forma durante la cena y, tal como Lucy había predicho, pasó de una historia sobre las complicaciones de dominar los rompecabezas «suzuki» (aburrida), a la de una antigua vecina rica que había perdido su casa (desagradable) y luego a un complicado relato sobre una amiga de una amiga que había salido con un millonario que la alimentó a base de langosta durante todas las noches de un año como incentivo para que perdiera veinticinco kilos y, tras conseguirlo, decidió abandonarla (incomprensible).

Los platos estaban lavados y los
brownies
en la mesa, pero Lenore no daba indicios de querer marcharse. El padre de Leonard trabajaba hasta tarde —no era ningún misterio por qué Maxwell permanecía en la oficina siempre que podía— y ella no tenía ninguna prisa por llegar a casa. Lucy, en un desesperado intento por mantener una conversación que no incluyera a su suegra, mencionó que quería llevar a los niños a mi apartamento la próxima vez que visitara Nueva York para que jugaran con mi conejo.

—¿
Hitchens
? —intervino Lenore mientras se secaba la comisura de los labios con una servilleta—. ¡Qué nombre tan gracioso para un conejo!

Yo me limité a sonreír, pero al instante oí una campanada mental que me alertaba de que aquél era territorio peligroso. Hasta Leonard lo percibió.

—Mamá, estos
brownies
están deliciosos. ¿Les has puesto ración doble de chocolate?

—¿Y por qué lo llamaste
Hitchens
?

Miré de reojo a Lucy, que parecía nerviosa.

—Oh, es el nombre de un chico que conozco. Los
brownies
están realmente riquísimos.

—No se llamará así por ese ateo, ¿verdad? —Lenore se echó a reír con un breve y duro bocinazo.

Miré a Macy en busca de ayuda, pero ella estiró los brazos por encima de la cabeza y se recostó en su asiento, como si la diversión de la velada estuviera a punto de comenzar al fin.

—Oh, bueno… —«Defiende tus convicciones más allá de la seguridad de los cuatro barrios liberales, Zephyr. Compórtate como un hombre»—. Sí. Sí, se llama así por Christopher Hitchens
[3]
—proclamé con orgullo.

—Pero tú no eres atea, ¿verdad? —Se llevó una mano al pecho. Macy resopló y al instante comprendí que, ya que aquello no podía terminar bien, al menos podía disfrutarlo.

Me limpié los restos de
brownie
de los dedos chupándomelos.

—La verdad es que sí. Una auténtica atea americana.

Vi cómo se retorcía el rostro de Lenore mientras se preparaba para responder con una larga disertación. Hasta donde yo sabía, su propio hijo, conforme a una tradición afianzada por el paso del tiempo, no había puesto un solo pie en una sinagoga desde el último amén de su
bar mitzvah
, así que no entendía a qué venía tanto revuelo. Y entonces recordé que era una conversa con todo el celo de los de su especie y, en su caso, tenía una percepción limitada de la naturaleza proteana de la tribu y puede que un poco de miedo.

—Bueno, ya sabe —le recordé con tono alegre—. El judaísmo puede ser una etnia o una religión. No tiene por qué ser ambas cosas.

—Lo es.

—Noooo. Para mí es una etnia. Así que se puede ser italiano católico o italiano… Vale, bueno, digamos español católico o español judío o español ateo. Pues yo soy una judía atea. —Me sentía como si estuviera hablando con una niña de cinco años.

Macy se inclinó hacia adelante y apoyó sus pecosos codos sobre la mesa. Leonard bajó la mirada al suelo y comenzó a tirarse con fuerza de la oreja. Lucy se tapó la cara con las manos.

—¿Conque no crees en Dios?

—¿Lo dice en serio? —pregunté antes de poder contenerme.

Lenore se recostó en su asiento como si la hubiera abofeteado.

Traté de pensar algún modo de salir de aquel absurdo jardín religioso sin recurrir al manido «Bueno, pero soy una persona muy espiritual». No le debía ninguna explicación a aquella mujer.

—Bueno, simplemente creo que la religión es para aquellos que la necesitan.

Lenore apartó la silla de la mesa. Miré a Lucy de reojo, pero fui incapaz de saber si iba a echarse a reír, a llorar o a vitorearme.

—No lo digo de modo peyorativo —continué con rapidez—. Sólo quiero decir que no necesito la religión para sentir gratitud o para experimentar el deseo de ser una buena persona. Aunque comprendo que en eso estoy en minoría —balbucí en un vano intento por ahorrarle a Lucy consecuencias insondables.

Lenore salió del comedor y, un momento después, oímos que la puerta de la casa se cerraba.

Leonard miró a Lucy con los labios y la frente arrugados por la ansiedad.

—Vamos, ve —dijo Lucy, y Leonard salió disparado—. Ve a arreglar las cosas con ella. Dios sabe que Zephyr no puede.

Siete horas más tarde bajé arrastrando los pies en la oscuridad en dirección a la cocina de Lucy. Estaba buscando a tientas la nevera cuando la voz de Macy me habló desde la ubicación de una isla con encimera de mármol.

Sobresaltadas, mis manos se movieron a ciegas y de manera accidental encendieron la brillante luz del techo.

—¡Apágala, idiota! ¡Apágala! —chilló mi amiga mientras yo golpeaba el interruptor y nos devolvía a la oscuridad con el corazón casi fuera del pecho. El ataque de insomnio que me había dado tenía garantizadas ya varias horas más de duración.

Me llevé una de las manos al pecho, apunté a ciegas con la otra, y logré alcanzar a Macy en la cabeza.

—¿Y eso?

—Me has dado un susto de muerte —le espeté—. Creía que acababa de dejarte arriba, en la cama.

—¿No te has dado cuenta de que no estaba allí? Buen trabajo, detective.

—Estaba oscuro —protesté— y había un montón de mantas. Pensé que seguías debajo de ellas.

—Como si pudiera dormir después del descarrilamiento de esta noche.

A la luz colectiva que emanaba de los relojes digitales del microondas, el horno, la cafetera y la nevera, comencé a distinguir la forma encorvada de Macy, sentada en un banco delante de la encimera. Estaba comiendo algo y cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude ver que era el pastel que Lucy había preparado en honor a nuestra visita.

—¿Ni siquiera vas a coger un plato? —comenté mientras le quitaba el tenedor de la mano y tomaba un bocado—. Oh, Dios —dije con la boca llena—. Incluso dominada por impulsos homicidas, infanticidas y suicidas, sigue preparando una tarta de chocolate mejor que yo en mis mejores días.

—Puede que tenga que inventarme la llamada de una clienta —gimió Macy—, sobre todo si esa mujer de cuyas caderas ha salido Leonard tiene previsto unirse a nosotros en la visita al bosque.

—Sería un poco como un cuento de hadas, ¿no? —murmuré mientras seguía excavando en la superficie del pastel—. La bruja malvada, la manzana envenenada…

Macy recuperó el tenedor y le dio un nuevo tiento. Llevaba una camiseta suelta de color fucsia, con el logotipo de su floristería preferida. Como Lucy y Macy tenían más o menos el mismo tamaño que yo a los diez años, a mí me habían prestado una camiseta de Leonard para dormir. Sólo esperaba que nadie notara (ni oliera) que en los días siguientes llevaría la misma ropa con la que había llegado.

—¿Cuándo aprendió Lucy a cocinar? —pregunté mientras abría la nevera para evaluar el estado de las sobras.

—Cuando se mudó a un pueblo en el que todos los restaurantes ponen «Buena comida» en los carteles —contestó la aludida desde la puerta. Encendió las luces y luego redujo su intensidad hasta un nivel tolerable.

—¡Dios! —Cerré de un portazo—. Vosotras dos deberíais llevar campanillas alrededor del cuello.

—Debes de ser la detective más asustadiza de todo Nueva York —señaló Macy.

Le di un manotazo en la nuca mientras me acercaba a Lucy para abrazarla.

—Zephyr, que tienes treinta y uno —se quejó Macy—. Deja ya de abusar de la gente.

Lucy se sentó en el banquillo que había junto al de Macy y se encogió de hombros.

—Creo que me he casado con el chico equivocado.

Me quedé helada. Macy giró la cabeza.

—Es cierto. A ver, no es que vaya a hacer nada al respecto. Simplemente, lo acepto —comenzó con una resignación teatral.

—Lucy —comencé—, puedo decirte de manera objetiva que tu suegra pondría a prueba cualquier matrimonio.

—Claro que sí, pero ¿no crees que podría reírme de eso sin más, al menos de vez en cuando, si él y yo fuéramos más fuertes?

Other books

The Playful Prince by Michelle M. Pillow
Murder in Montmartre by Cara Black
Unveiled by Trisha Wolfe
Simple by Dena Nicotra
Rotten by Hardy, Victoria S.
Tarnished by Kate Jarvik Birch
Mostly Murder by Linda Ladd
Attack on Area 51 by Mack Maloney