El gran espectáculo secreto (82 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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—¿Dónde está Jaffe? —quiso saber Tesla.

—No lo sé —dijo Grillo.

—¿Cómo que no lo sabes? —repuso Tesla—. Por Dios bendito, Grillo, no debemos perderle de vista ni un solo momento.

—Ha venido hasta aquí, ¿verdad? —respondió Grillo—. No se nos va a escapar ahora.

—Bueno, sí, es posible —convino Tesla, sirviéndose una taza de café—. ¿Hay azúcar?

—No, pero sí pasteles, y tarta de queso. Duros, pero comestibles. Aquí había gente golosa. ¿Te apetece?

—Sí, claro —dijo Tesla, tomando un sorbo de café—. Supongo que tienes razón.

—¿En qué?, ¿en lo de los golosos?

—No, en lo de Jaffe.

—Nosotros le tenemos sin cuidado —intervino Hotchkiss—. Sólo de mirarle me da asco.

—Bueno, tus razones tienes —asintió Grillo.

—Por desgracia, así es —dijo Hotchkiss. Miró a Tesla de reojo—. Cuando termine todo esto, quiero que lo dejéis de mi cuenta, ¿de acuerdo? Tengo cuentas que saldar con él.

No esperó oír la respuesta. Apuró su calé y salió a tomar el sol

—¿A qué se refería? —preguntó Tesla.

—A Carolyn —respondió Grillo.

—Ah, sí.

—Culpa a Jaffe de lo que le ocurrió a Carolyn. Y tiene razón.

—Ha debido de pasarlo muy mal.

—No creo que el infierno sea nada nuevo para él —comentó Grillo.

—No, supongo que no. —Tesla apuró su taza de café—. Esto me ha entonado mucho —dijo—. Tengo que ir a buscar a Jaffe.

—Oye, antes…

—¿Qué?

—Quería decir… lo que me ocurrió allá abajo… siento no haberos sido de mucha utilidad. Siempre he tenido la obsesión de que me entierran vivo.

—Me parece razonable —dijo Tesla.

—Quiero resarcirte de todo eso. Ayudarte, de la forma que sea. No tienes más que decirlo. Ya sé que eres tú quien ha llevado todo el peso, no yo…

—Bah, no es para tanto.

—Tú convenciste a Jaffe de que se viniera con nosotros. ¿Cómo lo conseguiste?

—Él tenía un enigma. Y lo resolví.

—Tal y como lo dices parece la mar de sencillo.

—Lo que ocurre, me parece, es que la cosa resulta bastante sencilla después de todo. Lo que tenemos que afrontar es tan grande, Grillo, que sólo podemos resolverlo con el instinto.

—El tuyo ha sido siempre mucho mejor que el mío. A mí, las cosas me gustan claras.

—Las cosas claras también son sencillas —dijo Tesla—. Mira, hay un hoyo, y algo que sale por él y llega del otro lado, algo que la gente como tú y como yo no podemos ni siquiera imaginar. Si no cerramos el hoyo, estamos jodidos.

—¿Y el Jaff sabe cómo?

—¿Cómo, qué?

—Cómo se cierra ese hoyo.

Tesla le miró a los ojos.

—La verdad —dijo—, pienso que no.

A Tesla le sorprendió encontrar a Jaffe en el tejado, que era, literalmente, el último sitio del motel donde se le había ocurrido mirar. Y se dedicaba a la última actividad que ella hubiese esperado de él: miraba el sol.

—Pensé que nos habías abandonado a nuestra suerte —dijo ella.

—Tenías razón —dijo él, sin mirarla—. El sol brilla sobre todo el mundo, buenos y malos, por igual. Pero a mí no me calienta. Se me ha olvidado lo que es sentir calor o frío. O hambre. O hartazgo. Y lo echo de menos.

El hostil aplomo que mostraba en la cueva le había abandonado por completo. Casi parecía intimidado.

—A lo mejor lo recobras —lo animó Tesla—; la parte humana, quiero decir; tal vez te quites de encima lo que el Nuncio te hizo.

—Me gustaría —dijo él—. Me gustaría ser Randolph Jaffe, de Omaha, Nebraska, retrasar el reloj y no entrar en aquel cuarto.

—¿Qué cuarto?

—Cuarto de las Cartas Perdidas —dijo él—. El lugar donde todo empezó. Me gustaría contártelo.

—Y a mí oírlo. Pero antes…

—Ya sé, ya sé. La casa. El abismo. —Diciendo esto la miró. Mejor dicho, miró, por encima de ella, a la colina.

—Tendremos que volver allí, tarde o temprano —le recordó Tesla—. Yo casi preferiría hacerlo ahora, todavía hay luz y nos queda energía.

—Y cuando lleguemos allí, ¿qué?

—Pues a esperar la inspiración.

—La inspiración tendrá que llegar de otra parte —dijo él—. Y ninguno de los dos tenemos Dios, ¿verdad? En eso es en lo que he confiado todo este tiempo, en que la gente no tiene Dios, y ése es también nuestro caso ahora.

Tesla recordó lo que D'Amour le había contestado cuando ella le dijo que no rezaba. Era algo sobre que la oración tiene sentido cuando se sabe cuánto más hay además de nosotros.

—Poco a poco, empiezo a creer —dijo Tesla.

—¿A creer en
qué
?

—En fuerzas superiores —respondió ella, con un ligero encogimiento de hombros—. El Enjambre tenía sus aspiraciones. ¿Por qué no voy a tenerlas yo, vamos a ver?

—¿Aspiraciones, dices? —preguntó él—. ¿Guardaban el Arte porque había que preservar la Esencia? Lo dudo. Lo que ocurría es que tenían miedo de lo que pudiera suceder. Eran simples perros guardianes.

—Quizá sus deberes los elevasen.

—¿Elevarlos? ¿A qué? ¿A santos? Kisson no da esa impresión, ¿eh? Lo único que él veneraba era a sí mismo. Bueno, y a los Iad.

Esa idea resultaba inquietante. ¿Qué mejor contrapunto a las palabras de D'Amour sobre fe en los misterios que la revelación de Kissoon acerca de que todas las religiones eran máscaras del Enjambre, maneras de apartar la atención de la muchedumbre del secreto de los secretos?

—No hago más que recibir visiones desde donde está Tommy-Ray —dijo Jaffe.

—¿Y qué tal es ese sitio?

—Cada vez más oscuro —respondió Jaffe—. Tommy-Ray ha estado moviéndose mucho tiempo, pero ahora se ha detenido. Quizá la marea haya cambiado. Algo se avecina, me parece, algo que sale de la oscuridad. Tal vez
es
la oscuridad. No lo sé. Pero está más cerca.

—En cuanto Tommy-Ray vea algo, dímelo —pidió Tesla—. Quiero detalles.

—No quiero mirar, ni con sus ojos ni con los míos.

—Puede que no te quede más remedio. Es tu hijo.

—Me ha fallado constantemente. No le debo nada. Él tiene sus fantasmas.

—Perfecta unidad familiar —bromeó Tesla—. Padre, Hijo y…

—Espíritu Santo —remató Jaffe.

—Sí, justo —replicó ella, mientras llegaba a su mente otro eco del pasado—.
Trinidad.

—¿Qué dices de la Trinidad?

—La Trinidad, a la que Kissoon tenía tanto miedo.

—¿La Trinidad?

—Eso es. Cuando me metió en la Curva la primera vez pronunció esa palabra. Creo que fue un error suyo. Cuando le pregunté lo que significaba se quedó tan confundido que me dejó escapar.

—Nunca pensé que Kissoon fuese cristiano —observó Jaffe.

—Ni yo. Quizá se refería a algún otro dios. O
dioses.
Alguna forma de invocar al Enjambre. ¿Dónde tienes el medallón?

—En el bolsillo —dijo Jaffe—. Tendrás que sacarlo tú misma. Mis manos están muy débiles.

Se las sacó de los bolsillos. A la vacilante luz de la cueva, su mutilación había sido repulsiva; a la brillante luz del sol, resultaban más repulsivas todavía: la carne estaba ennegrecida y como frágil, y el hueso parecía a punto de pulverizarse.

—Me estoy deshaciendo —dijo Jaffe—. Fletcher usaba el fuego. Yo, los dientes. Los dos éramos unos suicidas. Lo que ocurrió fue que su sistema funcionó más rápido.

Tesla le metió la mano en el bolsillo y sacó el medallón.

—No parece importarte mucho —le dijo.

—¿A qué te refieres?

—A eso de deshacerte.

—No, la verdad es que no —admitió él—. Me gustaría morirme, como me hubiera muerto si me hubiese quedado en Omaha, envejeciendo como todo el mundo. No quiero vivir eternamente. ¿De qué vale la vida si no se entiende nada?

La ola de placer que la había invadido al resolver los enigmas del medallón volvió a invadirla en ese momento al estudiarlo de nuevo. Pero no había nada en su diseño, ni siquiera escrutándolo a la luz del sol, que recordara, ni de lejos, a la Trinidad. Había cuartetos, desde luego. Cuatro brazos, cuatro círculos. Pero no tríos.

—De nada sirve —dijo ella—. Desperdiciaríamos días enteros tratando de averiguarlo.

—¿Averiguar qué? —preguntó Grillo, que salía a la luz del sol.

—Me refiero a la Trinidad —dijo Tesla—, ¿tienes idea de lo que quiere decir?

—Padre, Hijo y…

—Eso lo sabemos todos.

—Pues
no,
no sé más. ¿Por qué?

—Sólo una pequeña esperanza que yo tenía.

—¿Cuántas Trinidades pueda haber? —preguntó Grillo—. No debe de ser difícil de averiguar.

—¿Y a quién se lo preguntamos?, ¿a Abernethy?

—Podíamos empezar por él —dijo Grillo—. Es un hombre temeroso de Dios. O, al menos eso dice. ¿Es muy importante?

—En esta fase, cualquier cosa es importante —contestó Tesla.

—Me pongo a ello —dijo Grillo—, sí el teléfono funciona. Lo que tú quieres saber es…

—Todo lo que puedas sobre la Trinidad.
Lo que sea.

—Datos, temas claros, datos precisos, eso es lo que me gusta —ironizó Grillo—. Todo bien claro.

Se fue escaleras abajo, y Tesla, al mismo tiempo, oyó que Jaffe murmuraba:

«Aparta la mirada, Tommy, te digo que apartes la mirada.»

Había cerrado los ojos. Y empezaba a temblar.

—¿Los ves? —preguntó Tesla.

—Está muy oscuro.


¿Puedes verlos?

—Puedo ver algo que se mueve. Algo enorme.
Enorme
de verdad. ¿Por qué no te mueves, muchacho? Apártate de ahí antes de que te aplaste.
¡Apártate!

Abrió los ojos de golpe.

—¡Basta ya! —exclamó.

—¿Le has perdido? —preguntó Tesla.

—¡He dicho
basta!.

—¿No está muerto?

—No, está… cabalgando las olas.

—¿En la Esencia? —preguntó ella.

—Haciendo lo imposible.

—¿Y los Iad?

—Detrás de él. Yo tenía razón. La marea ha cambiado. Vienen

—Descríbeme lo que has visto —pidió Tesla.

—Ya te lo he dicho; son enormes.

—¿Nada más?

—Como montañas en movimiento. Montañas cubiertas de langostas, o de pulgas. Lo grande y lo pequeño. No lo sé. Nada de esto tiene mucho sentido.

—Bien, entonces tenemos que cerrar el hoyo lo antes posible. Con las montañas me atrevo; pero las pulgas…, mejor es que estén lejos, ¿no te parece?

Cuando bajaron encontraron a Hotchkiss a la puerta. Grillo ya le había hablado de la Trinidad, y Hotchkiss tuvo una idea mucho mejor que preguntar a Abernethy.

—En la Alameda hay una librería —propuso—. ¿Por qué no vamos a mirar allí cuántas Trinidades hay?

—Quizá nos siente mal —objetó Tesla—. Si la Trinidad asustaba a Kissoon, a lo mejor asusta también a sus amos. ¿Dónde está Grillo?

—Fuera, buscando un coche. Él os llevará a la colina. ¿No es allí a donde vais los dos? —Hotchkiss miró a Jaffe con una expresión de repugnancia en el rostro.

—Sí, justo, allí es adonde vamos —dijo Tesla—. Y pensamos quedarnos. De modo que ya sabéis dónde encontrarnos.

—¿Hasta el final? —preguntó Hotchkiss, sin apartar la vista de Jaffe.

—Sí, justo hasta el final.

Grillo encontró un coche, lo abrió y le hizo el puente. Estaba abandonado en el estacionamiento del motel.

—¿Dónde aprendiste a hacer esto? —le preguntó Tesla, camino de la colina. Jaffe estaba medio echado en el asiento trasero, con los ojos cerrados.

—En una ocasión escribí un artículo, cuando era reportero…

—¿Sobre ladrones de coches?

—Eso es. Entonces aprendí algunos trucos del oficio, y no se me han olvidado. Soy una mina de información inútil. Siempre se aprende algo conmigo.

—Pero de la Trinidad no sabes nada.

—No hablas de otra cosa.

—Me induce la desesperación —dijo Tesla—. Es la única pista de que disponemos.

—Tal vez tenga algo que ver con lo que D'Amour dijo acerca del Salvador.

—¿Una intervención de las alturas en el último momento? —ironizó Tesla—. No pienso estar pendiente de eso.

—¡Mierda!

—¿Algún problema?

—Ahí delante.

Se había abierto una grieta en el cruce al que se acercaban. La grieta cruzaba calzada o acera. No había forma de pasar por allí para ir a la colina.

—Tendremos que probar otro camino —dijo Grillo.

Dio marcha atrás, retrocedió y entró por una calle lateral. Cada vez estaba más claro que la inestabilidad crecía en Grove por todas partes. Las lámparas y los árboles aparecían caídos; las aceras, combadas; el agua por doquier corría de las tuberías reventadas.

—Todo esto va a acabar deshaciéndose —dijo Tesla.

—Desde luego.

La calle siguiente por la que Grillo entró les abría el camino sin obstáculos hasta la Colina. Cuando comenzaron la subida, Tesla vio otro coche que salía de una calle lateral. No era un coche patrulla, a menos que los policías locales usasen «Volkswagen» pintados de amarillo fluorescente.

—Temerarios —murmuró Tesla.

—¿Quiénes?

—Los que vuelven a la ciudad.

—Es probable que se trate de una operación de salvamento —dijo Grillo—. Gente que toma lo
que
puede
mientras
puede.

—Eso.

El color del coche, tan chillonamente inapropiado, siguió un rato en la mente de Tesla, sin que supiese la razón; quizás era porque parecía de Hollywood, y ella empezaba a dudar que volviera a ver nunca más su apartamento de North Huntley Drive.

—Da la impresión de que tenemos un comité de bienvenida esperándonos —dijo Grillo.

—Estupendo momento para una película —agregó Tesla— Apriete el acelerador, chófer.

—Pésimo diálogo.

—Conduce y calla.

Grillo se hizo a un lado para no chocar con el coche patrulla, apretó el acelerador y lo adelantó, sin darle tiempo a que el otro le cerrara el paso.

—Habrá más allá arriba —dijo.

Tesla volvió la vista para mirar al coche que dejaban atrás, el cual no hizo esfuerzo alguno por darles alcance. Su conductor, sin duda, se limitaría a avisar a los otros.

—Haz lo que tengas que hacer —dijo Tesla a Grillo.

—¿
Qué
significa eso?

—Que te los cargues si nos cierran el paso. No tenemos tiempo de andarnos con contemplaciones.

—La casa estará llena de polizontes —le advirtió Grillo.

—Lo dudo —contestó ella—. Pienso que se mantendrán a distancia.

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