El gran espectáculo secreto (80 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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Comprenderlo es tenerlo
—murmuró el Jaff—. En el momento de la comprensión, deja de ser símbolo.

—Pues, entonces…, hazme comprender —le pidió Tesla—, porque lo miro y lo único que veo es una cruz. Bueno, una cruz muy bella, eso desde luego, pero no significa nada para mí. Aquí veo a un sujeto en el centro, que da la impresión de que está siendo crucificado, sólo que no hay clavos. Y luego todas estas figuras…

—¿No le ves
ningún
sentido?

—Quizá, si no estuviese tan cansada…

—Adivina.

—No estoy de humor para juegos de adivinanzas.

En el rostro del Jaff se dibujó una expresión astuta.

—Quieres que vaya contigo…, que te ayude a parar lo que se aproxima a través de la Esencia…; pero no tienes ni la menor idea de lo que está ocurriendo, porque, si la tuvieras, comprenderías qué tienes en la mano.

En cuanto le oyó, Tesla se dio cuenta de lo que el Jaff la proponía.

—O sea, que si lo comprendo, vendrás conmigo, ¿no es así?

—Bien…, es posible.

—Pues dame unos pocos minutos —dijo, mirando el símbolo del Enjambre con otros ojos.

—¿Unos pocos? —preguntó él—. ¿Qué quiere decir pocos?
Cinco,
quizá. Dejémoslos en
cinco.
Mi oferta es válida durante cinco minutos.

Tesla dio la vuelta al medallón en la palma de su mano; de pronto se sintió violenta.

—No me mires así —dijo.

—Es que me gusta mirar.

—Me distraes.

—No tienes necesidad de seguir aquí —replicó él.

Tesla le cogió por la palabra. Se levantó, sus piernas estaban poco firmes, y volvió a salir por la grieta por la que había entrado.

—No lo pierdas —advirtió el Jaff, el tono de su voz era casi satírico—. Es el único que tengo.

Hotchkiss estaba a un metro de distancia de la entrada.

—¿Lo has oído? —le preguntó Tesla.

Hotchkiss asintió. Ella abrió la mano y le dejó mirar el medallón. La única fuente de luz, los últimos
terata,
era incierta, pero los ojos de Tesla estaban bastante acostumbrados a ella. Leyó claramente la confusión en el rostro de Hotchkiss. No iba a conseguir ninguna revelación de él.

Le cogió el medallón y miró a Grillo, que no se había movido.

—Se desintegra —dijo Hotchkiss—. Claustrofobia.

Así y todo, Tesla se acercó a él. Grillo ya no miraba al cielo, ni al cadáver que flotaba en el agua. Tenía los ojos cerrados. Los dientes le castañeteaban.

—Grillo.

Él siguió castañeteando los dientes.


Grillo.
Soy Tesla. Necesito tu ayuda.

Pero él movió la cabeza: un movimiento pequeño y violento.

—Tengo que averiguar qué quiere decir esto.

Grillo ni siquiera abrió los ojos para ver de qué le hablaba Tesla.

«Estás sola, chica. Nadie te ayuda. Hotchkiss ni lo huele; Grillo no quiere; y Witt está muerto en el agua.» Los ojos de Tesla se fijaron en el cadáver, pero sólo un momento. Boca abajo, brazos en cruz. Pobre desgraciado. Ella no lo conocía en absoluto, pero le había parecido bastante buena persona.

Se apartó, volvió a abrir la mano, miró de nuevo el medallón, su concentración constantemente interrumpida por el transcurso de los segundos.

¿Que podía significar aquello?

La figura central era, indudablemente, humana. Las formas que se derivaban de ella, sin embargo, no. ¿Serían familiares suyos?, ¿o los hijos de la figura central? Eso parecía tener más sentido. Había una figura entre sus piernas abiertas que parecía un mono estilizado; y debajo de ella algo que reptaba; y más abajo…

¡Mierda! No eran sus hijos, sino sus
antepasados.
Se refería a la evolución. El hombre, en el centro; debajo, el mono; luego, el lagarto, el pez y el protoplasma (un ojo, o una célula sola).
El pasado está debajo de nosotros,
había dicho Hotchkiss en cierta ocasión. A lo mejor resultaba que tenía razón.

Suponiendo que ésa fuese la solución correcta, ¿qué significaban los dibujos de las otras tres parles? Sobre la cabeza de la figura había algo que parecía estar bailando, y su cabeza era enorme. Sobre esta segunda forma, la misma forma, pero simplificada, y sobre ella otra simplificación, sólo que venía a ser como un ojo (o una célula) de la cual, la forma que había debajo de ella, era un eco. A la luz de la primera interpretación, aquella simbología no era muy difícil de entender. Debajo, imágenes de la vida que había encontrado su desenlace en el hombre; encima, imágenes de la vida que iba
más allá
del hombre, la especie elevada a un estado espiritual perfecto.

Dos interpretaciones, de cuatro.

¿Cuánto tiempo le quedaba?

«No te preocupes por el tiempo —se dijo Tesla—. Lo que tienes que hacer es resolver el problema.»

Leyendo de derecha a izquierda, de un lado al otro del medallón, la secuencia no era ya tan fácil como de abajo arriba. En el extremo izquierdo había otro círculo, y en él se veía algo semejante a una nube. A su lado, más cerca del brazo extendido de la figura, un cuadrado, dividido en otros cuatro; más cerca aún, algo semejante a un rayo; luego, un manchón de algo (¿sangre de aquella mano?); y, por último la mano misma. En el otro lado, una serie de símbolos menos comprensibles todavía. Algo que podría chorrear o gotear de la mano izquierda de la figura; luego, una ola, o quizá fuesen serpientes. (¿Estaría cometiendo también literal?) Luego, algo que sólo podía ser un garabato, como un signo arañado en la superficie del medallón, y, finalmente, el cuarto y último círculo, un agujero horadado en el medallón. O sea, de lo sólido a lo no sólido. De un círculo con una nube a un espacio vacío, tal vez el día y la noche? No. ¿Quizá lo conocido y lo no conocido? Eso tenía más sentido.
Date prisa, Tesla, date prisa.
¿Lo redondo, y nuboso, y
conocido
?

Redondo, y nuboso. El Mundo. Y conocido. Si. El mundo; ¡el
Cosmos
!; lo cual significaba que el otro brazo, lo
no
conocido, ¡era el Metacosmos! Y sólo quedaba la figura del centro: el cruce de todo el diseño.

Se dirigió hacia la cueva donde Jaffe la esperaba, convencida de que sólo le quedaban unos segundos de tiempo.

—¡Lo tengo! —le gritó a través de la grieta—. ¡Lo tengo! No era verdad, pero el resto tendría que hacerlo por instinto.

El fuego del interior de la cueva estaba ya muy apagado, mas el horrible de los ojos de Jaffe seguía igual.

—Ya sé lo que es —dijo Tesla.

—¿Lo sabes?

—En uno de los ejes es la evolución, desde la primera célula hasta la divinidad. —Por la expresión de su rostro, Tesla comprendió que había acertado, por lo menos en parte.


Sigue
—dijo Jaffe—. ¿Qué hay en el otro eje?

—Son el Cosmos y el Metacosmos. Lo que sabemos y lo que no sabemos.


Muy bien
—aprobó Jaffe—. Muy bien. ¿Y en el centro?

—Nosotros. Los seres humanos.

La sonrisa se agrandó.


No
—dijo él.

—No.

—Se trata de un viejo error, ¿verdad? No es tan fácil como todo eso.

—Pero si es un ser humano, aquí está, ¡mira! —dijo Tesla.

—Sigues sin ver otra cosa que el símbolo.

—Mierda. ¡Odio todo esto! Y tú eres un arrogante. ¡Ayúdame!

—Has agotado los cinco minutos.

—¡Pero casi he acertado!

—¿No te das cuenta? No puedes averiguarlo. Ni siquiera con un poco de ayuda de tus amigos.

—Nadie me ha ayudado. Hotchkiss no tiene idea; Grillo se ha quedado tonto. Y Witt…

«Witt está en el agua», pensó Tesla. Pero no lo dijo, porque la imagen se le aclaró de pronto con fuerza reveladora.
Está echado en el agua con los brazos extendidos y las manos abiertas.

—Dios mío —dijo—, es la Esencia. Son nuestros sueños. No es la carne y la sangre en la encrucijada, sino la
mente.

La sonrisa de Jaffe desapareció, y la luz de sus ojos aumentó en brillo, un relucir paradójico que no iluminaba, sino que restaba luz al resto de la estancia, asimilándosela.

—Es eso, ¿verdad? —insistió ella—. La Esencia como el centro de todo. Como la
encrucijada.

Jaffe no respondió. No necesitaba hacerlo. Y Tesla supo entonces, sin el menor asomo de duda, que había acertado. La figura estaba
flotando
en la Esencia, con los brazos abiertos, y él, ella, o ello, soñaba en el mar de los sueños. Y, de alguna manera, ese soñar era el lugar en el que todo se originaba: la primera causa.

—No me extraña —dijo Tesla.

Jaffe habló entonces, como desde la tumba.

—¿Qué es lo que no te extraña?

—No me extraña que no te atrevieras cuando te diste cuenta de que te enfrentabas con la Esencia —replicó ella—. No me extraña.

—Puede que acabes arrepintiéndote de saber esto —dijo él.

—Yo nunca me he arrepentido de saber algo.

—Está vez te arrepentirás —insistió él—. Te lo garantizo.

Tesla dejó que se desahogara. Pero los tratos eran los tratos, y ella no tenía la menor intención de renunciar a su victoria.

—Me aseguraste que vendrías con nosotros.

—Lo sé.

—Nos acompañarás, ¿no?

—Es inútil —dijo él.

—No quieras escabullirte ahora. Sé lo que está en juego allí tan bien como tú.

—¿Y qué piensas que debemos hacer?

—Pues volver a la casa de Vance y tratar de cerrar el abismo.

—¿Cómo?

—Quizá necesitemos pedir consejo a un técnico.

—No los hay.

—Sí que los hay. Kissoon —dijo ella—. Nos debe un favor. No, qué digo un favor, nos debe varios. Pero lo primero es lo primero: necesitamos salir de aquí.

Jaffe la miró durante un buen rato, como si no estuviese aún seguro de si accedería o no a su petición.

—Si no vienes con nosotros —dijo ella— terminarás aquí, en la oscuridad, donde pasaste…, ¿cuánto tiempo fue?, ¿veinte años? Los Iad llegarán y tú te encontrarás aquí, bajo tierra, sabiendo que han conquistado la Tierra. Es posible que no den contigo. Después de todo, tú no comes, ¿verdad? Te encuentras por encima de todas esas necesidades físicas. Puedes sobrevivir, pongamos…, ¿cien años?, ¿mil? Pero estarás solo. Tú, y la oscuridad, con la certidumbre de lo que hiciste. ¿Te parece que eso va a resultarte agradable? Yo, personalmente, preferiría morir intentando impedir que los Iad penetraran…

—No eres muy persuasiva —dijo él—. Veo perfectamente lo que te propones. Eres una zorra charlatana, pero el Mundo está lleno de gente como tú. Te crees inteligente, mas no lo eres. No tienes la menor idea de lo que se nos echa encima. ¿Y yo? Puedo ver. Tengo los ojos de ese jodido hijo mío, que ahora se dirige al Metacosmos, y, gracias a eso, puedo sentir lo que se avecina. Pero no puedo verlo. No quiero. Lo que ocurre es que lo siento. Y voy a decirte algo, no tienes la más leve posibilidad de hacer nada.

—¿Es ése tu último esfuerzo por seguir aquí?

—No. Os acompañaré. Aunque sólo sea para ver tu expresión cuando fracases. Iré.

—Entonces, vamos —dijo ella—. ¿Sabes salir de aquí?

—Puedo buscar un camino.

—Bien.

—Pero primero…

—¿Qué?

Jaffe extendió la menos destrozada de sus manos.

—Mi medallón.

Antes de que pudieran empezar la ascensión tuvieron que sacar a Grillo de su estupor. Cuando Tesla salió de hablar con Jaffe, Grillo seguía sentado al borde del agua, con los ojos muy cerrados.

—Nos vamos de aquí —le dijo Tesla, en voz baja—. Grillo, ¿me oyes? Nos vamos de aquí.

—Muertos —dijo él.

—No —insistió Tesla—, vamos a salir, como lo oyes. —Le cogió por el brazo, mientras el dolor de su costado la apuñalaba a cada movimiento que hacía—. Vamos, Grillo, levántate. Tengo frío y pronto todo estará oscuro. —Negro como el carbón, sin duda; la luminiscencia de los
terata
se extinguía con rapidez—. Arriba hace sol, Grillo, y calor, y hay luz.

Sus palabras le hicieron abrir los ojos.

—Witt está muerto —murmuró.

Las olas de la catarata habían acercado el cadáver a la orilla.

—Pero nosotros no vamos a morirnos con él —dijo Tesla—. Vamos a vivir, Grillo. De modo que hazme el jodido favor de levantarte.

—No… no podemos…
subir
a nado —dijo Grillo, mirando la catarata.

—Hay otras maneras de salir —dijo Tesla—. Y más fáciles. Pero tenemos que darnos prisa.

Tesla miró hacia la cueva donde Jaffe examinaba las grietas de la roca, buscando, se imaginó, la mejor salida. Él no se hallaba en mejor situación que los demás, y una ardua escalada era totalmente impensable. Le vio llamar a Hotchkiss, y hacerle trabajar sacando escombros, mientras él inspeccionaba otras grietas. En ese momento, Tesla pensó que Jaffe no tenía más idea que ellos de cómo salir de aquel lugar; entonces se distrajo de su angustia concentrando su atención en la tarea de conseguir que Grillo se levantara de una vez. Hizo falta un poco más de persuasión, pero acabó por conseguirlo. Al fin Grillo se puso en pie; sus piernas casi no le sostenían, hasta que ella se las frotó para reanimárselas.

—Muy bien —le dijo Tesla—, estupendo. Y, ahora, en marcha.

Echó una última ojeada al cuerpo de Witt, esperando que fuese feliz dondequiera que estuviese. Si cada uno encontraba el cielo que deseaba, era evidente que Witt se hallaría en un celeste Palomo Grove: una ciudad pequeña y segura, emplazada en un valle pequeño y seguro, donde el sol siempre resplandecía y donde el corretaje de fincas era buen negocio. Le deseó felicidad y volvió la espalda a sus restos, preguntándose, al hacerlo, si él no habría sabido desde el principio que iba a morir allí, y si no se sentiría más contento formando parte de los cimientos de Grove que convertido en cenizas en algún crematorio.

Hotchkiss, llamado por Jaffe, había dejado de despejar de escombros una de las grietas y despejaba otra, en ese momento, lo cual aumentó las inquietantes sospechas de Tesla de que Jaffe no sabía cómo salir de allí. Fue a ayudar a Hotchkiss, empujando al mismo tiempo a Grillo para que saliera de una vez de su letargo y la imitara. El aire del agujero parecía rancio y de arriba no les llegaba nada de aire fresco. Pero quizás eso se debiera a que estaban a demasiada profundidad.

El trabajo era duro, y más duro aún en aquella oscuridad creciente. Nunca, en toda su vida, se había sentido Tesla más cerca del derrumbamiento total. No sentía las manos, tenía el rostro entumecido, y su cuerpo se negaba a moverse. Estaba segura de que la mayor parte de los cadáveres tenían más calor que ella. Hacía siglos, cuando todavía estaba al sol, que Tesla le había dicho a Hotchkiss que ella era tan capaz de cualquier cosa como el hombre más dispuesto, y estaba decidida a demostrarlo allí mismo. Se esforzó por trabajar, arrancando las rocas con tanta energía como él. Pero el que más trabajaba era Grillo, y su ímpetu, evidentemente, estaba impulsado por la desesperación. Grillo arrancó la más grande de las rocas con una fuerza de la que Tesla no le hubiera creído capaz.

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