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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Terror

El cuerpo de la casa (35 page)

BOOK: El cuerpo de la casa
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—Me pone la carne de gallina —dijo Don—. Pensar que está ahí fuera, utilizando tu nombre. La gente pregunta por Sylvie Delaney y es a ella a quien se refieren.

Sylvie se estremeció.

—Bueno, después de matarme, supongo que es sólo añadir insulto al daño.

—Voy a llamar —dijo él.

—¿A quién?

—Al servicio de información telefónica. Providence, Rhode Island.

—¿Y luego qué?

—Luego la invitaré a venir aquí.

—¿Qué te hace pensar que vendrá?

—Vamos, Sylvie, confía en mí. —Puso la voz de Marlon Brando como don Corleone—. Le haré una oferta que no podrá rechazar.

—No quiero que le hagas daño, Don —dijo Sylvie—. Sólo te meterías en problemas. No me ayudará en nada que acabes en la cárcel.

—No, no le haré daño. Todo lo que quiero es que se enfrente a lo que hizo. Que se enfrente a ti. Mientras estás todavía aquí.

—Oh —dijo ella—. Oh, Don, no estoy segura de querer…

—¿Por qué no? —replicó él—. ¿Qué puede hacerte? ¿De qué tienes miedo? Que se enfrente a su propia culpa y vergüenza.

Esas palabras resonaron con lo que le había contado sobre su encuentro con Gladys.

—Esperas que la casa la retenga —dijo Sylvie.

—Tal vez. Aunque probablemente no lo hará. Es culpable y lo que hizo es vergonzoso y lo sabe, no puede esconderse de eso. ¿Pero dolor y pérdida? Lo tiene todo. Apuesto a que no siente dolor alguno.

—Perdió a su familia —dijo Sylvie—. ¿Recuerdas?

—Entonces la casa la atrapará. Eso es justicia, Sylvie. Atraparla aquí.

—¿Pero cómo terminarás entonces la renovación?

Él apartó la mirada.

—No sé si lo haré.

—No puedes permitirte marcharte de este sitio.

Don se encogió de hombros.

—Tengo algo de dinero en el banco. Puedo derribar la casa, debilitarla para que las hermanas Extrañas no se sientan tan atraídas por ella.

—Pero entonces ella no estará atrapada.

—Sylvie, ¿por qué no quieres que la traiga?

—No lo sé. Porque… porque ésta es nuestra casa. Si voy a desvanecerme, el único recuerdo que quiero llevarme conmigo es éste. Tú y yo. En este lugar.

Don se levantó, anduvo hasta la pared del fondo, luego se detuvo.

—Muy bien —dijo.

—¿Muy bien qué?

—Muy bien, no la llamaré. Dejaré que se salga con la suya. Tendremos estos últimos días u horas, lo que nos quede, pasaremos el tiempo juntos y luego yo… lo olvidaré todo.

Se dio la vuelta y le dio una patada a la pared. Era dura y fuerte. Le lastimó el pie a pesar del zapato. Golpeó la pared con la palma de la mano y se apoyó en ella, llorando de nuevo, maldición.

Después de un rato, sintió la mano de ella en la espalda. Liviana, demasiado liviana.

—Don —dijo Sylvie—. Puedo enfrentarme a ella.

—No.

—Quiero hacerlo. Lo que me hizo, hecho está. Pero lo que te ha hecho a ti… eso me fastidia de veras.

Él se rió a su pesar, se dio la vuelta, la abrazó.

—¿Lo dices en serio?

—Hay menos de doce horas de viaje en coche hasta Providence si no tomas desvíos —dijo ella—. Lo tenía todo calculado. Parece que fue ayer.

—Déjame adivinar. Esa zorra se llevó tu coche.

Sylvie se apartó de él con un paso de baile.

—Somos unos críos tontos —dijo. Hizo una perezosa pirueta—. Hemos construido todo este castillo en el aire, y probablemente ella se habrá casado con algún ejecutivo de la Coca-Cola y estará viviendo en Atlanta con otro nombre.

—De todas formas, merece la pena intentarlo. Tiene sentido. Voy al lado a ver si me dejan usar el teléfono.

—Date prisa.

—No entres en el sótano, por favor.

—Claro —dijo ella—. Estoy demasiado ocupada perdiendo la vida bailando para molestarme con sótanos.

Ella seguía dando vueltas y vueltas cuando Don cerró la puerta tras él.

Miz Evelyn le recibió en la casa de al lado.

—¿Ya ha decidido lo que va a hacer? —preguntó.

—Sylvie se está desvaneciendo. Cuando desaparezca, no dejaré que la casa siga siendo fuerte.

—Pero tiene todo su dinero comprometido en ella.

—He perdido mucho más dinero que éste —dijo Don—. Si pierdes lo suficiente, empiezas a considerar que no es nada.

—El dinero no es nunca nada —dijo Miz Evelyn—. Todos estos años que hemos pasado lavando y cosiendo, viviendo de nada, cultivando un jardín, ahorrando, ahorrando. Todo para poder seguir viviendo aquí y no salir nunca del patio. El dinero es importante.

—No comparado con salvar a la gente que aprecio.

—Bueno, todo lo que puedo decir es que si debilita esa casa, yo seré la primera en besarlo.

—Demasiado tarde —dijo él.

—¿Ya hay cola? —rió Miz Evelyn—. Tendría que haberlo sabido, un joven guapetón como usted.

—Miz Evelyn, ustedes tienen teléfono, ¿verdad?

—Oh, ¿le hace falta usarlo? Está aquí mismo en la salita, sobre el escritorio.

Era un viejo teléfono negro de dial.

—No saben cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que usé uno de éstos —dijo él.

—Oh, no sé cómo podríamos vivir sin él. ¡Así es como pedimos la compra! ¡Y las bombillas y esas cosas!

—No me refiero al teléfono, sino a ese teléfono.

Ella no comprendió.

—Los teléfonos ahora tienen botones.

Ella pareció aturdida. Entonces comprendió.

—Oh, se refiere a botones para marcar. ¡Durante un momento pensé que para qué había que coserle botones a un teléfono! —Se echó a reír—. Oh, vaya. No salgo mucho. —Pareció triste.

Don descolgó el teléfono y marcó el 411. Le dieron el prefijo de Providence y luego marcó información en ese número. Era sorprendente lo irritante que podía ser. La presión en los bordes del dedo. La interminable espera para que el dial regresara a su posición.

—Para Providence —dijo.

Miz Judea entró en la habitación.

—Necesito el número de Sylvia Delaney. O Sylvie. No estoy seguro de cómo se escribe el apellido. Delaney.

Advirtió que no tenía nada con lo que escribir. Agitó una mano hacia las hermanas Extrañas, que estaban escuchando descaradamente.

—Un bolígrafo, por favor —dijo.

Miz Evelyn cogió un lápiz de un cubilete del escritorio, y un sobre abierto de la mesa del correo.

La operadora volvió.

—¿Podría ser S. Delaney, D-E-L-A-N-E-Y, en Academy Street?

—Podría ser, merece la pena intentarlo.

—Espere, por favor.

Después de un momento, la voz grabada empezó a entonar el número. Don lo anotó y lo marcó inmediatamente.

—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Miz Evelyn—. ¿No es Sylvie Delaney el nombre del fantasma?

Don asintió, mientras escuchaba sonar el teléfono.

Miz Evelyn siguió hablando, al parecer con Miz Judea.

—¿Por qué llama a una chica muerta de Providence cuando su fantasma está en la casa de al lado?

—Calla y escucha, Evvie —dijo Miz Judea.

Alguien cogió el teléfono. Una voz de mujer.

—¿Diga?

—Hola, ¿hablo con Sylvie Delaney? —Hizo todo lo posible para que su voz sonara alegre y despreocupada.

—Sí —dijo ella—. ¿Quién es? —Aburrida. Debía tener un montón de hombres sin identificar que la llamaban.

—Perdóneme, pero sólo quiero asegurarme de que he encontrado a la persona correcta. ¿Se licenció usted en la UNC-Greensboro?

—¿Quién es?

Don esperó un momento.

—Cuando esté seguro de que es la persona correcta —dijo.

—Sí, me licencié allí. ¿Quién es usted?

—No nos conocemos, señorita Delaney —dijo Don—. Pero es como si la conociera. Verá, he estado renovando la vieja casa Bellamy.

—No conozco ese lugar.

—Se alojó usted allí a mediados de los ochenta.

—Debe tratarse de otra persona. Adiós.

—Cuelgue si quiere, señorita Delaney, pero he visto lo que hay en el túnel bajo la casa.

Ella no dijo nada.

—Parece que no va a colgar —dijo Don.

—Tal vez tengamos que conversar un poco.

Don cubrió el receptor y le susurró a las ancianas:

—Ahora sí quiere hablar. —Se volvió al teléfono—. Sí, creo que deberíamos vernos.

—¿Está en la ciudad? —preguntó ella.

—No, aquí en Greensboro.

—Bueno, no esperará que lo deje todo y vaya hasta allí, ¿no? Tengo un empleo, tengo responsabilidades…

—No es mi problema, ¿no? —dijo Don—. Apuesto a que puede estar aquí mañana a mediodía. Si no, llamaré a la policía para que vean el cuerpo. Cuando descubran que encaja con los archivos dentales de Sylvie Delaney, empezarán a preguntarse quién es esa mujer que ha estado usando el nombre de Sylvie Delaney todos estos años.

—Está loco si cree que va a hacerme chantaje con algo que claramente se ha inventado.

—No estoy grabando esto, así que puede ahorrarse el fingir que es inocente —dijo Don—. Mañana a mediodía, en la casa Bellamy. Venga a la puerta delantera, y venga sola.

—Es la broma más estúpida que he oído jamás.

—Tengo muchas ganas de conocerla… Lissy.

—¿Quién es usted? —exigió ella.

Don depositó el receptor en la horquilla. Luego se sentó en uno de los mullidos sillones del salón.

—Puede que sea la cosa más estúpida que he hecho en la vida.

—¿Qué ha hecho? —preguntó Miz Evelyn.

—¿Es que te has quedado sin sesera, tonta palurda? —dijo Miz Judea—. Acaba de invitar a la mujer que mató a la chica de al lado a venir para que lo mate también a él.

—¡Oh! —exclamó Miz Evelyn—. ¡Menuda tontería por su parte, señor Lark!

—Lo sé —dijo él—. Pero en el momento me pareció buena idea.

—¿Quiere decir que ni siquiera tiene un plan? —preguntó Miz Judea.

—Lo único que sé es que Lissy Yont va a enfrentarse con Sylvie una última vez antes de que Sylvie desaparezca.

Miz Judea sacudió la cabeza.

—Será mejor que vuelva a hablar con Gladys —dijo—. Esta vez ha mordido más de lo que puede tragar.

En la habitación no había cambiado nada, excepto que Gladys parecía aún más cansada y más impaciente.

—Me gustaría que le dijera a esa chica que se deje de tanto bailar —dijo—. Me agota.

—¿Su baile?

—Vueltas y más vueltas. Como un hilo de coser. Me envuelve en nudos.

—Bueno, no se preocupe —dijo Don—. Pronto se habrá ido.

Inmediatamente Gladys se llenó de compasión.

—Oh, pobrecillo. Nunca se acaba para usted, ¿verdad?

¿Se estaba burlando de él?

—Miz Judea piensa que debería hablar con usted.

—Sólo porque es usted más estúpido que hecho de encargo —dijo Gladys—. Por supuesto, lo digo con el mejor de sus intereses en el corazón. La mayoría de la gente es estúpida. No tengo nada contra ella. Sólo me pregunto qué debemos hacer por usted cuando esté muerto.

—Vaya, ¿ahora puede ver el futuro?

—Miz Judea me ha contado lo que hizo usted. Esa mujer está ahora mismo volviéndose loca, decidiendo cómo va a matarlo y salir de rositas.

—Bueno, si le sirve de consuelo probablemente está planeando también cómo quemar la casa o hacerla volar por los aires para destruir todas las pruebas en su contra. Así que ustedes saldrán ganando pase lo que pase.

—Lo último que queremos es que la quemen. La sombra de esa casa tardará años en difuminarse, si se quema. Necesitamos que la derriben. Por si no ha estado usted escuchando.

—Déjenme respirar un momento —dijo Don—. Ustedes no han ideado nada. Y yo voy a conseguir un poco de justicia para Sylvie antes de que se vaya.

—¿Cuál Sylvie?

—¿Cuál? —Don se sintió confuso—. Sylvie. La única Sylvie.

—¿La Sylvie que está muerta y vive ahí al lado? ¿O la Sylvie que probablemente está comprando una pistola ahora mismo y viene de camino para matarlo?

—Ésa es Lissy Yont.

—Era Lissy —dijo Gladys—. ¿No sabe nada del poder de los nombres, señor Lark? Cuando salvé a esas muchachas, las llamé por los nombres de su alma: nombré su espíritu y su cuerpo. Cuando esa chica empezó a usar el nombre de Sylvie, no sabía en lo que se metía. Cuando la gente te conoce por un nombre, te llama por ese nombre y tú respondes, ata el nombre a ti. Su espíritu sigue siendo Lissy Yont, pero todo el mundo ha llamado a su cuerpo Sylvie Delaney desde hace diez años. Se ha dividido. Su alma está dividida, de modo que el nombre de su cuerpo es ahora Sylvie Delaney.

—¿Entonces el nombre del alma es el espíritu y el cuerpo? —dijo Don.

—Si se dividen los nombres se divide el alma. Deja espacio para que otros espíritus intenten apoderarse del cuerpo, poseerlo. Esa mujer no sabe lo débil que es su presa sobre su propio cuerpo. Ese cuerpo no se siente parte de ninguna alma, siente sólo que está poseído por este espíritu llamado Lissy. Quiere estar con su espíritu adecuado —Gladys rió de placer—. ¡La gente que no sabe lo que hace comete las tonterías más grandes! Como usted, que llama a una asesina para que lo visite.

—¿Y le parece gracioso? —preguntó Don, irritado ahora.

—No me reiré cuando esté usted muerto —dijo Gladys, un poco irritada ella misma.

—No será esta vez.

—¿Por qué no? No me parece a prueba de balas.

—Porque mucho antes de que me encuentre, se topará con Sylvie cara a cara, la Sylvie real, allí mismo en esa casa, donde Sylvie es fuerte. Donde la casa la obedece.

—Sylvie es fuerte comparada con los muertos que no tienen casa. Pero una mujer muerta nunca es tan fuerte como una viva.

—No van a pelear. Lissy sólo va a enfrentarse con lo que le hizo a Sylvie.

—Lo que quiere decir que piensa usted que ese fantasma va a darle un susto de muerte.

—Ella cree que se salió con la suya. Sólo quiero que vea que hay vida después de la muerte y que algún día tendrá que responder por lo que hizo.

—¿No se le ha ocurrido que sólo la gente buena tiene miedo de pagar por sus pecados?

—No, señora —dijo Don—. He conocido a algunas personas malas y a algunas personas buenas en mi vida, y son los malos los que viven en el temor, todo el tiempo. Porque conocen sus propios corazones, señorita Gladys, y creen que todos los demás están esperando el momento para hacer con ellos lo mismo que ellos hicieron con los demás.

—La gente es más simple de lo que usted cree, señor Lark.

—¿Se ha pasado los últimos sesenta años sentada en una cama engordando mientras pronuncia hechizos para impedir que una casa vieja engulla a sus amigas, y me dice que la gente es simple?

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