Read El castillo de Llyr Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (4 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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—Si Dallben hubiese dejado que se quedara con nosotros… —dijo Taran, muy preocupado—. Él también debía saber que Achren estaba viva. ¿No comprendió que Eilonwy correría peligro apenas dejara de encontrarse bajo su protección?

—Dallben tiene una gran mente y no siempre soy capaz de llegar hasta el fondo de sus planes —dijo Gwydion—. Sabe muchas cosas, pero es más lo que presiente de lo que revela a los demás. —Gwydion dejó su lezna, cogió una correa de cuero y empezó a coserla a la sandalia—, Dallben me avisó de que la princesa Eilonwy iría a Mona y me aconsejó que estuviera atento a lo que suceda en este sitio, y también me contó otras cosas. Pero es mejor que no hablemos de ellas por el momento.

—No puedo quedarme sentado sin hacer nada mientras que Eilonwy corre peligro —insistió Taran—. ¿No hay forma alguna de que pueda ayudarte?

—La mejor ayuda que puedes prestarme es mantenerte callado —le respondió Gwydion—. Observa cuanto ocurra a tu alrededor. No hables de mí ni hagas ningún comentario sobre nuestra conversación, ni con la princesa Eilonwy ni tan siquiera con Fflewddur. —Sonrió—. Nuestro buen bardo me vio en los establos y, por suerte, no me reconoció. Mientras tanto…

Antes de que el príncipe de Don pudiera terminar la frase, Gurgi empezó a agitar los brazos para avisarles. Oyeron pasos que se acercaban por el pasillo, y Gwydion se concentró rápidamente en la tarea de terminar las sandalias.

—¡Hola, hola! —exclamó el príncipe Rhun, entrando en la habitación—, Ah, zapatero, estás aquí… ¿Has terminado tu trabajo? Oh, hay que reconocer que son preciosas, ¿verdad? —dijo, contemplando las sandalias—. Asombrosamente bien hechas. No me disgustaría nada tener un par. Oh… Mi madre quiere verte en la Gran Sala —añadió, volviéndose hacia Taran.

El rostro de Gwydion se había cubierto repentinamente de surcos y arrugas; sus hombros estaban encorvados y su voz temblaba bajo el peso de la edad.

—Venid conmigo, joven príncipe —dijo Gwydion, haciéndole una seña a Rhun y apartando los ojos de Taran—. Tendréis unas sandalias adecuadas a vuestro rango.

Taran salió rápidamente de la habitación y corrió por el pasillo, con Kaw revoloteando detrás de él. Gurgi, con los ojos muy abiertos a causa del miedo, iba trotando a su lado.

—¡Oh, temible peligro! —gimoteó Gurgi—. Gurgi lamenta mucho que el gran hechicero nos haya enviado a este lugar lleno de amenazas. Gurgi quiere ocultar su pobre y tierna cabeza bajo la buena y amable paja de Caer Dallben.

Taran le hizo una seña para que guardara silencio.

—Estoy seguro de que Eilonwy corre un peligro mucho mayor que nosotros —murmuró, yendo tan de prisa como podía hacia la Gran Sala—. Y pensar que Achren puede aparecer en cualquier momento me resulta tan desagradable como a ti. Pero Gwydion ha venido para proteger a Eilonwy, y nosotros debemos hacer lo mismo.

—¡Sí, sí! —exclamó Gurgi—. El valiente y leal Gurgi protegerá también a la princesa de cabello dorado, oh, sí; y ella estará a salvo gracias a Gurgi. Pero — resopló—, Gurgi sigue teniendo muchas ganas de estar en Caer Dallben.

—Valor, amigo mío —dijo Taran. Sonrió y puso su mano sobre el tembloroso hombro de Gurgi—. Los compañeros sabremos cuidarnos mutuamente para que nada malo le ocurra a ninguno de nosotros. Pero recuerda…, ni una palabra de que Gwydion está aquí. Tiene sus propios planes y no debemos hacer nada que pueda revelárselos a los demás.

—¡Gurgi guardará silencio! —gritó Gurgi, llevándose las manos a la boca—, ¡Oh, sí! Pero, cuidado —añadió, señalando con el dedo a Kaw—, porque ese negro pájaro charlatán puede acabarlo contando todo con graznidos y chillidos.

—¡Silencio! —graznó Kaw, ladeando la cabeza—. ¡Silencio!

Una vez en la Gran Sala, con sus losas que parecían cubrir un espacio tan grande como el huerto de Caer Dallben, Taran vio a Eilonwy rodeada por un grupo de damas de la corte. Algunas, de edad parecida a la suya, estaban escuchando con cara de gran placer lo que decía la princesa; el resto de damas, que se parecían enormemente a la reina Teleria, estaban frunciendo el ceño o murmuraban a escondidas. Magg, inmóvil junto al trono de la reina, las observaba con expresión impasible.

—…y ahí estábamos —decía Eilonwy, con los ojos echando fuego—, ¡hombro contra hombro, espada en mano! ¡Los Cazadores de Annuvin salieron del bosque! ¡Y un instante después cayeron sobre nosotros!

Las jóvenes dejaron escapar un jadeo emocionado mientras que algunas de la damas más maduras emitían cacareos de horror que a Taran le recordaron el gallinero de Dallben. Taran se dio cuenta de que Eilonwy llevaba una capa nueva; su cabello había sido cepillado y peinado de una forma diferente; ahora destacaba entre las damas de la corte igual que un pájaro de plumas doradas, y Taran, sintiendo una extraña punzada en el corazón, se dio cuenta de que, de no haber sido por su voz, quizá no hubiera logrado reconocerla.

—¡Llyr bendito! —exclamó la reina Teleria, que se había levantado de su trono mientras que Eilonwy se disponía a continuar con su relato de la batalla—. Estoy empezando a pensar que no has tenido ni un… (mi querida niña, no pongas esa cara de placer cuando hablas de cortar en pedacitos a la gente con espadas)… momento de seguridad en toda tu existencia. —Parpadeó, meneó la cabeza y se dio aire con un pañuelo—. Desde luego, me alivia mucho que Dallben haya decidido obrar con cordura y te haya mandado a vivir con nosotros. Por lo menos, aquí no correrás peligro.

Taran contuvo el aliento, necesitando toda su fuerza de voluntad para contenerse y no proclamar a voz en grito lo que le había contado Gwydion.

—¡Ah, aquí estás! —dijo la reina Teleria, que había visto a Taran—. Quería hablarte del… (eso es, muchacho, camina con paso firme, haz una reverencia algo más pronunciada, si es que puedes, y por el amor de Llyr, no frunzas el ceño)… banquete real de esta noche. Supongo que te alegrará saber que tenemos planeado invitar a un bardo absolutamente soberbio; bueno, es decir, alguien que afirma ser un bardo y que, dicho sea de paso, afirma conocerte.

—Ese hombre que proclama ser un bardo ya ha recibido órdenes de acudir al banquete de esta noche —dijo Magg, sin disimular su disgusto al tener que referirse a Fflewddur.

—Así pues, y en lo que respecta al asunto de la ropa nueva, lo mejor será que vayas inmediatamente con Magg y busques alguna prenda que ponerte —siguió diciendo la reina Teleria.

—Ya me he ocupado de eso, dama Teleria —murmuró el gran mayordomo, entregándole a Taran un jubón y una capa pulcramente doblada.

—¡Maravilloso! —exclamó Teleria—. Entonces, cuanto queda por hacer es… ¡Bueno, creo que ya está todo hecho! Por lo tanto, Taran de Caer Dallben, sugiero que vayas… (no pongas ese ceño o envejecerás antes de tiempo)… preparándote.

Taran apenas si había terminado de hacerle una reverencia a la reina Teleria cuando Eilonwy le cogió de un brazo, hizo lo mismo con Gurgi y se los llevó a ambos a un rincón.

—Naturalmente, ya habrás visto a Fflewddur —murmuró—. Supongo que esto irá pareciéndose un poco más a los viejos tiempos… ¡Menos mal que está aquí! Jamás había conocido a mujeres más tontas! ¡Vaya, pero si creo que ni una sola de ellas ha manejado nunca una espada…! Lo único que desean es hablar de los bordados y los trajes y de cómo llevar un castillo. Las que tienen esposo siempre andan quejándose de él, y las que no lo tienen siempre andan quejándose de lo difícil que es encontrar marido. ¡Se han pasado toda la vida en Dinas Rhydnant! Les conté un par de cosas sobre nuestras aventuras; y no de las mejores…, ésas me las guardo para después, para cuando estés presente y puedas contar el papel que tuviste en ellas.

»Bien —siguió diciendo Eilonwy, con los ojos chispeantes—, después del banquete nos reuniremos con Fflewddur y nos marcharemos a explorar ese sitio durante unos cuantos días. No se darán ni cuenta de que nos hemos ido; aquí siempre hay montones de gente entrando y saliendo… Estoy segura de que Mona puede ofrecernos alguna que otra aventura, pero desde luego no vamos a encontrarlas en este ridículo castillo. Y ahora, lo primero que debes hacer es buscarme una espada… Ojalá me hubiera traído una de Caer Dallben. No creo que vayamos a necesitar espadas, claro está, pero siempre es mejor tenerlas a mano, por si acaso. Y, naturalmente, Gurgi deberá traer consigo su bolsa de comida…

—Eilonwy —la interrumpió Taran—, no podemos hacer eso.

—¿Por qué? —le preguntó Eilonwy—. Oh, de acuerdo, olvida las espadas. Nos iremos a buscar aventuras tal y como estamos… —Le miró, indecisa—. Pero ¿qué te pasa? Desde luego, hay veces en que pones unas caras realmente extrañísimas… Por ejemplo, ahora pones la misma cara que si estuvieras viendo cómo se te cae encima una montaña. Bien, tal y como decía…

—Eilonwy —le dijo Taran con firmeza—, no debes salir de Dinas Rhydnant. Eilonwy le miró fijamente, boquiabierta y tan sorprendida que por un momento no supo qué decir.

—¡Cómo! —exclamó—. ¿Qué has dicho? ¿Que no debo salir del castillo? ¡Taran de Caer Dallben, creo que el aire salobre del mar te ha reblandecido los sesos!

—Escúchame —le dijo Taran con voz grave, buscando alguna forma de convencer a la perpleja muchacha sin revelar el secreto de Gwydion—. Dinas Rhydnant es… Bueno, es un sitio desconocido y no estamos familiarizados con él. No sabemos nada de Mona. Puede que…, puede que haya peligros que…

—¡Peligros! —chilló Eilonwy—. ¡Pues claro que los habrá! ¡Y el mayor de todos es que me muero de aburrimiento! ¡No pienso hacerme vieja en este castillo, puedes estar seguro de eso! ¡Y que tú de entre toda la gente oses decirme que no debo buscar más aventuras…! Pero, bueno, ¿qué te ocurre? ¡Estoy empezando a creer que tu coraje se fue por la borda junto con la piedra que sirve de ancla al barco de Rhun!

—No es un asunto de coraje —protestó Taran—, Se trata de una simple cuestión de prudencia…

—¡Prudencia! —exclamó Eilonwy—. ¡Pero si antes nunca pensabas en lo que era prudente o en lo que no lo era!

—La situación es distinta —dijo. Taran—, ¿Es que no puedes comprenderlo? —le suplicó, aunque la expresión de su rostro le decía claramente que Eilonwy no entendía por qué le estaba diciendo todo aquello y, por un instante, sintió la tentación de contarle toda la verdad. Pero, en vez de sucumbir a ella, la cogió por los hombros—. No debes salir del castillo —le ordenó con irritación— y como sospeche que tienes intención de hacerlo le pediré al rey Rhuddlum que te haga vigilar.

—¿Qué? —chilló Eilonwy—. ¿Cómo te atreves a…? —Y, de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Sí, ya lo entiendo! ¡Te alegra que me hayan enviado a esta maldita isla para vivir rodeada de gallinas cluecas! ¡Estabas deseando librarte de mí! Quieres que me quede aquí, prisionera de este horrible castillo… ¡Eso es peor que meterle la cabeza a alguien en un saco de plumas! —Sollozando, Eilonwy empezó a patalear—, ¡Taran de Caer Dallben, no pienso dirigirte la palabra nunca más!

4. Sombras

El banquete de aquella noche fue, con total seguridad, el más alegre y animado de toda la existencia del castillo. Kaw, que se había posado en el respaldo de la silla de Taran, movía la cabeza hacia arriba y hacia abajo como si todo el banquete hubiera sido preparado en su honor. El rey Rhuddlum estaba radiante; la conversación y las risas de los invitados resonaban por toda la Gran Sala. Magg iba y venía por detrás de la gran mesa que ocupaban las damas de la corte, chasqueando los dedos y susurrándoles órdenes a los criados que se encargaban de traer el interminable desfile de platos y vinos. Para Taran el banquete fue una auténtica pesadilla; estuvo todo el rato en silencio, nervioso y preocupado, y apenas si probó la comida.

—No sé por qué has de poner tan mala cara —le dijo Eilonwy—. Después de todo, no eres tú el que se ha de quedar aquí, ¿verdad? Estoy intentando tomarme las cosas de la mejor forma posible y, la verdad, no puede decirse que me ayudes mucho. Y, por cierto, te recuerdo que dado tu comportamiento de antes pienso seguir sin dirigirte la palabra.

Y, sin hacer caso alguno de sus confusas protestas, Eilonwy le dio la espalda y empezó a hablar animadamente con el príncipe Rhun. Taran se mordió el labio. Tenía la sensación de estar gritando sin voz mientras que Eilonwy, sin darse cuenta de nada, corría alegremente hacia el borde de un acantilado.

Al final del banquete Fflewddur afinó su arpa, fue hacia el centro de la Gran Sala y cantó su nueva composición. Taran le escuchó sin gozar demasiado de ella, aunque se dio cuenta de que era la mejor que había creado hasta la fecha. Cuando Fflewddur hubo terminado, el rey Rhuddlum empezó a bostezar y los invitados fueron levantándose de la mesa. Taran tiró de la manga de Fflewddur y le llevó hasta un rincón.

—He estado pensando en eso de los establos —le dijo Taran, preocupado—. No me importa lo que diga Magg, no es un sitio adecuado para ti. Hablaré con el rey Rhuddlum y me aseguraré de que le ordene a Magg que te devuelva tu antiguo aposento del castillo. —Taran vaciló—. Yo… Bueno, creo que sería mejor que estuviéramos cerca los unos de los otros. Somos forasteros y no sabemos nada de este sitio y de sus costumbres.

—Por el Gran Belin, no dejes que eso te preocupe ni por un instante —replicó el bardo—. Por mi parte, prefiero los establos. A decir verdad, ésa es una de las razones que me impulsan a vagabundear por el mundo—, así consigo salir de esos aburridos castillos… Y, además —añadió, tapándose la boca con la mano—, tendríamos problemas con Magg, y si acaba haciéndome perder los estribos, las espadas saldrán de sus vainas, ya que los Fflam tienen la sangre ardiente, y no creo que ése sea el tipo de conducta cortés que se espera de un invitado, ¿verdad? No, no, todo irá estupendamente. Volveremos a vernos por la mañana. —Y, con esas palabras, Fflewddur se echó su arpa al hombro, le dio las buenas noches y salió de la Gran Sala.

—Algo me dice que deberíamos mantenernos alerta —le dijo Taran a Gurgi. Puso su índice bajo las patas de Kaw y colocó al pájaro en el hombro de Gurgi: una vez allí, Kaw empezó a hurgar con el pico por entre el revuelto vello de Gurgi—. Mantente cerca de la habitación de Eilonwy —siguió diciendo—. Pronto me reuniré contigo. No te apartes de Kaw y si ves algo que se salga de lo normal haz que venga a buscarme. Gurgi asintió.

—Sí, sí —murmuró—. El leal Gurgi vigilará atentamente y protegerá los sueños y sopores de la noble princesa.

Taran fue hacia el patio, ocultándose entre la multitud de invitados que se marchaban. Caminó raudo hacia los establos, con la esperanza de encontrar a Gwydion. El límpido cielo nocturno estaba cuajado de estrellas, y una brillante luna se cernía sobre los riscos de Mona. Una vez en los establos, Taran no descubrió rastro alguno del príncipe de Don, aunque se tropezó con Fflewddur, enroscado sobre la paja, el brazo posado sobre su arpa y roncando apaciblemente.

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