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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (9 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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El príncipe de Mona asintió, pero apenas se puso en pie Llyan le miró, dejando escapar un gruñido de advertencia. El príncipe Rhun parpadeó y volvió a sentarse. Llyan se había quedado quieta y estaba mirando fijamente a los compañeros.

—¡Gran Belin! —susurró Fflewddur—. No hagas que se ponga nerviosa. Lo único que conseguirás es despertarle el apetito. Está claro que no piensa dejarnos salir de aquí.

—Pero tenemos que escapar —dijo Taran—. ¿Por qué no intentamos lanzarnos sobre ella todos a la vez? Quizá uno de nosotros logre huir.

Fflewddur meneó la cabeza.

—Primero despacharía al resto y después no le costaría nada atrapar a ese superviviente solitario —replicó—. Déjame pensar, déjame pensar… —Frunció el ceño, se llevó la mano a la espalda y cogió su arpa. Llyan, que no había parado de gruñir, le miró fijamente pero no se movió—. Tocar siempre me ha relajado mucho —explicó Fflewddur, apoyando el instrumento en su hombro y pasando las manos sobre las cuerdas del arpa—. No sé si eso hará que se me ocurra alguna idea; pero si toco, al menos la situación dejará de parecerme tan espantosa.

Una suave melodía brotó del arpa, y Llyan empezó a emitir un ruido de lo más peculiar.

—Gran Belin —exclamó Fflewddur, dejando de tocar—. ¡Casi me había olvidado de ella! Puede que a mí me relaje, pero ¿quién sabe qué efectos tendrá la música sobre una hembra de gato montes?

Llyan dejó escapar un extraño maullido que casi parecía una súplica. Pero en cuanto vio que Fflewddur se disponía a colgarse nuevamente el arpa del hombro el tono del maullido cambió, haciéndose mucho más áspero. Ahora estaba gruñendo amenazadoramente .

—¡Fflewddur! —murmuró Taran—, ¡Sigue tocando!

—No pensarás que le gusta mi música, ¿verdad? —replicó el bardo—. La verdad, me resultaría bastante difícil de creer. Vaya, si hasta algunos seres humanos han dicho cosas bastante feas sobre mi música. No me parece probable que una gata gigante sea capaz de apreciarla mejor que ellos… —Pero volvió a pasar los dedos por las cuerdas.

Y esta vez a Taran no le quedó ni la más mínima duda: Llyan estaba fascinada por el arpa. El gran cuerpo de la gata se fue relajando, sus músculos parecieron volverse casi líquidos y Llyan empezó a pestañear pacíficamente. Para estar seguro, Taran le pidió a Fflewddur que dejara de tocar. Apenas lo hizo, Llyan empezó a ponerse nerviosa. Movió la cola, y sus bigotes temblaron con lo que sólo podía ser irritación. Y en cuanto Fflewddur volvió a tocar, Llyan apoyó la cabeza en el suelo, con las orejas apuntando hacia adelante, y se dedicó a contemplarle con adoración.

—¡Sí, sí! —gritó Gurgi—. ¡Sigue con los acordes y los discordes!

—Créeme —le dijo el bardo con voz temblorosa—, no tengo ni la más mínima intención de parar.

Llyan cruzó las patas ante su enorme pecho y empezó a emitir un ruido que recordaba al de un enjambre de abejas. Su boca se curvó en una sonrisa, y la punta de su rabo se fue moviendo suavemente siguiendo el compás de la música.

—¡Ésa es la respuesta! —exclamó Fflewddur, levantándose de un salto—. ¡Huid, amigos, aprovechad que se ha calmado! —Pero apenas se hubo levantado, Llyan se incorporó también, furiosa, y el bardo tuvo que volver a sentarse, pulsando rápidamente las cuerdas para seguir con vida.

—Tú música la tranquiliza, pero creo que no piensa dejarnos marchar —dijo Taran, preocupado.

—No es eso —dijo el bardo, mientras que sus manos volaban sobre las cuerdas del arpa—. Creo que vosotros podréis salir de aquí sin ningún problema. Por desgracia —añadió con voz abatida—, ¡me temo que está decidida a quedarse conmigo!

8. El arpa de Fflewddur

—¡Escapad de este lugar! —les dijo el bardo con voz apremiante mientras sus dedos seguían pulsando las cuerdas sin parar ni un segundo—. ¡Marchaos! No tengo ni idea de cuánto tiempo van a durarle las ganas de escucharme…, ¡ni de cuánto rato seré capaz de seguir tocando!

—Tiene que haber otra solución —exclamó Taran—. No podemos dejarte aquí.

—No creas que la idea me gusta más que a ti —replicó el bardo—, pero es vuestra única oportunidad. Tenéis que aprovecharla ahora mismo.

Taran no sabía qué hacer. Fflewddur estaba muy serio y su rostro empezaba a dar ya ciertas señales de cansancio.

—¡Marchaos! —repitió Fflewddur—. Seguiré tocando todo el tiempo posible. Cuando no pueda seguir haciéndolo, Llyan quizá decida que no quiere comerme y acabe marchándose a cazar. No os preocupéis. Si lo del arpa no funciona, ya se me ocurrirá alguna otra idea.

Taran se dio la vuelta, desesperado. Llyan estaba tumbada de costado en el umbral, con una pata extendida y la otra junto a su vello leonado. Su cuello se arqueó y su enorme cabeza se volvió hacia Fflewddur. Aquella criatura salvaje parecía encontrarse muy a gusto y casi transmitía una impresión de mansedumbre. Sus ojos amarillos, medio ocultos tras los párpados, siguieron clavados en el bardo mientras que Taran se movía sigilosamente para ir hasta donde estaban Gurgi y el príncipe Rhun. La espada de Taran seguía junto a las otras armas, bajo su pata, y Taran no se atrevió a hacer ningún intento de recuperarla, pues temía romper el hechizo creado por el arpa de Fflewddur.

El agujero que había en el rincón de la choza permitía acceder al claro. Taran le indicó por señas al príncipe que saliera por él. Gurgi le siguió, andando de puntillas, con los ojos desorbitados por el miedo; tuvo que sujetarse las mandíbulas con ambas manos para impedir que le castañetearan los dientes.

Taran seguía sin decidirse a salir de la choza, y se volvió una vez más hacia el bardo.

—¡Fuera, fuera! —le ordenó Fflewddur, haciéndole señas frenéticamente—. Me reuniré con vosotros tan pronto como pueda. ¿Acaso no te he prometido que haría una nueva canción? Te aseguro que podrás oírla interpretada por mí mismo. Hasta entonces… ¡Adiós!

El tono y la mirada de Fflewddur no admitían discusión alguna. Taran saltó por el agujero y un instante después se encontró fuera de la choza.

Tal y como temía Taran, los caballos, asustados ante la presencia de Llyan, habían acabado por romper sus riendas y salir huyendo. Gurgi y el príncipe Rhun ya habían atravesado el claro y se habían esfumado en el bosque. Taran echó a correr y no tardó en reunirse con ellos. Rhun ya había empezado a ir un poco más despacio: respiraba con dificultad y tenía la impresión de que le fallarían las piernas en cualquier momento. Taran y Gurgi cogieron al tambaleante príncipe por los brazos y le hicieron seguir avanzando tan de prisa como les fue posible.

Los tres compañeros avanzaron durante unos minutos por entre la espesura, luchando con las ramas y los matorrales. El bosque había empezado a volverse menos denso: Taran no tardó en divisar una pradera y se detuvo en cuanto salieron de entre los árboles. Sabía que el príncipe Rhun había llegado al límite de sus fuerzas, y su única esperanza era que estuvieran lo bastante lejos de Llyan como para encontrarse a salvo.

El príncipe de Mona se dejó caer en la hierba, agradecido.

—Dentro de unos momentos podré volver a levantarme —protestó débilmente. La capa de hollín que le cubría el rostro no lograba disimular la palidez de su piel, pero, aun así, hizo un valeroso esfuerzo por sonreír con su acostumbrada jovialidad—. Es sorprendente lo que cansa correr, ¿verdad? Espero que encontremos pronto al jefe de establos; tengo muchas ganas de poder ir nuevamente a caballo.

Taran, sin responderle, clavó sus ojos en Rhun. El príncipe de Mona acabó inclinando la cabeza.

—Ya sé lo que estás pensando —dijo Rhun en voz baja—. De no ser por mí no estaríais en semejante apuro. Y me temo que tienes razón. Todo lo sucedido es culpa mía. Lo único que puedo hacer es pediros perdón. La verdad, no soy lo que se dice una lumbrera… —añadió Rhun, sonriendo con tristeza—. Hasta mi vieja nodriza solía decir que era capaz de tropezar con mis pies. Pero no creáis que me gusta ser tan torpe. No es lo que la gente espera de un príncipe… No fui yo quien pidió nacer teniendo sangre real, eso al menos no es culpa mía. Pero dado que así ocurrió… Bueno, mi mayor deseo es llegar a ser digno de ese linaje.

—Si lo deseas acabarás consiguiéndolo —respondió Taran, sintiéndose extrañamente conmovido por la franqueza del príncipe de Mona, y sintiendo también una considerable vergüenza ante el mal concepto en que había tenido hasta ahora a Rhun—. Soy yo quien debe pedirte perdón. Si envidiaba tu rango es porque creía que lo considerabas un mero regalo de la fortuna y lo aceptabas como algo caído del cielo. Acabas de decir una gran verdad: si un hombre quiere ser digno de ocupar una posición en la vida, sea la que sea, antes debe esforzarse por ser realmente un hombre.

—Sí, eso es justo lo que quería decir —se apresuró a responder Rhun—. Y por eso mismo tenemos que encontrar lo más de prisa posible al jefe de establos. ¿No lo comprendéis? Tenía la esperanza de que al menos sabría hacer una cosa bien. Quiero… Bueno, quiero ser el que encuentre a la princesa Eilonwy. Después de todo, voy a casarme con ella.

Taran le miró, asombrado.

—¿Cómo lo sabes? Creía que sólo tus padres…

—Oh, el castillo siempre está lleno de rumores y de vez en cuando oigo un poco más de lo que se supone debo saber —replicó Rhun—. Supe que estaban planeando un matrimonio incluso antes de que mandaran a buscar a la princesa Eilonwy para traerla a Mona.

—Ahora lo único importante es la seguridad de Eilonwy… —empezó a decir Taran, y no supo muy bien cómo continuar, pues en lo más hondo de su corazón sabía que anhelaba ser el salvador de Eilonwy tanto como lo deseaba Rhun. Pero comprendía que había llegado el momento de tomar una decisión ineludible—. El grupo de búsqueda ya está muy lejos —dijo Taran, y aquellas palabras le costaron un gran esfuerzo, pero cada palabra le obligaba a seguir avanzando hacia una elección tan clara como dolorosa—. Sin caballos no tenemos ni la más mínima esperanza de alcanzarles. Seguir buscando a pie resultaría demasiado duro y peligroso. Sólo nos queda un camino que seguir: el que nos llevará de regreso a Dinas Rhydnant.

—¡No, no! —exclamó Rhun—. El peligro no me importa. Tengo que encontrar a Eilonwy.

—Príncipe Rhun, tengo que deciros una cosa —añadió Taran, procurando hablar con la máxima dulzura posible—. Vuestro padre me hizo prometer que os protegería de todo mal, y yo le di mi juramento de que así lo haría.

Rhun le miró entristecido.

—Tendría que habérmelo imaginado. Sí, lo supe desde el principio: por mucho que mi padre dijera que me había puesto al mando del grupo, no era yo quien mandaba. Igual que tampoco mando ahora… Comprendo. Estoy a tus órdenes. Sea cual sea la decisión final, eres tú quien debe tomarla.

—Hay otros que pueden llevar a cabo esa tarea mejor que nosotros —dijo Taran—. Y en cuanto a…

—¡Mirad, mirad y observad! —gritó Gurgi, que había estado agazapado junto al tronco de un fresno—. ¡Mirad, ya viene, asustado y perseguido!

Estaba moviendo los brazos de un lado para otro, y señalaba hacia una estribación del terreno. Taran vio una silueta que corría desesperadamente.

El bardo bajó a toda velocidad por la pendiente, con el arpa rebotando sobre su hombro, la capa enrollada bajo un brazo y sus flacas piernas moviéndose a toda velocidad. Cuando llegó junto a ellos se dejó caer al suelo y se pasó la mano por el rostro, que chorreaba sudor.

—¡Gran Belin! —jadeó Fflewddur—. Cómo me alegra volver a veros… — Desenrolló su capa y sacó de ella las espadas que habían perdido en la choza, entregándoselas a los compañeros—. Y creo que todos nos alegramos mucho de ver nuevamente a estas amigas nuestras, ¿verdad?

—¿Estás herido? —le preguntó Taran—, ¿Cómo lograste escapar? ¿Cómo has conseguido encontrarnos?

El bardo, que seguía resoplando, alzó la mano.

—Dame un momento para que recupere el aliento: creo que me lo he dejado olvidado mientras corría. ¿Herido? Bueno, en cierta manera, sí —añadió, mirándose los dedos cubiertos de ampollas—. Pero encontraros no ha sido ningún problema. Rhun debió de llevarse consigo todas las cenizas que había en la chimenea de Glew. Tendría que haber estado ciego para no ver ese rastro…

»En cuanto a Llyan —siguió diciendo Fflewddur—, podéis estar seguros de que los bardos harán unas cuantas canciones sobre lo ocurrido. Creo que he cantado, tocado, silbado y tarareado todo el repertorio que conozco, y cuando terminé con él volví a empezar desde el principio. Estaba convencido de que, por corta que fuese, pasaría el resto de mi vida dándole a las cuerdas del arpa. ¡Recordad mi apurada situación! —exclamó, levantándose de un salto—. Solo y enfrentado a un monstruo feroz. ¡Bardo contra bestia! ¡Bestia contra bardo!

—Así que la has matado —dijo Taran—. Qué gran hazaña… Aunque casi lo lamento, pues la verdad es que Llyan era un animal muy hermoso.

—Ah… Bueno, la verdad —se apresuró a decir Fflewddur, pues las cuerdas del arpa se habían tensado igual que si estuvieran a punto de romperse todas a la vez—. Acabó durmiéndose. Cogí nuestras espadas y corrí tan rápido como pude.

Fflewddur volvió a dejarse caer sobre la hierba y empezó a masticar la comida que Gurgi le había ofrecido.

—Pero no sé de qué humor estará cuando despierte —siguió diciendo el bardo—. Estoy seguro de que me perseguirá. Estos gatos monteses son unos rastreadores natos; y dado que Llyan es diez veces más grande que un gato montes normal, debe de ser diez veces más astuta. No creo que se dé por rendida fácilmente. Tengo la sensación de que su paciencia es tan larga como su cola. Pero me sorprende haberos encontraros tan cerca de la choza. Pensaba que ya habríais recorrido una gran distancia y que estaríais a punto de reuniros con el grupo de búsqueda.

Taran meneó la cabeza y le contó al bardo que había decidido volver a Dinas Rhydnant.

—Supongo que es lo mejor —admitió Fflewddur de mala gana—. Especialmente ahora, con Llyan rondando por aquí.

Taran examinó las colinas buscando el sendero más seguro y fácil de seguir, y contuvo el aliento. Un punto oscuro se movía en el cielo. Trazó unos cuantos círculos sobre ellos y un instante después se dejó caer en línea recta hacia los compañeros.

—¡Es Kaw!

Taran echó a correr hacia adelante, extendiendo los brazos. El cuervo siguió bajando y se posó en su muñeca. El pájaro mostraba señales de haber estado volando durante mucho tiempo; tenía las plumas tiesas y parecía un montón de trapos sucios, pero nada más aterrizar en la muñeca de Taran abrió el pico y empezó a parlotear nerviosamente. —¡Eilonwy! —graznó Kaw—. ¡Eilonwy!

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