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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (17 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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Estaba empezando a sentir la tentación de seguir sus pasos, pero un instante después Gwydion apareció de entre las sombras.

—Achren no está muy bien protegida —dijo Gwydion con una hosca sonrisa—. Uno de los centinelas está mirando hacia el interior mientras que el otro dormita apoyado en su espada. El resto duerme profundamente.

Los compañeros avanzaron por la hendidura de las murallas. Su problema actual era encontrar el sitio donde estaba prisionera Eilonwy, y tan sólo pensar en ello Taran sintió una oleada de abatimiento. Las ruinas de Caer Colur se extendían detrás de los muros como los restos de un gran esqueleto. Lo que antes habían sido majestuosos salones y torres yacía ahora ante los compañeros, y Taran miró preocupadamente a Gwydion. El guerrero indicó a los compañeros que desenvainaran sus espadas y les dijo a cada uno de ellos por dónde debían buscar.

Fflewddur ya se disponía a ir hacia uno de los rincones de la fortaleza cuando Taran casi dejó escapar un grito de sorpresa. Kaw alzó el vuelo desde la torre en que estaba posado y fue hacia él, aterrizando en su brazo. El cuervo movió las alas, se lanzó nuevamente hacia los aires y trazó un par de círculos alrededor de la torre.

—¡La ha encontrado! —susurró Taran—, ¡Nuestra búsqueda ha terminado!

—No, acaba de empezar —le advirtió Gwydion—. Uno de nosotros trepará a la torre para ver si es posible liberarla. Los demás ocuparán posiciones en el muro para impedir cualquier ataque sorpresa de los centinelas de Achren.

—Yo iré —propuso Taran; pero un instante después vaciló, volviéndose hacia el príncipe Rhun. Inclinó la cabeza y dijo—: Va a ser tu prometida y sé que deseabas…

—Deseaba demostrarle mi valor a la princesa, ¿no es así? Sí —le respondió Rhun—. Pero ya no lo deseo. Me basta con demostrármelo a mí mismo. Y, la verdad, creo que Eilonwy preferirá verte a ti antes que a ningún otro.

Taran miró a Gwydion, quien asintió y dio instrucciones a los demás compañeros para que fueran hacia el lado del castillo que miraba al interior. Rhun se marchó junto con Gurgi y Fflewddur. Gwydion puso una rodilla en tierra y sacó el libro y la esfera dorada de su jubón.

—En caso de que algo vaya mal, estos objetos no deben caer en manos de Achren —dijo, escondiéndolos cuidadosamente bajo los escombros. Los cubrió de guijarros y alisó la tierra a su alrededor—. Espero que aquí estén seguros hasta que volvamos.

Kaw había vuelto a reunirse con Taran. Gwydion se puso en pie y sacó de su cinturón un rollo de cuerda, hizo un lazo en uno de los extremos y se lo alargó a Kaw, diciéndole algo en un susurro. El pájaro cogió la cuerda con su pico y voló silenciosamente hasta el extremo de la torre, quedándose inmóvil sobre un saliente de piedra y dejando caer el lazo a su alrededor.

Gwydion se volvió hacia Taran.

—Ya sé lo que sientes —le dijo con dulzura—. Sube, Ayudante de Porquerizo. Esta misión es cosa tuya.

Taran corrió hacia la torre. La cuerda se tensó bajo su peso y zarcillos de niebla giraron a su alrededor mientras que sus pies intentaban hallar algún asidero en las irregularidades de la pared. Taran agarró la cuerda con más fuerza y empezó a trepar. Una ráfaga de viento marino le abofeteó y su cuerpo se apartó de la torre, quedando suspendido en el aire durante un instante. Las olas se estrellaban contra las rocas. Taran no se atrevió a mirar hacia abajo y se esforzó desesperadamente por detener el loco girar de su cuerpo. Su pie volvió a golpear la piedra. Tirando con todas sus fuerzas de la cuerda, logró subir un poco más.

El parapeto de la torre apareció ante él, y Taran logró izarse por entre las piedras. Una linterna sorda brillaba apagadamente dentro de la pequeña estancia que había más allá. Taran sintió como el corazón le daba un vuelco. Eilonwy estaba allí.

La princesa yacía inmóvil sobre un diván. Seguía llevando el vestido que le había dado Teleria, aunque ahora estaba roto y manchado de barro. Su cabello rojo y oro le tapaba los hombros, Y su rostro estaba pálido y ojeroso.

Taran saltó del parapeto y corrió por las losas del suelo hasta llegar a Eilonwy. Le puso la mano en el hombro. La muchacha se removió, ladeando el rostro y murmurando en sueños.

—¡De prisa! —le dijo Taran en un susurro—. Gwydion nos está esperando. Eilonwy se incorporó en el diván, se pasó una mano por la frente y abrió los ojos. Cuando vio a Taran dejó escapar una exclamación de sorpresa.

—Gurgi también está aquí —dijo Taran—. Fflewddur, el príncipe Rhun…, todos nosotros. Estás a salvo. ¡De prisa!

—Qué interesante —murmuró Eilonwy con voz soñolienta—. Pero ¿quiénes son? Y, además —añadió—, ¿quién eres tú?

16. Una reunión entre desconocidos

—Yo soy Eilonwy, hija de Angharad, hija de Regat —siguió diciendo Eilonwy, llevándose la mano a la luna creciente de plata que brillaba en su cuello—. Pero ¿quién eres tú? —repitió—. No comprendo nada de lo que me has estado diciendo.

—Despierta —exclamó Taran, cogiéndola por los hombros y sacudiéndola—. Estás soñando.

—Oh, sí, es verdad, estaba soñando —le respondió Eilonwy con una sonrisa absorta—. Pero ¿cómo lo has sabido? Cuando duermes no se nota si sueñas o no, ¿no es cierto? —Se calló, frunciendo el ceño—. ¿O sí? Tengo que pensar en ello. Supongo que la única forma de averiguarlo es observarme a mí misma cuando esté dormida. Y, la verdad, no tengo ni idea de cómo puedo… — Su voz fue haciéndose más y más débil; de repente pareció olvidarse de que Taran estaba junto a ella y se reclinó nuevamente en el diván—. Es difícil…, muy difícil —murmuró—. Es como intentar ponerse del revés. ¿O será quizá ponerse del derecho?

—¡Eilonwy, mírame! —Taran intentó levantarla del diván, pero Eilonwy le apartó dejando escapar una exclamación de enfado—. Tienes que escucharme —insistió Taran.

—Eso es lo que he estado haciendo hasta ahora —replicó ella—, y de momento nada de lo que has dicho tiene sentido. La verdad, estaba mucho más a gusto durmiendo. Prefiero soñar a que me griten. Pero ¿qué estaba soñando? Era un sueño muy agradable…, había una cerda y…, y alguien que… No, ya no me acuerdo, se ha ido más de prisa que una mariposa. Has estropeado mi sueño.

Taran había logrado conseguir que volviera a erguirse en el diván y estaba examinándola, asustado. Pese a su ropa sucia y al desorden de su cabellera Eilonwy no daba la impresión de haber sufrido ningún daño físico. Pero sus ojos parecían extrañamente apagados, como dos delgadas láminas de cristal. No era el sueño lo que aturdía su mente, y las manos de Taran temblaron al comprender que Eilonwy había sido drogada o —y se le heló el corazón con sólo pensarlo—, hechizada.

—Escúchame con atención —suplicó—. No tenemos tiempo… —Creo que nadie debería irrumpir en los sueños de otra persona sin pedir permiso antes — dijo Eilonwy, un tanto ofendida—. No sé, me parece una descortesía. Es como tropezar con una telaraña que todavía está ocupada.

Taran corrió hacia el baluarte. Miró hacia abajo, pero no pudo ver rastro alguno de los compañeros, ni de Kaw. La luna ya estaba bastante baja y el cielo no tardaría en iluminarse. Volvió rápidamente hacia Eilonwy.

—¡Date prisa, te lo ruego! —exclamó—. Baja conmigo por la cuerda. Es lo bastante fuerte para sostenernos a los dos.

—¿Una cuerda? —exclamó Eilonwy—. ¿Yo? ¿Bajar por una cuerda contigo? La verdad, te conozco desde hace muy poco tiempo, pero no paras de sugerirme cosas a cual más ridícula. No, gracias. —Ahogó un bostezo—. Prueba a bajar tú solo y deja que vuelva a dormirme —añadió con voz algo hosca—. Espero ser capaz de recordar el punto en que me quedé… Eso es lo peor de que alguien irrumpa en tu sueño. Después nunca logras encontrar el momento exacto en que te quedaste.

Taran, cada vez más desesperado, se arrodilló junto a ella. —¿Qué te ocurre? —murmuró—. Tienes que luchar contra ese sopor que te domina. ¿Es que no me recuerdas? Taran, Ayudante de Porquerizo…

—Qué interesante —observó Eilonwy—. Tienes que contarme más cosas sobre ti. Pero ahora no es el momento.

—Piensa —la apremió Taran—, Recuerda Caer Dallben… Coll… Hen Wen…

El viento marino sopló a través del parapeto llevando consigo hebras de niebla que parecían lianas. Taran repitió aquellos nombres y los nombres de los compañeros.

La mirada de Eilonwy estaba tan perdida en la lejanía que ella misma parecía estar muy lejos de la pequeña estancia.

—Caer Dallben —murmuró—. Qué extraño… Creo que eso también podría ser parte de mi sueño. Había un huerto; los árboles estaban en flor. Yo estaba trepando por un tronco, lo más arriba posible…

—Sí, así fue —se apresuró a decirle Taran—. Yo también me acuerdo de ese día. Dijiste que subirías hasta el final del manzano. Te advertí de que no debías hacerlo pero, aun así, lo hiciste.

—Quería saber cómo eran los árboles —siguió diciendo Eilonwy—. Hay que hacerlo cada año, ¿sabes?, porque los árboles nunca son iguales que el año pasado. Y en el sueño llegaba a la última rama…

—No era ningún sueño sino la vida que conoces —le dijo Taran—, tu propia vida, no una sombra que se desvanece con el sol. Sí, llegaste hasta la rama más alta. Y se rompió, como me temía.

—¿Cómo es posible que alguien conozca los sueños de otra persona? — dijo Eilonwy, como si hablara consigo misma—. Sí, se rompió y yo empecé a caer. Abajo había alguien que me cogió en brazos. Quizá fuera un Ayudante de Porquerizo… Me pregunto qué habrá sido de el.

—Está aquí, a tu lado —le dijo Taran en voz baja—. Te ha estado buscando durante mucho tiempo, de formas que ni tan siquiera él comprendía. Y ahora que te ha encontrado, ¿no serás capaz de hallar el camino que te lleve de nuevo junto a él?

Eilonwy se puso en pie. Sus pupilas se posaron en él y, por primera vez, una luz parecía brillar en ellas. Taran le ofreció las manos. Eilonwy vaciló y dio un paso hacia él. Pero antes de que hubiera terminado de darlo sus ojos volvieron a opacarse y la luz murió.

—Es un sueño, nada más —murmuró, dándole la espalda.

—¡Esto es obra de Achren! —exclamó Taran—. No consentiré que siga haciéndote daño.

La cogió por el brazo y tiró de ella hacia el parapeto.

Al oír el nombre de Achren todo el cuerpo de Eilonwy se envaró. Logró soltarse de su mano y se encaró con él.

—¿Osas tocar a una princesa de la casa de Llyr?

Su voz era seca y áspera; sus ojos se habían vuelto fríos y duros, y Taran se dio cuenta de que aquel fugaz recuerdo de su vida anterior se había esfumado. Sabía que lo más importante era sacarla de allí, costara lo que costase. Su terror y su pena crecieron aún más al pensar que quizá ya no hubiera esperanza de salvarla, ni aún llevándosela en ese mismo instante. Intentó cogerla por la cintura y echársela a la espalda.

Eilonwy le golpeó el rostro con tal fuerza que Taran retrocedió, tambaleándose. Pero no fue el golpe lo que más le dolió, sino la mirada de odio y desprecio que lo acompañaba. En sus labios había una sonrisa de burlona malicia. Para ella era un desconocido y, por un instante, Taran sintió que se le iba a romper el corazón.

Repitió su intento de cogerla. Eilonwy lanzó un grito de rabia, se retorció en sus brazos y logró escapar.

—¡Achren! —gritó—. ¡Achren, ayúdame!

Corrió hacia la entrada de la pequeña estancia y huyó por el pasillo. Taran cogió la linterna sorda y echó a correr en pos de la princesa. Las sandalias de Eilonwy despertaron ecos por entre las sombras del pasillo y Taran tuvo tiempo de ver como la punta de su vestido se esfumaba detrás de una esquina. Eilonwy no había dejado de gritar el nombre de Achren. Unos segundos más y el castillo despertaría y los compañeros serían descubiertos. Taran se maldijo a sí mismo: lo había estropeado todo. Ahora no tenía donde escoger. Debía capturar a la hechizada joven antes de que toda esperanza de huir se desvaneciera. Oyó un grito procedente de la muralla y un entrechocar de espadas.

La linterna sorda le quemó la mano y Taran la arrojó a un lado. Corrió hacia el final del pasillo, sumido en la oscuridad, y bajó a toda prisa un tramo de peldaños. El Gran Salón de Caer Colur se extendió ante él, con la luz carmesí del alba bañando los restos de su esplendor. Eilonwy cruzó rápidamente las losas medio rotas y volvió a esfumarse. Una mano le agarró por el jubón y le hizo girar sobre sí mismo. Una antorcha brilló ante sus ojos.

—¡El Ayudante de Porquerizo! —siseó Magg.

El gran mayordomo sacó una daga de entre sus ropas y atacó a Taran, quien alzó un brazo para desviar el golpe. La daga falló el blanco. Magg lanzó una maldición y agitó la antorcha igual que si fuera una espada. Taran retrocedió, e intentó desenvainar su espada. El Gran Salón resonaba con los gritos de los centinelas recién despertados. Un instante después, Taran vio llegar a Gwydion, con los compañeros pisándole los talones.

Magg se dio la vuelta. Fflewddur había logrado dejar atrás a los guerreros que le perseguían e iba a toda velocidad hacia el gran mayordomo. La revuelta cabellera del bardo flotaba en el aire, y su rostro estaba iluminado por una furia triunfal.

—¡La araña es mía! —gritó Fflewddur, haciendo silbar su hoja por encima de su cabeza.

Nada más ver al enloquecido bardo Magg dejó escapar un chillido de terror e intentó huir. Un instante después el bardo cayó sobre él, propinando golpes a derecha e izquierda con la parte plana de su espada, en un ataque tan frenético que casi ninguno de sus mandobles logró dar en el blanco. Magg, con la fuerza que da la desesperación, se lanzó sobre el cuello del bardo y empezó a luchar contra él.

Antes de que Taran pudiera ir en ayuda de Fflewddur, un guerrero que enarbolaba un hacha cargó contra él y, pese a defenderse con todas sus fuerzas, Taran no tardó en verse empujado hacia una esquina del Salón. Por entre la confusión del combate pudo ver a Gwydion y Rhun, luchando frenéticamente con otros guerreros. El príncipe de Mona manejaba con furor su espada rota y el atacante de Taran acabó cayendo bajo uno de sus golpes.

Fflewddur y Magg seguían luchando el uno contra el otro. Taran corrió hacia el bardo, pero la oscura y velluda silueta de Gurgi se le adelantó. Gurgi saltó hacia adelante con un chillido de rabia y se agarró a los hombros de Magg. El gran mayordomo seguía llevando la cadena de eslabones plateados propia de su cargo; Gurgi se aferró a ella y empezó a balancearse de un lado para otro. Magg dejó escapar un jadeo ahogado y se agarró a ellos con todas sus fuerzas, mientras que Fflewddur, sentado sobre la cabeza de Magg, daba toda la impresión de estar poniendo en práctica su amenaza de aplastar al traicionero gran mayordomo.

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