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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (3 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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El cuervo tensó las alas, abrió el pico y chilló «¡Rhuddlum!», lo cual pareció dejar inmensamente complacido al rey.

Mientras tanto, la reina Teleria había estado examinando atentamente a Taran y a Gurgi.

—¡Oh, fijaos en esa capa rota! Necesitáis urgentemente ropa nueva — afirmó—. Jubones nuevos, sandalias nuevas, de todo… Por suerte nuestro castillo dispone de un zapatero excelente. Iba de paso…, venga, querido, no hagas mohines o te saldrán arrugas…, pero hemos conseguido darle tanto trabajo que aún está aquí, haciendo zapatos. Nuestro gran mayordomo se ocupará de vosotros. ¿Magg? —gritó—. ¿Magg? ¿Dónde está Magg?

—Aquí y a vuestras órdenes —respondió el gran mayordomo, que había permanecido durante todo ese tiempo a unos centímetros del codo de la reina Teleria. Llevaba una de las capas más hermosas que Taran hubiera visto nunca, y la riqueza de sus bordados casi superaba a la de los que adornaban los atuendos del rey Rhuddlum. Magg sostenía en su mano una vara de madera más alta que él, de su cuello colgaba una pesada cadena de plata y en su cinturón se veía un enorme aro de hierro del que había suspendidas llaves de todas las clases y tamaños—. Todo está preparado —dijo Magg, haciendo una gran reverencia—. Ya había previsto cuál sería vuestra decisión. El zapatero, los sastres y el tejedor están listos para empezar a trabajar.

—¡Estupendo! —exclamó la reina Teleria—. Bien, en primer lugar la princesa y yo iremos a los telares, y Magg os enseñará vuestros aposentos.

Magg hizo una reverencia aún más pronunciada que la anterior y señaló hacia adelante con su vara. Taran siguió al gran mayordomo a través del patio con Gurgi pisándole los talones, cruzó el umbral de un gran edificio de piedra y fue por un pasillo de techo abovedado. Al final de éste había una puerta abierta: Magg apuntó hacia ella con su vara y se retiró en silencio.

Taran entró en la habitación. La estancia era pequeña pero cómoda y bien ventilada, y estaba iluminada por el sol que penetraba a través de un angosto ventanal. El suelo estaba cubierto de hierbas aromáticas y en una esquina había un catre cubierto de paja. Taran apenas si había tenido tiempo de quitarse la capa, cuando la puerta se abrió repentinamente y una cabeza cubierta de un revuelto cabello rubio asomó por el hueco,

—¡Fflewddur Fflam! —gritó Taran, sorprendido y complacido al ver de nuevo a su amigo, ausente desde hacía tanto tiempo—. ¡Qué gran alegría!

El bardo agarró la mano de Taran y empezó a sacudirla con todas sus fuerzas, propinándole ruidosas palmadas en el hombro. Kaw aleteaba sin parar mientras que Gurgi hacía piruetas, gritaba a pleno pulmón y abrazaba a Fflewddur por entre un diluvio de ramitas, hojas y vello.

—¡Bien, bien, bien! —dijo el bardo—. ¡Desde luego, ya iba siendo hora de que aparecieras! Te he estado esperando. Pensé que no llegarías nunca.

—¿Cómo se te ha ocurrido presentarte aquí? —preguntó Taran, que estaba empezando a recuperar el aliento—. ¿Cómo sabías que debíamos venir a Dinas Rhydnant?

—Oh, no he podido evitarlo —respondió el bardo, radiante de placer—. Últimamente no se ha hablado de nada más que no fuera la princesa Eilonwy. Y, por cierto, ¿dónde está? Debo verla inmediatamente para presentarle mis respetos. Tenía la esperanza de que Dallben te haría venir para acompañarla. ¿Cómo está? ¿Y cómo está Coll? Veo que te has traído a Kaw. ¡Por el gran Belin, hace tanto tiempo que no os veo que debo ponerme al día!

—Pero, Fflewddur —le interrumpió Taran—, de entre todos los sitios posibles, ¿qué te ha hecho venir a Mona?

—Bueno, no es muy largo de contar —dijo el bardo—. Decidí probar en serio con eso de ser rey. Y así lo hice, durante casi un año. Pero entonces llegó la primavera, la estación en que los bardos nos dedicamos a vagabundear y a cantar, y estar encerrado en palacio empezó a parecerme insoportable, mientras que el aire libre tiraba de mí, y antes de que pudiese darme cuenta de lo ocurrido ya me había marchado. Nunca había visitado Mona, así que tenía una excelente razón para venir, ¿no crees? Llegué a Dinas Rhydnant hace una semana. El navío ya había partido para ir a buscaros. De lo contrario, puedes estar bien seguro de que habría embarcado en él.

—Y puedes estar seguro de que habríamos disfrutado más con tu compañía que con la del principito de Mona —dijo Taran—. Suerte tuvimos de que ese bobo de alta cuna no lograra hacernos chocar con un arrecife y hundirnos en plena marea baja, pero ¿y Doli? —le preguntó—. Le he echado de menos tanto como a ti.

—Ah, el viejo Doli… —El bardo se rió, meneando su amarilla cabeza—. Intenté encontrarle nada más ponerme en marcha, pero parece haberse vuelto invisible: está con sus parientes en el reino del Pueblo Rubio. —Fflewddur suspiró—. Me temo que nuestro buen enano ha perdido el amor por la aventura. Logré mandarle un mensaje, pensando que quizá deseara acompañarme para divertirse un poco, y él a su vez me mandó otro mensaje de respuesta. Lo único que decía era: «¡Humph!».

—Tendrías que haber venido a recibirnos al puerto —dijo Taran—. Saber que estabas aquí me habría animado mucho.

—Ah… Sí, pensaba hacerlo —contestó Fflewddur con cierta vacilación—, pero creí que sería mejor esperar y darte una sorpresa. Además, estaba muy ocupado haciendo los últimos retoques a una canción que he compuesto sobre la llegada de la princesa. Quizá no esté bien que lo diga, pero me ha quedado impresionante, y se nos menciona a todos, con gran cantidad de hazañas y hechos heroicos.

—¿A Gurgi también? —preguntó Gurgi.

—Por supuesto. Esta noche os la cantaré desde el principio hasta el final. Gurgi gritó y empezó a dar palmadas.

—¡Oh, Gurgi apenas si puede esperar a oír esos acordes y discordes!

—Te aseguro que los oirás a su debido tiempo, viejo amigo —le tranquilizó el bardo—. Pero, como podéis imaginaros, no disponía de un momento libre para unirme al cortejo de bienvenida y…

Una cuerda de su arpa se partió en dos.

Fflewddur se quitó del hombro su amado instrumento y lo contempló melancólicamente.

—Ya empezamos otra vez… —suspiró—. Estas malditas cuerdas siempre tienen que partirse cada vez que…, ejem, cada vez que adorno un poco la verdad. Y, en este caso, la verdad es la siguiente: no fui invitado.

—Pero si todas las cortes de Prydain le rinden honores a un bardo del arpa —dijo Taran—. ¿Cómo es posible que se les pasara por alto…?

Fflewddur alzó la mano.

—Cierto, cierto —dijo—. Esta corte me ha rendido honores, y no tengo ninguna queja al respecto. Pero eso fue antes de que se enteraran de que no soy un auténtico bardo. Después de eso…, bueno, me trasladaron a los establos —confesó.

—Tendrías que haberles dicho que eres rey —replicó Taran.

—No, no —dijo Fflewddur, meneando la cabeza—. Cuando soy bardo soy bardo; y cuando soy rey…, bueno, eso no tiene nada que ver. Jamás se me ocurriría mezclar ambas cosas. El rey Rhuddlum y la reina Teleria son dos personas realmente encantadoras —siguió diciendo—. Lo de los establos fue cosa del gran mayordomo.

—¿Estás seguro de que no hubo ningún error? —le preguntó Taran—. Por lo poco que he visto de él, creo que desempeña sus deberes a la perfección.

—Quizá demasiado bien, si quieres mi opinión al respecto —dijo Fflewddur—. No sé cómo logró enterarse de en qué punto había dejado mis estudios de bardo, y antes de que pudiera darme cuenta… ¡a los establos! La verdad, creo que odia la música. Es sorprendente la cantidad de gente que he llegado a conocer que, por una razón u otra, no soporta a los arpistas.

Taran oyó unos golpes secos en la puerta. Era Magg, acompañado por el zapatero, un hombre callado y de expresión humilde que permanecía unos pasos por detrás de él.

—No es que eso me moleste —susurró Fflewddur—. Es decir —añadió mirando de soslayo su arpa—, no me molesta más de lo que puedo aguantar sin perder la calma. —Volvió a echarse el instrumento a la espalda—. Sí, bien, como te estaba diciendo, tengo que ir en busca de la princesa Eilonwy. Ya nos veremos luego. En los establos, si no te importa. Allí podrás oír mi nueva canción. —Y, con una mirada feroz dirigida a Magg, Fflewddur salió de la habitación.

El gran mayordomo, que no se había fijado en esa mirada de irritación, le hizo una reverencia a Taran.

—Tal y como ordenó la reina Teleria, vos y vuestro compañero tendréis ropa y zapatos nuevos. El zapatero se encargará de satisfacer vuestros deseos.

Taran tomó asiento en un escabel de madera y en cuanto Magg salió de la habitación el zapatero fue hacia él. Su cuerpo estaba encorvado por la edad, y su ropa estaba casi destrozada. Un trapo sucio le rodeaba la cabeza y guedejas de cabello canoso caían casi hasta sus hombros. De su cinturón colgaban leznas, cuchillos de formas extrañas y correas. Se arrodilló ante Taran, abrió un gran saco y metió la mano en él para sacar unas cuantas tiras de cuero que fue esparciendo por el suelo. Contempló sus hallazgos con los ojos medio cerrados, cogiendo primero una y después otra para acabar arrojándolas a un lado.

—Debemos usar lo mejor, lo mejor —graznó, con una voz muy parecida a la de Kaw—. Tiene que ser lo mejor. Ir bien calzado es haber hecho ya la mitad del viaje. —Se rió—. Una gran verdad, ¿eh? ¿No es así, Taran de Caer Dallben?

Taran dio un respingo de sorpresa. La voz del zapatero había sufrido una brusca transformación. Taran contempló al anciano, que había escogido por fin un trozo de cuero y estaba dándole forma con diestros golpes de un cuchillito curvado. El zapatero, su rostro tan marrón como el material que utilizaba, estaba mirándole fijamente.

Gurgi parecía a punto de gritar. El zapatero se llevó un dedo a los labios. Taran, confundido, se arrodilló apresuradamente ante el zapatero.

—Gwydion, mi señor…

Los ojos de Gwydion brillaron con un fugaz destello de placer, pero su rostro siguió serio y ceñudo.

—Óyeme bien —le dijo rápidamente en voz baja—. Si nos interrumpen ya encontraré alguna forma de hablar contigo más tarde. No le digas a nadie quién soy. Hay algo que debes saber: la vida de la princesa Eilonwy corre peligro. —Y añadió—: Y la tuya también.

3. El zapatero

Taran palideció. Su cabeza seguía dando vueltas por el efecto de ver al príncipe de Don disfrazado de zapatero, y las palabras de Gwydion le habían dejado aún más confundido.

—¿Nuestras vidas corren peligro? —se apresuró a preguntarle—. ¿Cómo, es que la mano de Arawn de Annuvin puede llegar incluso a Dinas Rhydnant?

Gwydion le hizo una seña a Gurgi para que montara guardia junto al umbral y se volvió nuevamente hacia Taran
.

—No —dijo Gwydion con un seco gesto de su cabeza—. Aunque la destrucción del Caldero Negro ha hecho posible que la ira de Arawn se convirtiese en una furia salvaje, la amenaza no viene de Annuvin.

Taran frunció el ceño.

—Entonces, ¿de quién se trata? En todo Dinas Rhydnant no hay nadie que nos desee mal alguno. No me estaréis insinuando que el rey Rhuddlum o la reina Teleria…

—La casa de Rhuddlum siempre ha sido amiga de los hijos de Don y de Math, nuestro Gran Rey —replicó Gwydion—. No, Taran de Caer Dallben, tienes que mirar en otra dirección.

—Pero ¿quién desearía hacerle daño a Eilonwy? —le preguntó Taran con voz apremiante—. Todos saben que se encuentra bajo la protección de Dallben.

—Hay una persona capaz de enfrentarse a Dallben —dijo Gwydion—. Una persona contra la cual quizá mis propios poderes no sean bastante defensa, y a la que temo tanto como al mismísimo Arawn. —El rostro de Gwydion estaba muy tenso y sus verdes ojos centellearon con una inmensa ira cuando pronunció una sola y áspera palabra—: Achren.

Taran sintió que se le helaba el corazón.

—No —murmuró—. No. Esa maligna hechicera ha muerto.

—Eso creía también yo —respondió Gwydion—. No es cierto. Achren vive.

—¡Pero no ha reconstruido el Castillo Espiral! —exclamó Taran, mientras que su mente volvía a la mazmorra donde Achren le había tenido prisionero.

—El Castillo Espiral sigue en ruinas, tal y como estaba cuando saliste de él —dijo Gwydion—, y las ruinas ya están empezando a cubrirse de hierba. Y Oeth— Anoeth, el lugar donde Achren me habría dado muerte, tampoco existe ya. He ido a esos sitios y los he visto con mis propios ojos.

»Debes saber que llevo mucho tiempo pensando en cuál fue su destino — siguió diciendo Gwydion—. Achren no ha dado ni la más mínima señal de vida, igual que si se la hubiera tragado la tierra. Eso me inquietaba y turbaba profundamente mi corazón, y jamás he dejado de buscar alguna huella suya.

«Finalmente, logré encontrar esas huellas —dijo Gwydion—. Eran tan débiles como palabras susurradas al viento, rumores sorprendentes que, al principio, me parecieron tan sólo frutos de la imaginación. Un acertijo insensato para el que no hay respuesta… Quizá haría mejor hablando de una respuesta sin acertijo —siguió diciendo Gwydion—, y descubrir parte de ese acertijo requirió duros esfuerzos y penosos viajes. Ay, por desgracia sólo descubrí una parte de él.

Gwydion bajó la voz. Mientras hablaba, sus manos seguían trabajando en la sandalia a medio terminar.

—Esto es lo que he descubierto: después de que el Castillo Espiral se convirtiera en ruinas, Achren se esfumó. Al principio creí que habría buscado refugio en el reino de Annuvin, pues vivió allí largo tiempo como consorte de Arawn, y lo cierto es que Arawn consiguió su poder gracias a ella, cuando era Achren quien gobernaba todo Prydain.

»Pero Achren no había ido allí. Quizá temiese la ira de Arawn, pues había dejado que la espada Dyrnwyn se le escurriera de entre los dedos, y no había logrado arrebatarme la vida. Quizá no osaba enfrentarse a él después de haber sido superada en ingenio por una joven y un Ayudante de Porquerizo. No lo sé con seguridad. Fuera lo que fuese, huyó de Prydain y desde entonces ningún hombre sabe qué ha sido de ella. Con todo, saber que está viva ya es causa suficiente para sentir miedo.

—¿Creéis que está en Mona? —le preguntó Taran—. ¿Buscará vengarse de nosotros? Pero cuando escapó de Achren, Eilonwy no era más que una niña; no comprendió nada de lo que hizo.

—No importa que lo comprendiera o que actuara inconscientemente: cuando sacó a Dyrnwyn del Castillo Espiral, Eilonwy hizo que Achren sufriera su más terrible derrota —dijo Gwydion—. Achren no perdona ni olvida. —Frunció el ceño—. Temo que ande detrás de Eilonwy, y no sólo por venganza. Tengo la sensación de que hay algo más aparte de eso. Aún no puedo saber de qué se trata, pero debo descubrirlo en seguida. Quizá estén en juego más cosas que la vida de Eilonwy.

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