El beso de la mujer araña (23 page)

BOOK: El beso de la mujer araña
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—Te escucho, dale.

—Y al terminar de cantar ella está completamente ensimismada, y rompen en aplausos todos los trabajadores que están preparando la sala para esa noche. Y ella se va contenta al camarín porque se imagina que él se va a enterar de que está trabajando de nuevo, y por lo tanto que no está más con el magnate. Pero le espera una terrible sorpresa. El magnate ha comprado ese club nocturno, y ha ordenado que se lo cierre, antes mismo del debut. Y hay una orden de embargo de las alhajas de ella, porque el magnate ha arreglado con el joyero para que finja que no se las ha pagado, y todo así. Ella enseguida se da cuenta de que el magnate ha decidido impedirle trabajar, y hacerle la vida imposible, claro, para que así vuelva a él. Pero no se deja vencer y deciden con su agente seguir intentando lo que sea, hasta conseguir un buen contrato. El muchacho por su parte, en Veracruz, ve que se le están terminando los ahorros, y tiene que buscar trabajo. Ya no puede ser periodista porque lo han puesto en la lista negra del sindicato, y otros trabajos, sin recomendación, y con la mala cara que tiene de tantas borracheras, y aspecto descuidado, tampoco lo toman en otras partes. Finalmente le dan trabajo como peón, en un aserradero, y ahí trabaja unos días, pero las fuerzas se le van terminando, su organismo está minado por el alcohol, no tiene apetito nunca, no le pasa la comida. En la hora de descanso para almorzar, un día un compañero le insiste que coma algo, y él prueba un bocado, pero no le pasa, lo único que tiene es sed, sed. Y esa tarde misma cae desmayado. Y lo tienen que internar en un hospital. En el delirio de la fiebre él la llama, y entonces el compañero le revisa todos los papeles a él, buscando la dirección de ella, y la llama a México, y claro ya no está en ese departamento suntuoso, pero el ama de llaves, que era muy buena mujer, le pasa el mensaje a la chica, que está ahora en una pensión muy barata. Ella enseguida se lanza a Veracruz, pero acá está la escena más terrible, y es que no tiene dinero para el pasaje, y el dueño de la pensión es un gordo viejo, repulsivo, y ella le pide que le preste el dinero, y él le dice que no. Entonces ella se le insinúa, y el inmundo gordo enseguida le dice que sí le presta el dinero, pero a cambio de… puntos suspensivos. Y se ve que él se mete en la pieza de ella, cosa que la chica nunca se lo había permitido al inmundo. Y está el muchacho en el hospital, y el médico entra con una monja, y mira la cartilla esa donde anotan cómo va el enfermo, y le toma el pulso, y le mira el blanco del ojo, y le dice que ya está reaccionando bastante bien, pero que tiene que cuidarse mucho, nunca más tomar alcohol, comer muy bien, y descansar. Y él piensa de dónde… si está en la miseria, cuando ve una figura increíble en el marco de la puerta, lejos, en la otra punta del pabellón. Ella va avanzando, mirando a cada enfermo a ver si lo encuentra al muchacho, va avanzando despacito, y todos los internados la miran como si fuera una aparición. Ella está muy sencilla, pero divina toda de blanco, un vestido muy simple pero vaporoso, con el pelo recogido, y ni una joya. Claro, porque ya no tiene, pero para el muchacho eso tiene un significado especial, que ella ha cortado con la vida de lujos que le daba el magnate. Cuando ella lo ve, no lo puede creer, porque él está tan desmejorado, y se le llenan los ojos de lágrimas, y está justamente ahí el médico diciéndole que lo da ya de alta, y él dice que no tiene dónde ir, pero ella le dice que sí, que tiene una casa con jardín, muy chiquita, muy modesta, pero sombreada de palmeras y acariciada por el aire salado del mar. Y se van juntos, ella ha alquilado esa casita, casi en el campo, donde terminan los suburbios de Vera- cruz. Él está algo mareado por la debilidad, ella le prepara la cama y él le pide que mejor le coloque una hamaca en el jardín, amarrada a dos de las muchas palmeras que rodean la casita. Y allí se echa, y se toman las manos, no pueden quitarse la mirada de los ojos, él le dice que pronto se repondrá por la alegría de tenerla ahí, y que conseguirá un buen trabajo, y no será una carga para ella, que le contesta que por eso no se aflija, que ella tiene un dinero ahorrado, y que sólo permitirá que él salga a trabajar cuando esté totalmente curado, y en silencio se miran adorándose y llegan ecos lejanos de cantos de pescadores, una música de cuerdas, muy delicada, no se sabe si de guitarras, o de arpas. Y él, como en un susurro, le va poniendo letra a esa melodía, casi le habla más que cantarle, y con un compás muy lento, como el que le van marcando esos instrumentos que suenan tan por allá lejos, «… estás en mí, … estoy en ti,… por qué llorar,… por qué sufrir… Callar mi dicha quisiera, … que el mundo no lo supiera, … mas grita dentro de mí… esta ansiedad de vivir… para querer… Estoy feliz, … también lo estás, … me quieres tú, … te quiero más… Estoy tan enamorado, que ya olvidé lo pasado, … y hoy me siento feliz, … porque te he visto… llorar por mí…».

—No pares.

—Pasan los días, y él se siente mucho mejor, pero le preocupa que ella no le permita ir, ni siquiera acompañarla, al lujoso hotel donde canta todas las noches. Poco a poco los celos lo empiezan a corroer. Él le ha preguntado por qué no salen anuncios en los periódicos de sus presentaciones estelares, y ella le dice que es para no poner sobre la pista al magnate, y que el magnate puede mandarlo a matar a él si lo ve por el hotel, y el muchacho entonces empieza a pensar que ella lo ve al magnate. Y un día va al hotel ese de superlujo con una boite adentro, de atracciones internacionales. Y ella no está anunciada por ninguna parte, y nadie la conoce ni la ha visto nunca, la recuerdan, sí, como una estrella de años atrás. Él entonces, desesperado, se va a rodar por los barrios del puerto, donde están las tabernas. Y no puede creer lo que ve: en una esquina, bajo un farol, está ella de buscona, ¡así era que ganaba el dinero para mantenerlo! Él entonces se esconde para que no lo vea, y vuelve deshecho a la casa. Cuando ella aparece a la madrugada, él, lo que nunca, se finge dormido. Al día siguiente se levanta temprano para ir a buscar trabajo, a ella le da una excusa cualquiera. Y vuelve al anochecer y sin haber conseguido nada, ella ya estaba preocupada. Él finge que todo está bien, y cuando llega la hora de ella ir a la calle, según ella para ir a cantar, él le ruega que no salga, que la noche encierra peligros, que por favor se quede con él, que tiene miedo de no volver a verla más. Ella le pide que se tranquilice, que es absolutamente necesario que salga, porque hay que pagar el alquiler. Y el médico, sin que él lo sepa, le ha propuesto, un nuevo tratamiento muy caro, que mañana mismo tienen que ir al médico los dos juntos. Y se va… Él entonces se da cuenta del lastre que es para ella, a lo que se tiene que rebajar para salvarlo a él. El muchacho ve las barcas de pescadores que vuelven a su rada con la noche, camina hasta la orilla del mar, hay una luna llena divina, la luna se rompe en pedacitos al reflejarse en el oleaje manso de la nochecita tropical. No hay viento, todo es quietud, menos en el corazón del muchacho. Los pescadores hacen como un coro a boca cerrada, entonan una melodía muy triste, el muchacho la canta, a las palabras se la va dictando su propia desesperanza, «… luna que te quiebras… sobre la tiniebla… de mi soledad, … ¿adonde? ¿adonde vas?… dime si esta noche tú te vas de ronda… como ella se fue, … ¿con quién? ¿con quién está? … Dile que la quiero, dile que me muero… de tanto esperar, … que vuelva, que vuelva ya… que las rondas… no son buenas, que hacen daño… que dan penas, … y se acaba por llorar…». Y a la madrugada cuando ella vuelve él ya no está, le ha dejado un papelito diciendo que la quiere con locura, pero que no puede ser para ella una carga, y que no lo busque, porque si Dios los querrá reunir nuevamente… se encontrarán aunque no se busquen… Y ella ve cerca de ahí muchos puchos de cigarrillo, y una cajita de fósforos olvidada, una cajita de las que dan en las tabernas del puerto, y ahí se da cuenta que él la ha visto…

—¿Y ahí termina?

—No, sigue todavía, pero el final lo dejamos para otro día.

—Tenés sueño.

—No.

—¿Entonces?

—Esta película me tira abajo, no sé por qué te la empecé a contar.

—Valentín, tengo un mal presentimiento.

—¿Cuál?

—Que me van a cambiar de celda, y nada más, que no me van a dejar libre, y no te voy a ver más.

—…

—Estaba tan contento… y contándote esa película me vino otra vez, la cascarria al alma.

—Hacés mal en adelantarte a los acontecimientos, qué sabés lo que puede pasar…

—Tengo miedo de que pase algo malo.

—¿Como ser qué?

—Mirá, a mí salir me importa más que nada por la salud de mamá. Pero me queda la preocupación de que a vos no te va a… cuidar nadie.

—¿Y en vos no pensás?

—No.

—…

—…

—Molina, hay una cosa que me gustaría preguntarte.

—¿Cuál?

—Es complicada. Bueno… es esto: vos, físicamente sos tan hombre como yo…

—Uhm…

—Sí, no tenés ningún tipo de inferioridad. ¿Por qué entonces, no se te ocurre ser… actuar como hombre? No te digo con mujeres, si no te atraen. Pero con otro hombre.

—No, no me va…

—¿Por qué?

—Porque no.

—Eso es lo que no entiendo bien… Todos los homosexuales, no son así.

—Sí, hay de todo. Pero yo no, yo… no gozo más que así.

—Mirá, yo no entiendo nada de esto, pero quiero explicarte algo, aunque sea a los tropezones, no sé…

—Te escucho.

—Quiero decir que si te gusta ser mujer… no te sientas que por eso sos menos.

—…

—No sé si me entendés, ¿qué te parece a vos?

—…

—Quiero decirte que no tenés que pagar con algo, con favores, pedir perdón, porque te guste eso. No te tenés que… someter.

—Pero si un hombre… es mi marido, él tiene que mandar, para que se sienta bien. Eso es lo natural, porque él entonces… es el hombre de la casa.

—No, el hombre de la casa y la mujer de la casa tienen que estar a la par. Si no, eso es una explotación.

—Entonces no tiene gracia.

—¿Qué?

—Bueno, esto es muy íntimo, pero ya que querés saber… La gracia está en que cuando un hombre te abraza… le tengas un poco de miedo.

—No, eso está mal. Quién te habrá puesto esa idea en la cabeza, está muy mal eso.

—Pero yo lo siento así.

—Vos no lo sentís así, te hicieron el cuento del tío los que te llenaron la cabeza con esas macanas. Para ser mujer no hay que ser… qué sé yo… mártir. Mirá… si no fuera porque debe doler mucho te pediría que me lo hicieras vos a mí, para demostrarte que eso, ser macho, no da derecho a nada.

—No hablemos más de esto, porque es una conversación que no conduce a nada.

—Al contrario, quiero discutir.

—Pero yo no.

—¿Por qué no?

—Porque no, y listo. Te lo pido, por favor.

XIV

DIRECTOR: Sí, señorita, deme con su jefe, por favor…

Gracias… ¡Qué tal! ¿Qué se cuenta por ahí?

    Por aquí poca novedad.      Sí, por eso mismo lo llamaba.      Dentro de unos minutos lo vuelvo a ver.

No sé si usted recuerda que le había dado a Molina una semana más de tiempo. Incluso hicimos que Arregui pensase que a Molina lo cambiamos de celda de un día para otro, por ser candidato a libertad condicional.      Exacto, fue idea del propio Molina, sí.      Caramba…    Sí, el tiempo es lo que apremia.     Claro, si quieren este dato antes de lanzar la contraofensiva, lo comprendo, claro.     Sí, dentro de unos minutos lo veo, pero por esto es que lo llamo a usted antes. Digamos, en       caso de que no me tenga nada… absolutamente nada que declarar, en caso de que no haya el menor progreso, ¿qué voy a hacer con Molina?      Usted cree…     ¿Dentro de cuántos días?     ¿Mañana mismo?      ¿Por qué mañana?      Sí, claro que no hay tiempo que perder.

Sí, comprendo, hoy no, así Arregui tiene tiempo de planear algo.      Perfecto, si le da un mensaje, el mismo Molina nos conducirá a la célula.     La dificultad está en que no note la vigilancia.     Pero mire…     hay algo raro en Molina, hay algo que me dice, no sé cómo explicarme, hay algo que me dice… que Molina no está actuando limpio conmigo… que me oculta algo.      ¿Usted cree que Molina se haya puesto del lado de ellos?    Sí, por miedo a las represalias de la gente de Arregui, también puede ser.       Sí, también Arregui puede habérselo trabajado, vaya a saber con qué métodos. Y por eso también, puede ser.     Es difícil prever las reacciones de un tipo como Molina, un amoral en fin de cuentas.

También hay otra posibilidad: que Molina intente salir sin comprometerse con nadie, ni con nosotros ni con Arregui. Que Molina esté de parte de Molina y nada más. Sí, bien vale la pena probar.            Y también hay otra posibilidad.            Sí, perdone que lo interrumpa…              Es la siguiente: si Molina no nos lleva a nada… es decir, si no nos proporciona ningún dato hoy, ni mañana antes de salir a la calle, … y tampoco nos lleva a nadie, de la gente de Arregui, una vez en la calle, … bueno, ahí nos queda todavía otra posibilidad.       Y es ésta: se puede publicar en el periódico, o hacerlo saber, como sea, que Molina, o mejor dicho que un agente equis, ha proporcionado a la policía datos sobre la célula adscripta a Arregui, y que el agente ese, el agente equis, actuó subrepticiamente como procesado, en esta penitenciaría. Al enterarse la gente de Arregui va a ir a buscarlo para ajustar cuentas, y ahí los podemos sorprender. En fin, se abren muchas posibilidades, una vez que Molina esté en la calle. Ah, me alegro.

Gracias, gracias.         Sí, yo lo llamo ni bien salga Molina del despacho.     Perfecto, en eso quedamos. De acuerdo… Enseguida lo llamo…      Encantado. Hasta luego.

DIRECTOR: Pase, Molina.

PROCESADO: Buenos días, señor.

DIRECTOR: Está bien, Suboficial, puede dejarnos solos.

SUBOFICIAL: A las órdenes, señor.

DIRECTOR: ¿Cómo anda, Molina?

PROCESADO: Bien, señor.

DIRECTOR: ¿Qué me cuenta de nuevo?

PROCESADO: Aquí andamos, señor.

DIRECTOR: ¿Hay algún progreso?

PROCESADO: Me parece que nada, señor… Yo imagínese, qué más querría…

DIRECTOR: Nada de nada…

PROCESADO: Nada.

DIRECTOR: Mire, Molina, yo tenía todo listo para dejarlo en libertad si usted nos traía algún dato. Le digo más, los papeles de su libertad condicional ya están listos. No falta más que mi firma.

MOLINA: Señor…

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