Read El beso de la mujer araña Online
Authors: Manuel Puig
—Sí, mucho.
el rico duerme tranquilo si le da su oro al pobre
—Ahhhh…
—¡Qué suspiro!
—Qué vida ésta, más difícil…
—¿Qué te pasa, Molinita?
—No sé, tengo miedo de todo, tengo miedo de ilusionarme de que me van a soltar, tengo miedo de que no me suelten. … Y de lo que más miedo tengo es de que nos separen y me pongan en otra celda y me quede ahí para siempre, con quién sabe qué atorrante…
—Mejor no pensar en nada, total nada depende de nosotros.
—Ves, ahí no estoy de acuerdo, pienso que a lo mejor pensando se nos ocurre alguna salida, Valentín.
—¿Qué salida?
—Por lo menos… que no nos separen.
—Mirá… para no maltratarte a vos mismo, pensá en una cosa: que todo lo que querés es salir para cuidar a tu madre. Y nada más. No pienses en nada más. Porque la salud de ella es lo más importante para vos, ¿verdad?
—Sí…
—Concentrate en eso, y ya.
—No, no quiero concentrarme en eso… ¡no!
—Eh… ¿qué pasa?
—Nada…
—Vamos, no te pongas así… levantá la cara de esa almohada…
—No… dejame…
—Pero ¿qué pasa?, ¿Hay algo que me ocultás?
—No, ocultarte no… Pero es que…
—¿Es que qué? Al salir de acá, vas a estar libre, vas a conocer gente, si querés podés entrar en algún grupo político.
—Estás loco, no me van a tener confianza por puto.
—Yo te puedo decir a quien ver…
—No, por lo que más quieras, nunca, pero nunca, ¿me en- tendés?, me digas nada de tus compañeros.
—¿Por qué?, ¿a quién se le va a ocurrir que vos los veas?
—No, me pueden interrogar, lo que sea, y si yo no sé nada no puedo decir nada.
—Pero de todos modos, hay muchos grupos, de acción política. Y si alguno te convence te podés meter, aunque sean grupos que no hagan más que hablar.
—Yo no entiendo nada de eso…
—¿Y es cierto que no tenés amigos de verdad, buenos amigos?
—Sí, tengo amigas locas como yo, para pasar un rato, para reírnos un poco. Pero en cuanto nos ponemos dramáticas… nos huimos una de la otra. Porque ya te conté cómo es, que una se ve reflejada en la otra y sale espantada. Nos deprimimos como perras, vos no te imaginás.
—Las cosas pueden cambiar al salir.
—No van a cambiar…
—Vamos, no llores… no seas así… ¿Ya cuántas veces te he visto llorar?… Bueno, yo también solté el moco una vez… Pero basta, che… Me pone… nervioso, que llores.
—Es que no puedo más… Tengo tanta… mala suerte…
—¿Ya apagan la luz?
—Sí, ¿qué te creés?, ya son las ocho y media. Y mejor, así no me ves la cara.
—Pasó rápido el tiempo con la película, Molina.
—Esta noche no me voy a poder dormir.
—Vos escuchame, que en algo te podré ayudar. Es cuestión de hablar. Ante todo tenés que pensar en agruparte, en no quedarte solo, eso seguro te va a ayudar.
—¿Agruparme con quién? Yo no entiendo nada de esas cosas, y tampoco creo mucho.
—Entonces aguantate.
—No hablemos… más…
—Vamos… no seas así…, Molinita.
—No… te lo ruego… no me toques…
—¿No te puede palmear tu amigo?
—Me hacés peor…
—¿Por qué?… vamos, hablá, ya es hora que confiemos el uno en el otro. De veras, te quiero ayudar, Molinita, decime qué te pasa.
—Lo único que pido es morirme. Eso es lo único que pido.
—No digas eso. Pensá la tristeza que le darías a tu madre…,. y a tus amigos, a mí.
—A vos no te importaría nada…
—¡Cómo que no! Vamos, qué tipo…
—Estoy muy cansado, Valentín. Estoy cansado de sufrir. Vos no sabés, me duele todo por dentro.
—¿Adonde te duele?
—Adentro del pecho, y en la garganta… ¿Por qué será que la tristeza se siente siempre ahí?
—Es verdad.
—Y ahora vos… me cortaste la gana, de llorar. No puedo seguir, llorando. Y es peor, el nudo en la garganta, como me está apretando, es algo terrible.
—…
—…
—Es cierto, Molina, ahí es donde se siente más la tristeza.
—…
—¿Sentís muy fuerte… te aprieta muy fuerte, ese nudo?
—Sí.
—…
—…
—¿Es acá que te duele?
—Sí…
—¿No te puedo acariciar?
—Sí…
—¿Acá?
—Sí…
—¿Te hace bien?
—Sí… me hace bien.
—A mí también me hace bien.
—¿De veras?
—Sí… qué descanso…
—¿Por qué descanso, Valentín?
—Porque… no sé…
—¿Por qué?
—Debe ser porque no pienso en mí…
—Me hacés mucho bien…
—Debe ser porque pienso en que me necesitás, y puedo hacer algo por vos.
—Valentín… a todo le buscás explicación… qué loco sos…
—Será que no me gusta que las cosas me lleven por delante… quiero saber por qué pasan las cosas.
—Valentín… ¿puedo yo tocarte a vos?
—Sí…
—Quiero tocarte… ese lunar… un poco gordito, que tenés arriba de esta ceja.
—…
—¿Y así puedo tocarte?
—…
—¿Y así?
—…
—¿No te da asco que te acaricie?
—No…
—Sos muy bueno…
—…
—De veras sos muy bueno conmigo…
—No, sos vos el bueno.
—Valentín… si querés, podés hacerme lo que quieras… porque yo sí quiero.
—…
—Si no te doy asco.
—No digas esas cosas. Callado es mejor.
—Me corro un poco contra la pared.
—…
—No se ve nada, nada… en esta oscuridad.
—…
—Despacio…
—…
—No, así me duele mucho.
—…
—Esperá, no, así es mejor, dejame que levante las piernas.
—…
—Despacito, por favor, Valentín.
—…
—Así…
—…
—Gracias… gracias…
—Gracias a vos también…
—A vos… Y así te tengo de frente, aunque no te pueda ver, en esta oscuridad. Ay… todavía me duele…
—…
—Ahora sí, ya estoy empezando a gozar, Valentín… Ya no me duele.
—¿Te sentís mejor?
—Sí…
—…
—¿Y vos?… Valentín, decime…
—No sé… no me preguntes… porque no sé nada.
—Ay, qué lindo…
—No hables… por un ratito, Molinita.
—Es que siento… unas cosas tan raras…
—…
—Ahora sin querer me llevé la mano a mi ceja, buscándome el lunar.
—¿Qué lunar?… Yo tengo un lunar, no vos.
—Sí, ya sé. Pero me llevé la mano a mi ceja, para tocarme el lunar,… que no tengo.
—…
—A vos te queda tan lindo, lástima que no te lo pueda ver…
—¿Estás gozando, Valentín?
—Callado… quédate callado un poquito.
—…
—…
—¿Y sabés qué otra cosa sentí, Valentín? pero por un minuto, no más.
—¿Qué? Habla, pero quédate así, quietito…
—Por un minuto sólo, me pareció que yo no estaba acá, …ni acá, ni afuera…
—…
—Me pareció que yo no estaba… que estabas vos sólo.
—…
—O que yo no era yo. Que ahora yo… eras vos.
—Buen día….
—Buen día… Valentín.
—¿Dormiste bien?
—Sí…
—…
—¿Y vos, Valentín?
—¿Qué?
—Si dormiste bien…
—Sí, gracias…
—…
—Ya oí hace un rato pasar el mate, ¿vos no querés, verdad?
—No… No le tengo confianza.
—…
—¿Qué querés de desayuno?, ¿té o café?
—¿Vos qué vas a tomar, Molinita?
—Yo, té. Pero si querés café es el mismo trabajo. O mejor dicho, no es ningún trabajo. Lo que vos quieras.
—Muchas gracias. Haceme café, por favor.
—¿Querés pedir puerta antes, Valentín?
—Sí, por favor. Pedime puerta ahora.
—Bueno…
—¿Sabés por qué quiero café, Molinita?
—No…
—Para despabilarme bien, y estudiar. No mucho, unas dos horas, o un poco más, pero bien aprovechadas. Hasta que retome el ritmo de antes.
—Muy bien.
—… Y después un descanso antes de almorzar.
—Molina… ¿cómo amaneciste?
—Bien…
—¿Se te pasó el malhumor?…
—Sí, pero estoy como atontado… No pienso, no puedo pensar en nada.
—Eso es bueno,… de vez en cuando.
—Pero estoy bien,… estoy contento.
—…
—… Hasta me da miedo hablar, Valentín.
—No hables,… ni pienses.
—…
—Si te sentís bien, no pienses en nada, Molina. Cualquier cosa que pienses te va a aguar la fiesta.
—¿Y vos?
—Yo tampoco quiero pensar en nada, y voy a estudiar. Con eso me salvo.
—¿Te salvás de qué?…, ¿de arrepentirte de lo que pasó?
—No, yo no me arrepiento de nada. Cada vez me convenzo más de que el sexo es la inocencia misma.
—¿Te puedo pedir algo… muy en serio?
—…
—Que no hablemos… de nada, que no discutamos nada, hoy. Es por hoy sólo que te lo pido.
—Como quieras.
—… ¿No me preguntás por qué?
—¿Por qué?
—Porque me siento… que estoy… bien, estoy… muy… bien, y no quiero que nada me quite esa sensación.
—Como quieras.
—Valentín… yo creo que desde que era chico que no me siento tan contento. Desde que mamá me compraba algún juguete, o algo así.
—¿Sabés una cosa? Pensá en alguna película linda,… y me la empezás a contar cuando termine de estudiar, mientras se hace la comida.
—Bueno…
—…
—¿Y qué película querés que te cuente?
—Una que te guste mucho a vos, no me la pienses para mí.
—¿Y si no te gusta?
—No, si te gusta a vos, Molina, me va a gustar a mí, aunque no me guste.
—…
—No te quedes tan callado. Te quiero decir que si algo te gusta, me alegra, porque me siento en deuda con vos, no, qué digo, porque fuiste bueno conmigo, y te estoy agradecido. Y saber que algo te puede poner contento… ya me alivia.
—¿De veras?
—De veras, Molina. ¿Y sabés qué me gustaría saber? Es una pavada…
—Decí…
—Que me digas si te acordás de algún juguete que te gustó mucho, el que más te gustó… de los que te compró tu mamá.
—Una muñeca…
—Uy…
—¿Por qué te reís tanto?
—Ay, si no me dan puerta rápido me hago encima…
—Pero ¿por qué tanta risa?
—Porque… ay, me muero… ay, qué buen psicólogo resulté…
—¿Qué pasa?
—Nada… que quería ver si había alguna relación entre ese juguete… y yo.
—Lo tenés merecido…
—¿Y seguro que no era un muñeco?
—No, una muñeca bien rubia, con trenzas, y que abría y cerraba los ojos, vestida de tirolesa.
—Ay, que me den puerta, porque no aguanto más, uy…
—Me parece que es la primera vez que te reís desde que tuve la mala suerte de entrar en tu celda.
—No es cierto.
—Te lo juro, no te había visto reírte, nunca.
—Pero si tantas veces me he reído… y de vos.
—Sí, pero ha sido siempre cuando está la luz apagada. Te lo juro: nunca te había visto reírte.
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—Es en México, en un puerto, muy tropical. Los pescadores esa madrugada están saliendo en sus barcas, falta poco para que despunte el día. Les llega una música de lejos. Lo único que ven desde el mar es una casa suntuosa, toda iluminada, con unos grandes balcones que se asoman a un jardín hermoso, exclusivamente de jazmines, después viene un cerco de palmeras, y después la playa. Ya quedan pocos invitados en ese baile de disfraz y fantasía. La orquesta toca un ritmo muy cadencioso, con maracas y bongós, pero lento, una especie de habanera. Hay pocas parejas bailando, y una sola con antifaces todavía puestos. Ya se está terminando el famoso carnaval de Veracruz, y por desgracia el sol que está saliendo en ese momento anuncia el miércoles de ceniza. La pareja de los antifaces es perfecta, ella disfrazada de gitana, muy alta, con una cinturita de avispa, morocha, con raya al medio y el pelo suelto largo hasta la cintura, y él muy fuerte, también morocho, con unas patillas y el peinado para un lado con un poquito de jopo, y un bigotazo. Ella tiene una naricita muy chica, recta, un perfil delicado pero que revela carácter al mismo tiempo. Tiene unas monedas de oro sobre la frente, una blusa amplia de esas con el escote con un elástico, que se pueden bajar del hombro, o de los dos hombros, de esas blusas gitanas, ¿me entendés?
—Más o menos, no importa, seguí.
—Y después la cintura bien ceñida. Y la pollera…
—Describime el escote. No te saltees.
—Bueno, es de esa época tan linda en que venía el escote bien bajo, y se alcanzaba a ver el nacimiento de los senos, pero no que estaban levantados por el corpiño como dos boyas. No, se veía poco pero que había algo, se notaba lo mismo, o mejor, se dejaba imaginar.
—Pero ¿en este caso qué hay?, ¿mucho o poco?
—Mucho, y la pollera es enorme, hecha de pañuelos, de montones de pañuelos atados a la cintura, de todos colores, de gasa, y al bailar por ahí se entreveían las piernas, pero muy poco. Y él disfrazado de dominó, es decir con una capa negra, y nada más, un traje y corbata debajo. Él le dice que ésa es la última pieza que va a tocar la orquesta, que ya es hora de quitarse el antifaz. Ella le dice que no, la noche debe terminar sin que él sepa quién es ella, y sin que ella sepa quién es él. Porque nunca más se volverán a ver, ése ha sido el encuentro perfecto de un baile de carnaval y nada más. Él insiste y se saca el antifaz, es divino el tipo, y le repite que ha estado toda su vida esperándola y ahora no la va a dejar escapar. Y le mira a ella un anillo solitario fabuloso que tiene, y le pregunta si eso significa algo, un compromiso sentimental. Ella contesta que sí, y le pide que la espere afuera en el coche de él, mientras ella va al tocador a empolvarse y rehacer el maquillaje. Es el minuto fatal, porque él sale y la espera y la espera y ella nunca más aparece. Bueno, la acción pasa a la capital de México, y se ve que el muchacho trabaja como reportero en un gran diario de la tarde. ¡Ah!, porque me olvidé decirte que mientras bailan ella dice que esa pieza es preciosa, y qué lástima que no tenga letra, y ahí él le dice que es medio poeta. Y entonces está él una tarde ahí en la redacción del diario, que es un bochinche bárbaro de gente que entra y sale, cuando ve que están preparando un artículo bastante escandaloso, con muchas fotos, sobre una actriz y cantante que hace un tiempo se ha retirado, y que vive protegida por un poderosísimo hombre de negocios, un magnate temidísimo, medio mafioso, pero del que no dan el nombre. Y al ver las fotos el muchacho se queda pensando, esa mujer hermosísima, que empezó su carrera en teatros de revistas y que después se volvió estrella dramática de gran éxito, pero por muy poco tiempo, por que se retiró, bueno, esa mujer le resulta conocidísima, y cuando le ve en una foto la mano tomando champagne con un solitario rarísimo, ya no le queda duda de quién es. Haciéndose el sonso averigua qué se traen con todo eso, y le dicen que va a ser una nota muy sensacionalista, y que les falta no más algunas fotos de cuando ella se desnudaba en escena, que pronto van a conseguir. Ahí tienen la dirección de ella, porque la han estado espiando, entonces él aprovecha y se le presenta en la casa. Él la mira deslumbrado, ella está con un salto de cama de tul negro. Es un departamento supermoderno, con lámparas empotradas que dan una luz difusa que no se sabe de dónde viene, y todo es de raso clarito, las cortinas son de raso, los sillones son de raso, y los taburetes también, sin patas, redondos. Ella se recuesta en un diván para escucharlo. Él le cuenta lo que pasa y le promete esconder todas las fotos y lo que han escrito, así no pueden sacar el artículo. Ella se lo agradece profundamente. Él le pregunta si ella es feliz en esa jaula de oro. A ella no le gusta que le diga eso. Y le cuenta la verdad, que agotada por la lucha del teatro, donde había llegado a escalar los más altos peldaños, se dejó convencer por la oferta de un hombre al que creía bueno. Ese hombre, riquísimo, la llevó a viajar, a ver mundo, pero de vuelta en su país se volvió más y más celoso, hasta reducirla casi a una prisionera. Ella pronto se cansó de no hacer nada, y le pidió a él que la dejara volver a actuar, pero él se negó. El muchacho le dice que por ella se atrevería a cualquier cosa, y no le tendría miedo al otro, ella lo mira fijo, desde el diván, y saca un cigarrillo. Él se le acerca para encendérselo, y ahí la besa. Ella lo abraza, por un momento se deja llevar por un impulso, y le dice que lo necesita…, pero entonces él le dice que se vaya con él, que deje todo, joyas, pieles, vestidos, magnate, y lo siga. Pero a ella le da miedo. El muchacho le dice que no sea cobarde, que juntos se pueden ir lejos. Ella le pide unos días de tiempo. Él le insiste que ahora o nunca. Ella le dice que se vaya. Él le dice que no, que de ahí no saldrá sin ella, y la agarra de los brazos, y la sacude, como para que pierda el miedo. Entonces ella reacciona pero en contra de él, le dice que todos los hombres son iguales, que ella no es una cosa, algo que se maneja como ellos quieren, por capricho, y que le tienen que dejar tomar su propia decisión. Él entonces le dice que nunca más la quiere volver a ver y va hacia la puerta. Ella, despechada, le dice que espere un momento, y va a su dormitorio y vuelve con un montón de billetes, y le dice que son en pago del favor que le ha hecho, de destruir ese artículo. Él le tira el dinero a los pies, y sale. Pero ya en la calle se arrepiente de haber sido tan impetuoso. No sabe qué hacer, y se va a tomar a una taberna, donde entre el humo apenas si se entrevé un pianista ciego, que toca esa misma música tropical muy lenta, muy triste, que él bailó con ella en carnaval. El muchacho toma, y toma, y va componiendo versos para esa música, pensando en ella, y canta, porque es un galán cantor: «Aunque vivas… prisionera, en tu soledad… tu alma me dirá… te quiero». ¿Y cómo sigue?, bueno, sigue un poquito más y después dice, «Me hacen daño tus ojos, me hacen daño tus manos, me hacen daño tus labios… que saben mentir… y a mi sombra pregunto, si esos labios que adoro, en un beso sagrado… en un beso sagrado…», ¿y qué más?, algo como «… volverán a mentir». Y después sigue, «Flores negras… del destino, nos apartan sin piedad, pero el día vendrá en que seas… para mí no más, no más…». ¿Te acordás de ese bolero?