La pobre amargada de tu mujer mira una caja de madera que Grace tiene en las manos. Madera descolorida cubierta de barniz amarillento, con las esquinas metálicas y las bisagras casi negras de tan deslustradas. La caja tiene unas patas que se despliegan a los lados y forman un caballete.
Grace le ofrece la caja, que sostiene con las dos manos azuladas y retorcidas, y dice:
—Te van a hacer falta. —Agita la caja. En el interior resuenan los pinceles acartonados, los viejos tubos de pintura seca y los pasteles rotos—. Para empezar a pintar —dice Grace—. Cuando sea el momento.
Y tu mujer, que no tiene tiempo para sufrir un ataque de nervios, se limita a decir:
—Deja eso.
Peter Wilmot, tu madre es una puta desgracia.
Grace sonríe y abre mucho los ojos. Sostiene la caja en alto y dice:
—¿No es tu sueño? —Con las cejas levantadas y el músculo
corrugator
en funcionamiento, dice—: ¿No has querido pintar desde que eras niña?
El sueño de todas las chicas en la facultad de bellas artes. Donde te instruyen sobre lápices de cera, anatomía y arrugas.
Dios sabe por qué demonios está limpiando Grace Wilmot. Lo que tiene que hacer es las maletas. Esta casa. Tu casa. La cubertería de plata de ley, con tenedores y cucharas tan grandes como herramientas de jardín. Sobre la chimenea del comedor hay un cuadro al óleo de Algún Wilmot Muerto. En el sótano hay un museo reluciente y venenoso de mermeladas y compotas petrificadas, vinos vetustos de fabricación casera, peras fechadas en el inicio de la nación y fosilizadas en sirope de color ámbar. El residuo pegajoso de la riqueza y del tiempo libre.
De todos los objetos inestimables que quedan atrás, esto es lo que rescatamos. Estos artefactos. Recuerdos. Souvenirs inútiles. Nada que se pueda subastar. Las cicatrices dejadas por la felicidad.
En lugar de empaquetar algo de valor, algo que puedan vender, Grace le trae esa vieja caja de pinturas. Tabbi tiene su caja de zapatos llena de alhajas, de lo que se pone para estar guapa, sus broches, sus anillos y sus collares. El fondo de la caja está lleno de perlas sueltas y cristales de estrás que ruedan de un lado a otro. Una caja de agujas oxidadas y cristales rotos. Tabbi está pegada al brazo de su abuela. Detrás de ella, perfectamente nivelada con la cabeza de Tabbi, la marca de la puerta dice «Tabbi, doce años», y la fecha del año presente escrita con rotulador rosa fluorescente.
Las alhajas de Tabbi pertenecieron a esos nombres.
Lo único que Grace ha empaquetado es su diario. Su diario encuadernado en cuero rojo y algo de ropa de verano, sobre todo jerséis tejidos a mano en tonos pastel y faldas plisadas de seda. Las tapas del diario son de cuero rojo resquebrajado con una pequeña cerradura metálica. En la tapa pone en letras doradas: «Diario».
Grace Wilmot siempre está intentando que tu mujer empiece a escribir un diario.
Grace dice: Empieza a pintar otra vez.
Grace dice: Sal y ve de visita al hospital más a menudo.
Grace dice: Sonríe a los turistas.
Peter, ese ogro huraño de mujer que tienes mira a tu madre y a tu hija y dice:
—Las cuatro en punto. A esa hora viene el señor Delaporte a buscar las llaves.
La casa ya no les pertenece. Tu mujer dice:
—Cuando la manecilla grande señale las doce y la pequeña las cuatro, todo lo que no esté en las maletas o bajo llave no lo volveréis a ver.
Al vaso de vino de Misty Marie le quedan por lo menos un par de tragos. Y cuando lo ve ahí, sobre la mesa del comedor, le parece la respuesta. Le parece la felicidad, la paz y el confort. Lo mismo que antes parecía la isla de Waytansea.
Allí de pie junto a la puerta, Grace sonríe y dice:
—Ningún Wilmot abandona esta casa para siempre. —Dice—: Y nadie que viene aquí de fuera se queda mucho tiempo. Tabbi mira a Grace y dice: —Abuelita,
quand est ce qu'on revient?
Y su abuela dice:
—
En trois mois
. —Y le da una palmadita en la cabeza a Tabbi. Luego la vieja desgraciada de tu madre se va a seguir alimentando de pelusa a la aspiradora.
Tabbi empieza a abrir la puerta de la casa para llevar su maleta al coche. Ese montón de chatarra oxidado que apesta a los meados de su padre.
Tus meados.
Y tu mujer le pregunta:
—¿Qué te acaba de decir tu abuela?
Y Tabbi se gira para mirar hacia atrás. Pone los ojos en blanco y dice:
—¡Dios! Relájate, mamá. Solamente ha dicho que esta mañana estás guapa.
Tabbi miente. Tu mujer no es tonta. Sabe qué aspecto tiene. Si no entiendes algo, puedes hacer que signifique cual. Luego, cuando la señora Misty Marie Wilmot vuelve a estar sola, cuando nadie la ve, va de puntillas y acerca los labios a la puerta.
Extiende los dedos sobre los años y años de antepasados. Con la caja de pinturas muertas a los pies, besa el lugar sucio bajo tu nombre a la altura en que recuerda que estaban tus labios.
Solamente para que conste en acta, Peter, eso de que vayas diciendo que tu mujer trabaja de doncella en un hotel da asco. Sí, tal vez hace dos años hacía de doncella.
Ahora resulta que es ayudante de supervisora de camareras del comedor. Es la Empleada del Mes del hotel Waytansea. Es tu mujer, Misty Marie Wilmot, la madre de tu hija, Tabbi. Por los pelos no tiene una licenciatura en bellas artes. Vota y paga impuestos. Es la reina de los putos esclavos y tú eres un vegetal cerebralmente muerto con un tubo metido por el culo comatoso, enganchado a un millón de cacharros ultracaros que te mantienen con vida.
Querido Peter, no estás en posición de llamar gorda asquerosa a nadie.
A la gente que sufre tu clase de coma se le contraen todos los músculos. Los tendones se te van pegando cada vez más entre sí. Te tiran de las rodillas hacia el pecho. Se te doblan los brazos sobre el vientre. Los pies y los tobillos se te contraen hasta que las puntas de los dedos se te doblan todas hacia abajo y da grima verlas. Los dedos de las manos también se doblan hacia abajo y las uñas se clavan en la parte de dentro de la muñeca. Y los músculos y tendones se van haciendo más y más cortos. Los músculos de tu espalda, los erectores espinales, se encogen y te tiran de la cabeza hacia atrás hasta que casi te toca el culo.
¿Lo notas?
Estás retorcido y agarrotado, ese es el desastre que Misty tiene que ver cuando llega al hospital después de conducir durante tres horas. Y eso sin contar el trayecto en ferry. Eres el desastre con el que se casó Misty.
Escribir esto es la peor parte del día para ella. Fue tu madre, Grace, la que tuvo la idea de que Misty escribiera un diario del coma. Es lo que hacían los marineros y sus mujeres, dijo Grace: escribir un diario todos los días que pasaban separados. Es una vieja y querida tradición marinera. Una vieja y preciada tradición de la isla de Waytansea. Después de tantos meses separados, cuando se reúnen otra vez, los marineros y sus mujeres intercambian diarios y se ponen al día sobre lo que se han perdido. Cómo han crecido los niños. Qué tiempo ha hecho. Un registro de todo. La mierda cotidiana con la que tú y Misty os aburríais mutuamente a la hora de la cena. Tu madre dijo que sería bueno para ti, que te ayudaría en el proceso de tu recuperación. Algún día, sí Dios quiere, abrirás los ojos y cogerás en brazos a Misty y la besarás, besarás a tu querida mujer y tendrás en las manos todos tus años perdidos, registrados con todo lujo de detalles, todos los detalles acerca de cómo ha crecido tu hija y cómo te ha echado de menos tu mujer. Y podrás sentarte debajo de un árbol con una limonada y pasar un buen rato poniéndote al día.
Tu madre, Grace Wilmot, necesita despertarse de su propio tipo de coma.
Querido Peter. ¿Notas esto?
Todo el mundo sufre su propio tipo de coma.
Nadie sabe qué recuerdas de antes. Una posibilidad es que se te hayan borrado todos los recuerdos. Triángulo-de-las-Bermudizadas. Que tengas lesiones cerebrales. Que nazcas de nuevo como una persona completamente distinta. Distinto pero igual. Renacido.
Solamente para que conste en acta, tú y Misty os conocisteis en la facultad de bellas artes. La dejaste embarazada y los dos os mudasteis con tu madre a la isla de Waytansea. Si ya sabes todo esto, no te detengas en ello. Sáltatelo.
Lo que no te enseñan en la facultad de bellas artes es que se te puede acabar la vida entera cuando te quedas embarazada.
Uno se puede suicidar de mil formas distintas sin morirse de verdad.
Y en caso de que te hayas olvidado, eres un capullo de mucho cuidado. Eres un gilipollas cagón, cobarde, egoísta y sin pelotas. En caso de que no te acuerdes, metiste el puto coche en el puto garaje e intentaste asfixiarte como un imbécil con el humo del tubo de escape, pero no, ni eso pudiste hacer bien. Para empezar no va mal tener el depósito lleno.
Solamente para que sepas la pinta que tienes, a toda persona que pasa más de dos semanas en coma los médicos llaman a su condición Estado Vegetativo Persistente. La cara se te hincha y se te pone roja. Se te empiezan a caer los dientes. Si no te dan la vuelta cada cierto tiempo te salen llagas.
Hoy tu mujer está escribiendo esto y tú cumples cien días como vegetal.
Si crees que los pechos de Misty son como dos carpas muertas, no eres el más indicado para hablar.
Un cirujano te ha implantado un tubo de alimentación en el estómago. Tienes un tubito fino insertado en el brazo para tomarte la presión sanguínea. Que también te mide el oxígeno y el dióxido de carbono de las arterias. Tienes otro tubo insertado en el cuello para medirte la presión en las venas que te regresan al corazón. Llevas un catéter. Un tubo metido entre los pulmones y la caja torácica elimina cualesquiera fluidos que se te puedan acumular. Unos electrodos diminutos que llevas pegados al pecho te auscultan el corazón. Unos auriculares que llevas puestos envían ondas de sonido para estimularte el tronco cerebral. Un tubo que te han metido por la nariz bombea aire procedente de un respirador. Otro tubo se te mete en las venas y te introduce fluidos y medicación. Para evitar que se te sequen, tienes los ojos cerrados con cinta adhesiva.
Solamente para que sepas cómo vas a pagar esto, Misty ha prometido la casa a las Hermanas de la Asistencia y la Caridad. La mansión de Birch Street, con sus dieciséis acres, se la quedará la Iglesia católica en el mismo momento en que te mueras. Un centenar de años de la preciada historia de tu familia van a acabar en el bolsillo de esa gente.
En cuanto dejes de respirar, tu familia se quedará sin casa.
Pero no te preocupes, entre el respirador y el tubo de alimentación y la medicación no te vas a morir. No te podrías morir ni aunque quisieras. Te van a mantener con vida hasta que seas un esqueleto marchito con máquinas que te irán metiendo aire y vitaminas.
Querido Peter, pedazo de tonto. ¿Notas esto?
Además, cuando la gente habla de desenchufar al enfermo, se trata más bien de una metáfora. Toda esa maquinaria parece bastante integrada. Además están los generadores de repuesto, las alarmas de seguridad, las baterías, los códigos secretos de diez dígitos y las contraseñas. Para apagar el respirador se necesita una llave especial. Hace falta una orden judicial, un documento de renuncia por posible negligencia, cinco testigos y el consentimiento de tres médicos.
Asi que ponte cómodo. Nadie va a desenchufar nada hasta que Misty encuentre una salida a este lío de mierda en que la has metido.
Solamente en caso de que no te acuerdes, cada vez que viene a visitarte lleva puesto uno de esos viejos broches roñosos que le regalaste. Al llegar se quita el abrigo y abre el alfiler del broche. Lo ha esterilizado con alcohol de friegas, por supuesto, Dios no quiera que te quede ninguna cicatriz o una infección de piel por estafilococos. Y luego te clava el alfiler del viejo broche roñoso —muy, muy despacio— en la carne de la mano, del pie o del brazo. Hasta que llega al hueso o hasta que sale por el otro lado. Si sale sangre, Misty te la limpia.
Es algo muy nostálgico.
Hay veces en que te visita y te clava la aguja una y otra vez. Y susurra:
—¿Notas esto?
No es que nunca te hayan clavado una aguja.
Ella susurra:
—Sigues vivo, Peter. ¿Y esto, lo notas?
Ahora que te estás bebiendo tu limonada, leyendo esto debajo de un árbol dentro de una docena de años, o de un centenar de años, tienes que saber que la mejor parte de todas las visitas es el momento de clavar la aguja.
Misty te dio los mejores años de su vida. Misty no te debe nada más que un divorcio como una catedral. Como eres el imbécil agarrado que eres, la ibas a abandonar con el depósito de gasolina vacío, como haces siempre. Además le dejaste todos esos mensajes llenos de odio en las paredes de la gente. Le prometiste amarla, honrarla y apreciarla. Dijiste que convertirías a Misty Marie Kleinman en una artista famosa, pero luego la dejaste pobre, sola y odiada.
¿Notas esto?
Querido estúpido mentiroso. Tu Tabbi envía abrazos y besos a su papá. Dentro de pocos días cumple trece años. Es una adolescente.
El parte meteorológico de hoy anuncia furia parcial con arranques ocasionales de rabia.
En caso de que no te acuerdes, Misty te trajo unas botas de borreguko para que no se te enfriaran los pies. Llevas unas medias ortopédicas ajustadas para obligar a la sangre a regresarte al corazón. Te está guardando los dientes que se te caen.
Solamente para que conste en acta, todavía te quiere. Si no te quisiera no se molestaría en torturarte.
Cabrón. ¿Notas esto?
Muy bien, muy bien, joder.
Solamente para que conste en acta, gran parte de este desastre es culpa de Misty. Pobre Misty Marie Kleinman. La pequeña criatura producto del divorcio y sin padres en su casa durante la mayor parte del tiempo.
Todo el mundo en la universidad, todas sus amigas en la facultad de bellas artes, le dijeron:
No lo hagas.
No, le dijeron sus amigas. No con Peter Wilmot. No con Peter De Flor En Flor.
La Eastern School of Art, la Meadow, Academy of Fine Arts, el Wilson Art Institute, se rumoreaba que a Peter Wilmot lo habían echado de todas.
Que te habían echado de todas.
Peter se apuntó a todas las facultades de bellas artes de once estados y luego nunca iba a las clases. Nunca pisaba su estudio. Los Wilmot tenían que ser ricos, porque llevaba casi cinco años en aquella facultad y su portafolio seguía vacío. Lo único que hacía era flirtear con jovencitas a jornada completa. Tenía el pelo negro y llevaba jerséis de punto ensanchados y de color azul sucio. Siempre tenía la costura rota en un hombro y el borde le colgaba por debajo de la entrepierna.