Aguilar a duras penas logra pegar el frenazo para no atropellar al mendigo que de buenas a primeras sale de la lluvia y se le atraviesa a su camioneta, Pero qué mierda hace este loco suicida, por poco lo mato y el corazón me patea del sobresalto pero según parece a él toda la escena le importa un bledo, simplemente hace parte de su rutina y de los gajes de su oficio, y sin que yo sepa a qué hora ya está metiendo por mi ventanilla una mano mendicante, Dame para un cafecito, hermano, que el frío está berriondo, me tutea como si dos segundos atrás yo no hubiera estado a punto de cargármelo con el auto, y parece muy satisfecho él, digamos que hasta orgulloso de haber logrado su cometido pragmático y premeditado de detenerme a la brava para poder pedirme una limosna: aquí estás otra vez, demencia, vieja conocida, zorra jodida, reconozco tus métodos camaleónicos, te alimentas de la normalidad y la utilizas para tus propios fines, o te le asemejas tanto que la suplantas. Cuando mi hijo Toño tenía siete años me preguntó una vez, ¿Cierto, papá, que uno es loco por dentro? Ahora que le doy vueltas a su pregunta, recuerdo un detalle del día en que conocí a Agustina. Quiero decir personalmente, porque en ese tiempo era conocida por todo el país como la vidente que acababa de localizar mediante telepatía a un joven excursionista colombiano que andaba extraviado desde hacía días en Alaska, y que como tenía la característica de ser el hijo del entonces ministro de Minas, había acaparado día tras día la atención de la prensa mientras duró la misión de su rescate, que fue coordinada a dos bandas entre un grupo de marines allá en los hielos perpetuos y ¡oh!, quién si no Agustina Londoño acá en Santa Fe de Bogotá, dando pistas parapsicológicas, clavando los alfileres de su intuición en un mapa de las regiones árticas y emitiendo pálpitos paranormales desde el propio despacho del ministro de Minas. Como al muchacho refundido al final lo encontraron, todo el país, empezando por el gabinete ministerial en pleno, ardió en fervor patriótico como si hubiéramos clasificado para la Copa América y la prensa no dudó en atribuirle la totalidad del éxito al poder visionario de Agustina, minimizando tanto los designios de Dios como los esfuerzos de los marines, que fueron a fin de cuentas quienes lo rescataron vaya a saber de qué iglú, alud, glaciar o inconveniente boreal. Pocos días después del desenlace, que fue para Agustina algo así como un magna cum laude en ciencias adivinatorias, me la presentaron a la salida de un cineclub. Sólo me dijeron Ella es Agustina y yo, que no até cabos con la historia aquella de Alaska, sólo vi a una Agustina cualquiera, eso sí muy bella, que hablaba hasta por los codos asegurando que era extraordinaria la película que acabábamos de ver y que a mí me había parecido pésima, y lo primero que pensé, antes de que me aclararan de qué Agustina se trataba, fue Qué muchacha tan linda pero tan loca. Y sin embargo la palabra loca en ese momento no tuvo para mí resonancias negativas. En los días que siguieron pude ir constatando que Agustina era dulce y era divertida y que, según la patología descubierta por mi hijo Toño, era loca por dentro; Agustina, toda de negro, andaba vestida medio de maja, medio de bruja con mantillas de encaje, minifaldas asombrosamente cortas y guantes recortados que dejaban al aire sus largos dedos de blancura gótica; Agustina se ganaba la vida leyendo el tarot, adivinando la suerte, echando el I Ching y apostando al chance y a la lotería, o eso decía pero en realidad se mantenía de la renta mensual que le pasaba su familia; Agustina tenía el pelo muy largo y era medio hippy y era medio libre; Agustina fumaba marihuana y viajaba cada primavera con su familia a París y odiaba la política y aturdía a quienes la admirábamos con un perfume bárbaro y audaz que se llama Opium; Agustina vivía sola y en su apartamento no tenía muebles sino velas, cojines y mandalas trazados en el piso; recogía gatos callejeros y era una mezcla inquietante de huérfana abandonada e hija de papi, de niña bien y nieta de Woodstock. Mientras que yo, un profesor de clase media, dieciséis años mayor que ella, era marxista de vieja data y militante de hueso colorado y por tanto desdeñaba la locura chic en sus versiones tipo ¡Ay, qué locura!, No seamos locos o Hicimos la cosa más loca, y me sentía incómodo con lo que dio en llamarse el realismo mágico, por entonces tan en boga, porque me consideraba al margen de la superchería y de la mentalidad milagrera de nuestro medio, y de las cuales Agustina aparecía como exponente de lujo. Y sin embargo bastó con que ella me hiciera reír, porque era aguda y era irreverente; bastó con que me tomara la mano entre las suyas para leerme las líneas de la palma y me preguntara por qué me azotaba tanto si yo era un bacán y un tipo chévere, queriendo decir con eso que por qué me tomaba las cosas tan a pecho. Bastó con que me llamara viejo porque fumaba Pielrrojas, porque usaba argolla matrimonial y hablaba de lucha de clases; bastó con que me puyara con que no había proleto —ésa fue la palabra que usó— que no dijera, como yo, cabello en vez de pelo y rostro en vez de cara y que no usara pantalones como los que yo llevaba puestos, de fibra sintética, color chocolate y bota campana. No eran propiamente color chocolate ni tenían bota campana, pero había dado en el blanco con lo de la fibra sintética y es inclemente cuando encuentra una fisura por donde filtrar su burleteo. Bastó con que al soltarme la mano me la dejara impregnada de ese olor penetrante y sensual que yo, que no sé nada de drogas, creí que era el de la marihuana y que cuando se lo dije se volviera a burlar y me aclarara que no era marihuana sino un perfume que se llama Opium, y bastó también con que unos meses después, cuando fui a comprarle un frasco de Opium para llevárselo de regalo, me enterara de que un perfume francés costaba lo que yo me ganaba en la quincena. Bastó con que empezara a decirme Aguilar a secas, borrándome el nombre de un plumazo y dejándome reducido al apellido, pero sobre todo bastó con que una mañana soleada, en el Parque de la Independencia, así no más, sin previo aviso, se inclinara a amarrarme un zapato que llevaba suelto. Estábamos ambos sentados en un banco y yo trataba sin éxito de darle piso real a uno de sus tantos proyectos empecinados y enseguida olvidados, una autobiografía que me había pedido que la ayudara a escribir, y en ésas ella vio que mi zapato estaba suelto, se inclinó y me lo amarró, y cuando le pregunté si una niña de Opium no se desdora al atarle los cordones a un proleto de fibra sintética, me contestó con un mohín, Fue pura demagogia. Pero no, no había sido demagogia y por eso me enamoré; tampoco había sido pleitesía ni sometimiento sino ademán amable y no premeditado de quien ve un zapato desamarrado y se agacha a amarrarlo, sea de quien sea el pie que lo calza. Cuando le comenté a Marta Elena, la madre de mis hijos, de quien ya por entonces andaba separado, que me había prendado de una niña linda porque se había agachado a amarrarme el cordón del zapato, ella me sorprendió al responderme Qué cristiano eres pese a todo. Otra me hubiera tachado de machista pero Marta Elena me conoce bien y sabe que por ahí no va el asunto, a ella no se le escapa el efecto subliminar y fulminante que sobre mí surten los obispos que les lavan los pies a los ancianos, los santos que les ceden su abrigo a los mendigos, las monjas que les dedican sus días a los enfermos, los que dan la vida por algo o por alguien: ese tipo de gesto excesivo o exaltado que hoy día resulta tan anacrónico. Así que bastó con eso, y con su asombrosa belleza, para que yo pensara de Agustina qué loca tan linda y me enamorara de ella perdidamente y hasta el día de hoy, sin sospechar siquiera que la locura, que no era eso que Agustina tenía entonces sino que es esto que tiene ahora, no es para nada linda sino que es pánica y es horrenda.
Cómo te dijera, muñeca Agustina, el Midas busca las palabras para explicarle y pone una cara que no le cuadra, cara como de dolida ensoñación, o de sueños que se han quebrado como platos, déjame hacerte una pregunta, Agustina bonita, ¿tú crees que existe esa maricada que los gringos llaman un winner?, pues si existe, ése soy yo, un ganador nato, un talento natural en el oficio del triunfo, qué mejor testigo de eso que tú, que has salido perdedora de todas las partidas que hemos jugado el uno contra el otro, y sin embargo mírame aquí, mordiendo el polvo de la derrota. La cosa es que a mí la visita del Misterio me dejó muy mal sabor, no me preguntes por qué, si había venido a ofrecerme el negocio del siglo y yo jamás he sido supersticioso porque para eso te tengo a ti, tan linda y tan brujilda, pero tan pronto el Midas McAlister abrió la puerta y vio allí parado a ese pajarraco de mal agüero, ardiendo en fiebre de basuco y corrompiendo el aire con su aliento de chupacadáveres, a él, el rey Midas, el golden boy, el superstar de la sabana, lo invadió de arriba abajo una piquiña incómoda, una sensación de que todo invitaba al mal genio en esa ocasión perversa, Y sobra informarte, Agustina cuchi-cuchi, que a la Araña no se le paró esa noche, primer intento fallido tal como era de prever, crónica de un fracaso anunciado, y la verdad, yo ya quería que dejáramos el jueguito de ese tamaño, pagar mi apuesta desafortunada y decirle a la Araña Ya estuvo suave, viejo Araña, no jodamos más con esa vaina, resígnate a hacer dinero porque las artes amatorias ya te abandonaron, a esas alturas del jolgorio el Midas arrastraba el ánimo por el piso y eso que acababan de ofrecerle un negocio increíble, y sin embargo lo único que sentía era malestar y empalago y ganas locas de irse a la cama, Ganas de irme solito a mi cama a hundirme en un sueño tranquilo y subterráneo con la luz bien apagada y herméticamente cerrados los blinds, blackout absoluto contra el ataque del sol en la mañana, pero el bueno de la Araña, que no se pillaba la razón de mi bajonazo, gimoteaba convencido de que la culpa era suya y no paraba de pedirme perdón por el fracaso, No todo está perdido, Midas my boy, me reconfortaba con un entusiasmo patético y sin fundamento, Te fallé al final pero te juro que estuvimos a milímetros de lograrlo, me insistía el bendito Araña y no lograba sino atizarme la depre, Hubiéramos ganado la apuesta, me aseguraba, si esas dos criaturas que me trajiste no hubieran sido tan desganadas y tan haraganas, la próxima vez tráeme unas hembras de verdad, unas panochas ardientes, no más muñequitas de porcelana que eso me la deja fría. Pero viejo Araña, reviraba el Midas, si te traje a las muchachas tal como las solicitaste, bilingües y modositas y alimentadas con sushi, No del todo, Midas my boy, creo que entre tú y yo hubo bache generacional y vacío de comunicación, se te escapó el detalle de que a los hombres de mi edad nos gustan las hembras contundentes y calientes y me enchufaste un par de anoréxicas de esas que hay que conservar en el freezer, no paraba la Araña de improvisar disculpas para disimular su vergüenza, A los hombres como yo nos gustan papandujas y madurongas, y tú, Miditas, hijo, me saliste con un par de crías desnutridas y desamparadas que estaban buenas para adoptarlas pero no para fornicárselas. No te preocupes viejo Araña que ya nos sonreirán tiempos mejores, así le decía yo, que cuando me conviene puedo ser el hijueputa más lambeculos del mundo, y al mismo tiempo disimulaba la mala leche para no jorobar tamaño business que teníamos pendiente, No te vayas todavía, Arañita, viejo man, deja que yo despache para sus casas al Joaco y al paraco Ayerbe y tú quédate en mi oficina con el Silver un cuartico de hora más, que les tengo razón de Escobar, y cuando les conté la meganoticia a la Araña y al Silver, omitiendo detalles alevosos como que el Patrón los llamaba respectivamente el Tullido y el Informante, a ambos les entró la silenciosa y se quedaron pasmados en sus sillas, quiero decir que al principio como que no les sonó la vaina, les dio por preguntar y por enredarse en dudas, que por qué ahora Pablo nos pide efectivo si siempre nos ha recibido cheques, que por qué nos está buscando otra vez si ha transcurrido tan poco tiempo desde el último cruce, y era fundamentada su reticencia, mi niña Agustina, porque Escobar siempre deja pasar más de seis meses antes de buscarte de nuevo, no por nada él es el Patrón y sabe cómo tiene que rotar a su personal beneficiario, eso me lo sabía yo de memoria y no entiendo cómo lo olvidé, parece que la codicia se las lleva bien con el Alzheimer, lo peor es que el asunto me olió mal desde el principio, pero era tan suculento el botín que opté por desactivar la alarma. A la Araña y al Silver tampoco les sonó del todo así que medio se rascaron la cabeza, medio protestaron con cualquier pretexto, digamos que se quejaron de la dificultad de conseguir tanto billete en rama de la noche a la mañana, actuaban haz de cuenta como quien se gana el premio gordo de la lotería y rezonga porque no sabe qué va a hacer con tanta plata, pero al rato ya se habían sacudido de encima cualquier prevención o prejuicio y se sacaban del bolsillo el Mont Blanc y la libretica Hermes para jalarle a las cuentas, que si consignamos en tal, que si invertimos en cual, y por ahí derecho nos fuimos entregando todos al entusiasmo, y es que al fin y al cabo ganarse ochocientos millones de un solo jalón es cosa que no te sucede a diario. Pero puntuales, mis amores, recuerden que la condición de Pablo es que el dinero esté vivito y coleando y aquí en mi mano a más tardar pasado mañana, les advertí yo al momento de la despedida, ahí en la acera frente al Aerobic’s, ya cerca de las dos de la madrugada, y antes de abordar cada cual su nave nos agarramos a los picos y a los abrazos como si fuéramos colegiales en el día del grado, hermanados los tres en la dulzura del oro cercano. Al otro día el Midas, tal como había previsto, amaneció sin ánimos para levantarse y con la sensación de haber tenido un mal sueño, Soñé que me montaban una persecuta tenaz, una vaina así bien paranoica, no te puedo especificar bien porque fue una pesadilla borrosa, mi reina Agustina, borrosa pero tan fea que me hizo amanecer convaleciente, si es que se puede llamar amanecer eso de abrir los ojos cuando ya el sol va por la mitad del cielo, se me pegaban las cobijas y nada que me soltaban y yo sin saber si se trataba de una gripa de esas asiáticas que quería tomarme por asalto, o si era trastorno por el dineral que me iba a caer encima, o simplemente cagazo de salir mal parado de toda esa historia, o a lo mejor un revoltijo de esas tres cosas; lo cierto es que sólo quería invernar, quiero decir que ni para pararme a orinar me daban las fuerzas, porque sabía que fuera de la cama me iba a ver baboso y ridículo como un miserable caracol sin su concha. Y cuando eso me pasa no me creerás pero me da por pensar en ti, Agustina bonita, y eso viniendo de parte mía debes tomarlo como una declaración de amor berracamente impresionante porque nunca he sido hombre dedicado a cultivar recuerdos, lo pasado siempre se borra de mi disco duro, lo que no es el momento para mí es tierra de olvido, claro que dirás que de qué te han servido en la vida mis declaraciones de amor si en la práctica me comporto como un cerdo, y sin embargo es verdad que pienso en ti cuando estoy solo en mi dormitorio, que es como decir mi templo, y es verdad también que para el caspa que soy, no hay avemaría que valga aparte de tu recuerdo. Por eso a veces me pongo a meditar sobre lo que hubieran podido ser tu vida y la mía si no fueran esto que son, y ese pensamiento me envuelve en la modorra y me va hundiendo en la flojera y ahí sí que menos quiero saber del mundo que se extiende más allá de mi dormitorio, que a fin de cuentas viene siendo mi único reino, muñeca Agustina, tú lo visitaste en tu noche espantosa, después de que armaste el bochinche y que desataste el tierrero que dio al traste con todo, pero estabas tan loquita que no debes ni acordarte, y no creas que te culpo, Agustina vida mía, esa familia tuya siempre ha sido un manicomio, lo que pasa es que a ti se te nota demasiado mientras que tu madre y tu hermano Joaco lo disimulan divinamente, es increíble con cuánta sanfasón cabalga Joaco sobre la locura sin dejar que lo tumbe, como si fuera uno de sus nobles caballos de polo, y en cambio a ti, Agustina chiquita, la locura te lleva de sacudón en sacudón y de porrazo en porrazo, como en rodeo tejano. Pero te estaba hablando de mi dormitorio, porque si el mundo de afuera me quedó grande, en cambio tendrías que verme entre las cuatro paredes de mi cuarto, hasta yo mismo me asombro al comprobar que mi voluntad se extiende por esas ocho esquinas sin trabas ni contratiempos, cuando estoy ahí dentro, con pie firme en mi terreno, parecería que hasta el tiempo se estira o se encoge a mi antojo. Te mostré, Agustina, pero no lo viste, el gran estilo con que todo lo enciendo y lo apago con sólo oprimir un botón de ese juguetico tan sumamente bonito que es el control remoto, me fumo un cachito de marihuana y sostengo mi control remoto como si fuera bastón de mando, desde la cama amortiguo las luces y regulo la temperatura ambiente, pongo a tronar mi equipo Bose, abro y cierro cortinas, preparo café como por arte de magia, enciendo la chimenea con fuego instantáneo, preparo el baño turco o el jacuzzi para desinfectarme en borbotones de agua y cocinarme al vapor hasta quedar libre de polvo y paja, y luego me doy una pasadita por esa ducha especialmente diseñada para mí con múltiples chorros tan poderosos que servirían para apagar incendios pero que esa noche no sirvieron a la hora de calmarte a ti, mi bella niña histericoide, aunque te apliqué alternativamente el agua helada y la recontracaliente. Todo es limpísimo en mi habitación, muñeca Agustina, no sabes cuánta limpieza puede comprar el dinero, y más aún si tu madre es una santa como lo es la mía y como lo es toda madre de clase media, una santa que sabe tararear los jingles de detergentes que salen en la tele y que recoge tu ropa sucia y te la devuelve impecable al día siguiente, lavada y planchada y organizada en rimeros perfectos entre tu clóset. El resto de mi apartamento no me interesa y por eso no intenté mostrártelo siquiera, es inmenso y aburrido y lo he declarado parte de las vastas desolaciones exteriores, deber ser por eso que en la sala aún no he puesto muebles y en el comedor, que compré para doce comensales, no me he sentado a comer ni la primera vez, porque hacerlo solo me produce nostalgia y la idea de tener que invitar a los otros once me da soponcio, pero lo más patético de todo es la terraza, que en el centro de sus ochenta metros cuadrados tiene un parasol de rayas rojas y blancas que hasta ahora no ha protegido del sol a nadie, y alrededor seis palmeras enanas sembradas en macetas que por mí bien pueden crecer hasta el cielo porque me da igual, creo que en esa terraza playera con vista al asfalto no he puesto nunca el pie, o tal vez sí, una sola vez, el día en que visité el apartamento para comprarlo. La sala, el estudio, el comedor grande y el pequeño, la terraza, la cocina, todo eso queda del lado de allá de mis fronteras, para mí la patria es mi dormitorio y la réplica del vientre materno es esa cama king size en la que me acuesto con hembritas lindas a las que ni siquiera les pregunto el nombre, precisamente entre esa cama dormitaba yo la mañana siguiente del encuentro con Misterio cuando a eso de las diez sonó el teléfono y me despertó dejándome sentado de un golpe, a mí, que había tomado la decisión inquebrantable de quedarme haciendo pereza entre las sábanas hasta la una de la tarde, levantarme a trotar y luego pegarme un baño de media hora redonda, desayunar con granola y jugo de zanahoria y salir hecho un tigre a conseguir el dinero para Pablo. Pero sonó el teléfono y era la voz de la Araña que le soltaba un Vente ya para mi oficina que te tengo que contar un chisme, Hombre, Arañita, dime la vaina por entre el tubo que no estoy de humor para levantarme, pero la Araña con su mejor tono de ministro sin cartera le hizo saber que el asunto era privado y prioritario y el Midas salió volando a su encuentro, renunciando al jogging y a la granola y a la ducha eterna por temor a que hubiera algún impedimento para conseguirle la plata a Pablo, y cuando el Midas llegó, la Araña le sirvió un whisky, lo metió a una sala de juntas donde no había gente y ahí solos los dos, sentados al extremo de la mesa kilométrica, se le arrimó como para susurrarle al oído algún secreto, el Midas de verdad creyó que la Araña le iba a decir que no le jalaba al asunto con Pablo y se echó a temblar, esa posibilidad lo aterraba más que nada en el mundo, primero porque la apetencia de esa ganancia espléndida ya había hecho nido en su pecho y segundo por miedo a la revancha, porque es bien sabido que el Patrón no admite un no por respuesta. ¿Sabes cuándo fue?, le preguntó la Araña insuflándole entre la oreja su aliento espeso y el Midas, despistado, Cuándo fue qué cosa, Pues cuándo fue que estuve a punto de lograrlo, De lograr qué cosa, Arañita querido, no prolongues el suspenso, Pues qué va a ser, dormilón atolondrado, te pregunto si sabes cuándo estuve a punto de lograr una erección anoche. Y yo no podía creer que el tipo me hubiera sacado de la cama y obligado a ir hasta allá por semejante cretinada, así que le dije Claro que lo sé, viejo podrido, casi se te para cuando supiste todo lo que te ibas a ganar con Escobar, Estoy hablando en serio, Midas my boy, ¿sabes cuándo fue? El día de san Blando que no tiene cuándo, hubiera querido responderle el Midas pero en cambio se armó de paciencia y le preguntó en plan cómplice, A ver, viejito querido, confiésame cuándo fue. Entonces la Araña le contó que esa noche había tenido un amago de erección cada vez que una de las chiquitas le hacía maldades a la otra, ¿Quieres decir cuando le daba las nalgadas y eso? Sí, eso, cuando le hacía así y así con el rejito ese, lástima que fuera de mentirijillas, y la Araña le comunicó al Midas que para el segundo intento de Operación Lázaro quería que se especializaran en ese ladito rudo, pero esta vez en serio, sin tanto teatro y sin tanto juguete. ¿Debo entender entonces que quieres que te consiga una masoquista profesional, de esas de cueros negros y cadenas y tal? Debes entender lo que te dé la gana, Miditas, hijo; yo te doy la orientación general y tú te ocupas de los detalles, lo único que te aclaro es que desde anoche se me han despertado unas ganas locas de ver una hembrita que sufra en
serio. De acuerdo, dije yo por seguirle la corriente, pero para mis adentros, niña Agustina, tomé la decisión de montar la sesión en privado, sin tener de testigos a Joaco, ni a Ayerbe ni al gringo, para que no se enteraran del nuevo fracaso. Porque no era cosa de quemar así el segundo cartucho, que a fin de cuentas sería el penúltimo, y si bien el Midas había casado aquella apuesta a sabiendas de que iba al muere y sólo por divertirlos un rato, en el fondo tener que perder le emberriondaba el genio, Es que Agustina, nena, apuesta es apuesta y al final no quieres perderla por estúpida que sea. Tú me miras de frentolín con esos ojazos negros que tienes, Agustina bonita, y piensas que si le seguí la idea a la Araña no fue por ganar la apuesta, sino más bien por obsecuencia. ¿Por qué no le canté a la Araña la verdad, por qué no le dije que su pobre pájaro no se le iba a parar ni con grúa y que además el jueguito ese ya no le hacía gracia a nadie? ¿Estás pensando que fue por la misma razón de siempre y que si una y otra vez le hago caso a la Araña es porque soy incapaz de romper el hechizo que sobre mí ejercen él y todos los old-moneys? ¿Porque aunque trate de disimularlo mi admiración por ellos es superior a mi orgullo, y por eso tarde o temprano acabo haciéndoles de payaso? Si me sueltas a bocajarro ese rollo moralista, Agustina chiquita, si me dices que mi peor pecado es la obsecuencia, con el dolor de mi alma tendré que aceptarlo porque es estrictamente cierto; hay algo que ellos tienen y yo no podré tener aunque me saque una hernia de tanto hacer fuerza, algo que también tienes tú y no te das cuenta, princesa Agustina, o te das cuenta pero eres suficientemente loca como para desdeñarlo, y es un abuelo que heredó una hacienda y un bisabuelo que trajo los primeros tranvías y unos diamantes que fueron de la tía abuela y una biblioteca en francés que fue del tatarabuelo y un ropón de bautismo bordado en batista y guardado entre papel de seda durante cuatro generaciones hasta el día en que tu madre lo saca del baúl y lo lleva donde las monjas carmelitas a que le quiten las manchas del tiempo y lo paren con almidón porque te toca el turno y también a ti te lo van a poner, para bautizarte. ¿Entiendes, Agustina? ¿Alcanzas a entender el malestar de tripas y las debilidades de carácter que a un tipo como yo le impone no tener nada de eso, y saber que esa carencia suya no la olvidan nunca aquéllos, los de ropón almidonado por las monjas carmelitas? Ponle atención al síndrome. Así te hayas ganado el Nobel de literatura como García Márquez, o seas el hombre más rico del planeta como Pablo Escobar, o llegues de primero en el rally París-Dakar o seas un tenor de todo el carajo en la ópera de Milán, en este país no eres nadie comparado con uno de los de ropón almidonado. ¿Acaso crees que tu familia aprecia a un hombre como tu marido, el bueno del Aguilar, que lo ha dejado todo, incluyendo su carrera, por andar lidiándote la chifladura? Pero si tu familia ni siquiera registra a Aguilar, mi reina Agustina, decir que tu madre lo odia es hacerle a él un favor, porque la verdad es que tu madre ni lo ve siquiera, y a la hora de la verdad tampoco lo ves tú, no hay nada que hacer, así se sacrifique y se santifique por ti, Aguilar será siempre invisible porque le faltó ropón. ¿Y yo?, pues otro tanto mi reina, ante mí se arrodillan y me la maman porque si no fuera por mí estarían quebrados, con sus haciendas que no producen y sus pendentifs de diamantes que no se atreven a sacar de la caja fuerte por temor a los ladrones y sus ropones bordados que apestan a alcanfor. Pero eso no quiere decir que me vean. Me la maman, pero no me ven. El Midas le dice a Agustina que le va a ahorrar los detalles del capítulo siguiente de Operación Lázaro porque fue un asunto sórdido, que basta con asegurarle que en esa segunda fase de la apuesta no se esforzó en absoluto, nada de primores ni de sutilezas, simplemente buscó en el periódico un anuncio sadomasoquista, agarró el teléfono y contrató a una cabaretera que por golpe de ingenio se hacía llamar Dolores y que tenía montado con su chulo un numerito a domicilio de tortura moderada, le negoció la tarifa, le fijó fecha y se desentendió. En la noche señalada llegó al Aerobic’s Center la Dolores con su verdugo, sus aperos y sus instrumentos de castigo y la cosa era deplorable, mi linda Agustina, como de circo de pueblo, ella una mujer rutinaria y sin inspiración, lo que se llama una burócrata del tormento, y él un saltimbanqui de pelo engominado y traje de gala color vino tinto, te juro princesa que lo único que yo sentía al verlos era desolación, así que el Midas cumplió con encenderles todas las luces del gimnasio, los dejó allá abajo haciendo su performance ante la Araña y esos dos escoltas, el Paco Malo y el Chupo, que lo siguen como malas sombras, se subió a su oficina, tomó la calculadora y se puso a echar cifras porque ya por entonces hacía un par de días le habían mandado todo el dinero a Escobar a través de Misterio y estaban esperando a que se les cumpliera el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Te dije que la mujer aquella del show S&M se llamaba Dolores, retén en mente ese nombre, Agustina bonita, porque la mala estrella de la Dolores nos está jodiendo con su luz negra.