(Se arroja en brazos de Cyrano y permanecen abrazados.)
C
YRANO
, C
RISTIÁN
, los gascones, el mosquetero y L
ISA
.
U
N
C
ADETE
.—
(Abriendo la puerta.)
¡Nada!… ¡Un silencio de muerte!… ¡No me atrevo a mirar!… ¿Eh?…
T
ODOS
L
OS
C
ADETES
.—
(Entran y ven a Cyrano y a Cristián abrazados.)
Pero si…
U
N
C
ADETE
.— ¡Esto es demasiado!
(Consternación general.)
E
L
M
OSQUETERO
.—
(Burlón.)
¡Vaya!…
C
ARBON
.— Nuestro demonio es tan dulce como un apóstol: ¡cuando se le golpea en una nariz, tiende la otra!
E
L
M
OSQUETERO
.— Ya podemos decir de sus narices lo que queramos.
(Llamando a Lisa, y con aire de vencedor.)
¡Lisa, ven!… ¡Ahora verás!
(Aspirando con afectación.)
¡Oh!… ¡oh!… ¡Es sorprendente!… ¡Qué olor!…
(Dirigiéndose a Cyrano, cuya nariz mira con impertinencia.)
¡Este caballero debe haberlo notado! ¿A qué huele aquí?
C
YRANO
.—
(Abofeteándole.)
¡A palo santo!
(Risas. Los cadetes han vuelto a encontrar a su Cyrano y dan gritos de alegría.)
TELÓN
El beso de Roxana
Una pequeña plaza del antiguo barrio de Marais. Viejas mansiones. Al fondo, callejuelas. A la derecha, la casa de Roxana y el muro de su jardín, por encima del cual asoma la hojarasca de los árboles. Sobre la puerta, un balcón y junto a ella un banco. Hiedras que trepan por el muro; los jazmines adornan el balcón formando una guirnalda que se retuerce y cae. Puede subirse fácilmente hasta éste, trepando por el banco y las piedras salientes del muro.
Enfrente, una vieja casa del mismo estilo, en piedra y ladrillo, con puerta de entrada. El aldabón de esta puerta se halla cubierto de tela, como un dedo herido. Al levantarse el telón, la dueña esta sentada en el banco. El balcón de Roxana, abierto de par en par. De pie, junto a la dueña, Ragueneau, vestido con una especie de librea, acabando de contar algo y secándose los ojos.
R
AGUENEAU
, la dueña; después R
OXANA
, C
YRANO
y dos pajes.
R
AGUENEAU
.— …Y después se fugó con un mosquetero. Solo y arruinado, decidí ahorcarme. Ya tenía los pies en el aire cuando el señor de Bergerac entró y, tras cortar la soga, me ofreció el puesto de intendente en casa de su prima.
L
A
D
UEÑA
.— Pero, ¿cómo puede explicarse que estéis arruinado?
R
AGUENEAU
.— ¡A Lisa le gustaban los guerreros y a mí los poetas! Marte se comía los pasteles que dejaba Apolo. Podéis comprender que no hizo falta mucho tiempo para arruinarme.
L
A
D
UEÑA
.—
(Levantándose y llamando por la ventana abierta.)
¡Roxana!, ¿estáis preparada? ¡Nos están esperando!
V
OZ
D
E
R
OXANA
.—
(Por la ventana.)
¡Un momento que me ponga el velo!
L
A
D
UEÑA
.—
(A Ragueneau, señalando la puerta de enfrente.)
Vamos ahí enfrente, a casa de Clomira. En su tertulia se leerá hoy un discurso sobre «le Tendre».
R
AGUENEAU
.— ¿Sobre «le Tendre»?
L
A
D
UEÑA
.—
(Haciendo carantoñas.)
¡Claro!
(Gritando hacia la ventana.)
¡Roxana, que se hace tarde!… ¡Vamos a perdernos el discurso sobre «le Tendre»!
[1]
V
OZ
D
E
R
OXANA
.— ¡Ya bajo!
(Se oye música de instrumentos de cuerda que se aproxima.)
V
OZ
D
E
C
YRANO
.
(Cantando entre bastidores.)
¡La… la… la… la…!
L
A
D
UEÑA
.—
(Sorprendida.)
¡Me parece que tendremos serenata!
C
YRANO
.—
(Entra seguido por dos pajes con laúdes.)
¡Te repito que esa corchea es triple, triple idiota!
P
RIMER
P
AJE
.—
(Irónico.)
¿Sabéis, señor, si las corcheas pueden ser triples?
C
YRANO
.— ¡Cállate! ¡Soy músico como todos los discípulos de Gassendi!
E
L
P
AJE
.—
(Tocando y bailando.)
¡La… la…!
C
YRANO
.—
(Arrancándole de las manos el laúd y continuando la frase musical.)
Yo seguiré. ¡La… la… la… la…!
R
OXANA
.—
(Apareciendo en el balcón.)
¿Sois vos?
C
YRANO
.—
(Cantando.)
¡Yo, que vengo a saludar a vuestros lirios y a presentar mis respectos a vuestras rosas!
R
OXANA
.— ¡Ahora mismo bajo!
(Desaparece del balcón.)
L
A
D
UEÑA
.—
(Señalando a los pajes.)
¿Son acaso virtuosos?
C
YRANO
.— ¡Una apuesta que he ganado a Assoucy! Discutíamos sobre el problema gramatical. ¡Sí!… ¡No!… ¡Sí!… ¡No!… De repente, señalándome a estos dos grandes perillanes, hábiles en tocar las cuerdas del laúd y que siempre lleva consigo, me dijo: «Si no tengo razón, os presto por un día estos dos músicos». ¡Y perdió! Hasta que el sol vuelva a comenzar su órbita, tendré tras mis talones estos dos laudistas, que serán testigos de todo lo armonioso que yo haga. Al principio eran encantadores: ¡ahora ya lo son menos!
(A los músicos.)
¡Eh!, marchaos a tocar a Montfleury una pavana de mi parte!
(Los pajes se disponen a salir. A la dueña.)
Como todas las tardes, vengo a preguntar a Roxana…
(A los pajes que salen:)
¡Tocad durante mucho tiempo y desafinad lo que podáis!
(A la dueña:)
…Sí ha encontrado en su amor algún defecto.
R
OXANA
.—
(Saliendo de la casa.)
¡Ninguno! ¡Es bello, tiene ingenio y le amo!
C
YRANO
.—
(Sonriendo.)
¿Tanto ingenio tiene Cristián?
R
OXANA
.— ¡Más que vos mismo, querido primo!
C
YRANO
.— ¡Lo concedo!
R
OXANA
.— No puede haber para mi gusto otro conversador tan fino y que diga cosas tan bonitas como él… A veces se distrae, sus musas le abandonan… ¡y repentinamente, dice cosas que arrebatan!
C
YRANO
.—
(Incrédulo.)
¡No!…
R
OXANA
.— ¿Os parece demasiado? ¡Oh! ¡Así sois todos los hombres! ¡Si es guapo, no puede tener ingenio!
C
YRANO
.— ¿Sabe hablar del corazón de forma experta?
R
OXANA
.— Él no habla, caballero, ¡diserta!
C
YRANO
.— ¿Escribe?
R
OXANA
.— ¡Mucho mejor aún! ¡Escuchad un momento!
(Declamando:)
«Cuanto más corazón me robas, tanto más tengo».
(Triunfante.)
¿Eh?… ¿qué os parece?
C
YRANO
.— ¡Bah!…
R
OXANA
.— Y esto: «Para sufrir, puesto que me falta otro, si vos guardáis mi corazón, enviadme el vuestro».
C
YRANO
.— ¡Tan pronto le sobra corazón como le falta!… ¿Qué es lo que quiere decir exactamente?
R
OXANA
.—
(Golpeando con los pies.)
¡Me estáis molestando!… ¡Estáis celoso!
C
YRANO
.—
(Estremeciéndose.)
¿Celoso yo?…
R
OXANA
.— ¡Sí! ¡Celoso de que un autor os supere! Y esto, ¿no demuestra acaso una gran ternura?: «Hacia vos mi corazón va como un grito, y si los besos se enviaran por escrito, leeríais mi carta con los labios».
C
YRANO
.—
(Sonriendo de satisfacción a pesar suyo.)
¡Ah!… ¡esos versos son… son…
(Refrenándose y con desdén.)
un poco afectados!
R
OXANA
.— Y este otro ¿qué os parece?…
C
YRANO
.— Pero ¿os sabéis todas sus cartas de memoria?
R
OXANA
.— ¡Todas!
C
YRANO
.—
(Rizándose el mostacho con los dedos.)
¡No tengo entonces nada qué decir: es muy halagador!
R
OXANA
.— ¡Es un maestro!
C
YRANO
.—
(Modesto.)
¡Oh!… ¡un maestro!…
R
OXANA
.—
(Perentoria.)
¡Un maestro!…
C
YRANO
.—
(Saludando.)
¡Sea! ¡Un maestro!
L
A
D
UEÑA
.—
(Que había desaparecido, sale apresuradamente.)
¡El señor De Guiche!
(A Cyrano, empujándole hacia la casa.)
Entrad. ¡Es mejor que nos encuentre aquí! ¡Podría ponerlo sobre la pista!
R
OXANA
.—
(A Cyrano.)
Sí, es mejor que no se entere de mi preciado secreto. Me ama, es poderoso y no tiene por qué conocerlo: ¡Podría dar un golpe mortal a mis amores!
C
YRANO
.— ¡Bueno, bueno!, ¡entraré!
(Cyrano entra en la casa y por el fondo aparece De Guiche.)
R
OXANA
, D
E
G
UICHE
, y la dueña aparte.
R
OXANA
(Haciendo a De Guiche una gran reverencia.)
¡Salía en este preciso instante!
D
E
G
UICHE
.— ¡Y yo vengo a despedirme!
R
OXANA
.— ¿Os marcháis?
D
E
G
UICHE
.— ¡A la guerra!
R
OXANA
.— ¡Ah!
D
E
G
UICHE
.— ¡Esta misma noche!
R
OXANA
.— ¡Ah!
D
E
G
UICHE
.— He recibido órdenes: Arrás está sitiada.
R
OXANA
.— ¡Ah!… ¡conque está sitiada!
D
E
G
UICHE
.— ¡Mi marcha parece dejaros fría!
R
OXANA
.—
(Cortésmente.)
¡Oh!
D
E
G
UICHE
.— ¡Estoy nervioso! ¿Cuándo os volveré a ver? ¿Cuándo?… ¿Sabéis que he sido nombrado Jefe de campo…?
R
OXANA
.—
(Indiferente.)
¡Formidable!
D
E
G
UICHE
.— … del regimiento de cadetes.
R
OXANA
.—
(Interesándose.)
¿De los cadetes?
D
E
G
UICHE
.— Sí, donde sirve vuestro primo, el hombre más fanfarrón que en mi vida he visto. ¡Ahora sabré vengarme!
R
OXANA
.—
(Sofocada.)
¿Cómo?… ¿Los cadetes irán a Arrás?
D
E
G
UICHE
.—
(Riendo.)
¡Claro!… ¡es mi regimiento!
R
OXANA
.—
(Cayendo desfallecida en el banco. Aparte.)
¡Cristián!
D
E
G
UICHE
.— ¿Qué os sucede?
R
OXANA
.—
(Muy pálida.)
¡Esta… marcha… me desespera! ¡Saber que una persona querida está en la guerra!
D
E
G
UICHE
.—
(Sorprendido y encantado.)
Es la primera vez que me decís unas palabras tan dulces… ¡y precisamente el día de mi marcha!
R
OXANA
.—
(Cambiando de tono y abanicándose.)
Entonces… ¿queréis vengaros de mi primo?
D
E
G
UICHE
.—
(Sonriendo.)
¡Ah!… ¿Era por él?
R
OXANA
.— ¡No! ¡Al contrario!
D
E
G
UICHE
.— ¿Lo veis a menudo?
R
OXANA
.— Muy poco.
D
E
G
UICHE
.— Se le suele ver con frecuencia con uno de esos cadetes…
(Buscando el nombre.)
un tal… Neu… villen… villet…
R
OXANA
.— ¿Uno muy alto?
D
E
G
UICHE
.— Sí… ¡Rubio y muy guapo!
R
OXANA
.— ¡Bah!…
D
E
G
UICHE
.— ¡Pero tonto!
R
OXANA
.— ¡Eso parece!
(Cambiando de tono.)
Vuestra venganza contra Cyrano, ¿consiste en exponerle en el combate? ¡Me parece mezquina! ¡Yo sé lo que le haría más daño!
D
E
G
UICHE
.— ¿Qué?
R
OXANA
.— Dejarle en París con sus queridos cadetes, de brazos cruzados durante toda la guerra, mientras el regimiento parte para Arrás. Es la única manera de hacer rabiar a un hombre como él. ¿Queréis castigarle? ¡Privadle entonces del peligro!
D
E
G
UICHE
.— ¡Una mujer!… ¡Una mujer!… ¡Nadie sino una mujer podía imaginar esa venganza!
R
OXANA
.— Se roerá el alma y sus amigos los puños por no estar en el combate.
D
E
G
UICHE
.— ¿Me amáis siquiera un poco?…
(Ella sonríe.)
Me parece ver en esta forma de ayudarme en mi venganza una prueba de amor, Roxana.
R
OXANA
.— ¡Lo es!
D
E
G
UICHE
.—
(Enseñándole varios pliegos sellados.)
Tengo en mi poder las órdenes que serán enviadas a cada compañía dentro de unos instantes, excepto…
(Saca un pliego.)
ésta, ¡la de los cadetes!
(La guarda en su bolsillo.)
Me quedaré yo con ella.
(Riendo.)
¡Ah, Cyrano!… ¡ese bravucón!… ¡Buena venganza! ¿También vos sabéis jugar malas partidas a la gente?
R
OXANA
.—
(Mirándole.)
¡A veces!
D
E
G
UICHE
.—
(Más cerca de ella.)
¡Me volvéis loco! Esta noche, escuchad bien, debo partir… ¡Pero marchar, cuando os siento enamorada!… Prestad atención: cerca de aquí, en la calle de Orleáns, hay un convento fundado por el síndico de los capuchinos, el padre Atanasio. Un laico no puede entrar, pero ya me encargaré yo de los buenos curas… ¡Me pueden esconder en su manga…! ¡es tan ancha!… Esos capuchinos son los que sirven en casa de Richelieu. Como temen al cardenal, intentarán ponerse a bien con el sobrino. Todo el mundo creerá que he marchado con mi regimiento… Vendré enmascarado… ¡Permitidme que retrase un día mi partida!
R
OXANA
.—
(Vivamente.)
Pero si esto llega a divulgarse vuestra gloria…
D
E
G
UICHE
.— ¡Bah!
R
OXANA
.— ¿Y el asedio?… ¿Y Arrás?…
D
E
G
UICHE
.— ¡Tanto peor! ¿Me permitís entonces…?
R
OXANA
.— ¡No!
D
E
G
UICHE
.— ¡Dejadme!
R
OXANA
.—
(Tiernamente.)
¡Debo defenderos!
D
E
G
UICHE
.— ¡Ah!
R
OXANA
.— ¡Partid y cumplid las órdenes recibidas!
(Aparte.)
¡Cristián se queda!
(En voz alta.)
¡Os quiero héroe, Antonio!
D
E
G
UICHE
.— ¡Divina palabra! ¿Y amáis…?
R
OXANA
.— ¡A aquél por quien acabo de temblar!
D
E
G
UICHE
.—
(Transportado de alegría.)
Parto al instante. ¿Estáis contenta?
R
OXANA
.— Sí, amigo migo.
(Sale tras besar la mano de Roxana.)
L
A
D
UEÑA
.—
(Haciendo a su espalda una reverencia cómica.)
Sí, amigo mío.
R
OXANA
.—
(A la dueña.)
No digáis nada de lo que acabo de hacer a Cyrano: ¡no le gustará perderse una guerra!
(Llama en dirección a la casa.)
¡Primo…!