Los mismos, R
OXANA
, C
RISTIÁN
, el capuchino, R
AGUENEAU
, lacayos y la dueña.
D
E
G
UICHE
.— ¡Vos!
(Reconociendo a Cristián con estupor.)
¿Él?
(Saludando a Roxana con admiración.)
¡Sois muy astuta!
(A Cyrano.)
Os felicito, señor inventor de máquinas, vuestro cuento lograría detener a un santo en las mismas puertas del Cielo. Anotad este detalle porque os puede servir para el libro.
C
YRANO
.—
(Inclinándose.)
Señor, es un consejo que trataré de seguir.
E
L
C
APUCHINO
.—
(Presentando con satisfacción los recién casados a De Guiche, y mesándose su gran barba blanca.)
Esta hermosa pareja, os debe su unión, hijo mío.
D
E
G
UICHE
.—
(Mirándole fríamente.)
¡Sí!
(A Roxana.)
Señora, ¿queréis despediros de vuestro esposo?
R
OXANA
.— ¿Cómo?…
D
E
G
UICHE
.—
(A Cristián.)
El regimiento está en camino. ¡Uníos a él!
R
OXANA
.— ¿Para ir a la guerra?
D
E
G
UICHE
.— ¡Claro!
R
OXANA
.— ¡Pero si los cadetes no van!…
D
E
G
UICHE
.— ¡Irán!
(Sacando el papel que había guardado en su bolsillo.)
¡Aquí está la orden!
(A Cristián.)
Llevadla vos, barón.
R
OXANA
.—
(Arrojándose en los brazos de Cristián.)
¡Cristián!
D
E
G
UICHE
.—
(Sarcástico.)
¡La noche de bodas está todavía muy lejana!
C
YRANO
.—
(A parte.)
¡Y al decir eso cree causarme daño!
C
RISTIÁN
.—
(A Roxana.)
¡Bésame otra vez!
C
YRANO
.— Vamos, vamos, ¡ya basta!
C
RISTIÁN
.—
(Que sigue abrazado a Roxana.)
Es duro dejarla… ¡Tú no sabes…!
C
YRANO
.—
(Tratando de arrástrale.)
¡Lo sé!
(A lo lejos se oyen tambores que tocan una marcha de guerra.)
D
E
G
UICHE
.—
(Que ha subido hasta el fondo.)
¡El regimiento está en marcha!
R
OXANA
.—
(A Cyrano, que trata de llevarse a Cristián.)
¡Os lo confío! ¡Prometedme que no pondrá su vida en peligro!
C
YRANO
.— Trataré de que así sea, pero no puedo prometeros nada.
R
OXANA
.—
(Lo mismo.)
¡Prometedme que será prudente!
C
YRANO
.— Haré lo que pueda, pero…
R
OXANA
.—
(Lo mismo.)
¡Cuidad que en ese horrible asedio no pase frío!
C
YRANO
.— Lo procuraré, pero…
R
OXANA
.— ¡Juradme que me será fiel!
C
YRANO
.— ¡Ah, claro! Eso desde luego, pero…
R
OXANA
.— ¡…que me escribirá a menudo!…
C
YRANO
.—
(Deteniéndose.)
Descuidad, ¡eso os lo prometo!
TELÓN
Los cadetes de Gascuña
Campamento de la compañía de Carbon de Castel-Jaloux, durante el sitio de Arrás. Al fondo, un talud que atraviesa la escena de parte a parte. Más allá se percibe un horizonte de llanura: el terreno se halla cubierto por las obras del asedio. Muy lejanos, los muros de Arrás y las siluetas de sus techos.
Tiendas, armas caídas por el suelo, tambores, etc. Está a punto de amanecer. Centinelas. Hogueras. Envueltos en sus capotes, los cadetes de Gascuña duermen. Carbon de Castel-Jaloux y Le Bret velan. Todos están pálidos y muy delgados. Cristián, tendido entre sus compañeros y envuelto como ellos en su capa, duerme en primer término. El resplandor de una hoguera permite ver su rostro. Pausa.
C
RISTIÁN
, C
ARBON
D
E
C
ASTEL
-J
ALOUX
, L
E
B
RET
, los cadetes; después C
YRANO
.
L
E
B
RET
.— ¡Es horrible!
C
ARBON
.— Sí, no tenemos nada.
L
E
B
RET
.— ¡«Mordious»!
C
ARBON
.—
(Haciéndole señas para que hable más bajo.)
¡Jura con sordina!… Los va a despertar.
(A los cadetes.)
¡Chiss!… ¡Seguid durmiendo!
(A Le Bret.)
¡Por lo menos los que duermen cenan!
L
E
B
RET
.— Pero los que padecemos insomnio… ¡qué hambre!
(Se oyen a lo lejos algunos disparos.)
C
ARBON
.— ¡Malditos disparos!… ¡Van a despertar a mis muchachos!
(A los cadetes que levantan la cabeza.)
¡Seguid durmiendo!
(Todos vuelven a acostarse. Nuevos disparos, esta vez mas cercanos.)
U
N
C
ADETE
.—
(Sobresaltado.)
¡Diantre! ¿Qué es eso?
C
ARBON
.— ¡No pasa nada! Es Cyrano que vuelve.
(Las cabezas que se habían levantado se echan de nuevo.)
U
N
C
ENTINELA
.—
(Desde fuera.)
¡Alto! ¿Quién va?
LA V
OZ
D
E
C
YRANO
. ¡Bergerac!
E
L
C
ENTINELA
.—
(Que está sobre el talud.)
¡Alto! ¿Quién va?
C
YRANO
.—
(Apareciendo sobre el parapeto.)
¡Bergerac, imbécil!
(Cyrano desciende. Le Bret se adelanta hacia él, inquieto.)
L
E
B
RET
.— ¡Dios mío!… ¡Por fin has llegado!
C
YRANO
.—
(Haciéndole señas para que nadie se despierte.)
¡Calla!
L
E
B
RET
.— ¿Estás herido?
C
YRANO
.— Sabes de sobra que tienen por costumbre no acertarme.
L
E
B
RET
.— Me parece excesivo correr tanto peligro todas las mañanas por llevar una carta.
C
YRANO
.—
(Deteniéndose ante Cristián.)
¡Prometí que escribiría a menudo!
(Le mira.)
Duerme. Está pálido. ¡Si supiese la pobre que se muere de hambre!… ¡Pero continúa igual de guapo!
L
E
B
RET
.— Anda, ¡vete a dormir!
C
YRANO
.— No gruñas, Le Bret… ¡y no vuelvas a tener miedo por mí! Te voy a decir una cosa… Para atravesar las líneas españolas, he escogido un lugar cuyos centinelas están borrachos todas las noches.
L
E
B
RET
.— ¿Y por qué, entonces no nos traes víveres?
C
YRANO
.— Hay que tener mucha soltura para pasar y si traigo algo… De todas formas, si no he visto mal, esta noche habrá novedades y los franceses comeremos o moriremos.
L
E
B
RET
.— ¡Cuenta!… ¿Qué sabes?
C
YRANO
.— ¡No!… ¡no estoy seguro! ¡Ya veremos lo que pasa!
C
ARBON
.— ¡Es vergonzoso! Ser los sitiadores… ¡y pasar hambre!
L
E
B
RET
.— Nunca vi nada tan complicado como este sitio: nosotros asediamos Arrás, el cardenal de España nos tiende una trampa y resulta que entonces somos nosotros los sitiados.
C
YRANO
.— ¡Ya vendrá alguien que sitie, a su vez, al cardenal!
L
E
B
RET
.— ¡No me parece cosa de risa!
C
YRANO
.— ¡Bueno, bueno!
L
E
B
RET
.— ¡Pensar que cada día arriesgas tu vida para llevar…!
(Viendo que Cyrano se dirige a su tienda.)
¿Dónde vas?
C
YRANO
.— ¡A escribir otra!
(Desaparece en el interior de la tienda.)
Los mismos, excepto C
YRANO
.
(El alba despunta poco a poco, con resplandores rosas. La ciudad de Arrás se distingue, dorada, en el horizonte. A lo lejos, y por izquierda, suena un disparo de cañón e inmediatamente una batería de tambores. Otros tambores redoblan más cerca respondiendo a aquéllos y aproximándose. Pasan junto al escenario y se alejan por la derecha, recorriendo el campo. Rumores de soldados que se despiertan. A lo lejos, voces de oficiales.)
C
ARBON
.—
(Suspirando.)
¡Maldición… diana!
(Los cadetes se revuelven en sus capotes y se estiran.)
¡Suculento sueño, ha llegado tu fin! ¡Ya sé cuál será su primer grito!
U
N
C
ADETE
.—
(Sentándose.)
¡Tengo hambre!
O
TRO
.— ¡Me muero!
T
ODOS
.— ¡Ay!
C
ARBON
.— ¡Levantaos!
T
ERCER
C
ADETE
.— ¡No puedo dar ni un paso!
C
UARTO
C
ADETE
.— ¡Ni moverme!
E
L
P
RIMER
C
ADETE
.—
(Mirándose en un trozo de coraza.)
Tengo la lengua amarilla. ¡El aire debe estar indigesto!
O
TRO
.— ¡Cambio mi corona de barón por un poco de queso de Chester!
O
TRO
.— ¡Si no consigo llenar mi estómago de algo, me retiraré a mi tienda, como Aquiles!
O
TRO
.— ¡Si al menos hubiese pan!
C
ARBON
.—
(Adelantándose hacia la tienda donde ha entrado Cyrano y llamándole a media voz.)
¡Cyrano!
O
TROS
C
ADETES
.— ¡Nos moriremos!
C
ARBON
.—
(Siempre a media voz, en la puerta de la tienda.)
¡Ayúdame! Tú, que sabes contentarles siempre, ¡devuélveles la alegría!
S
EGUNDO
C
ADETE
.—
(Precipitándose hacia el primero, que está mascando algo.)
¿Qué comes?
E
L
P
RIMERO
.— Estopa de cañón frita con aceite de engrasar las ruedas… ¡es lo único que he encontrado en los alrededores de atrás!
E
L
O
TRO
.—
(Entrando.)
¡Vengo de cazar!
O
TRO
.—
(Lo mismo.)
¡Estuve pescando!
T
ODOS
.—
(Poniéndose en pie y lanzándose sobre los recién llegados.)
¿Qué?… ¿qué habéis cogido?… ¿Un faisán?… ¿Una carpa?… ¡Enseñadlo, aprisa!
E
L
P
ESCADOR
.— Yo, un pececillo.
E
L
C
AZADOR
.— ¡Y yo un gorrión!
T
ODOS
.—
(Exasperados.)
¡Basta! ¡Sublevémonos!
C
ARBON
.— ¡Ayúdame, Cyrano!
(Ya es completamente de día.)
Los mismos y C
YRANO
.
C
YRANO
.—
(Saliendo de su tienda, tranquilo, con la pluma en una oreja y un libro en la mano.)
¿Qué es lo que pasa?
(Silencio. Dirigiéndose al primer cadete.)
¿Así arrastra los pies un cadete?
E
L
C
ADETE
.— ¡Es que tengo una cosa en los talones que me molesta!
C
YRANO
.— ¿Qué es?
E
L
C
ADETE
.— ¡El estómago!
C
YRANO
.— Y, ¿dónde crees que lo tengo yo?
E
L
C
ADETE
.— ¿Y note molesta?
C
YRANO
.— ¡Al contrario!… ¡me eleva el espíritu!
S
EGUNDO
C
ADETE
.— ¡Yo tengo los dientes largos!
C
YRANO
.— ¡No por eso morderás lo que no hay!
T
ERCER
C
ADETE
.— ¡Mi tripa suena a hueco!
C
YRANO
.— ¡Servirá para tocar el tambor!
O
TRO
.— ¡Me zumban los oídos!
C
YRANO
.— ¿Qué?… ¡Estás mintiendo! ¡Tripa vacía no tiene orejas!
O
TRO
.— ¡Algo de comer!… ¡quiero algo de comer, aunque sea…!
C
YRANO
.—
(Quitándole el casco y poniéndoselo en la mano.)
¡Ahí tienes la ensalada!
O
TRO
.— ¿Y qué podría comer yo?
C
YRANO
.—
(Lanzándole el libro que tiene en las manos.)
¡La Ilíada!
O
TRO
.— ¡En París, el ministro estará comiendo cuatro veces al día!
C
YRANO
.— ¿Crees que debería mandarte una perdiz?
E
L
M
ISMO
.— Y ¿por qué no?… ¡Y vino también!
C
YRANO
.—
(Burlándose.)
Richelieu, ¿qué deseáis?… ¿Borgoña?
E
L
M
ISMO
.— ¡Que nos lo envíe por medio de algún capuchino!
C
YRANO
.—
(Lo mismo.)
¡Su eminencia está demasiado… alegre!
O
TRO
.— ¡Tengo un hambre de ogro!
C
YRANO
.— ¡Bueno!… ¡trágate algún niño!
P
RIMER
C
ADETE
.—
(Encogiéndose de hombros.)
¡Siempre el chiste, la ironía!…
C
YRANO
.— ¡Sí, la palabra justa!… ¡Quisiera morir una tarde bajo un cielo rosa, con una hermosa frase para una causa bella! ¿Qué mayor gloria que caer herido por un arma noble y por un rival digno de serlo, lejos del lecho de muerte, con la punta del hierro en el corazón y la ironía en la punta de los labios?
G
RITOS
D
E
T
ODOS
.— ¡Tengo hambre!
C
YRANO
.—
(Cruzándose de brazos.)
Pero… ¿qué os pasa?… ¡No pensais más que en comer! ¡Acércate! Beltrán, viejo pastor y flautista, saca de tu estuche de cuero una de tus flautas y toca… ¡toca para este hatajo de vagos y borregos, las viejas canciones del país!… ¡Toca una de esas canciones que, en cada nota, nos recuerdan las voces amadas!… ¡Toca esos aires que tienen la lentitud del humo que las casas de nuestros pueblos exhalan por sus techos, esa música cuyas notas están escritas con acento patois!
(El viejo se sienta y prepara su flauta.)
¡Que la flauta, hoy guerrera y afligida, recuerde por un momento que antes de ser de ébano fue de caña, mientras tus dedos parecen bailar sobre ella como las patas de un pájaro!… ¡Que su canción la asombre y reconozca el alma rústica y agradable de su juventud!…
(El viejo comienza a tocar una canción del Languedoc.)
¡Escuchad, gascones!, esto no es la trompeta aguda de los campos de guerra, ¡es la flauta del bosque! ¡De sus labios no sale el grito que nos llama al combate sino la dulce música de la gaita de nuestros pastores! ¡Escuchad, gascones!, ¡es el rumor del valle, de la landa, del bosque, el pastorcillo con su gorra roja, el verde dulzor de los atardeceres de Borgoña! ¡Oídlo, gascones!… ¡Es toda la Gascuña!