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Authors: Geoffrey Chaucer

Cuentos de Canterbury (43 page)

BOOK: Cuentos de Canterbury
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El cuento de Melibeo
[319]

Cierto joven llamado Melibeo, hombre rico y poderoso, engendró de Prudencia, su mujer, una hija, a la que dieron el nombre de Sofia.

Sucedió un día que Melibeo salió al campo para solazarse y dejó en casa a su esposa e hija después de haber atrancado fuertemente las puertas. Sin embargo, tres antiguos enemigos suyos estaban al acecho, y con la ayuda de escaleras apoyadas en el muro del edificio, penetraron en él por los ventanales e infligieron malos tratos a su esposa e hirieron a su hija en cinco zonas, a saber: en los pies, en las manos, en los oídos, en la boca y en la nariz. Y se dieron a la fuga, dejándola por muerta.

Cuando, más tarde, Melibeo regresó a su casa y contempló aquel panorama rompió en llantos y gemidos y se rasgó las vestiduras.

Prudencia, su mujer, intentó calmarle, suplicándole que dejara de llorar, pero él arreciaba en sus lamentos.

Con todo, la noble Prudencia se acordaba de la máxima de Ovidio en su obra
Remedio de amor
: «Quien interrumpe a la madre cuando llora la muerte de su hijo está loco. Porque, durante cierto tiempo, debe dejarla que desahogue su llanto; y, pasado aquél, intentará lograr que cesen las lágrimas con dulces palabras»
[320]
. Por este motivo dejó la digna Prudencia que su marido sollozara un rato. Luego, después de un tiempo prudencial, le habló de la siguiente manera:

—¿Por qué, señor mío, te comportas de un modo tan insensato? Pues, indudablemente, tu profundo dolor es indiscreto. Si Dios quiere, tu hija sanará y saldrá del peligro. Y aunque sucediera que ahora estuviera muerta, no deberías permitir que tal circunstancia te destruyera. Séneca afirma: «El hombre prudente no debe sentir mucho la muerte de sus hijos, sino soportarla con paciencia, del mismo modo que espera la suya propia»
[321]
.

La respuesta de Melibeo fue inmediata. Dijo:

—¿Cómo puede uno dejar de llorar cuando existe una razón profunda para lamentarse?

El mismo Jesucristo Nuestro Señor lloró la muerte de su amigo Lázaro.

—Sé muy bien —respondió Prudencia— que al afligido no se le prohibe llorar con moderación. El apóstol San Pablo, en su Epístola a los romanos, escribe: «Uno debe reír con los que ríen y llorar con los que lloran»
[322]
. Pues si un llanto moderado está permitido, no así el desmesurado, ya que la máscara del llanto debe medirse según la doctrina de Séneca: «A la muerte de tu amigo no permitas que tus ojos se inunden de lágrimas ni que estén excesivamente secos, y aunque las lágrimas acudan a tus ojos, no las dejes correr libremente»
[323]
. Así, en cuanto pierdas a un amigo, has de intentar buscarte otro. Esta conducta es más inteligente que llorar al amigo perdido, pues la pérdida no tiene remedio. En consecuencia, si te dejas llevar por la sabiduría, expulsarás el dolor de tu corazón. Jesús de Sirach afirma: «Quien tiene el corazón alegre y contento se conserva vigoroso a través de los años, pero un corazón entristecido reseca los huesos»
[324]
. Y también añade que la tristeza de corazón ocasiona numerosas muertes.

»Salomón declara: "La tristeza daña al corazón del mismo modo que la polilla a la lana de los vestidos y la carcoma al árbol"
[325]
. Y así debemos tener paciencia, tanto si perdemos nuestra prole como nuestra hacienda. Recuerda al paciente Job, que, a pesar de haber perdido a sus hijos y a su fortuna y soportar graves tribulaciones corporales, afirmaba: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Que se cumpla su voluntad. Alabado sea el nombre del Señor"
[326]
.

Melibeo replicó a todo ello:

—Tus palabras son certeras y provechosas, pero el dolor embarga mi corazón y no sé lo que debo hacer.

A lo que Prudencia replicó:

—Manda llamar a tus auténticos amigos y a tus familiares prudentes. Cuéntales la situación, escucha sus consejos y guíate por ellos. Salomón afirma: «Actúa siempre por consejos, y jamás te arrepentirás»
[327]
.

Entonces Melibeo, siguiendo el parecer de su esposa, Prudencia, convocó a numerosas personas: cirujanos, médicos, gente joven y madura, e incluso diversos enemigos suyos que se habían reconciliado con él. También acudieron varios de esos vecinos que —como de costumbre— se guían más por temor que por verdadera amistad. Asimismo se reunieron rastreros aduladores y sabios juristas, especialistas en Derecho.

Melibeo relató su desgracia a toda esa asamblea, y de sus palabras se deducía que su corazón abrigaba cruel enojo y estaba dispuesto a vengarse de sus enemigos y anhelaba declararles la guerra.

Un cirujano, en representación de los prudentes, se levantó y habló a Melibeo en los siguientes términos:

—A los cirujanos nos incumbe, señor, comportarnos con todos del mejor modo posible, allí donde se nos reclame, sin causar jamás perjuicio a nuestros enfermos. Por consiguiente, es frecuentísimo que cuando dos contendientes se hieren mutuamente, el mismo cirujano acude a curar a los dos. Así, el fomentar las guerras o partidismos no nos conviene a nuestra profesión. Por lo que respecta a tu hija, aunque tiene heridas graves, la cuidaremos noche y día con tal solícito cuidado, que con la ayuda del cielo, se pondrá buena en poco tiempo.

Los médicos efectuaron casi idénticos comentarios, aunque añadieron que «así como las enfermedades se curan con los humores opuestos, así los hombres entablan la guerra a modo de venganza».

Sus envidiosos vecinos, fingidos amigos falsamente reconciliados, y los aduladores ponían rostros compungidos y empeoraban y agravaban la situación; alababan sin mesura la fuerza, poder y caudal de Melibeo y de sus amigos y despreciaban a sus adversarios, y confesaban sin ambages que debería tomar cumplida venganza de sus enemigos y declararles la guerra.

Entonces se levantó un segundo abogado, con el consenso y consejo de otro colega, y le dijo lo siguiente: —Señorías, el asunto que nos ha reunido aquí es serio y de entidad: el agravio y maldad cometidos son de extremada gravedad, habida cuenta de los muchos daños que pueden derivarse en el futuro y también el poder y caudal de las partes implicadas; por todas estas razones, sería peligrosísimo dar un consejo equivocado. Por consiguiente, Melibeo, ésta es nuestra opinión: Cuida, sobre todo, de ti mismo de tal forma que no hayas menester guarda ni centinela que te custodie. Además, coloca en tu hogar una guardia suficiente para la seguridad de tu persona y de tu hogar. Sin duda, no podemos juzgar de provecho el decidir con tan poca reflexión el declarar la guerra o vengarse: no podría hacerse de modo que se obtuviera provecho. Para solucionar este asunto se precisa tiempo y tranquilidad. Lo afirma el refrán: «Quien decide con prontitud, pronto se arrepiente» Se considera también sabio al juez que capta un asunto con prontitud y lo juzga con calma. Pues, aunque toda demora resulta fastidiosa, cuando se trata de dictar sentencia o proyectar una venganza —dentro de lo prudente y razonable—, no es digna de censura.

»Jesucristo demostró esto con su ejemplo. Cuando le presentaron la mujer adúltera, no quiso Él, a pesar de saber lo que iba a contestar, dar una respuesta precipitada; prefirió deliberar y, por dos veces, escribió en la tierra. En consecuencia, precisamos deliberar, y luego, con el auxilio divino, te aconsejaremos del modo más conveniente.

Los jóvenes se rebelaron unánimemente, y casi todos gritaron alborotadamente, con menosprecio a los discretos ancianos, que se debe batir en caliente al hierro y que la venganza se ha de tomar cuando las ofensas se acaban de cometer. Y con gran clamor exclamaban: «¡Guerra, guerra!»

Se levantó entonces uno de esos sabios ancianos y, haciendo ademán para acallar y reclamar la atención de la asamblea, dijo:

—Señores, muchos de estos partidarios de la guerra ignoran lo que ella significa. En sus inicios, la guerra tiene unas puertas tan amplias y espaciosas, que todos pueden encontrarlas y entrar a su antojo, pero nunca resulta fácil saber cómo terminará. Una vez iniciada, muchos jóvenes que todavía no han nacido morirán en la lucha o en la miseria o bien vivirán de modo penoso. Y por esta causa, antes de empezar una guerra, siempre se han de celebrar muchas deliberaciones y consultas previas.

El anciano intentó respaldar sus afirmaciones con más argumentos, pero la mayoría le respondió con abucheos pidiéndole que acabase pronto. A decir verdad, el que predica a quien rechaza escucharle ocasiona enojo con sus palabras. Pues jesús de Sirach
[328]
> afirma que la música en medio del llanto desagrada, es decir, que lo mismo aprovecha hablar a quien nuestras palabras disgustan, como cantar ante el que llora. Y aquel hombre sesudo, al ver que no le escuchaban, se sintió ofendido. Porque ya lo aconsejaba Salomón: «No te esfuerces en hablar allí donde no te quieren escuchar»
[329]
. Este hombre prudente pensaba: «En verdad reza el refrán común que el buen consejo siempre falta cuando es más necesario.»

En esta asamblea de Melibeo se hallaban muchas personas que le susurraban algo en privado y luego, en público, le aconsejaban lo contrario.

Sin embargo, cuando constató que la mayoría de los presentes tomaba partido por la guerra, aceptó su criterio y respaldó plenamente su decisión.

Pero Prudencia, al darse cuenta de que su esposo optaba por el camino de vengarse de sus enemigos con las armas, se le acercó en el momento más oportuno, y le dijo con tono humilde:

—Señor, te ruego del modo más sincero que no prestes atención y no obres con precipitación. Pues Pedro Alfonso afirma: «No te apresures a retomar el bien o el mal; así tu amigo esperará y tu enemigo vivirá más tiempo en el temor
[330]
. El refrán aconseja: «Se precipita correctamente quien espera con prudencia», y «No se obtiene provecho de la malvada precipitación».

Esta fue la respuesta de Melibeo a Prudencia, su esposa: —No me propongo seguir tu opinión por poderosos motivos y razones. Pues, ciertamente, si pretendiera cambiar, con tu consejo, lo que ha sido acordado y dispuesto de tantas maneras, me tomarían por loco. En segundo lugar, afirmo que todas las mujeres son malas: no hay entre ellas una sola buena. Tal como afirma Salomón
[331]
, «entre mil hombres sólo encuentro a uno bueno; pero, a decir verdad, jamás encontré, entre todas las mujeres, a una buena». En consecuencia, caso de seguir tu consejo, parecería que te daba autoridad sobre mí (Dios no permita que esto ocurra). Jesús de Sirach afirma
[332]
que «si la mujer manda, es contraria al marido». Y Salomón declara: «Jamás des poder sobre ti a tu mujer, a tu hijo o a tu amigo. Más vale que tus hijos te pidan lo que necesiten que estés en sus manos»
[333]
. Si obrara según tu opinión, mi decisión debería permanecer secreta durante algún tiempo; eso no es factible, pues está escrito que la charlatanería de la mujer sólo puede esconder lo que no sabe. Además, el filósofo afirma: «Las mujeres superan a los hombres en mal consejo.» Por estos motivos no debo seguir el tuyo.

Una vez Prudencia escuchó con gran paciencia y mansedumbre cuanto su esposo tuvo a bien comunicarle, pidió licencia para hablarle y, después, se expresó en estos términos:

—Tengo argumentos para rebatir tu primera razón. Cambiar de parecer cuando una cosa varía o se ve de distinta manera que al principio, no constituye locura. Si, por causa justificada, tú dejas de ejecutar lo que habías jurado o prometido, no por ello se te considerará como perjuro o falso. El libro ya dice que el hombre sabio no miente cuando dirige sus propósitos a lo mejor. Y aunque los tuyos han sido aceptados y ratificados por muchos, no debes aplicarlos si no te placen. Pues lo útil y lo verdadero de las cosas se encuentra más en poca gente discreta y prudente que en las grandes concurrencias donde todos gustan y hablan a su antojo. Verdaderamente semejante multitud carece de seriedad.

»En tu segunda razón presupones la maldad en todas las mujeres; por ello —si estoy en lo cierto—, pones a todas las mujeres en el mismo rasero y, como dice el Libro, "todo le desagrada a quien todo desdeña". Y Séneca añade: "El sabio no debe despreciar a nadie, sino enseñar lo que sabe sin presunción u orgullo. Y las cosas que desconozca no debe avergonzarse de aprenderlas e inquirirlas de sus inferiores"
[334]
. Es fácil de comprobar que ha habido multitud de mujeres buenas. A decir verdad, Jesucristo Nuestro Señor jamás hubiera consentido en nacer de mujer si todas las mujeres hubiesen sido malvadas. Y además, cuando Jesucristo Nuestro Señor resucitó de la muerte a la vida, prefirió —por la gran bondad que se da en la mujer— aparecerse antes a las mujeres que a los apostoles
[335]
.

»Y aunque Salomón afirme que jamás encontró mujer buena, no se deduce el que todas fueran malas; pues aunque él no encontrase ninguna, no es menos cierto que muchos otros hombres han hallado mujeres buenas y honradas. O acaso Salomón quería indicar que no encontró una mujer absolutamente buena; es decir, que, tal como lo recuerda Él en su Evangelio
[336]
, la bondad absoluta no se da en persona alguna, sino en Dios, ya que no existe una sola criatura que no carezca de parte de la perfección divina, su Creador.

»Tu tercera razón es ésta: afirmas que si te dejas guiar por mi opinión, parecería que me dabas poder y autoridad sobre ti. Con todo respeto, señor, esto no es así. Pues si lo fuera —el que el hombre se aconsejara únicamente con los que ejercen autoridad sobre él—, nadie pediría consejo con frecuencia. Sin embargo, el hombre que pide consejo acerca de algo mantiene la opción de seguirlo o rechazarlo.

»En cuanto a tu cuarto argumento —la charlatanería de las mujeres oculta su ignorancia, lo que significa que una mujer es incapaz de encubrir lo que sabe—, debes entender, señor, que esta afirmación hace referencia a las mujeres parlanchinas y malvadas; de ellas los hombres declaran que "tres cosas sacan a un hombre de casa, a saber: humo, goteras, y mujer malvadas". De ellas Salomón comenta que "sería preferible morar en el desierto que con mujer pendenciera"
[337]
y con tu permiso, señor, esto no reza conmigo; has constatado mi exagerado silencio y gran paciencia, así como visto que sé mantener secreto lo que debe permanecer oculto.

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