Cuentos completos (594 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
7.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Si no pudo hacerla estallar el día de Navidad —dije yo— tal vez lo haga otro día. Tal vez sólo dijo ese día para mantener a la gente alerta y luego, cuando todo vuelva a la normalidad, lo hará…

Papá me dio un golpecito en la cabeza.

—Pues sí que eres optimista Lorenzo… No, no lo creo. Los profesionales valoran el sentido del deber. Cuando dicen que algo va a ocurrir en un momento preciso, tiene que ser en ese momento o ya no tiene sentido para ellos.

No me quedé muy convencido, pero los días pasaban y no ocurría nada. Poco a poco el departamento de policía volvió a la normalidad, los del Servicio Secreto se ocuparon de otros asuntos e incluso los soviéticos parecieron olvidarse de todo, tal como papá había previsto.

El día 2 de enero teníamos que volver al colegio para ensayar nuestro espectáculo de Navidad que se representaba el día 6 de enero, fiesta de los Reyes Magos. Lo representábamos al final de las vacaciones navideñas, en día festivo, porque a nuestro colegio acudían chicos de diversas religiones y la Dirección y Profesorado respetaban la separación Iglesia-Estado y las creencias de todos. Así, al celebrar la representación en día festivo la asistencia no era obligatoria. Y, como en el colegio tampoco debía haber celebraciones religiosas, no llamábamos a nuestra función «Espectáculo de Navidad» sino sólo «Representación». No hacíamos más que una representación de la canción «Los doce días de Navidad», en la que no se habla de religión, sólo de regalos.

Éramos doce niños, cada uno cantaba una estrofa y luego todos juntos repetíamos el estribillo. Yo era el número cinco y cantaba «Cinco anillos de oro», porque todavía tenía una voz de soprano y podía alcanzar las notas altas bastante bien.

Muchos niños no saben por qué el período de Navidad tiene doce días, pero yo les expliqué que entre el 25 de diciembre, día de Navidad, y el 6 de enero, el día que llegaron los tres Reyes Magos a traer regalos al niño Dios, van doce días y de ahí el título de la canción. Naturalmente era el día 6 cuando hacíamos nuestra representación en el auditorio del Colegio y venían todos los padres que querían.

Papá consiguió tener libres unas horas para poder asistir, junto con mamá. Y acudió a oír a su hijo cantar las notas altas por última vez, porque el año que viene mi voz habrá cambiado y ya no podré hacerlo.

¿Sabéis lo que es tener una idea brillante en medio de una representación y estar obligado a continuar la comedia sin poder hacer nada?

Aún estábamos en el segundo día, cantando «Dos tórtolas», cuando de pronto se me ocurrió: «¡Oh, mañana será el decimotercer día de Navidad!» Todo el mundo estaba mirándonos y no pude hacer otra cosa que quedarme quieto y cantar mi estrofa.

Nunca había encontrado esa canción tan estúpida. Era como si tuviera polvos pica-pica en la ropa interior, no podía estarme quieto ni un momento más. Cuando hubimos cantado la última nota y el público estaba aún aplaudiendo, eché a correr, bajé los escalones del escenario y seguí corriendo hasta llegar a la fila donde estaba mi padre. El me miraba asustado, yo me agarré a su chaqueta y supongo que hablaba tan deprisa que no conseguía entenderme.

Le dije:

—Papá, Navidad no es el mismo día para todo el mundo. Puede que incluso se trate de algún soviético. Oficialmente los rusos son ateos, pero puede haber alguno que haya conservado la fe religiosa y por esta razón quiera colocar la bomba. Puede tratarse de un miembro de la Iglesia Ortodoxa Rusa y ellos no siguen nuestro calendario.

—¿Cómo? —se extrañó papá, mirándome como si no comprendiera ni una palabra de lo que estaba diciendo.

—Que sí, papá; lo he leído en alguna parte. La Iglesia Ortodoxa Rusa está todavía en el calendario Juliano, que es el que impuso por decreto Julio César hace 2.000 años tomando cálculos de los antiguos calendarios griegos, babilónicos y egipcios, mientras que los demás cambiamos al calendario Gregoriano que es el que impuso en 1582 el Papa Gregorio XIII por ser más preciso, reformando el calendario Juliano. El calendario Juliano lleva trece días de retraso con respecto a nosotros. La Navidad ortodoxa cae en su 25 de diciembre, que equivale a nuestro 7 de enero, es decir mañana.

Hasta aquí no me creyó ni una palabra. Lo comprobó en un diccionario y luego llamó a alguien de la Oficina Central que era ruso Ortodoxo.

En poco tiempo consiguió poner en movimiento a todo el departamento. Habló con los soviéticos y cuando éstos dejaron de culpar a los judíos y se fijaron en su propia gente, encontraron al hombre. No sé qué hicieron con él, pero tampoco estalló ninguna bomba el decimotercer día de Navidad.

La Oficina Central quiso regalarme una bicicleta nueva, pero yo no acepté. Sólo había cumplido con mi deber.

La palabra clave (1977)

“The Key Word”

Normalmente mi padre suele estar de bastante buen humor cuando esta en casa y nunca, o casi nunca, pierde la paciencia conmigo. A mí me gusta creer que la razón reside en que soy un buen muchacho, pero él dice que es porque soy lo bastante listo como para no dejarme ver cuando él está de mal humor.

Lo cierto es que esta vez no estaba fuera de su vista. Se abalanzó sobre mí con la cara totalmente roja y me arrebató el periódico
«New York Times»
de las manos gritando:

—¿Qué crees que estás haciendo? ¿Por qué no usas la cabeza alguna vez?

Me quedé inmóvil, con el lápiz en la mano. La verdad es que no estaba haciendo nada.

Estaba tan asombrado que no pude más que preguntar:

—¿Qué ocurre papá?

Mamá vino corriendo, supongo que para cerciorarse de que a su único y querido hijo no le había ocurrido nada.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Qué ha hecho?

Papá estaba allí, inmóvil, de pie, poniéndose cada vez más rojo. Parecía no poder comprender que yo

hubiera hecho aquello. Luego dijo:

—¿Acaso no tiene otra cosa que hacer que jugar con el periódico? ¡Además, éste no es nuestro periódico!

Llegados a este punto, yo ya estaba más que indignado.

—Bueno papá, y ¿por qué supones que yo debía saberlo?

Mamá dijo:

—Es verdad, ¿cómo puedes suponer que él lo sabía, querido? Si se trata de algo importante tenías que haberlo dicho. No debías haber dejado el diario en la mesa del comedor.

Papá miraba a su alrededor como si quisiera volverse atrás y no supiera cómo. Me dijo:

—Ya sabes que no debes romper nada, no debes tirar nada…

Me di cuenta de que se había puesto tan furioso cuando me vio con el
«New York Times»
en la mano, que no se había fijado en lo que estaba haciendo.

—El periódico está en perfecto estado, papá.

Caminaba de un lado a otro de la habitación, respirando fuerte y nosotros sólo le mirábamos. Supuse que debía tener un caso difícil entre manos, y cuando un detective tiene un caso difícil no se le puede culpar por su mal humor.

De pronto se paró. Se había portado de manera poco usual en él y volvía a ser el de siempre cuando se volvió hacia mí:

—Lo siento, Lorenzo —dijo—. Estaba equivocado, no es nada importante. Además, ya tenemos el microfilm del periódico. Pero la verdad es que no puedo sacar nada de aquí.

Mamá se sentó sin decir nada, porque papá casi nunca quería hablarnos de sus casos. Yo lo sabía, pero puse cara de inocente y pregunté:

—¿Nada de dónde papá?

Y también me senté.

Papá se sentó también mirándonos y, al tiempo que colocaba de nuevo el periódico sobre la mesa, señaló:

—De aquí. Del periódico.

Me pareció que quería seguir hablando por lo que me quedé callado y esperé. Al cabo de un rato dijo:

—Ocurre que… Bueno lo que ocurre no tiene importancia, lo cierto es que es algo bastante inquietante y todo está basado en un código muy complicado que no podemos descifrar.

—¿Este no es tu verdadero trabajo, verdad? —preguntó mamá—. Tú no entiendes nada sobre códigos.

—¿Todos los códigos pueden descifrarse, verdad papá? —pregunté yo.

—Algunos no con tanta facilidad como otros, Lorenzo —me dijo—. Algunas veces el código se basa en una palabra clave que cambia cada cierto tiempo, tal vez cada día. Esto lo hace muy complicado a no ser que se pueda dar con la palabra clave, o mejor aún, con el método que utilizan para cambiarla.

—¿Y esto cómo lo hacéis? —preguntó mamá. Con una mirada de angustia, papá dijo:

—Una de las maneras más fáciles sería conseguir la agenda de alguno de los que utilizan el código.

—Lo más seguro es que nadie apunte la palabra clave en una agenda, sería demasiado fácil —dijo mamá.

Yo la interrumpí:

—Lo hacen, mamá. No pueden confiar en recordar un sistema tan complicado y no pueden arriesgarse a olvidarlo, ¿verdad papá?

—Cierto —dijo—. Pero no hemos encontrado ninguna agenda ni nada parecido y así estamos.

El tono de su voz indicaba que éste era el final de la discusión.

—¿Ya has hecho tus deberes, Lorenzo?

—Sí papá, todo, sólo me falta algo de geografía.

Luego, para evitar que me hiciera salir de la habitación, dije:

—¿Y qué tiene que ver en todo eso el periódico?

La pregunta hizo que se olvidara de mis deberes.

—Uno de los hombres que teníamos vigilado fue asaltado ayer por la noche. Se las arregló para librarse del asaltante, pero en la pelea fue herido y tuvimos que llevarlo al hospital. Esto nos permitió registrarle minuciosamente sin atraer sospechas, sin obligarles a cambiar el sistema. Pero no encontramos nada. No llevaba agenda.

—Tal vez el asaltante se la robó… aventuré yo. Papá negó con la cabeza.

—El que le seguía era un detective competente. Lo vio todo. Pero el hombre al que asaltaron no llevaba más que el
«New York Times»
y lo sujetaba fuertemente mientras luchaba. Pensé que era algo sospechoso, por lo que hice sacar un microfilm del periódico y lo traje a casa. Creía que debía haber algún sistema para extraer una palabra, en algún titular o en una página especial, ¿quién sabe? Todo el mundo puede llevar este periódico, no tiene nada de particular, no es tan sospechoso como una agenda.

—¿Cómo pensabas sacar del periódico la clave del código? —pregunté.

Papá se encogió de hombros:

—Pensé que habría alguna señal. El hombre podía haber mirado la palabra clave y, automáticamente, sin pensarlo siquiera, marcarla. Sin embargo no es así. No hay ni una palabra en todo el periódico que esté señalada de ninguna manera.

Yo contesté, emocionado:

—¡Sí que la hay!

Papá me miró de esa manera con que siempre me mira cuando piensa que no sé de qué estoy hablando.

—¿Qué quieres decir?

—Es lo que estaba haciendo cuando tú gritaste y me cogiste el periódico —dije mostrándole el lápiz que aún tenía en la mano—. Estaba resolviendo el crucigrama. Tú no te diste cuenta papá, pero ya había una parte hecha, es por eso que yo lo cogí, para terminarlo.

Papá frunció el ceño.

—Sí que nos dimos cuenta, pero qué te hace pensar que esto tenga algún sentido. Mucha gente resuelve los crucigramas. Es algo muy corriente.

—Cierto, pero se trata de un sistema seguro. El crucigrama del periódico sólo estaba resuelto en el centro, papá. Sólo un pequeño recuadro en el centro. Nadie resuelve sólo la parte central. Todo el mundo empieza por la parte superior izquierda, con el número uno.

—Si se trata de un crucigrama difícil, es muy posible que no puedas empezar hasta llegar a la mitad.

—Es un crucigrama fácil papá. El número uno horizontal es una palabra de tres letras que significa el nombre de la primera mujer en la Biblia y la solución no puede ser otra que Eva, como todo el mundo sabe, y el uno vertical… es igualmente fácil. Este individuo fue directo a la parte que le interesaba y no se preocupó de nada más. El 27 horizontal es una de las palabras que completó y el periódico es de ayer, que era día 27.

Papá tardó bastante antes de contestar. Luego dijo:

—Coincidencia.

—Tal vez no —dije yo—. Los crucigramas del
«New York Times»
siempre tienen por lo menos sesenta números cada día, y el doble los domingos. Así cada día del mes tiene un número asegurado y para ese día, la palabra clave es la correspondiente a ese mismo número en el crucigrama. Si hay dos palabras correspondientes a dos números, vertical y horizontal, tal vez siempre se tome la horizontal.

—No sé… —dijo papá.

—¡Pero si no puede ser más sencillo! Es muy fácil de recordar y lo único que hay que saber hacer es rellenar crucigramas. Además, se pueden obtener toda clase de palabras, largas o cortas, incluso frases y palabras extranjeras.

Mamá dijo:

—¿Y qué ocurriría si un día el crucigrama fuera más difícil y no se consiguiera resolver la palabra clave?

Sólo entonces papá empezó a reaccionar:

—Pueden utilizar el crucigrama de un día para el día siguiente y comprobarlo con las soluciones para no equivocarse…

Ya se había puesto el abrigo.

—…excepto los domingos, puesto que la solución no aparece hasta el domingo siguiente… Espero que el lápiz que usas haya dejado un trazo diferente al suyo, Lorenzo.

—El individuo utilizaba bolígrafo —señalé.

Los crucigramas no les resolvieron totalmente el caso, pero les permitieron descifrar el código. A papá le concedieron un premio y lo ingresó en el banco para pagar mis estudios. Dijo que era lo justo.

Other books

Freddy Rides Again by Walter R. Brooks
Fiery Match by Tierney O’Malley
Lost in Love by Susane Colasanti
Killer Heat by Brenda Novak
Wilderness Passion by Lindsay McKenna