Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Exactamente —dijo Demerest—. Luna City representa el espacio exterior, ensanchándose hasta el infinito. A largo plazo, nadie bajará aquí: todo el mundo irá allí.
—No juzgue únicamente por el tamaño y el volumen, Mr. Demerest —dijo Bergen—. El océano sólo es una pequeña parte de la Tierra, de acuerdo, pero por ese mismo motivo está íntimamente relacionado con cinco mil millones de seres humanos. La Base Submarina es experimental, pero las instalaciones del Bajío Continental merecen ya el nombre de ciudades. La Base Submarina ofrece al género humano la posibilidad de explotar todo el planeta…
—De contaminar todo el planeta —le interrumpió Demerest, en tono excitado—. De asolarlo, de acabar con él. La concentración del esfuerzo humano en la misma Tierra resulta desfavorable e incluso fatal si no está contrapesada por un ensanchamiento de la frontera.
—La frontera no puede darnos nada —dijo Annette—. La Luna está muerta. Todos los otros mundos exteriores están muertos. Si existen mundos vivos entre las estrellas, a años-luz de distancia, no pueden ser alcanzados. El océano está vivo.
—También la Luna está viva, Mrs. Bergen. Y si la Base Submarina lo permite, la Luna se convertirá en un mundo independiente. Entonces, los habitantes de la Luna haremos que otros mundos sean alcanzados y revitalizados y, si el género humano tiene la necesaria paciencia, llegaremos a las estrellas. ¡Nosotros! ¡Nosotros! Únicamente los habitantes de la Luna, habituados al espacio, habituados a un mundo dentro de una caverna, habituados a un entorno mecánico que podría mantener la vida en una nave espacial que tendría que viajar durante siglos para llegar a las estrellas.
—Un momento, Demerest —dijo Bergen, alzando una mano—. Un momento. ¿Qué quiere usted decir con eso de «si la Base Submarina lo permite»? ¿Qué tenemos que ver nosotros en el asunto?
—Están ustedes compitiendo con nosotros, Mr. Bergen. La Comisión del Proyecto Planetario les dará a ustedes más, y a nosotros menos, porque, tal como dice su esposa, a corto plazo el océano está vivo y la Luna no… Porque se encuentran ustedes a media docena de millas de distancia y nosotros a un cuarto de millón… Porque puede llegarse hasta ustedes en una hora, en tanto que se tardan tres días en llegar hasta nosotros. Y porque tienen ustedes un historial de seguridad ideal, y nosotros hemos tenido… mala suerte.
—Este último argumento es trivial, desde luego. Los accidentes pueden producirse en cualquier momento, en cualquier parte.
—Pero lo trivial puede ser utilizado para manipular emociones —replicó Demerest furiosamente—. Para las personas que no comprenden el objetivo y la importancia de la exploración del espacio, la muerte de unos habitantes de la Luna en accidente basta para convencerles de que la Luna es peligrosa, de que su colonización es una fantasía inútil. ¿Por qué no? Es un pretexto para ahorrar dinero, y pueden tranquilizar su conciencia invirtiendo parte de ese dinero en la Base Submarina. Por eso dije que el accidente en la Luna había amenazado la supervivencia de Luna City, a pesar de que sólo había costado la vida de veinte personas entre casi un millar.
—No acepto su argumento. Durante un montón de años ha habido bastante dinero para los dos.
—No el suficiente. No el suficiente para que la Luna alcanzara un nivel aceptable de autarquía. ¡Y ahora nos echan en cara que no tenemos ese nivel! No el suficiente para que la Base Submarina lo alcanzara, tampoco… Pero ahora pueden darles a ustedes más, quitándonoslo a nosotros.
—¿Cree usted que ocurrirá eso?
—Estoy casi seguro… a menos de que la Base Submarina demuestre una sincera preocupación por el futuro del hombre.
—¿Cómo?
—Negándose a aceptar fondos adicionales. No compitiendo con Luna City. Colocando el bien de toda la raza por encima del propio interés.
—No esperará usted que nos desmantelen…
—Desde luego que no. ¿No lo comprende? únanse a nosotros para explicar que Luna City es esencial, que la exploración del espacio es la esperanza del género humano… que ustedes esperarán, que economizarán en caso necesario.
Bergen enarcó las cejas y miró a su esposa. Annette sacudió la cabeza furiosamente.
—Creo que tiene usted una opinión más bien romántica del CPP —dijo Bergen—. Aunque yo pronunciara nobles y altruistas discursos, ¿quién los escucharía? En la Base Submarina están involucrados factores mucho más importantes que mi opinión personal. Consideraciones económicas y sentimientos públicos. Tranquilícese, Mr. Demerest. Luna City no desaparecerá. Recibirán fondos. Estoy convencido de ello. Ahora, hablemos de otra cosa, por favor.
—No, tengo que convencerle a usted de un modo u otro de que hablo muy en serio. Si es necesario, la Base Submarina tiene que dejar de funcionar, a menos de que el CPP pueda suministrar abundantes fondos para los dos.
Bergen dijo:
—¿Habla usted de un modo oficial, en nombre de Luna City, o expresa un punto de vista personal?
—Hablo por mí mismo… pero tal vez esto sea suficiente —dijo Demerest.
—No lo creo así. Lo siento, pero la situación se está haciendo sumamente desagradable. Le sugiero que regrese a la superficie en el primer batiscafo disponible.
—¡Todavía no! ¡Todavía no!
Demerest miró a su alrededor salvajemente, y luego se puso en pie y se apoyó de espaldas en la pared.
Les había dicho, allá en la Luna, que sería inútil hablar, que sería inútil tratar de negociar. Y ahora estaba comprobando que no se equivocaba.
Demerest podía oír su agitada respiración y el torbellino interior de sus enmarañados pensamientos. Los otros dos le miraban con aparente preocupación.
Annette se puso en pie y dijo:
—¿Se siente usted enfermo, Mr. Demerest?
—No estoy enfermo. Siéntese. Soy ingeniero de los servicios de seguridad y quiero enseñarles algo acerca de la seguridad. Siéntese, Mrs. Bergen.
—Siéntate, Annette —dijo Bergen—. Yo me ocuparé de él.
Se puso en pie y avanzó un par de pasos.
Pero Demerest dijo:
—No. No se mueva usted, tampoco. Tengo algo aquí. Son ustedes demasiado ingenuos en lo que respecta a los peligros humanos, Mr. Bergen. Se protegen contra el mar y contra los fallos mecánicos, y no registran a sus visitantes. Tengo un arma, Bergen.
Ahora que había dado el paso final sin posibilidad de volverse atrás —ya que ahora estaba muerto, hiciera lo que hiciera—, se sentía completamente tranquilo.
Annette agarró el brazo de su marido y murmuró:
—¡Oh, John!
Bergen se colocó delante de ella.
—¿Un arma? Calma, Demerest, calma. No perdamos la cabeza. Si quiere usted hablar, hablaremos. ¿Qué es eso?
—Nada espectacular. Un rayo láser portátil.
—¿Qué pretende hacer con él?
—Destruir la Base Submarina.
—No podrá hacerlo, Demerest. Lo sabe perfectamente. Un láser portátil no puede generar el calor suficiente para horadar las paredes.
—Un láser corriente, no. Pero éste es un modelo especial, construido en la Luna. De todos modos, no pretendo horadar una pared de acero de un pie de espesor. Actuaré indirectamente. De momento, les tendré a ustedes inmovilizados. En mi láser hay la energía suficiente para matar a dos personas.
—Usted no nos matará —dijo Bergen tranquilamente—. No tiene ningún motivo.
—Se equivoca. Utilizaré el rayo láser, en caso necesario, aunque preferiría que no lo fuese.
—¿Qué ventajas le reportará el matarnos? Explíqueme eso. ¿Acaso me he negado a sacrificar los fondos de la Base Submarina? ¿Qué otra cosa podía hacer? No puedo tomar la decisión por mi cuenta… Y el hecho de que usted me mate no contribuirá a favorecer sus deseos, precisamente. Todo lo contrario. Si un habitante de la Luna es un asesino, ¿cómo repercutirá eso sobre Luna City? Tenga en cuenta las emociones humanas en la Tierra.
Annette dijo:
—¿No se da cuenta de que habrá personas que dirán que la radiación solar sobre la Luna tiene peligrosos efectos? ¿Que el mecanismo genético que ha reorganizado sus huesos y sus músculos ha afectado a la estabilidad mental? Recuerde la palabra «lunático», Mr. Demerest. Hubo una época en que los hombres creían que la Luna provocaba la locura.
—Yo no estoy loco, Mrs. Bergen.
—Eso no importa —dijo Bergen, siguiendo el camino iniciado por su esposa—. Los hombres dirán que todos los habitantes de la Luna están locos, y Luna City será clausurada, y la propia Luna quedará prohibida para toda exploración posterior, quizás para siempre. ¿Es eso lo que desea?
—Todo eso podría ocurrir si creyeran que yo le he matado. Pero no lo creerán. Será un accidente.
Con su codo izquierdo, Demerest rompió la envoltura de plástico que cubría los controles manuales.
—Conozco este tipo de unidades —dijo—. Sé exactamente cómo funcionan. Lógicamente, al romper el plástico debería producirse una señal de alarma, ya que la rotura podría ser accidental… Sin embargo, estoy convencido de que no se ha producido ninguna señal y de que nadie se presentará a investigar: su sistema manual no es completamente seguro, porque en su fuero íntimo estaba usted convencido de que nunca habría que utilizarlo.
—¿Cuál es su plan? —inquirió Bergen.
Todo su cuerpo estaba en tensión, y Demerest vigiló sus rodillas.
—Si trata usted de saltar hacia mí —dijo—, dispararé inmediatamente… y luego continuaré con lo que estoy haciendo.
—¿Cuál es su plan? —repitió Bergen.
—Éste —dijo Demerest. No tuvo que mirar. Extendió la mano izquierda y cerró un contacto—. La unidad de fusión introducirá calor en la cámara reguladora de la presión, y el vapor la vaciará. Tardará unos minutos. Cuando esté vacía, uno de esos botones rojos se encenderá, probablemente.
—¿Va usted a…?
Demerest dijo:
—¿Por qué lo pregunta? ¡Voy a inundar la Base Submarina!
—Pero, ¿por qué? ¡Maldita sea! ¿Por qué?
—Porque la inundación se atribuirá a un accidente, y su historial de seguridad quedará manchado. Porque será una catástrofe sin precedentes, y el CPP tendrá que olvidarse de la Base Submarina. Y nosotros obtendremos más dinero. Continuaremos realizando nuestra tarea. Si pudiera conseguirlo utilizando otros medios, lo haría. Pero las necesidades de Luna City son las necesidades del género humano, y resultan fundamentales.
—Usted también morirá —sugirió Annette.
—Desde luego. Después de verme obligado a hacer algo como esto, ¿para qué querría vivir? No soy un asesino.
—Pero lo será. Si inunda usted esta unidad, inundará toda la Base Submarina y matará a todos los que se encuentran en ella. Cincuenta hombres y mujeres… y un niño a punto de nacer.
—Eso no es culpa mía —dijo Demerest, en tono realmente compungido—. No esperaba encontrar aquí una mujer embarazada… pero no pienso dejarme ganar por el sentimentalismo de la situación.
—Su plan fracasará —dijo Bergen—. Le encontrarán a usted con un emisor de rayos láser en la mano, y descubrirán que alguien ha manipulado los controles. ¿Cree que no deducirán la verdad?
Demerest empezaba a sentirse muy cansado.
—Mr. Bergen, habla usted impulsado por la desesperación. Escuche: cuando la puerta exterior se abra, entrará agua a mil atmósferas de presión, destruyéndolo todo a su paso. Las paredes de las unidades de la Base Submarina resistirán, pero todo lo que hay dentro quedará aplastado o retorcido. Los investigadores no sabrán nunca lo que habrá pasado aquí.
Bergen dijo:
—Los hombres de Luna City sabrán lo que ha hecho usted. Seguramente que uno de ellos tendrá conciencia. Se conocerá la verdad.
—La verdad es que yo no soy tonto —dijo Demerest—. En Luna City nadie sabe lo que yo planeaba ni sospechará lo que he hecho. Me enviaron aquí a negociar una colaboración en el terreno financiero. Ni siquiera echarán de menos un emisor de rayos láser. Lo monté yo mismo pieza por pieza. Y funciona. Lo he comprobado.
Annette dijo:
—No lo ha pensado usted bien. ¿Sabe lo que está haciendo?
—Se equivoca. Lo he pensado muy bien. Sé lo que estoy haciendo.
Annette insistió:
—No lo sabe. Está destruyendo el programa espacial.
—¿De qué está hablando?
Annette dijo:
—Usted desconoce las interioridades del CPP. Lo mismo que mi marido. ¿Cree usted que porque soy una mujer mi papel aquí es secundario? No. Usted, Mr. Demerest, sólo piensa en Luna City. Y mi marido sólo piensa en la Base Submarina. Ninguno de los dos sabe nada. ¿Dónde espera ir, Mr. Demerest, si obtiene todo el dinero que desea? ¿A Marte? ¿A los asteroides? Todo eso son pequeños mundos, superficies estériles bajo un cielo vacío. ¿Es ésa su ambición? La de mi marido no es mejor. Sueña con extender el hábitat del hombre al suelo del océano, una superficie equivalente, más o menos, a la superficie de la Luna. En cambio, nosotros, los del CPP, queremos algo más…
Interesado a pesar de sí mismo, Demerest dijo:
—Trata usted de ganar tiempo, simplemente.
—¿De veras lo cree? —inquirió Annette—. Sabe usted perfectamente que para colonizar la Luna se necesitó algo más que cohetes tripulados. Hubo que modificar genéticamente a unos hombres y adaptarlos a la fuerza de gravedad lunar. Usted es un producto de esa modificación genética.
—¿Y bien?
—¿No podría aplicarse el mismo sistema para adaptar a unos hombres a una fuerza de gravedad mucho mayor? ¿Cuál es el planeta solar de mayor tamaño?
—Júpiter.
—Exactamente, Júpiter. Once veces el diámetro de la Tierra, cuarenta veces el diámetro de la Luna. Una superficie ciento veinte veces mayor que la de la Tierra, mil seiscientas veces mayor que la de la Luna. Y unas condiciones tan distintas de las que pueden encontrarse en cualquiera de los mundos del tamaño de la Tierra, que cualquier científico daría la mitad de su vida por observarlas de cerca.
—Pero Júpiter es un blanco imposible.
—¿De veras? —dijo Annette, e incluso consiguió sonreír débilmente—. ¿Tan imposible como la Luna? ¿Tan imposible como volar? ¿Por qué es imposible? La ingeniería genética podría diseñar hombres con los huesos más fuertes y más densos, con los músculos más fuertes y más compactos. Los mismos principios válidos para Luna City contra el vacío y para la Base Submarina contra el mar, podrían aplicarse contra el entorno amoniacal de Júpiter.
—El campo gravitacional…
—Ese problema está resuelto ya teóricamente. Usted no lo sabe, pero yo sí.