Cuentos completos (326 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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En su opinión, su comedia no conseguía engañar al muchacho, pero no podía hacer otra cosa. Tenía que evitar que Mark se metiese en problemas.

11

Miguel Antonio Rodríguez y López era el microbiólogo; un hombrecillo moreno, de cabello negro bastante largo, que gozaba de la reputación —que él no hacía nada por desmentir de ser un perfecto exponente de la raza latina, por lo que respecta a las mujeres.

Tomó el polvo procedente del analizador de gases de Vernadsky, y lo sometió a cultivo con una combinación de precisión y respetuosa delicadeza.

—Nada —concluyó—. Todos los cultivos que he obtenido son inofensivos.

Le apuntaron que las bacterias de Júnior podían ocultar su carácter mortífero tras un aspecto inocente; que las toxinas y los procesos metabólicos no podían analizarse visualmente ni siquiera mediante el microscopio.

Estas insinuaciones provocaron su acalorada y desdeñosa réplica, pues no toleraban intromisiones en su esfera profesional. Enarcando una ceja, dijo:

—Yo sé lo que me traigo entre manos. Cuando uno ha visto el microcosmos como yo lo he visto, se olfatea el peligro… o la ausencia del mismo.

Aquello era una descarada mentira y Rodríguez lo demostró transfiriendo con el mayor sigilo y cuidado varias muestras de las diversas colonias de bacterias en ambientes aislados e isotónicos e inyectando a varios conejillos de Indias soluciones concentradas de los mismos. No les produjeron efecto aparente.

En grandes campanas se introdujo atmósfera del planeta, junto con varios ejemplares de formas inferiores de vida de la Tierra y otros planetas. Todos aquellos animalillos parecían encontrarse perfectamente.

12

Nevile Fawkes, el botánico, era un bello ejemplar masculino que se peinaba al estilo que exhiben los bustos tradicionales de Alejandro Magno, a fin de realzar su belleza, si bien ésta quedaba un tanto disminuida a causa de su nariz. Se hallaba ausente desde hacía dos días, según la cronología de Júnior, en una de las naves exploradoras atmosféricas de la Triple G. Sabía pilotar aquellas navecillas perfectamente y como era el único que podía hacerlo con excepción de los tripulantes, era natural que lo eligiesen para aquella misión, que no parecía producirle a Fawkes una alegría particular.

Regresó indemne e incapaz de ocultar una sonrisa de alivio. Se sometió a la irradiación para esterilizar el exterior de su flexible traje atmosférico, destinado a proteger a los hombres del efecto deletéreo del medio ambiente cuando no existiesen diferencias de presión, ya que el pesado y engorroso traje del espacio no era necesario en una atmósfera tan densa como la de Júnior. La navecilla fue sometida a una irradiación más extensa y luego fue tapada con una cubierta de plástico.

Fawkes tomó gran número de fotografías en color. El valle central del continente era de una fertilidad que sobrepasaba todos los sueños terrestres. Los ríos eran caudalosos, las montarías abruptas y cubiertas de nieve con los acostumbrados efectos solares pirotécnicos. Solamente bajo los rayos de LaGrange II la vegetación tenía un aspecto algo repelente… hubiérase dicho sangre seca y ennegrecida. Bajo los rayos de LaGrange I, en cambio, o bajo los de ambos soles combinados, la vegetación de un verde vivo y lujuriante y el brillo de los numerosos lagos —particularmente al norte y al sur, junto al borde inicial de los glaciares—, despertaron la nostalgia en el corazón de muchos. —Mirad éstas —les dijo Fawkes.

Había descendido en vuelo rasante para tomar un fotocromo de un campo de enormes flores escarlata. Bajo la elevada radiación ultravioleta de LaGrange I, los tiempos de exposición habían de ser necesariamente muy cortos, y a pesar del movimiento de la navecilla, las flores se destacaban como manchas de color estridente.

—Juraría que cada una de esas flores tiene casi dos metros de diámetro.

Admiraron las flores embelesados. Entonces Fawkes añadió: —Por supuesto, no he encontrado señales de vida inteligente.

Sheffield apartó la vista de las fotografías con un rápido movimiento. La vida y la inteligencia, después de todo, catan dentro de su jurisdicción.

—¿Cómo lo sabe?

—Mírelo usted mismo —repuso el botánico—. Aquí tiene las fotografías. No se ven carreteras, ni ciudades, ni cursos de agua artificiales, ni nada que pueda ser obra del hombre.

—No se ve nada que delate una civilización maquinista —observó Sheffield—. Esto es todo.

—Incluso los pitecántropos construían abrigos y empleaban el fuego —dijo Fawkes, ofendido.

—Ese continente es diez veces mayor que África y usted sólo lo ha explorado durante dos días. Ha dejado de ver extensiones inmensas de terreno.

—No tantas como usted se figura —respondió el botánico con acaloramiento—. Seguí el curso de todos los ríos importantes y examiné ambas costas. Las poblaciones debieran estar allí.

—Setenta y dos horas para recorrer dos costas de más de doce mil kilómetros de extensión separadas por dieciséis mil kilómetros de tierras interiores, sin contar con varios miles de kilómetros de curso fluvial, eso me parece muy apresurado.

Cimon le interrumpió:

—¿A qué discutir? El Homo sapiens es la única inteligencia que ha sido descubierta en la Galaxia en más de cien mil planetas explorados. La posibilidad de que Troas posea seres racionales es prácticamente nula.

—¿Ah, sí? —dijo Sheffield—. Podría usted utilizar el mismo argumento para demostrar que no hay inteligencia en la Tierra. —En su informe —repuso Cimon— Makoyama no mencionaba vida inteligente.

—¿Y cuánto tiempo tuvo para hacerlo? Fue otro caso parecido. Metió rápidamente el dedo en el pajar y comunicó que no había ninguna aguja.

—¡Por el eterno Universo! —exclamó Rodríguez ásperamente—. Estamos discutiendo como locos. Digamos que la hipótesis de inteligencia indígena no está demostrada, y dejémoslo así. Aún no hemos acabado de investigar, imagino.

13

Las copias de aquellas primeras fotografías de la superficie de Júnior pasaron a engrosar los archivos abiertos. Tras una segunda exploración, Fawkes regresó con expresión más sombría, y esto prestó mayor seriedad a la reunión posterior. Las nuevas fotografías circularon de mano en mano y fueron colocadas después por Cimon en la caja fuerte especial que nada ni nadie podría abrir, con excepción de las propias manos del astrofísico o una potente arma nuclear.

Dijo Fawkes:

—Los dos ríos más caudalosos siguen un curso generalmente de norte a sur, al pie de las estribaciones orientales de la cordillera occidental. El río mayor nace en el casquete polar septentrional y el más pequeño procede del casquete polar austral. Los tributarios le aportan sus aguas hacia occidente, procedentes de la cordillera oriental y cubriendo con su red todas las llanuras centrales. Al parecer la llanura central tiene una ligera inclinación, pues el borde oriental es más elevado. De todos modos, esto era de esperar, ya que la cordillera oriental es la más elevada, poderosa y más continuada de ambas. Yo no pude efectuar mediciones, pero no me sorprendería que sus cumbres sobrepasasen al Himalaya. A decir verdad, tienen un gran parecido con la cordillera Wu Chao de Hesperus. Hay que subir hasta la estratosfera para franquearlas y son terriblemente accidentadas y fragosas… Sea como fuere —volvió al tema inmediato haciendo un esfuerzo—, los dos ríos principales se unen a unos ciento cincuenta kilómetros al sur del ecuador y vierten sus aguas a través de una brecha abierta en la cordillera occidental. Después, sólo les separan unos ciento treinta kilómetros del mar. La desembocadura de este poderoso río constituye el sitio ideal para situar la ciudad más importante del planeta. Las rutas comerciales procedentes del interior del continente tendrían que converger en ella, con el resultado de que la convertirían de manera inevitable en el emporio del comercio espacial. Incluso por lo que se refiere al comercio planetario, la costa oriental del continente sería el punto de embarque para las mercancías destinadas a ultramar. No vale la pena franquear la cordillera oriental. Por aquel lado se encuentran las islas que vimos al aterrizar… Por lo tanto, aquí es donde yo hubiera buscado una población, aunque ignorase la latitud y la longitud.

Y nuestros colonos demostraron ser previsores, al establecerse allí precisamente.

Novee dijo en voz baja:

—O creían que eran previsores, pues apenas queda nada de ellos, ¿no es cierto?

—Ha transcurrido más de un siglo —dijo Fawkes, tratando de mostrarse filosófico—. ¿Qué esperabais encontrar? A decir verdad, queda mucho más en pie de lo que yo honradamente creí que iba a encontrar. Sus construcciones eran casi todas prefabricadas. Se han desmoronado y la vegetación se ha abierto paso, cubriéndolas totalmente. El hecho de que el clima de Júnior sea glacial es lo que los ha preservado. Los árboles, o los objetos que parecen árboles, son pequeños y por lo visto crecen muy despacio… Aun así, el claro ha desaparecido. Desde el aire, la única manera de poder afirmar que allí existía una colonia, es a causa del color ligeramente distinto de la nueva vegetación y por el aspecto de la selva que lo rodea.

Señaló una fotografía concreta:

—Esto no es más que un montón de escorias. Es posible que en otro tiempo fuese maquinaria. En mi opinión, estos montículos son tumbas.

—¿Ha visto restos humanos? ¿Huesos? —preguntó Novee. Fawkes denegó con la cabeza.

—Los últimos supervivientes no recibieron sepultura, ¿verdad? —siguió preguntando.

—Supongo que los devorarían los animales —repuso Fawkes. Luego se alejó, volviendo la espalda al grupo—. Estaba lloviendo cuando bajé a explorar. La lluvia goteaba sobre las anchas hojas que me cubrían y bajo mis pies el terreno era esponjoso y estaba encharcado. Todo era muy oscuro y tétrico. Se levantó un viento frío. Las fotografías que tomé no dan apenas la impresión de lo que digo. Me parecía como si me atisbasen un millar de espectros…

Aquel fúnebre relato era contagioso. —¡Basta ya! —gritó frenético Cimon.

En el fondo de la sala, la puntiaguda nariz de Mark Annuncio temblaba, tan intensa era su curiosidad. Volviéndose a Sheffield, que estaba a su lado, susurró:

—¿Espectros? ¿Supongo que no se tratará de un caso auténtico de…?

Sheffield tocó levemente uno de los flacos hombros del muchacho.

—Es una forma de hablar Mark. Pero no lamentes que no sea verdad. Estás asistiendo al nacimiento de una superstición y esto ya es algo, ¿no te parece?

14

El capitán Follenbee, con semblante algo huraño, fue a ver a Cimon la noche siguiente al regreso de Fawkes.

—Esto no marcha, doctor Cimon —dijo—. Mis hombres están nerviosos, muy nerviosos.

Las persianas de las portillas estaban levantadas. Hacía seis horas que LaGrange I se había puesto y la luz rojiza de LaGrange II, que al ponerse se volvía carmesí bañaba la cara del capitán, tiñendo de rojo su corto cabello gris.

Cimon, cuya actitud hacia la tripulación en general y el capitán en particular era siempre de refrenada impaciencia, dijo:

—¿Qué sucede, capitán?

—Ya llevamos aquí dos semanas, según tiempo terrestre. Sin embargo, nadie sale sin traje. A la vuelta, todos son sometidos a la irradiación. ¿Qué le pasa a la atmósfera? —No le pasa nada.

—Entonces, ¿por qué no podemos respirarla? —Capitán, no soy yo quien lo tiene que decidir.

El rubor que teñía la cara del capitán se hizo verdadero. —Las órdenes que poseo —dijo— estipulan que no tengo que quedarme aquí si la seguridad de la nave corriese peligro. Y una tripulación asustada y levantisca compromete la seguridad de la nave.

—¿No es usted capaz de meter en cintura a sus hombres? —Dentro de límites razonables.

—No comprendo qué les preocupa tanto. Estamos en un nuevo planeta y es natural que seamos cautelosos. ¿No son capaces de entender esto?

—Sí, pero creen que dos semanas es demasiado. Esto les hace suponer que les ocultamos algo, lo cual es verdad, como usted sabe. Además, es necesario darles un permiso de superficie. Tienen derecho a ello. Aunque sólo sea en un pedrusco desnudo de un kilómetro de diámetro. Esto al menos les permitirá abandonar la nave y evadirse un poco de la rutina. No podemos negárselo.

—Deme hasta mañana —dijo Cimon con desdén.

15

Al día siguiente, los científicos se reunieron en la cámara de observación.

—Según me comunica Vernadsky —dijo Cimon—, los datos sobre la atmósfera continúan siendo negativos, y Rodríguez no ha descubierto gérmenes patógenos de ninguna clase.

Esta última observación pareció suscitar dudas generales. Novee observó:

—La colonia murió a causa de una epidemia. Lo juraría. —Tal vez —se apresuró a contestar Rodríguez—, pero… ¿puede explicar cómo sucedió? Es imposible. Voy a explicarle lo que pasó. Miren. Casi todos los planetas de tipo terrestre dan nacimiento a la vida y ésta posee siempre una naturaleza proteínica y se organiza siempre en forma celular o de virus. Pero esto es todo. Aquí terminan los parecidos… Ustedes, los profanos, creen que todo es lo mismo; que la Tierra es exactamente igual que cualquier planeta y viceversa. Para ustedes, los gérmenes son gérmenes y los virus son virus. Pero yo les digo que no comprenden las infinitas posibilidades de variación que tiene la molécula de proteínas. Incluso en la propia Tierra, cada especie tiene sus propias enfermedades. Algunas pueden contagiarse a otras especies, pero no existe en la Tierra un solo germen patógeno del tipo que sea capaz de atacar a todas las restantes especies. Piensan ustedes que un virus o una bacteria que se hayan desarrollado independientemente durante un billón de años en otro planeta, con diferentes aminoácidos, diferentes sistemas enzimáticos, un metabolismo totalmente diferente, encontrarán al Homo sapiens tan suculento como un bombón. Yo les digo que esto es una idea infantil.

Novee, cuya alma de físico se había considerado afrentada al oírse llamar «profano», no estaba dispuesto a dejar las cosas así:

—El Homo sapiens lleva consigo sus propios gérmenes adonde quiera que vaya, Rod. ¿Quién dice que el virus del resfriado común no podría convertirse, bajo alguna influencia planetaria, en algo mortal de necesidad? O de la gripe. Estas cosas ya han ocurrido incluso en la Tierra. La epidemia de 2755…

—Sé todo cuanto usted pueda decirme acerca de la epidemia de para—sarampión de 2755 —le atajó Rodríguez— y de la epidemia de gripe de 1918 y también de la Peste Negra. ¿Pero tenemos noticia de que esto haya vuelto a repetirse? Desde luego, la colonia se estableció hace más de un siglo… sin embargo, ello no sucedió ni mucho menos en la época preatómica. La colonia disponía de médicos y antibióticos y además se conocía ya entonces la técnica de la inducción de anticuerpos, la cual, por otra parte, es de muy sencilla aplicación. Y eso sin contar con la expedición médica de socorro que les enviaron.

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