Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—No, yo no. Los de allá fuera lo están. Los de los Mundos Exteriores —los ojos, el semblante, la voz de Moreno adquirieron una vehemencia maligna, de tal modo que uno olvidaba que fuese, un monito con aspecto de hombre eternamente resfriado. Uno ya no se fijaba en la arrugada y huidiza frente. Uno olvidaba la calva cabeza y el traje mal cortado. Sólo quedaba la brillante y luminosa mirada de sus, ojos y el filo cortante de su voz. Eso sí se notaba.
Keilin alargó la mano en busca de una silla, a ciegas, mientras Moreno se le acercaba y hablaba con creciente pasión.
—Sí —decía—. Aquéllos de allá, entre las estrellas; los semidioses; los majestuosos superhombres; la raza superior, hermosa y fuerte. Ellos están locos. Aunque sólo nosotros, los de la Tierra, lo sabemos.
»Usted ha oído hablar del Proyecto Pacífico. Lo sé. Lo denunció a Cellioni en cierta ocasión y lo llamó un engaño. No lo es. Y casi nada de dicho proyecto permanece en secreto. En realidad, su único secreto consiste en que no había nada secreto.
«Usted no es tonto, Keilin. Sencillamente, nunca se detuvo a analizar los hechos desde el principio hasta el fin. Y sin embargo, estaba sobre la pista. Usted lo percibía bien. ¿Qué fue lo que me dijo aquella vez, cuando me entrevistó en su programa? Algo acerca de que la actitud del mundoexteriorano con respecto al hombre de la Tierra era el único punto flaco de la estabilidad del primero. Eso fue, ¿verdad? ¿O algo por el estilo? Muy bien, pues, ¡estupendo! Entonces tenía usted en la mente el primer tercio del Proyecto Pacífico, y no era ningún secreto, al fin y al cabo, ¿verdad que no?
«Pregúnteselo, Keilin, ¿cuál era la actitud del auroriano típico hacia el terrícola típico? ¿Un sentimiento de superioridad? Es la primera idea que se le ocurre a uno, supongo. Pero, dígame, Keilin, si se sentía superior, realmente superior, ¿había de sentir la necesidad de llamar a cada momento la atención sobre este hecho? ¿Qué clase de superioridad es la que tiene que ser apuntalada continuamente con frases tales como "hombres mono", "infrahumanos", "semianimales de la Tierra", etc., etc.? Esa no es la tranquila seguridad interna de quien se siente superior. ¿Malgasta usted epítetos con las lombrices de tierra? No, aquí hay otra cosa.
»Bien, enfoquemos la cuestión desde otro ángulo. ¿Por qué los turistas de los Mundos Exteriores se alojan en hoteles especiales, viajan en coches cerrados y se atienen a leyes rígidas, aunque no escritas, contra toda relación social con nosotros? ¿Tienen miedo a la polución? Es raro que no teman comer nuestros víveres, beber nuestro vino y fumar nuestro tabaco.
»Vea usted, Keilin, en los Mundos Exteriores no hay psiquiatras. Los superhombres están demasiado bien centrados; o al menos eso dicen ellos. En cambio aquí en la Tierra, ya es proverbial, tenemos más psiquiatras que fontaneros, y cada uno cuenta con mucha clientela. De modo que somos nosotros, y no ellos, quienes sabemos la verdad sobre este complejo de superioridad de los Mundos Exteriores, los que sabemos que se trata de una simple y alocada reacción contra un abrumador sentimiento de culpa.
»¿No cree que puede ser eso? Mueve la cabeza como si disintiera. ¿No ve que un puñado de hombres que se aferran a una Galaxia mientras miles de millones
perecen por falta de espacio, ha de experimentar en el subconsciente una sensación de culpa, adopte la forma que adopte? Y como no quieren compartir el botín, ¿no ve usted que el único recurso que tienen para justificarse consiste en tratar de convencerse de que, al fin y al cabo, los terrestres somos inferiores, que no merecemos la Galaxia, que allá se ha creado una raza nueva de hombres y que nosotros no somos más que los enfermizos restos de una raza antigua que debería extinguirse como el dinosaurio, por obra y gracia de las leyes inexorables de la naturaleza?
»Ah, si pudieran convencerse de eso, ya no se sentirían culpables, sino simplemente superiores. Sólo que no ocurre así; nunca. La idea de la superioridad necesita un cultivo constante, una repetición, un refuerzo constantes. Y ni aun así convence del todo.
»Lo mejor de todo sería que pudiesen fingir que la Tierra y su población no existen siquiera. Por ello, si usted visita la Tierra, evite a los terrestres, y así no le causarán la incomodidad que le provocaría no verles bastante inferiores. A veces, en lugar de inferiores le parecerían desdichados, y nada más. O peor todavía, hasta podrían parecerle inteligentes… como lo parecía yo, por ejemplo, en Aurora.
«Alguna que otra vez surgía un mundoexteriorano como Moreanu capaz de reconocer el sentimiento de culpa como tal, y sin miedo a expresarlo en voz alta. Moreanu hablaba del deber que tenían los Mundos Exteriores con la Tierra… con lo cual representaba un peligro para nosotros. Porque si los demás le hubiesen escuchado y hubiesen ofrecido a la Tierra una ayuda simbólica, en sus mentes se habría aliviado el sentimiento de culpa, aun sin prestar una ayuda permanente a la Tierra. De modo que Moreanu fue eliminado a través de nuestras maniobras, dejando el camino libre a los inflexibles, a los que se negaban a reconocer la culpa y cuya acción, por consiguiente, se podía predecir y manipular.
«Por ejemplo, les envías una nota arrogante y ellos responden automáticamente con un embargo inútil, que sólo sirve para proporcionarnos el pretexto ideal para declarar la guerra. Luego pierdes la guerra rápidamente, y los enojados superhombres te aíslan. Se acabó la comunicación, se acabó el contacto. Ya no existes y ya no les molestas. ¿No es así de sencillo? ¿No ha salido de maravilla?
Por fin Keilin pudo hablar:
—¿Quiere decir que todo esto lo había planeado de antemano? —preguntó—. ¿Provocó usted la guerra intencionadamente con objeto de aislar la Tierra de la Galaxia? ¿Envió a los hombres de la Flota Metropolitana a una muerte segura porque quería que nos derrotasen? Vaya, usted es un monstruo, un… un…
Moreno arrugó la frente.
—Sosiéguese, por favor. Ni la cosa fue tan sencilla como se imagina, ni yo soy un monstruo. ¿Piensa acaso que la guerra bastaba con… provocarla, sencillamente? Había que alimentarla con suavidad, de la manera precisa, y encaminarla hacia el final adecuado. Si nosotros hubiésemos dado el primer paso, si hubiéramos sido los agresores, si de una u otra forma hubiésemos echado la culpa sobre nuestros hombros… entonces los Mundos Exteriores habrían ocupado la Tierra y la habrían desmenuzado. Vea usted, si nosotros hubiéramos cometido un crimen contra ellos, ya no se sentirían culpables. Por otra parte, si hubiésemos librado una guerra larga, o hubiéramos causado grandes destrozos, ellos lograrían descargarse de la culpa.
»Pero no lo hicimos. Nos limitamos, tan sólo, a encarcelar a unos contrabandistas de Aurora, obrando de acuerdo con nuestros derechos. Ellos tuvieron que declararnos la guerra por este motivo, porque sólo así podían proteger su superioridad, la cual a su vez los protegía contra los horrores de la culpa. Y nosotros perdimos en seguida. Apenas murió ningún auroriano. El sentimiento de culpa se fortaleció y dio como fruto, exactamente, el tratado de paz que nuestros psiquiatras habían previsto.
»En cuanto a lo de enviar hombres a la muerte, es algo que ocurre en todas las guerras… y una necesidad. Era preciso librar una batalla y, naturalmente, hubo bajas.
—Pero ¿por qué? —interrumpió Keilin—. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué cree usted que toda esa palabrería tiene algún sentido? ¿Qué hemos ganado? ¿Qué beneficio podemos sacar jamás de la situación presente?
—¿Ganar? ¿Me pregunta qué hemos ganado? Ea, pues, hemos ganado el Universo. ¿Qué ha sido lo que nos ha retenido hasta ahora? Usted sabe qué necesitaba la Tierra estos siglos pasados. Usted mismo se lo subrayó muy certeramente a Cellioni. Necesitamos una sociedad de robots positrónicos y una tecnología sobre la energía atómica. Necesitamos cultivos químicos y el control de la natalidad. Bien, ¿qué impedía todo esto, eh? Sólo la costumbre de siglos, que decía que los robots eran malos porque quitaban el trabajo a los seres humanos, que el control de la natalidad significaba asesinar niños aún no nacidos, etc., etc. Y, lo peor, siempre había la válvula de seguridad de la emigración, bien realmente permitida, bien como una esperanza próxima.
»En cambio ahora no podemos emigrar. Estamos clavados aquí. Peor todavía, hemos sufrido una derrota a manos de un puñado de hombres de las estrellas, y hemos tenido que aceptar, a la fuerza,
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un tratado de paz humillante. ¿Qué terrícola no arderá subconscientemente de ganas de revancha? El sentido de conservación se ha doblegado muchas veces bajo ese tremendo afán de "saldar las cuentas".
»Y ésta es la segunda parte del Proyecto Pacífico: reconocer el motivo de la revancha. Así de sencillo.
»Pero ¿cómo sabemos que sucede verdaderamente así? Porque se ha demostrado docenas de veces en el transcurso de la historia. Derrota a una nación, pero no la aplastes por completo, y al cabo de una generación, de dos, o de tres, será más fuerte que antes. ¿Por qué? Porque en el ínterin habrá hecho sacrificios para posibilitar la revancha que no habría hecho por una simple conquista.
«¡Piénselo! Roma derrotó a Cartago sin grandes dificultades la primera vez; pero estuvo a punto de ser vencida la segunda. Cada vez que Napoleón derrotaba a una coalición europea sentaba las bases para otra, a la que ya le costaba un poquitín más derrotar, hasta que la octava le aplastó a él. Se necesitaron cuatro años para derrotar al Kaiser Guillermo de la medieval Alemania, y seis años, mucho más peligrosos, para detener a su sucesor, Hitler.
»¡Ahí lo tiene! Hasta ahora, la Tierra sólo necesitaba cambiar de estilo de vida para conseguir un bienestar y una dicha mayores. Un objetivo secundario como ése podía esperar siempre. En cambio, ahora tiene que cambiar para tomarse la revancha, y esto no admite demoras. Yo quiero el cambio por el cambio mismo.
»Sólo que… no soy el hombre indicado para ponerme en cabeza. Estoy manchado por el fracaso del año pasado, y así continuaré hasta que, mucho después de que mis huesos se hayan convertido en polvo, la Tierra sepa la verdad. En cambio usted…, usted y otros como usted han luchado siempre en favor de la marcha hacia la modernización. Usted tomará las riendas. La tarea puede requerir cien años. Los nietos de hombres que no han nacido todavía quizá sean los primeros que vean la tarea completada. Pero usted la habrá visto empezar, al menos.
»¡Eh! ¿Qué dice?
Keilin estaba manoseando, mentalmente, el sueño. Le parecía ver, en una caliginosa distancia, una Tierra nueva, renacida. Pero el cambio de actitud era demasiado radical. No podía realizarse todavía, en aquel instante. Por ello movió la cabeza y dijo:
—¿Qué le hace pensar que los Mundos Exteriores tolerarán este cambio, suponiendo que lo que me cuenta sea verdad? Nos vigilarán de cerca, estoy seguro, y notaran un peligro cada vez mayor, hasta que decidan ponerle fin. ¿Me lo negará?
Moreno echó la cabeza atrás y soltó una carcajada silenciosa. Luego exclamó:
—Pero todavía nos queda la tercera parte del Proyecto Pacífico; una última, sutil e irónica tercera parte…
»Los mundoexterioranos llaman a los hombres de la Tierra heces infrahumanas de una gran raza; pero los hombres de la Tierra somos nosotros. ¿Se da cuenta de lo que significa esto? Vivimos en un planeta en el que, durante mil millones de años, la vida (esta vida que ha culminado en el género humano) se ha ido adaptando. No existe ni un solo trocito microscópico del hombre, ni la menor función de su mente que no tengan como razón de ser alguna diminuta faceta de la composición física de la Tierra, o de la composición biológica de otras formas vitales terrestres, o de la composición sociológica de la comunidad que le rodea.
»En la forma actual del hombre, ningún otro planeta puede sustituir a la Tierra.
»Los mundoexterioranos existen tal como son únicamente porque se trasplantaron unos pedazos de la Tierra. Allá hemos llevado tierra de labor, plantas, animales, hombres. Se mantienen rodeados de una geología artificial, nacida en la Tierra, que contiene, por ejemplo, aquellos vestigios de cobalto, zinc y cobre que la química humana necesita. Se rodean de bacterias y algas nacidas en la Tierra, poseedoras de la facultad de asimilar los mencionados vestigios inorgánicos de la manera precisa y en la cantidad exactamente adecuada.
»Y mantienen esta situación mediante importaciones continuas (importaciones de lujo, las llaman) de la Tierra.
»Pero los Mundos Exteriores, aun contando con suelo terrestre depositado sobre una capa de roca, no pueden impedir que las lluvias sigan cayendo y los ríos sigan corriendo; de manera que se produce una mezcla, inevitable, si bien lenta, con el suelo indígena; una inevitable contaminación de las bacterias del suelo terrestre con las bacterias indígenas; y la exposición, en todo caso, a una atmósfera diferente y a unas radiaciones solares distintas. Y las bacterias terrestres desaparecen o cambian. Y entonces cambia la vida vegetal. Y luego cambia la vida animal.
»No se trata de un cambio brusco, claro. La vida vegetal no se volvería venenosa o no nutritiva en un día, ni en un año, ni en un decenio. Pero los hombres de los Mundos Exteriores ya notan la falta o el cambio de esos vestigios de compuestos que producen ese elemento tan tremendamente alusivo que llamamos "aroma" o "sabor". El cambio ha llegado hasta aquí.
«Pero llegará más lejos. ¿Sabe usted, por ejemplo, que en Aurora casi la mitad de las especies indígenas de bacterias tienen el protoplasma fundado en la química del fluorocarbono, y no en la del hidrocarbono? ¿Puede imaginarse la extrañeza esencial de un medio ambiente así?
»Bueno, pues, desde hace dos decenios, los bacteriólogos y fisiólogos de la Tierra han estudiado varias formas de la vida de los Mundos Exteriores (la única parte del Proyecto Pacífico que ha permanecido auténticamente secreta) y la vida terrestre trasplantada empieza a mostrar ya ciertos cambios a nivel subcelular. Incluso entre los seres humanos.
»Y ahí está la ironía del caso. Los mundoexterioranos, con su racismo rígido y su política genética inflexible eliminan inexorablemente de su seno a todo niño que presente signos de adaptación a su respectivo planeta y que se aparte en algún aspecto de la norma general. Sostienen (y deben hacerlo, como resultado de sus propios procesos de pensamiento) un criterio artificial de humanidad "sana", fundada en la química terrestre y no en la suya propia.