Authors: Frank García
—Te deseo —me comentó mientras mi torso se pegaba al de él y le besaba.
—Yo también —le susurré— y no quiero renunciar a estos momentos.
Su cuerpo fue resbalando por la pared mientras me iba agachando. Le tumbé, coloqué sus piernas encima de mis hombros, lamí sus pies masculinos y me incliné hacia él. Estiré mis piernas, coloqué mis manos a los lados de su cuerpo y seguí penetrándole. Me estaba excitando el sudor que emanaba de su cuerpo y la sonrisa que me brindaba en aquellos instantes. Me incorporé y fui dejándome caer hacia atrás mientras él quedó sentado encima de mí. Estaba a punto de eyacular y agarré con fuerza su polla hasta que estallamos los dos a la vez. Lanzó un grito ahogado cuando sintió mi semen caliente en su interior y yo sus grandes chorretones sobre todo mi cuerpo. Se desplomó sin sacarla, pegando su cara húmeda a la mía. Acarició mi rostro liberando el sudor que me estaba provocado aquel momento.
—Nadie como tú me hace sentir así. Contigo es distinto.
No contesté. Seguí amándolo y poseyéndolo apasionadamente. Se incorporó de nuevo, la saqué y le giré. Se puso de rodillas, separé sus piernas mientras él apoyaba sus manos contra el borde de la bañera y le volví a penetrar. Mi torso se unió a su fornida espalda. Le abracé y besé su cuello. Mis manos se deslizaron hasta volver a coger su polla. Le masturbe. Sentí que se iba a correr y aceleré el ritmo. La saqué, se giró y se tumbó en el suelo. Me senté encima de él y junté las dos pollas, eyaculando a la vez. El semen se juntó como en un rito mágico, donde estaríamos unidos en la amistad y la complicidad. Me tumbé sobre él y noté aquel líquido impregnar mi piel sudada.
—¿Ves?, ahora necesitamos una toalla —me reí mientras acariciaba su rostro.
—Alguna tendrás por ahí sin guardar.
—Debemos darnos prisa —me levanté mientras le besaba los labios—. Sí, haremos el amor siempre que tengamos la necesidad de compartirlo —respondí en alto a la pregunta que me estaba haciendo en aquel momento—. No te voy a privar de mi cariño y no quiero dejar de sentirte —me dirigí a la habitación y busqué entre lo que me quedaba en el armario. No había ninguna toalla, pero curiosamente encima de una de las sillas, se encontraba un juego de sábanas. Volví al cuarto de baño donde Iván se estaba duchando. Me introduje y le acaricié la espalda con el agua que caía de la ducha.
—No has dejado ni el gel.
—Mañana lo traeré de casa y una toalla. Gracias por el momento que me has ofrecido.
—No me des las gracias nunca por hacer el amor. Es cosa de los dos, del fruto de nuestra amistad. Tal vez no sea entendido por muchos, pero te quiero y lo digo muy enserio.
—Lo sé. Me lo has demostrado desde el primer día. ¿Y si se entera Andrés?
—Quien sabe si no se lo diré. No sé tío, pero me gustaría teneros a los dos. Nunca he creído en una pareja de tres — continué hablando mientras salíamos de la ducha y nos secábamos con la sábana, que afortunadamente al ser de franela, absorbía bien el agua—. Pero…
—Dejemos que… Como dices siempre, que el destino continúe con su juego.
Salimos del cuarto de baño, nos vestimos rápidamente. Hice dos llamadas, una a Andrés para decirle que íbamos a llevar las cosas y otra a mi casero, quien me dijo que el viernes dejara las llaves al portero cuando saliera. Subimos todo al coche y emprendimos el camino a la casa de Andrés, que no estaba lejos. En realidad los tres vivíamos cerca. Me alegraba de ello, deseaba tener a Iván lo más próximo a mí. En aquel momento era el hombre más feliz del universo. No podía pedir más: el amor y la amistad en el cuerpo de dos hombres por los que sentía admiración.
Tuvimos la suerte de aparcar al lado mismo de la puerta del edificio de Andrés. Llamé al timbre y bajó. Le presenté rápidamente a Iván y comenzamos a subir las cajas y las maletas. En dos viajes todo se encontraba apilado en la habitación de invitados. Nos sentamos en el sofá y Andrés sacó tres cervezas.
—Ahora, con más tranquilidad —intervine después de dar un buen trago—, os presento: Iván, este es el capullo que ha robado mi corazón y Andrés, este es el amigo más especial que alguien puede desear.
Andrés antes de sentarte, dejándome en medio de los dos, le dio un beso a Iván. —He oído hablar mucho de ti.
—Espero que no te ruborizaras por lo que te contara. No sé que voy a hacer con este tío, es un saco de sorpresas.
—No. Creo que relatándonos nuestras vivencias, fue lo que nos acercó el fin de semana —me besó en los labios—. Yo si sé lo que voy a hacer con él —sonrió.
—No me puedo sentir más feliz —intervine tocando con ambas manos una pierna de cada uno de ellos—. Estoy con los dos hombres de mi vida —me sonreí—, y en esta casa — miré a los lados—, donde me siento mejor que en la mía.
—Eso espero, porque soy muy casero y no pienso dejarte escapar por ahí.
—No hace falta. Ya no es necesario.
—Podemos preparar una tortilla de patata y cenar los tres —comentó Andrés.
—Perfecto nene. Me encanta la tortilla de patata con pimientos verdes fritos.
—Acepto la invitación si me dejáis hacerlas a mí. Dicen que tengo buena mano con ellas.
—Tuya es la cocina —comentó Andrés—. Estás en tu casa.
Me percaté que los dos contactaron a la primera, incluso se hacían bromas y me dejaban de lado. Hablaban entre ellos y me tomaban el pelo. Aquella sensación me llenó por dentro. Sí. Seríamos tres grandes amigos y tal vez, lo que le dije a Iván, si salía el tema, se lo desvelaría a Andrés: el sentimiento que tenía por Iván. ¿Me comprendería? De momento era mejor dejar esa pregunta en el aire.
Andrés cogió un delantal de uno de los cajones y se lo ofreció a Iván.
—¿Os importa si me quito la camisa? Cuando cocino, normalmente estoy en bóxer o desnudo.
—Ponte cómodo —respondió Andrés—. Estás en tu casa.
—No le digas eso que se despelota —me reí.
Andrés se quitó su camiseta y yo le imité. Cogió las tres prendas y se las llevó al salón.
—Es un tío de puta madre —me susurró Iván para que no nos escuchase—. Me ha caído muy bien.
—Ya te lo dije. Es el mejor.
Mientras Iván cuajaba la tortilla, nosotros pusimos la mesa con todo lo necesario. En el centro los pimientos y luego la hermosa tortilla. La cerveza ayudó a bajar la cena y pronto los tres teníamos un cigarrillo entre las manos.
—En un momento así —comenté—, es cuando me doy cuenta de que con poco uno puede sentirse bien. Una simple tortilla, una conversación y la amistad de tres personas compartiendo el instante.
—Sí. Nada como la naturalidad y la sencillez de las cosas —intervino Iván.
—Creo que los tres somos así. Naturales y sencillos. Sólo te conocía por lo que Rafa me había contado de vuestras aventuras, pero resultas un tío encantador. Es fácil hablar contigo.
—Tú también lo eres.
—Malo, malo, malo. Os estáis tirando los tejos el uno al otro.
—Es posible que ahora que nos hemos conocido, el que se venga a vivir conmigo sea Iván. Es guapo, está muy bueno y congeniamos.
—¡Serás cabrón! Que es mi amigo.
—Tiene razón Andrés. Tú también eres guapo —le miró a los ojos—, estás muy bueno —me miró de soslayo—, más de lo que tú decías de él y no me importaría tenerte como pareja.
—Os mato a los dos. Aquí hoy corre la sangre.
Se rieron los dos.
—No sabéis lo feliz que me siento. Si algo esperaba, es que vosotros dos os llevaseis bien. A ti —le toqué la mano a Andrés—, te amo y lo sabes y a él le quiero por como es.
—¿Alguna vez habías pensado qué este pedazo de macho activo, deseado por todos, porque eso no hay que negarlo, fuera tan romántico? —preguntó Andrés a Iván.
—No. Cuando lo conocí, ya sabes ese momento, porque él me ha dicho que te lo ha contado, contemplaba al hombre duro, fuerte y sexual que me puso la carne de gallina. Luego su forma tan natural de comportarse conmigo durante toda aquella noche, me sorprendió.
—A mí sí que me descolocaste. Tú también eres un buen macho. Imagínatelo desnudo completamente y proponiéndome que le follase. Se me puso dura al instante. Ella habló por mí.
—Sobre todo cuando fisteó al tío, ¿no? —me preguntó Andrés.
—Ese momento me resultó muy fuerte, te lo aseguro. Ahí si demostraba, aún más, la masculinidad y la fuerza que posee. Controló en todo momento la situación, estaba centrado en aquel culo y el placer que producía al chico. Era asombroso. Si por una parte resulta una práctica no apta para todos los ojos, con Iván cobraba carácter de espectáculo. Todo el mundo estaba contemplándole, observando cada movimiento, cada uno de sus gestos.
—A mí me gustaría ver como lo haces tú.
—No nene, esos momentos ya se quedan en el pasado. Ahora quiero vivir una vida distinta. Llenándola de amor y amistad, lo que siempre he perseguido, lo que siempre he deseado y que mi coraza me impedía lograr. Ahora os tengo a los dos y espero que para toda la vida.
—A mi me tendrás siempre. Me tienes hechizado.
—Chicos, es un placer estar con los dos, pero mañana hay que levantarse para currar. Os tengo que dejar. Espero que paséis una buena noche.
—¿Te quedas? —me preguntó con una amplia sonrisa.
—Sí, esta noche me quedo a dormir contigo. Necesito de tu energía para enfrentarme al día de mañana.
—¿Qué ocurre mañana?
—Lo dicho, os dejo —se levantó de la mesa y cogió su camisa, se la colocó y se puso la cazadora. Nos despedimos de él y nos quedamos solos.
—Me has dejado intrigado. ¿Qué ocurre mañana?
—Te lo contaré en la cama. Esta semana ha sido de vértigo. No te puedes imaginar hasta que punto.
Recogimos todo de la mesa y lo dejamos en el fregadero.
Nos desnudamos y ya en la cama cogí un cigarrillo mientras Andrés se tumbaba encima de mí. Aquella postura comenzaba a resultarme familiar y me sonreí. Le entregué el cigarro encendido y prendí otro para mí. Coloqué el cenicero que reposaba en la mesilla a un lado y aspiré profundamente dejando que todo el humo inundara por unos segundos el lugar.
—Mi jefe me está acosando.
—¿Qué? ¿En qué sentido?
—En el más despreciable: sexualmente.
—No me lo puedo creer y tú… tú…
—Verás, como sabes, entré a trabajar en ese departamento por Carlos, ellos dos son buenos amigos y…
—¿Es el
leather?
—me interrumpió.
—Sí. El lunes me pidió sexo en su despacho y le dije que se había terminado, que tenía pareja y no quería más sexo con nadie. Se enfadó y me amenazó con despedirme.
—¿Follaste con él?
—Sí, me ha obligado a follar con él todos estos días — las lágrimas brotaron de mis ojos—. Pero tengo un plan para que deje de acosarme.
—No cometas ninguna locura —me secó los ojos con la mano derecha. Los suyos también brillaban.
—De perdidos al río, como se suele decir —le conté todo el plan. Se levantó y paseó por toda la habitación. Encendí otro cigarro y él cogió uno del paquete y lo prendió—. Dime algo, por favor.
—¡Hijo de puta!… Tú plan es bueno —abrió la ventana, la brisa de la primavera entró calmando el calor y la tensión acumulada en la habitación. Se asomó, me levanté y lo abracé por detrás—. Aunque el plan es bueno, es peligroso. Él es el jefe y tú…
—Lo sé. Si sale bien, conservaré mi puesto y él tendrá que olvidarse de mí. Es más, tal vez hasta le pida un aumento de categoría.
—Resulta todo tan surrealista —comentó mientras apuraba el cigarro.
—La realidad supera a la ficción —le besé en el cuello y se volvió, nos besamos y me miró con ternura.
—Te pido que tengas cuidado. No quiero…
—No te preocupes nene. Lo tendré.
—¿Puedo ver esa ropa
leather
? —preguntó mientras dejaba la colilla en el cenicero.
—No. Quiero un día tener una fantasía contigo con esa ropa. Dicen que me queda muy bien.
—Está bien —cerró la ventana, la luz amarilla de las farolas iluminaba tímidamente el cristal en la noche oscura. Nos tumbamos, él se quedó mirando hacia la ventana y yo lo abracé por detrás. Acaricié su pecho y sentí los latidos de su corazón.
—Nene, te amo —le dije abrazándole con fuerza, mientras mis ojos volvían a brillar. Debió de presentir mi desasosiego porque se giró.
—Lo sé y me gusta que confíes en mí. Espero que lo hagas siempre —pasó sus dedos por mis ojos que desprendían de nuevo aquellas lágrimas de dolor e impotencia—. Todo va a salir bien, lo presiento —sonrió.
—Gracias por creer en mí y amarme como me amas. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero perderte.
—No me perderás, nunca te dejaré. Eres mi chico.
Regresó a la posición inicial y le abracé de nuevo. Su piel se estremeció y con aquel abrazo una leve sonrisa se dibujó en mi rostro y un deseo brotó libre en mi mente: Amarlo siempre y compartir juntos ese amor.
Me desperté con el olor de Andrés, con el calor de su cuerpo, con el sabor de su piel. Me desperté creyendo que todo era un sueño, que no estaba allí, que él no existía, que era producto de mi imaginación. Me desperté sin abrir los ojos, pues no deseaba que aquel sueño, si era un sueño, terminara jamás. Me desperté con miedo, con miedo a ser el que fui, con mi coraza, aunque estuviese desnudo. Me desperté pensando, tras las horas de descanso, que deseaba ser feliz y que Andrés fuera real, porque le amaba y deseaba amarlo siempre, hasta que de ancianos, continuase sintiendo su olor, su sabor, su calor. Me desperté, por fin abrí los ojos, y el sueño era real. Él existía, él respiraba, él era el amor que siempre había soñado.
La luz del sol traspasó los cristales llenando la habitación de claridad. El nuevo día se abría camino para todos y en aquel caminar mis pasos debían de ser firmes. Hoy más que nunca, no podía cometer ningún fallo. Todo debía de ser medido con sumo cuidado, al igual que el cirujano usa su bisturí, el joyero talla su mejor pieza o el albañil coloca los ladrillos con firmeza para que la pared resista las inclemencias del tiempo. Hoy no me podía permitir cometer el menor descuido. Me lo debía a mí, para la estabilidad que mi cuerpo y espíritu deseaban. Se lo debía a Andrés, para que nuestro amor se forjara sin miedos, sin fantasmas, sin coacciones. Se lo debía al destino, por darme una nueva oportunidad, la deseada, la soñada, la añorada en mi corazón que cerré un día a cal y canto y sin saber el motivo real.
Dos personas me querían y una de ellas me amaba y mis sentimientos eran recíprocos. No les podía defraudar a ellos y mucho menos, a mí mismo. Lucharía un día más y deseaba salir victorioso, para que la verdad prevaleciera.