Cruising (10 page)

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Authors: Frank García

BOOK: Cruising
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—Me estás poniendo muy caliente, tío. Debo de reconocer que eres un buen macho. Sí, el macho que buscaba esta noche.

—La noche acaba de empezar —le susurré lamiendo su cuello hasta llegar a la oreja la cual mordisqueé. Gritó de pasión.

—¡Cabrón! Parece que conoces mis puntos débiles.

Cierto es que conocía cada uno de sus puntos débiles. Nuestros preliminares en el sexo eran largos, pero resultaban más fuertes, más violentos, más de macho contra macho intentando ganar una batalla desenfrenada y que ninguno de los dos quería perder. Aquí, todo resultaba distinto, aquí la sexualidad se había convertido en sensualidad. La fuerza en ternura. La pasión en juego de pieles y lenguas. Con nadie, ni siquiera con Carlos, había tenido jamás una sesión de estas características y me sentía bien, deseaba que no cesara. Metí mis manos por su pantalón y continué besándole. Sabía que él tenía los ojos cerrados, que estaba soñando, levitando y haciendo que yo también me elevase de aquella pista hasta tocar el techo y desaparecer a través de él. Estuve a punto de decirle la palabra prohibida, aquella que no quería decir a ningún hombre, la que denotaría mi debilidad, mi vulnerabilidad de hombre y no, no era el momento. Yo aún era el macho cabrón que muchos miran con ojos de deseo, buscando que les folie hasta reventarles. Aquellas palabras no debían de salir de mi boca. "Te amo" eran dos palabras prohibidas que cambié por tres muy distintas:

—Te deseo cabrón. Quiero follar contigo si soy el macho que estás buscando.

Quitó las manos de sus costados y se giró:

—Sí, lo eres y quiero que me folies aquí.

—Vayamos al privado, esto no es el
Eagle.

—Llévame a ese privado que quiero sentirte muy dentro de mí.

Me separé, le agarré de la mano y nos giramos. Al final del pub hay un habitáculo grande en tonos granates y con varios cuartos con puertas. Es el privado más cuidado y limpio de los que he visto nunca. Allí me había follado a varios osos que me habían calentado en sesiones de sábado noche, cuando a altas hora, bailan desenfrenadamente sin sus camisas, luciendo sus torsos velludos y masculinos. Respirando sexualidad salvaje y con deseos de que un buen macho les cazara y les hiciera gozar durante un largo periodo de tiempo.

No había nadie. Cerré la puerta y me empujó contra una de las paredes pegándose a mí y comiéndome la boca con furia y deseo incontrolable. Abrió mis brazos en cruz y agarró mis manos. Lamió mi cuello, mis hombros y parte de los brazos. Metió su lengua en uno de los sobacos y me hizo suspirar. Empezó a desatarme el cinturón.

—Espera nene. Los pantalones mejor nos lo quitamos nosotros. No llevamos ropa interior y…

Se rió a carcajadas.

—No me gustaría que sufriese un accidente esa hermosa polla.

—Eres un cabrón. No salgamos de la fantasía. Aún no.

—Hace un rato que salí de ella. Eres mi macho de verdad y eso es lo que deseo. Al macho llamado Rafa.

—Está bien —le sonreí mientras me quitaba las botas y los pantalones. Él hizo lo mismo. Nuestros rabos estaban tremendamente erectos y a punto de reventar—. Creo que me voy a correr nada más ponerme el condón.

—No te lo pongas. Ahora no. Deseo sentir el calor de tu polla y que sientas como está mi culo ardiendo por ti.

—Está bien, pero nos estamos acostumbrando mal.

—Mientras no tengamos sexo con otros, no habrá problema.

Dejamos los pantalones sobre el banco, apoyó sus manos contra la pared y me ofreció sus increíbles nalgas. Me agaché y las agarré con mis manos apretándolas y metiendo la lengua en el orifico del placer. Me corrí mientras lo hacía y seguí comiéndole el ano. A mí lengua le gustaba explorarle. Aquel culo que ya conocía muy bien, siempre me parecía distinto y cada vez lo deseaba más. Nunca un agujero me había provocado tales sensaciones, nunca unas nalgas me parecieron tan hermosas, nunca una espalda me provocó una excitación semejante. Me levanté y coloqué mi glande y él, poco a poco, en movimientos muy sensuales, la fue introduciendo en su interior. Coloqué mis manos apoyadas a las de él, las giró y las juntamos apretando con fuerza mientras mi pubis rozaba sus nalgas.

—Quédate así un rato. Quiero sentirla así.

—Hasta que salgamos de aquí, mandas tú. Quiero darte el placer de dominarme al menos por una vez.

Giró su cara y sonrió:

—Bésame tonto.

Le besé mientras continuaba con sus movimientos. Su ano estaba muy caliente y sus paredes se adaptaban a mi polla apretándola de vez en cuando y liberándola a su antojo. Sabía muy bien controlar su punto más sexual. Si su boca era como la delicia de un exquisito aperitivo, su cuerpo era un manjar a degustar, su culo era su plato fuerte, el que te colma, el que te llena, el que te enciende por dentro y por fuera, robándote toda la energía y el ser. La saqué y le coloqué sobre aquel banco, deseaba ver su cara y como su cuerpo se estremecía, sentir sus piernas sobre mis hombros, acariciar sus pantorrillas y comerme sus pies, mientras su polla permanecía dura y sus hermosos huevos colgaban y rozaban mi rabo mientras salía y entraba de su orificio. Tenía unos huevos muy grandes que me encantaba comerme mientras apretaba su escroto y admiraba su volumen y su piel rosada y fina. Cada vez que lo miraba, me resultaba más sexy, más hermoso, más macho, más sensual y sexual. Era un ejemplar único y sentía por mí, que era lo más importante y lo que más me ponía. Me corrí y sonrió:

—Sigues igual de caliente o ya no aguantas más —me comentó cuando notó que la iba a sacar.

—Qué cabrón eres, ¿me quieres matar?

—Sí. De placer. Quiero morir de placer contigo y que me acompañes.

La metí de golpe y cerró por unos segundos los ojos.

—No saldría de ti nunca —me tumbé sobre él besándolo—. Me tienes atrapado, cabrón —apretó con fuerza mi polla con su esfínter y sonrió—. ¿La quieres estrangular?

—No, la quiero para mí, para siempre.

—Pues ya me dirás como vamos a casa, porque me apetece estar en la cama tranquilamente los dos juntos.

—¿Quieres que vayamos a follar a casa?

-—No. Quiero sentirte desnudo en la cama y hablar de nosotros.

—Pues vistámonos y a casita. Es donde mejor se está.

Saqué la polla y le volví a besar.

—Además, me tienes que contar como terminó aquella fiesta.

—Te la resumiré muy rápidamente mientras te tumbas encima de mí. Pero esta vez —me incorporé—, espero que no te corras, no me apetecería tener que levantarme y volver a hacer la cama.

—Pondremos una toalla. Estando encima de ti y contándome esa historia, no te puedo prometer nada.

—Está bien, pero ya me conoces, me gusta el morbo. Si te vas a correr, quiero ser yo quien agarre tu rabo mientras sale toda la leche.

—Eres un vicioso —se colocó los pantalones.

—No, soy morboso y el morbo me provoca vicio, pero si no me excita un tío, desaparece el vicio y el morbo.

Terminamos de vestirnos y salimos. La música había cambiado, ahora me resultaba excesiva y en la pista se encontraban pequeños grupos hablando, observando y bailando. Comenzaba a llenarse, era la hora para aquel lugar y la nuestra para volver al nuestro. Caminamos entre la gente, recogimos la ropa de abrigo y salimos. La noche resultaba fría y

Andrés se abrazó a mí. Aquel gesto me hizo sonreír y le besé en la frente.

—Eres un cabrón encantador.

—Lo sé —contestó sin inmutarse apretándose contra mí.

Le abracé. Debo de reconocer que con ternura. Aquel tiarrón me estaba atrapando. Me emborrachaba su aroma y su presencia resultaba vital para sentirme a gusto. No quería pensar en aquellos sentimientos, que creo que nunca he tenido por nadie, salvo por Carlos y siempre ha sido una gran amistad, pero este cabrón… Con este cabrón no era de la misma forma, incluso no se lo había dicho, pero con él ya no follaba, hacíamos el amor, le sentía como parte de mí cuando lo tenía pegado a mi piel, me fundía con él cuando le penetraba y al mirar sus ojos, cuando éramos un sólo cuerpo, me hacía estremecer por dentro, provocándome aquel estímulo que me hacía sentir bien, libre, poderoso y así deseaba que él también se sintiera. ¿Qué me estaba ocurriendo? No, no quería pensar en ello. Pero ahora, caminando despacio e internándonos en calles poco iluminadas, entre hombres que se cruzaban en nuestro camino y nos miraban, lo que en realidad me importaba, era aquella manera de abrazarlo, de protegerlo, de arroparlo entre mi ser y hacerle sentir bien. No hablaba y por unos momentos deseaba poder estar dentro de su mente y saber que estaba pensando. Tal vez él también estaba experimentando una sensación como la que yo vivía ahora. Estaba confuso o tal vez era todo lo contario y no deseaba que aquella realidad fuera real. Sí. Lo deseaba, deseaba formar parte de su vida y que él formara parte de la mía. ¿Sería feliz conmigo? Yo estaba seguro que sí lo sería junto a él. Llevábamos desde el viernes compartiendo todo y ahora, en la madrugada del domingo, parecía que acabábamos de vernos. Domingo, no quería pensar en ello, nos tendríamos que separar por lo menos durante cinco días y eso me iba a doler. Lo sabía, me dolería no compartir con él conversaciones, risas, abrazos, comidas, sentir su presencia, su olor, su piel, su calor, su forma de mirarme, su naturalidad relajada, su fogosidad cuando el deseo nacía entre los dos, su forma de escuchar… Me estaba aportando todo lo que un hombre busca en otro. Todo lo que alguien desea sentir junto a otro. Todo lo que poco a poco y con paso firme, lleva a esa palabra mágica, que en mi corazón tenía oculta para no sentirme dañado ni sufrir por amor. El amor es maravilloso pero duele y a mí no me gustaba el dolor. En mis prácticas sexuales había infringido dolor, pero siempre fue por el deseo del otro. No me estimulaba nada y ese fue el motivo por el que dejé de hacérselo a los demás por mucho que me lo pidieran, por mucho que lo desearan para satisfacer sus apetencias sexuales. Prefería este instante, así, suave, tranquilo. Sí él escuchara mis pensamientos o los amantes que he tenido, no se lo creerían. El tipo duro, el macho que les complacía y que nunca quedaba satisfecho. Ese macho, ese tipo duro, que parecía no tener sentimientos, era en realidad, un puto romántico que buscaba encontrar quien le entendiera y disfrutara junto a él, no sólo del sexo, sino de la vida.

—¿En qué piensas?

—En que me gusta tenerte así abrazado.

—Un hilo de romanticismo en ese macho infranqueable. Me gusta —me dijo sonriéndome.

—No te confundas cabrón. Soy un tío duro, pero nada tiene que ver con abrazar y gustarme el hecho de hacerlo.

—Vale, lo que tú digas. Pero esa frase te ha delatado.

—¿Quieres que deje de abrazarte?

—No, me gusta sentirme protegido por tus fuertes brazos. Tendré que ir a un gimnasio como tú.

—El gimnasio me ayuda a soltar adrenalina y a definir mi complexión muscular. Pero siempre he tenido este cuerpo. Y si quieres vamos juntos al gimnasio, aunque si te pones más bueno, te alejarás de mí.

—No, yo soy tuyo, lo sabes. Pero quiero estar a tu nivel.

—Cabrón, ya lo estás y por encima. Tú cuerpo es más bonito que el mío ¿Qué mides?

—1,80 y 85 kilos.

—Me lo imaginaba. No eres mucho más bajo que yo y peso 95kg. Estamos bien proporcionados. No nos sobra nada.

—A ti un poco de polla. A propósito, ¿cuánto te mide?

—Unos veintisiete centímetros.

—¡Joder! Es la más grande que ha entrado en mi culo. Pero follas tan bien, que provocas placer, no dolor.

—Me alegro. Me gusta dar placer. No me gusta el dolor.

—¿Alguna vez algún tío te ha dicho que no?

—No, pero no ha entrado en todos los culos que lo han deseado.

—Cuéntame una de esas veces.

— Eres un morboso.

—Sí, lo soy y además me gusta cómo cuentas las historias.

—Está bien viciosillo. Un viernes estaba en el
Eagle
tomando una cerveza. Era una de esas noches que me apeteció estar en pelotas dentro, pero en realidad no buscaba sexo, sino estar desnudo tomando una birra tranquilamente. Esa noche se puso a tope y muchos también optaron por desnudarse. Algunos en suspensorios, otros sólo con arneses y otros como yo. Hacía mucho calor y pronto las pieles se mezciaron entre sí. Cuero de prendas contra cuero de pieles cálidas y ardientes. Cuando llevaba la segunda cerveza me entraron ganas de mear y subí a los baños. El morbo allí arriba había subido la temperatura. Un chico me la agarró y me miró sonriendo, con sus ojos me estaba preguntando si podía mamármela y sonriéndole apreté su cabeza hacia abajo, se arrodilló y me la mamó. Otros cuerpos se unieron al mío manoseándome por todos lados. Uno de ellos me intentó meter un dedo en el culo y sólo con mi mirada lo retiró automáticamente, otro chico se agachó y compartieron mi rabo. Había un rapado que me miraba mientras a él también se la comían, se acercó y nos morreamos. Sus manos tocaron mi cuerpo, apretó uno de mis pezones y yo hice lo mismo con él. Miré su culo, lo acaricié y me sonrió. Aquel tío le estaban mamando el rabo pero él buscaba que le calentaran por detrás. Mi rabo estaba muy hinchado y lo agarró impidiendo a los chicos que continuaran mamando, se agachó y lo hizo él. Sin saber cómo, tenía puesto un condón, se incorporó y me ofreció el culo. Le mojé el ano y lo penetré, uno de los chicos que me había estado mamando la polla me abrazó por detrás y me lamió la espalda. Me puso muy bruto y me susurró que él también quería que le follara. Cuando terminé con el rapado me giré hacia el chico que continuaba abrazándome, me quite el condón y él me dio otro. Lo coloqué y le doblé. Su ano estaba dilatado pero no muy abierto. Intenté meterla y era imposible, su esfínter se cerraba. Le acaricié alrededor, le metí un dedo, luego dos y el rapado sonriendo me ofreció un pequeño bote de lubricante. Le eché una buena cantidad en el ano y a mi condón y volví a intentarlo, pero no entraba. Era imposible.

—Empuja tío, quiero que me la metas —sinceramente lo estaba pasando mal, porque aquel culo no dilataba para mi rabo.

—Tío te voy a hacer daño y no quiero —le dije mientras empujaba y él me la repelía.

—Dale fuerte, dale fuerte —me gritaba—. El rapado me miraba y se encogía de hombros.

—Chaval, necesitas que te abra ese culo una polla más pequeña. Si quieres yo te follo mientras este cabrón me la mete a mí, que mi culo si la aguanta y la desea de nuevo dentro —le dijo el rapado mientras le levantaba la cabeza y le miraba.

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