Cruising (27 page)

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Authors: Frank García

BOOK: Cruising
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Hicimos el amor durante más de dos horas. Me volvió a penetrar y aquella segunda vez resultó mucho más agradable, aunque sinceramente, prefería ser yo el activo. No por machismo, que considero tan macho a un pasivo como a un activo, sino porque disfrutaba más y creo, que también hago gozar más. Cada uno tiene su rol, pero de vez en cuando, tanto a Iván como a Andrés, les dejaría hacer y yo, seguiría experimentando junto a ellos.

Agotados, sudados y como Iván diría, vaciados nuestros huevos, nos quedamos dormidos. Yo abrazándolo por detrás, muy pegado, sintiendo su calor, su sudor y su olor y él agarrando mi mano, que reposaba en su pecho.

CAPÍTULO VIII

—Buenos días —escuché la voz de Iván.

—Buenos días —contesté abriendo los ojos y contemplando su rostro frente al mío—. Esto es nuevo.

—¿El qué?

—Siempre me despierto abrazado a ti o a Andrés y ahora abro los ojos y veo tu careto.

—Eso es porque me levanté a mear y no te has dado ni cuenta.

—Pues muy mal. No me gustan las novedades nada más despertarme. Pueden alterar mis neuronas y eso me podría causar un caos irreversible. Así que cerraré los ojos y pensaré que esto ha sido un sueño —cerré los ojos, sentí que Iván se daba la vuelta, sonreí y lo abracé pegándome a él.

—¿Está bien el señor ahora? ¿Sus neuronas se han equilibrado?

—Aún sigo dormido, no me ha despertado nadie —sentí que se reía por el movimiento de su cuerpo.

—Buenos días —volvió a saludarme.

—Buenos días cachorro. ¿Has dormido bien?

—Sí, perfectamente. Me gusta sentir un macho en la cama.

—A mi también y abrazarle como lo estoy haciendo ahora. Pero sabes una cosa… —me separé y me levanté dirigiéndome al baño—. Me estoy meando.

—A la mierda el romanticismo. Ya volvió el Rafa de siempre.

—Y el que os gusta —contesté tirándome encima de él tras regresar del baño.

—Tío que no eres un peso pluma. Me vas a reventar y la cama me tiene que durar todavía unos años.

—Sí. Te voy a reventar a polvos.

—Lo dicho, ahora si me creo que alguna neurona ha sido afectada.

—Te quiero cabrón —le besé y me senté sobre él—. No, no me voy a meter tu polla. ¿Es normal sentir un cierto calor dentro?

—¿Todavía lo sientes?

—Sí, noto algo extraño. Me has desvirgado, ahora tendrás que pedir la mano a mis padres. ¡Qué vergüenza, cómo se lo voy a contar! Yo, con lo joven que soy y ya he perdido la virginidad. Seguro que me emborrachaste o me pusiste algo en la bebida. Yo nunca hubiera caído tan bajo. No, yo quería ir al altar virgen y puro.

—Lo dicho, tienes alguna neurona tocada y espero que no sea contagioso.

—La única enfermedad que padezco es el amor y el cariño que os tengo a los dos. Soy el hombre más feliz de este universo.

—¿Desayunamos?

—Yo por lo menos no. Quiero terminar el ritual que comencé hace unos días. Hoy volveré a desayunar en la cafetería, pediré mi desayuno especial y esperaré a que venga mi queridísimo jefe del alma. Cuando me proponga follar, le daré el regalo.

—Tengo una idea. Levántate —le obedecí y saltó de la cama. Abrió un cajón y sacó papel de regalo y me lo mostró con cara de niño travieso.

—Sí. Buena idea. Se lo envolveré en papel de regalo. Con todo mi amor y mi estimación. Por los momentos tan maravillosos que me ha hecho pasar estos días. Por todo lo que le quiero y…

—¡Calla ya! Joder tío, parece que en vez de pizza, anoche cenamos lengua. Madre mía que manera de hablar.

—La culpa la tienes tú por despertarme con la terrible imagen de tu cara ¿Sabes la impresión qué pudo causar ese momento a mi cerebro? No lo sabes tú bien.

—Serás cabrón. Levántate y envolvamos el regalito.

—De eso me encargo yo, que todo el mundo dice que soy el mejor envolviendo regalos.

Me senté y preparé el DVD mientras Iván desayunaba. Pensé en la cara de mi jefe cuando lo abriese: Primero se quedaría extrañado al ver el DVD y segundo cuando contemplara las imágenes en su ordenador. Daría lo que fuera por saber cuales eran las primeras palabras que surgieran en su mente, observar su cara y sus ojos saliéndose de sus órbitas. Si, ese momento también sería digno de conservar en una grabación.

Iván había terminado de desayunar, me levanté y le propiné un azote en el culo.

—¿Nos duchamos juntos? —sonrió y así lo hicimos. Nos secamos, nos vestimos y salimos a la calle. Era una mañana espléndida, el sol brillaba con intensidad y ninguna nube manchaba el azul del cielo.

—No dejes de llamarme, quiero saber todo, todo, todo lo que suceda.

—Eres un cotilla. Seguro que luego toda la información la quieres para ir a un programa del corazón y ponerme en evidencia. Pero si haces eso, te demandaré y te llevaré ante los tribunales.

—Hoy no puedo contigo. Anda, que vas a llegar tarde. Pasa un buen día.

—¿No me das un beso? —le sonreí.

—Me besó en los labios y se fue.

Sí. Aquella mañana me había levantado de buen humor. Estaba feliz, por fin era viernes. Por fin mi venganza la serviría en forma de regalo. Por fin esa noche dormiría con Andrés, en la primera noche de las muchas que nos esperaban juntos. Sí, era feliz y encima el sol calentaba más que otros días. La primavera nos sonreía y yo correspondía.

Llegué a la cafetería, el camarero ya no me preguntó y mientras me servía el desayuno, además de darle las gracias, le sonreí. Apenas me había tomado el zumo de naranja y estaba llevándome una de las porras a la boca, cuando entró él. El hombre impenetrable con una sonrisa socarrona y maliciosa. Estaba seguro que ya había planeado algo para divertirnos. Se sentó y me miró.

—Buenos días —saludó.

—Buenos días —contesté con la misma indiferencia que otros días, sin mirarle a la cara.

—Hoy hace un buen día y he pensado que la hora de comer la pasaremos en la casa de campo.

—¿Qué? Tú estás loco. Ya te he dicho que mi tiempo libre, lo administro como yo quiero. Fuera de las horas del trabajo, tú no mandas en mi vida.

—No estoy loco, quiero que me folies al aire libre. En mitad del campo.

—Ni lo sueñes. Mi hora de comer es sagrada y no la voy a desperdiciar por un polvo de mierda.

—Iremos y no se hable más.

—Al final me vas a enfadar, cuando hoy me he despertado con buen humor, tanto, que te había comprado un regalo.

—¿Qué has dicho?

Saqué el paquete de la chaqueta y se lo entregué.

—Pero no quiero que lo abras hasta que estés en tu despacho.

—Me gusta que me hagan regalos.

—Te aseguro que es un regalo muy especial, no lo olvidarás jamás.

—Me voy, ya hablaremos de la escapada.

—Te aviso y lo repito: no pienso ir. No me puedes obligar a salir de mi puesto de trabajo para echarte un polvo en plena naturaleza porque te salga de los cojones. Ni lo sueñes y mucho menos, en mi hora libre: esa es mía.

—No te pongas tan bravo y baja el tono. No quiero que nadie nos escuche.

—¿El qué? Lo maricón que eres. Ya se enterarán tarde o temprano.

—¿Eso es una amenaza? No me amenaces, no estás en situación de hacerlo.

Bajé la cabeza y seguí desayunando. Para qué malgastar más palabras. En aquel paquete se encontraba el desenlace, por lo tanto, mejor olvidarse ya del tema. Se fue y yo salí a fumar un cigarrillo antes de subir a mi puesto. Terminado, como cada mañana, entre en el vestuario y me cambié de ropa. Saludé mientras me colocaba en mi zona y esperé al primer cliente, o en realidad, era a él a quien esperaba.

Atendí al primer cliente. Algunos viernes la primera hora es la más fuerte y éste prometía serlo. Le enseñé el ordenador que deseaba ver y le expliqué sus características. Lo compró y cuando se lo estaba cobrando, Robert apareció. En su cara se dibujaba odio, sus ojos parecían a punto de estallar y en sus movimientos se observaba un cierto nerviosismo. El cazador había sido cazado y estaba a punto de reventar como un volcán que lleva dormido muchos años. Se aproximó a mí.

—Cuando termines con el cliente, te quiero en mi despacho inmediatamente —su voz era dura, autoritaria y despectiva.

—Sí señor. Ahora voy.

Se fue y el cliente me miró asombrado.

—Hoy tu jefe tiene malas pulgas.

—No es hoy, es así siempre ¿Cuándo ha visto un jefe tolerante?

—Yo soy jefe —sonrió— y te puedo asegurar que lo soy. Disciplinado cuando hay que serlo y comprensivo cuando lo requiere la ocasión y en mi opinión, no son formas de tratar a un empleado de la manera que te ha tratado a ti y menos delante de un cliente.

—Disculpe. Ya sabe que es una frase hecha. Todos tenemos nuestros días malos.

—Sí —sonrió y sacó una tarjeta—. Si lo que pretende tu jefe es despedirte, esa es la sensación que me han dado sus palabras, llámame. Eres educado, tienes buena planta, sabes estar delante del público y tratar a un cliente —tomó el paquete y se fue. Llamé a uno de mis compañeros y le dije que me requería el jefe en el despacho.

—Últimamente estás mucho en ese despacho. No nos cuentas nada, como siempre tan reservado. Una de dos, o pronto recibes un ascenso o te larga cualquier día a la calle.

—Espero que sea lo primero, no me haría ninguna gracia que me despidiera —sonreí—, aunque acaban de ofrecerme trabajar en otro sitio.

Con paso firme y con la cabeza alta me dirigí al despacho. Una nueva llamada a la puerta, una nueva pregunta de quién era, la contestación de que era yo y tras el "pasa" entrar en el despacho y cerrar la puerta.

—¿Qué se supone que es esto? Espero que sea una broma.

—No. No es ninguna broma. Nunca he soportado a los prepotentes, arrogantes y menos a quienes provocan daño a un semejante sólo por su satisfacción personal.

—¿Me quieres decir qué lo nuestro ha terminado?

—Por supuesto, nunca debió de comenzar y además… con condiciones.

—¿Te atreves a ponerme condiciones?

—Claro y las cumples o ese vídeo será el más visto en todo Madrid y por Internet.

—No voy a caer en esa trampa. Te voy a mandar a la puta calle.

—Perfecto. Buenos días —me di la vuelta y abrí la puerta.

—No te he dicho que te vayas todavía.

Cerré la puerta de nuevo.

—Creo que todo está hablado.

—No. Quiero el original de esta película. Quiero todas las copias y que luego te largues de mi vista. No quiero volver a verte jamás en este departamento. ¿Lo has entendido?

Me acerqué a la mesa con mirada retadora, coloqué mis puños cerrados sobre ella y le miré desafiante, con aquella mirada que muchos decían que les daba miedo, que resultaba agresivo. Ahora más que nunca deseaba ser agresivo con la mirada y templado con las palabras.

—No está usted en disposición de dar órdenes y lo sabe muy bien. Podrá atemorizar a todos, pero a mí no. Sé su juego. Se de usted más, que usted mismo. Tengo en mis manos en estos momentos el que usted continúe detrás de esta mesa o esté en la calle recogiendo basura y…

—No te permitiré…

—No me interrumpa cuando estoy hablando. Ahora no. Durante toda la semana me ha estado acosando, siendo su puto esclavo, haciendo lo que no deseaba, tocando su cuerpo repugnante y teniendo que complacerle con la amenaza de irme a la calle con una de sus firmas dictadoras, sino sucumbía a lo que solicitaba. No, ahora no me mandará callar. No sólo me quedo aquí a trabajar, sino que el lunes quiero que me llame al despacho para firmar mi ascenso y el aumento correspondiente de sueldo.

—¡Estás loco!

—Jamás he hablado más en serio. Usted casi me vuelve loco hasta que lo tuve todo muy claro.

—Quiero que me entregues todas…

—Usted ya no me va a dar más órdenes. Se terminó el juego. Le dejé bien claro que tenía pareja y me quiso someter a su voluntad. No sabe bien con quien ha estado jugando. Uno tendrá sus defectos, pero el orgullo como ser humano, jamás me lo dejaré machacar por una cucaracha como usted.

Me da pena que alguien de su calaña exista y encima se siente en un puesto de responsabilidad. Me asquea tener que estar cerca de usted por lo que representa.

—No te saldrás con la tuya.

—De momento sí. Hoy si quiere que le den calor a ese culo, se busca un chapero o se mete el palo de la escoba. ¿Puedo retirarme?

—Lárgate, pero no te saldrás con la tuya.

—Ya lo he hecho y le juro por lo más sagrado que si el lunes no tengo esa carta de ascenso y el nuevo sueldo, el martes todos los empleados de este edifico, desde la planta baja hasta el último piso, recibirán un regalo sorpresa, como el que hoy ha recibido usted.

—No te atreverás.

—Póngame a prueba y verá de lo que soy capaz. Ya le he dicho que no tengo nada que perder —saqué la tarjeta de mi bolsillo y se la mostré—. ¿La ve? Es del cliente que he atendido hace un momento. Me dijo que si un día buscaba un nuevo trabajo, que lo llamara.

—Pues lárgate con él.

—Ni lo sueñe. En esta empresa tengo un buen futuro, mientras usted se sienta ahí detrás, hasta el día que sea yo el que me siente y no desnudo precisamente. Con su permiso, los clientes esperan.

Di media vuelta y salí. Respiré profundamente tras cerrar la puerta y volví al trabajo. Mi compañero, el que me había sustituido me miró intrigado.

—¿Despido, ascenso?

—Despido te aseguro que no —le sonreí.

Me dirigí a un cliente que estaba mirando algunos objetos en una de las vitrinas.

—¿Le puedo ayudar en algo?

—Me gustaría saber el precio de esa videocámara.

La saqué, miré la etiqueta y se lo dije. Se interesó por ella y comencé a presentar sus funciones.

La mañana transcurrió sin más novedad, no volvió a aparecer por el departamento. A las dos salí a comer y lo primero que hice fue llamar a Andrés e Iván. Los dos se sorprendieron, pero también estaban seguros de que yo era capaz de eso y de mucho más. Por las buenas soy bueno, por las malas puedo ser el mayor hijo de puta. Ellos habían ganado mi corazón, porque se lo merecían, Robert por el contrario, todo mi odio y desprecio. Algún día le vería caer de su pedestal, como todos los miserables de este planeta. El destino pone a cada uno en su sitio, unas veces tarda más y otras menos, pero tarde o temprano, siempre sucede. Lo único que debemos de tener es paciencia.

Comí tranquilamente en el bar de enfrente. No deseaba cruzarme con él en el restaurante. Desde el lunes desayunaría en casa y entraría a trabajar directamente. Haría todo lo posible por no volver a sentir su presencia cerca de mí. Mermaba mi ser, bloqueaba mi energía, aunque intentara mantenerme firme. El odio que sentía hacia él resultaba demasiado fuerte. Esperaba, por el bien de los dos, que mi ascenso no estuviera vinculado con seguir tratando asuntos con él. Después de comer salí a la calle, paseé y me senté en un banco, encendí un cigarro y mis ojos se detuvieron ante dos
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que pasaron junto a mí.

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