Read Cortafuegos Online

Authors: Henning Mankell

Tags: #Policíaco

Cortafuegos (45 page)

BOOK: Cortafuegos
12.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Aquí tienes la lista que me pediste.

—Gracias. Espero que no te haya supuesto demasiada molestia.

—No demasiada, pero una molestia sí que ha sido.

El inspector le ofreció una taza de café que ella rechazó.

—Tynnes dejó unos cuantos cabos sin atar —explicó—. Así que yo me dedico a rematar lo que quedó a medias.

—Pero, según tú misma me dijiste, no puedes asegurar que no tuviese otros encargos, ¿no es así?

—Pues, la verdad, no lo creo. Últimamente, no hacía otra cosa que rechazar ofertas. Lo sé porque solía pedirme que respondiera a las solicitudes.

—¿Cómo interpretabas tú su desinterés por aceptar trabajo?

—Bueno, yo pensaba que quizá necesitase un respiro.

—¿Era la primera vez que ocurría que declinase tantas ofertas de trabajo?

—Ahora que lo dices, sí. Era la primera vez que sucedía.

—¿Y no te explicó por qué?

—No.

Wallander no tenía más preguntas que hacer y Siv Eriksson desapareció por la puerta hacia el taxi que la aguardaba en la calle. Cuando el taxista le abrió la puerta, Wallander vio que, en torno a uno de los brazos, el hombre llevaba una cinta negra, en señal de luto.

Volvió a su despacho y abrió el sobre. La lista era bastante larga y comprobó que un buen número de las empresas para las que Falk y Siv Eriksson habían llevado a cabo diversos trabajos le resultaban desconocidas. Sin embargo, todas se encontraban en Escania, a excepción de una, con sede social en Dinamarca y que, según Wallander creyó deducir, se dedicaba a la fabricación de grúas de carga. Entre todas aquellas empresas desconocidas había, pese a todo, algunas que él sí pudo identificar, como, por ejemplo, varios bancos. Con todo, ni Sydkraft ni ninguna otra compañía de suministros energéticos figuraba entre ellas. Wallander apartó la lista a un lado y se sumió en una profunda meditación.

Tynnes Falk había sido hallado muerto junto a un cajero automático. Había salido por la noche para dar un paseo. Una mujer que paseaba a su perro lo había visto. Él se había detenido ante el cajero para solicitar un comprobante de movimientos; ningún reintegro. Y, después, cayó muerto. De repente, el inspector tuvo la sensación de que había obviado algo. Si no había sido víctima de un infarto ni tampoco de una agresión, ¿qué fue, entonces, lo que le pasó?

Tras otro momento de reflexión, hizo una llamada a la sucursal del banco Nordbanken en Ystad. Wallander se había visto obligado a solicitar un crédito en varias ocasiones, cada vez que tenía que cambiar de coche. Por este motivo, había llegado conocer a uno de los empleados del banco, llamado Winberg, de modo que pidió que lo pasasen con él. Sin embargo, la chica de la centralita le comunicó que estaba ocupado con un cliente. El inspector le dio las gracias y colgó el auricular. Salió entonces de la comisaría camino de la sucursal bancada. AI entrar, vio que, en efecto, Winberg seguía ocupado. El empleado le indicó con un gesto que tornase asiento mientras él terminaba.

Cinco minutos más tarde, Winberg quedó libre y pudo atenderlo.

—Estaba esperándote —declaró—. Ha llegado el momento de cambiar de coche, ¿no es así?

A Wallander no dejaba de sorprenderlo que los empleados del banco fuesen tan jóvenes. La primera vez que acudió a aquellas oficinas para solicitar el préstamo ya se preguntó si Winberg, que aprobó la concesión personalmente, habría alcanzado siquiera la edad prescrita para obtener el permiso de conducir.

—No, el motivo de mi presencia aquí es distinto. Es más bien una visita profesional. El coche aún puede esperar.

Sus palabras borraron la sonrisa del rostro de Winberg que, según Wallander pudo comprobar, se puso algo nervioso.

—¿Ha sucedido algo aquí, en el banco?

—No, en tal caso, me habría dirigido a tus jefes, ¿no crees? He venido para recabar información sobre vuestros cajeros.

—Comprenderás que no puedo revelar gran cosa, por razones de seguridad.

Wallander pensó que, al igual que él, Winberg se expresaba con una verborrea rígida y estirada.

—En realidad, se trata más bien de cuestiones de carácter técnico. La primera de ellas, bien sencilla, por cierto: ¿se ha establecido la frecuencia con que un cajero expide un comprobante erróneo, ya sea de reintegro o de movimientos?

—Con una frecuencia mínima, aunque, corno es lógico, en estos momentos no dispongo de los correspondientes datos estadísticos.

—Yo interpreto eso de la «frecuencia mínima» como que, en realidad, no sucede nunca.

Winberg asintió.

—Sí, yo también.

—¿Y tampoco existe el riesgo de que, por ejemplo, las indicaciones horarias de un comprobante sean erróneas?

—Jamás he tenido noticia de que ocurriese algo así. Supongo que es probable que suceda alguna vez, pero no puede ser muy frecuentó' Como puedes figurarte, en todas las operaciones relativas al manejo del dinero, se extreman las medidas de seguridad.

—En otras palabras, que uno puede fiarse de los cajeros.

—En general, sí. ¿Has tenido algún problema?

—No. Pero necesitaba tener la certeza de que era así.

Winberg abrió uno de los cajones de su escritorio y rebuscó hasta hallar una copia de una viñeta que dejó sobre la mesa y que representaba a un hombre que, poco a poco, iba siendo engullido por un cajero.

—Puedes estar tranquilo, que no es tan grave… —comentó con una sonrisa—. Pero es un buen chiste. Y ni que decir tiene que los ordenadores del banco son tan vulnerables como cualquier otro.

«Ahí lo tenemos otra vez», se dijo Wallander. «El tema de la vulnerabilidad». Observó el dibujo y, ciertamente, también a él le pareció muy bueno.

—Bien, Nordbanken tiene un cliente llamado Tynnes Falk —prosiguió el inspector—. Y yo necesito una copia de todos los movimientos registrados en sus cuentas durante el último año, incluidos los reintegros realizados mediante cajero automático.

—Para ello tendrás que acudir a los directivos —le aconsejó Winberg—. En materia de seguridad, yo no tengo competencia.

—De acuerdo. ¿Y con quién he de hablar?

—Lo mejor será que te dirijas a Martin Olsson. Su despacho está en el piso de arriba.

—¿Podrías comprobar si está libre?

Winberg desapareció mientras Wallander se imaginaba el largo y penoso procedimiento burocrático que tendría que soportar.

Sin embargo, cuando Winberg lo condujo hasta la segunda planta, el inspector fue recibido por uno de los directivos del banco, tan sorprendentemente joven como el otro empleado, y que se puso a su disposición. Lo único que necesitaba, advirtió, era una petición oficial de las instituciones policiales. Con todo, al oír que el titular de la cuenta había fallecido, le reveló que también existía la posibilidad de que la viuda cursase la solicitud.

—Sí, bueno, pero estaba separado —aclaró Wallander.

—En ese caso, será suficiente con el documento de la policía —aseguró Martin Olsson—. Te prometo que me ocuparé de que se gestione con toda la rapidez deseable.

Wallander le dio las gracias y bajó de nuevo al despacho de Winberg, pues le había quedado una pregunta por formular.

—¿Podrías buscar en vuestros registros si Tynnes Falk tenía alquilada alguna caja fuerte?

—Lo cierto es que no sé si eso me está permitido… —objetó Winberg vacilante.

—Tu jefe dijo que sí —mintió Wallander.

Winberg se marchó para regresar minutos más tarde.

—No, bajo el nombre de Tynnes Falk no había ninguna.

Wallander se puso en pie pero volvió a sentarse enseguida; dado que, después de todo, estaba en el banco, podía aprovechar y pedir su crédito para el coche que no tardaría en verse obligado a comprar.

—Será mejor que arreglemos lo del coche ahora mismo —explicó-Tienes razón, pronto tendré que comprar otro.

—¿Cuánto necesitas?

Wallander hizo un rápido cálculo mental y, dado que no tenía ninguna otra deuda que amortizar, pidió:

—Pues, unas cien mil coronas, si es posible.

—Sin problemas —repuso Winberg al tiempo que tomaba un impreso.

A la una y media, todo estaba listo. Winberg autorizó el préstamo personalmente, sin que fuese precisa la aprobación de instancias superiores. Wallander salió del banco con la incierta sensación de ser, de repente, un hombre rico. Al pasar ante la puerta de la librería próxima a la plaza se acordó de que tenían un libro sobre tapizado de muebles que debería haber recogido hacía ya varios días. Además, recordó que llevaba la cartera vacía, de modo que volvió sobre sus pasos y se encaminó al cajero que había junto a la oficina de Correos y se puso en la cola. Había cuatro personas delante de él: una mujer con un cochecito de bebé, dos jovencitas y un hombre mayor. Wallander miraba abstraído cómo la mujer introducía la tarjeta por la ranura, recogía el dinero y, acto seguido, el comprobante. Entonces, se puso a pensar en Tynnes Falk. Vio después cómo las dos muchachas sacaban un billete de cien coronas antes de ponerse a discutir acaloradamente el contenido del comprobante. El señor de edad echó una ojeada a su alrededor antes de introducir la tarjeta y teclear su número secreto. Retiró quinientas coronas y se guardó el comprobante en el bolsillo, sin leerlo. Llegó así el turno de Wallander, que sacó mil coronas y leyó detenidamente el comprobante. Todo parecía en orden, tanto las cantidades como las fechas y las indicaciones horarias. Arrugó el papel antes de arrojarlo a una papelera que halló a su paso. Pero entonces, de repente, se detuvo en seco. En efecto, se le vino a la mente el corte en el suministro eléctrico que había sumido en la oscuridad a gran parte de Escania. Alguien, se decía, conocía la localización de los puntos débiles de la cadena de suministro energético. Por más que la técnica hubiese avanzado, siempre había algún punto débil, alguna conexión más endeble en la que el flujo de aquello que todos daban por supuesto podía ser detenido sin dificultad. Recordó asimismo el plano que había sobre la mesa del despacho de Falk, junto al ordenador. Sabía que no estaba allí por casualidad, como tampoco era fortuito el hecho de que hubiesen hallado un relé en su camilla del depósito.

Aquellas constataciones no eran, por inmediatas, menos conocidas para él. Pero, de pronto, vio con total claridad algo que, hasta el momento, había estado flotando en una especie de nebulosa intangible.

Nada de cuanto había ocurrido era fruto de la casualidad. El plano estaba donde lo hallaron porque Tynnes Falk lo había utilizado. Lo que a su vez significaba que tampoco era producto del azar el que Sonja Hókberg hubiese sido asesinada justo en la central transformadora.

«La joven era una especie de víctima», concluyó el inspector. «En la cámara secreta de Tynnes Falk había un altar con el rostro del propio Falk como divinidad objeto de adoración. Sonja Hókberg no había sido asesinada, simplemente, sino que, en cierto modo, había sido sacrificada. Tal vez para poner de manifiesto la vulnerabilidad de los puntos débiles. Así habían puesto un velo sobre el rostro de Escania, para que cesase toda actividad».

La idea lo hizo estremecer. La sensación de que tanto él como sus colegas aún navegaban a la deriva en un enorme vacío se hizo más intensa.

Mientras observaba a las personas que se acercaban al cajero, se le ocurrió pensar que, si podían interrumpir el suministro energético, también podrían inutilizar un cajero. «¡Sabe Dios qué otras cosas podrían inutilizar, reprogramar o, simplemente, apagar! Una torre de control, el cambio de las vías del tren, el suministro de agua y de electricidad…, todo esto es posible. Con una sola condición: hay que conocer el punto débil, aquel en que la vulnerabilidad potencial se hace realidad».

Echó a andar de nuevo sin preocuparse ya de la librería. Regresó a la comisaría y, al entrar en recepción, Irene le hizo seña de que quería hablar con él, pero Wallander la rechazó con un gesto. Ya en su despacho, dejó la cazadora sobre la silla y sacó su bloc escolar al tiempo que se sentaba. Una vez más, hizo un nuevo intento de análisis de lo sucedido durante unos minutos de gran concentración. Pero, en esta ocasión, intentó aproximarse a los acontecimientos desde una perspectiva totalmente nueva. ¿No habría, pese a todo, algo que apuntase a que en todo aquello subyacía un intento de sabotaje estudiado y planificado al detalle? ¿No sería aquel sabotaje el fondo que él tan denodadamente buscaba? De nuevo le vino a la mente aquella ocasión en que Falk había sido detenido por liberar a unos visones de granja. ¿No se escondería, tras aquel suceso en apariencia anecdótico, algo de mayor envergadura? ¿No sería una especie de ensayo de otra intentona posterior?

Cuando dejó el bolígrafo y se echó hacia atrás en la silla, no tenía! en modo alguno la certeza de haber encontrado el punto de arranque que les permitiera avanzar sin incidentes en la investigación. Pese al todo, sí que vela en ello una posibilidad, incluso aunque el asesinato de Lundberg quedase, a la luz de esta interpretación, por completo fuera de lugar. «Después de todo, es innegable que ahí comenzó todo» se dijo. «¿No cabría sospechar que, contra todo pronóstico, un suceso incontrolable empezase a desencadenarse? ¿Algo que en absoluto:: hubiese figurado en el plan inicial pero que después, una vez producido, tenía que corregirse? De hecho, ya sospechamos, o al menos así: lo creemos, que Sonja Hókberg fue asesinada para evitar que revelase algo. ¿Y por qué le extirparían a Falk aquellos dos dedos? Tal vez para ocultar algo…».

Entonces cayó en la cuenta de que, de hecho, existía una tercera posibilidad. Si podían dar por cierta la sospecha de que Sonja Hokberg había sido sacrificada, también el hecho de que a Falk le hubiesen cortado los dos dedos con que escribía podía responder a una suerte de ritual.

De nuevo se entregó a desbrozar esta vía, de nuevo se empleó en el análisis bajo esta perspectiva, pero, en esta ocasión, intentando llegar más lejos. ¿Qué sucedería si el asesinato de Lundberg no estuviese en modo alguno relacionado con lo que aconteció después? ¿Si la muerte de Lundberg no hubiese sido, en el fondo, más que un error?

Media hora más tarde, comenzó a desesperar. Era demasiado pronto para extraer tales conclusiones. Nada encajaba, por ahora.

Aun así, experimentaba la sensación de haber avanzado un trecho más. No en vano había visto con claridad que existían varios códigos a partir de los cuales interpretar los sucesos y su relación interna, algunos más de los que había entrevisto hasta entonces.

BOOK: Cortafuegos
12.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fat Tuesday Fricassee by J. J. Cook
La sombra del águila by Arturo Pérez-Reverte
Infinite Ground by Martin MacInnes
Guerra Mundial Z by Max Brooks
Just Another Wedding by Jessica E. Subject
The Sumerton Women by D. L. Bogdan