Clarissa Oakes, polizón a bordo (21 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: Clarissa Oakes, polizón a bordo
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Varios rostros morenos y sonrientes y uno blanco y angustiado se volvieron hacia arriba; una joven arrojó sobre la cubierta un haz de hierba muy verde y de un fuerte olor; varios cabos fueron lanzados y el hombre blanco y un isleño subieron por el costado.

—Es usted el capitán Aubrey, ¿no es así? —preguntó el hombre blanco, aproximándose a él mientras se quitaba el sombrero—. Soy el señor Wainwright, capitán del ballenero
Daisy
, y éste es Pakeea, el subjefe de Tiaro, que le trae como regalos pescado, frutas y vegetales.

—Es muy amable —dijo Jack, mirando sonriente a Pakeea, un joven alto, fuerte, lleno de hermosos tatuajes y con la piel brillante porque estaba untado de aceite, que también le sonrió amablemente—. Por favor, déle las gracias de todo corazón en mi nombre. Nada podría haber sido mejor acogido.

Después de presentar a sus oficiales, le pidió a Pullings que subiera a bordo los regalos y continuó:

—¿Le gustaría bajar a la cabina?

En la cabina Killick sirvió unas bolitas harinosas rociadas con vino de Madeira y cubiertas de mermelada recién salidas de la cocina. Después de algunos comentarios sin importancia, Jack abrió un cajón, mostró a Wainwright un montón de plumas rojas y le preguntó en un aparte:

—¿Son adecuadas?

—¡Oh, sí! —exclamó Wainwright.

—¡Oh, sí! —repitió Pakeea.

Jack se las dio junto con un pedazo de seda color escarlata y una pequeña lupa. Pakeea elevó los regalos a la altura de la cabeza con una expresión satisfecha y habló durante largo rato en una lengua polinesia.

Jack le escuchó atentamente y luego dijo:

—Lo siento mucho, pero no le entiendo, señor.

—Pakeea dice que espera que baje a tierra. No sabe inglés, pero repite las últimas palabras que oye con gran exactitud.

—Por favor, dígale que con mucho gusto bajaré a tierra para coger agua y hacer trueque de ciertas cosas por cerdos, cocos y boniatos y, además, para pasear por esa hermosa isla.

Wainwright tradujo eso y otras frases corteses y finalmente dijo:

—Me alegro mucho de que venga porque tengo cierta información importante que darle y, aparte de eso, porque mi barco está en muy malas condiciones por la ausencia del carpintero, sus ayudantes y el tonelero. Tan pronto como vi que la
Surprise
se acercaba le dije a Canning: «¡Dios mío, estamos salvados!».

—¿Cómo sabía que era la
Surprise
?

—Bueno, señor, su sobresaliente palo mayor es inconfundible. Además, muchas veces he navegado en su compañía por el Canal y las Antillas y con frecuencia subí a bordo de ella en el Mediterráneo para entregar mensajes del buque insignia. Serví en la Armada como guardiamarina y ayudante del oficial de derrota y pasé el examen de teniente en 1798, pero como nunca me asignaron ninguna misión, al final me enrolé en la marina mercante.

—Como muchos otros excelentes oficiales —dijo Jack, estrechándole la mano.

—Es usted muy amable, señor —dijo Wainwright—. Como va a bajar a tierra, tal vez podría quedarme a bordo para darle las importantes noticias y enseñarle el canal por donde se atraviesa el arrecife. Pakeea podría regresar con su gente en el
pahi
, porque pueden ser un estorbo para hacer maniobras delicadas en el canal y echar el ancla.

Durante ese tiempo, el subjefe, dominando su natural alegría, había permanecido sentado con la expresión seria que correspondía a su rango mientras les miraba a ellos y miraba la tela con la lupa, cuyo uso había comprendido enseguida. En la cubierta, por el contrario, no había nadie serio, a excepción de Sarah y Emily. En cuanto subieron a bordo el pescado, los boniatos, la caña de azúcar, los plátanos y frutos del árbol del pan, subieron también todos los isleños del
pahi
excepto los pocos que cuidaban la embarcación. Todos los tripulantes de la
Surprise
que sabían algunas palabras de lenguas polinesias (y al menos una veintena de ellos hablaban alguna con bastante soltura) empezaron a conversar, y los que no sabían se contentaban con hablar en su propia lengua incorrectamente y muy alto. Había tres jóvenes mujeres de Tonga que también habían tenido tiempo para untarse con aceite —lo que daba a sus torsos desnudos un hermoso brillo—, y adornarse con collares de flores y de dientes de tiburón; sin embargo, los marineros se cohibían a la hora de acercarse a ellas en presencia de los oficiales, y ellas, por otra parte, parecían tener muy en cuenta el rango. Una habló sólo con Pullings, que llevaba su estupenda chaqueta azul; otra habló con Oakes y Clarissa; y otra se acercó a Stephen, se sentó a su lado en la cureña de un cañón y le entretuvo con un animado relato de un suceso reciente, riendo y dándole palmaditas en la rodilla muy a menudo. Por la frecuencia con que repetía ciertas oraciones, Stephen estaba convencido de que le contaba una conversación con frases como: «Entonces le dije… Y me dijo… Así que le contesté… Y dijo: ¡Oh…!». Su locuacidad y su ánimo le parecieron agradables durante un rato, pero al poco tiempo la condujo, hablando todavía, al castillo, donde estaban las niñas (que ya no eran tan pequeñas porque habían empezado a desarrollarse) mirando con desagrado el espectáculo. Jemmy Ducks les había dicho que no debían volver a decir «estúpidos negros» porque no era cortés, pero ellas murmuraban esas palabras de vez en cuando. Stephen les dijo que hicieran una reverencia y que si la joven las saludaba tocándole la nariz con la suya tenían que aguantarse. Y la joven hizo precisamente eso, como si fuera lo más natural del mundo, con suavidad e inclinándose un poco hacia delante. Después les habló aquella lengua polinesia, pero al darse cuenta de que no la entendían se rió mucho, le dio a Emily uno de sus collares de flores y a Sarah un colgante de madreperla y luego continuó hablando con locuacidad mientras señalaba alternativamente la isla y el tope del mástil y reía a menudo.

Poco después Jack, Wainwright y Pakeea subieron a la cubierta. El joven subjefe llamó a los isleños, demostrando que tenía una asombrosa autoridad, pues enseguida todos empezaron a bajar de la fragata. Parsons, uno de los marineros que hablaba aquella lengua del Pacífico Sur le dijo en voz baja a Stephen:

—Con su permiso, señor, le diré que esa joven le robó el pañuelo mientras usted miraba hacia el tope del mástil. ¿Quiere que le diga que se lo devuelva?

—¿De veras, Parsons? —preguntó Stephen, metiéndose la mano en el bolsillo con naturalidad—. Bueno, no se preocupe. Estaba viejo y roto y no puedo guardarle rencor a una criatura tan hermosa.

Entonces dijo para sí: «Pero también me robó la lanceta y lo lamento mucho».

El
pahi
ció y en cuanto la vela se hinchó, empezó a avanzar hacia la costa con extraordinaria rapidez casi sin formar olas y, debido a que tenía el casco doble y muy ancho, con muy poca escora. Además de los modestos regalos hechos voluntariamente, transportaba cinco pañuelos, una lanceta, dos botellas de vino (una con un corcho coloreado), una tabaquera y cinco barritas de hierro y dos de madera que se usaban para amarrar los cabos. Pero lo que los isleños habían traído superaba con creces lo que se habían llevado y era imposible que alguien, a excepción del marinero a quien le robaron el tabaco, quisiera hacer justicia o sintiera indignación.

Cuando volvieron á la cabina Wainwright dijo:

—Tengo que decirle, señor, que un barco inglés y varios marineros ingleses están detenidos en la isla Moahu, que se encuentra al sur…

—Conozco su posición, pero no tengo una carta marina exacta.

—Quizá debería empezar diciendo que los dueños de mi ballenero poseen seis embarcaciones que emplean como balleneros o como barcos para comerciar en pieles que van hasta el estrecho Nootka y la zona que está al norte. Esos barcos suelen reunirse en Moahu para repostar, como otros muchos, debido a lo apropiado del lugar, y también para intercambiar información o recibir instrucciones de los dueños antes de irse a Nootka pasando por Cantón o recorrer el Pacífico Sur en busca de ballenas, llegando a veces hasta el puerto de Sidney, el cabo Van Diemen o incluso más allá. Si los barcos que van a comerciar en pieles no tienen éxito en la primera estación, se quedan allí y regresan al principio de la siguiente, antes que los norteamericanos doblen el cabo de Hornos. La mayor parte del año, cuando soplan los vientos alisios del noreste, anclamos en Eeahu, pero el resto del tiempo fondeamos en Pabay, al norte.

—¿Podría dibujar un mapa con la posiciones aproximadas? —preguntó Jack, dándole lápiz y papel.

—Es muy fácil en el caso de Moahu —dijo Wainwright y dibujó la forma de un ocho de gran tamaño con la parte central muy ancha—. De norte a sur hay veinte millas. El lóbulo superior, más pequeño, donde se encuentra el puerto de Pabay al noreste, es el territorio de Kalahua. Las dos mitades están divididas por altas montañas y bosques que se extienden a ambos lados. El lóbulo del sur pertenece a Puolani. Hablando con propiedad, Puolani es la reina de toda la isla, pero varias generaciones atrás, los jefes de las tribus del norte se rebelaron y ahora Kalahua, que mató a todos los demás jefes, dice que él es el rey de Moahu por derecho porque ella comió carne de cerdo, lo que está prohibido a las mujeres. Todos dicen que eso es absurdo. Indudablemente, ella, como es costumbre, come determinados pedazos de los jefes enemigos que mueren en las batallas, pero es una mujer muy religiosa y nunca comería carne de cerdo. Así que, como ve, señor, el norte y el sur están en guerra. Los dueños de nuestro ballenero nos han dicho que nos mantengamos al margen de la guerra porque tenemos que usar los dos puertos. Pabay, situado en el noreste, es un puerto muy bueno porque está ubicado en una profunda ensenada y tiene un río en un extremo, y lo usamos cuando sopla el húmedo viento del sur; Eeahu, el puerto situado en el territorio de Poulani, lo usamos cuando tenemos dificultades para llegar a Pabay a causa de los vientos alisios. Si por mí fuera, apoyaría a Puolani, que siempre ha sido amable con nosotros, ha cumplido su palabra y, después de todo, no es más que una débil mujer, mientras que Kalahua es un detestable canalla en quien no se puede confiar. Ambos tenían más o menos las mismas fuerzas y nos trataban cortésmente, pero cuando estuve en Pabay la última vez para reunirme con los barcos
Truelove
, bajo el mando de William Hardy, y
Heartsease
, bajo el mando de John Trumper, me encontré con que todo había cambiado. Kalahua tenía a sus órdenes a un grupo de europeos, algunos con mosquetes, y había peleado con los dos capitanes. Quería, por decirlo así, pedirles prestados sus cañones, pero no se lo pidió enseguida sino cuando Hardy estaba en una situación delicada, pues había ordenado carenar el barco porque tenía escape de agua. Todavía estaban discutiendo cuando yo llegué, y Kalahua había apresado ya a una veintena de hombres de su tripulación con un pretexto u otro. Por robo, fornicación e incluso por tocar frutas o árboles prohibidos. Cuando fui a verle me dijo que no permitiría cargar agua ni provisiones en los barcos ni soltaría a los marineros hasta que sus demandas no fueran satisfechas. Tenía una actitud extraña y se mostraba tan confiado que resultaba desagradable y constantemente posponía nuestros encuentros con la excusa de que había salido del país o estaba durmiendo o indispuesto.

»Precisamente —continuó—, cuando realmente se había ido a las montañas con los europeos apareció en alta mar el cuarto barco, el
Cowslip
, bajo el mando de Michael McPhee.

Le hice señales indicándole que no atravesara el banco de arena y le mandé un mensaje con un marinero de Kanaka en que le decía que cogiera agua en Eeahu, el puerto en el territorio de Poulani, si la necesitaba, y que fuera hasta el puerto de Sidney a toda vela para informar de que estaban abusando de nosotros.

»Antes que Kalahua regresara —prosiguió—, llegaron dos grandes
pahis
, uno de ellos propiedad de un viejo amigo mío, un gran amigo, el jefe de Oahu, una de las islas Sandwich situada junto a Molokai, y por él supe por qué Kalahua se mostraba tan confiado. Estaba esperando al
Franklin
, un potente barco corsario con veintidós cañones de nueve libras que navegaba con bandera norteamericana pero que estaba tripulado por franceses de Canadá y Louisiana. Por otra parte, aunque Kalahua había tratado de mantener a los hombres blancos apartados de nosotros, pude ver a algunos, por eso sé que hablaban francés entre ellos y un extraño inglés con nosotros. Fue entonces cuando me enteré de que el dueño del barco es un francés y estuvo en Hawai escogiendo marineros. Es un hombre que no puede estar callado, que siempre tiene que estar hablando, y le dijo a una hermosa joven de las islas Marquesas, medio francesa, que Kalahua no valía nada, que era un tipo odioso y falso y que tan pronto como las dos partes, el norte y el sur, se debilitaran la una a la otra lo suficiente, matarían a Kalahua y destruirían las canoas que Poulani empleaba en la guerra (su punto más fuerte) y Moahu sería declarada posesión francesa porque ese era el deseo del pueblo y de los jefes supervivientes que sabían lo que les convenía. A los nativos les enseñarían a gritar: «
¡Vive l'Empereur!
», lo que era justo porque el gobierno francés fue el que se gastó el dinero en el barco. Pero en cuanto la guerra terminara se establecería un régimen diferente donde todos serían tratados igual, la tierra sería de todos, habría justicia, paz y abundancia y todo se decidiría por consenso.

—Eso da al asunto un cariz diferente —dijo Jack, pensando en Stephen con alivio.

—Sí, señor. Así que puse a un centinela en un puesto situado estratégicamente para estar atentos a la llegada del
Franklin
. No se podía hacer nada por el
Truelove
porque lo estaban carenando en el pueblo y, además, la marea no era apropiada, pero Trumper, el capitán del
Heartsease
, y yo preparamos nuestros barcos lo mejor que pudimos, aunque sólo teníamos lo que se puede esperar en un mercante. Esa misma tarde el centinela bajó gritando que había avistado un barco navegando en dirección al puerto con poco velamen desplegado. Nos habíamos retrasado tanto que los vientos alisios habían empezado a soplar de nuevo, y en dirección noreste, pero gracias a Dios roló al norte lo suficiente para doblar rozando el cabo del sur navegando de bolina. El
Heartsease
pasó primero, y el único daño que sufrió fue uno o dos agujeros en las gavias. Pero luego el
Franklin
aumentó de velocidad de tal manera que formaba olas de proa tan anchas como su vela trinquete, se acercó a nosotros rápidamente porque la verdad es que la
Daisy
no fue construida para navegar velozmente, y nos disparó una andanada que causó la muerte al carpintero y a su ayudante y destruyó las lanchas que estaban en la cubierta. Fue la andanada más potente que he visto y pensé que si las cosas continuaban así tendría que rendirme, pero aparentemente sólo tuvo suerte, porque la siguiente andanada pasó por encima, y antes que pudiera disparar de nuevo, pues nuestro barco era muy lento comparado el suyo, señor, tuve la satisfacción de ver caer su mastelerillo de proa por la borda. Me gustaría creer que la bala que yo acababa de disparar con el cañón de popa cortó la burda, aunque es más probable que cayera simplemente porque las velas hacían excesiva presión. Fuera por lo que fuera, el barco orzó, y como no se podía controlar su movimiento con el timón, no pudo seguirnos por el sinuoso canal que atraviesa el arrecife.

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