Ciudad de los ángeles caídos (24 page)

BOOK: Ciudad de los ángeles caídos
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—Creía que Clary no vendría —dijo Simon, aunque tampoco era tan extraño; se imaginó que la cita para el pastel de bodas se habría cancelado, o algo por el estilo. Ni siquiera había tenido la energía necesaria para molestarse por el pesado guardaespaldas que Jace había resultado ser. Tampoco era que creyera que Jace fuera a tomarse tan en serio su seguridad personal. Simplemente confiaba en que Jace y Clary hubieran solucionado su problema, fuese el que fuese.

—Da igual —dijo Isabelle sonriendo—. Ya que estamos solos, ¿te apetece ir a algún lado y...?

Una voz —una voz muy conocida— resonó entre las sombras justo debajo de la farola más próxima.

—¿Simon?

«Oh, no, ahora no. Justo ahora no.»

Se volvió lentamente. El brazo de Isabelle seguía rodeándole la cintura, pero Simon sabía que no seguiría mucho tiempo así. No, si la persona que acababa de hablar era quien creía que era.

Y lo era.

—¿Maia? —dijo.

Maia estaba ya bajo la luz de la farola, mirándolo, con una expresión de incredulidad en su rostro. Su pelo, normalmente rizado, estaba pegado a la cabeza por la lluvia, sus ojos ambarinos abiertos de par en par, sus vaqueros y su chaqueta tejana empapados. Llevaba en la mano izquierda un papel enrollado.

Simon se dio cuenta de que los miembros del grupo habían ralentizado sus movimientos y contemplaban la escena como tontos.

—¿Simon? —dijo Maia, mirándolo—. ¿Qué sucede? Me dijiste que hoy estabas liado. Pero esta mañana, alguien ha pasado este papel por debajo de la puerta de mi casa. —Desenrolló el papel para mostrárselo, y Simon lo reconoció al instante como uno de los folletos que anunciaba el concierto que el grupo iba a dar aquella noche.

Isabelle iba mirando a Simon y a Maia, comprendiendo poco a poco lo que pasaba.

—Espera un momento —dijo—. ¿Vosotros dos estáis saliendo?

Maia levantó la barbilla.

—¿Y vosotros?

—Sí —respondió Isabelle—. Hace ya unas semanas.

Maia entrecerró los ojos.

—Nosotros también. Salimos desde septiembre.

—No puedo creerlo —dijo Isabelle. Y parecía de verdad que no podía—. ¿Simon? —Se volvió hacia él, con las manos en las caderas—. ¿Puedes explicarte?

Los miembros del grupo, que por fin habían guardado en la furgoneta todo el equipo —la batería desmontada en el asiento de atrás y las guitarras y los bajos en la zona del maletero—, remoloneaban junto a la puerta trasera del vehículo, observando descaradamente la escena. Eric formó una especie de megáfono con las manos.

—Señoras, señoras —entonó—. No es necesario pelearse. Ya tenemos bastante con Simon.

Isabelle se volvió y le lanzó a Eric una mirada tan terrible que el chico se calló al instante. A continuación, la puerta trasera de la furgoneta se cerró con estrépito y el vehículo se puso en marcha. «Traidores», pensó Simon, aunque para ser justo, lo más probable era que sus amigos pensaran que iba a volver a casa en el coche de Kyle, que estaba aparcado en la otra esquina. Suponiendo, claro estaba, que viviera lo suficiente para contarlo.

—No puedo creerlo, Simon —dijo Maia. Había adoptado la misma posición que Isabelle, con las manos en las caderas—. ¿Qué te pensabas? ¿Que podías mentirme así?

—Yo no he mentido —protestó Simon—. ¡En ningún momento dijimos que la nuestra fuera una relación exclusiva! —Se volvió hacia Isabelle—. ¡Ni nosotros! Y sé que también vosotras salís con más gente...

—No con gente que tú conozcas —dijo Isabelle con vehemencia—. No con amigos tuyos. ¿Cómo te sentirías si te enterases de que estoy saliendo con Eric?

—Me quedaría pasmado, la verdad —dijo Simon—. No es para nada tu tipo.

—No va por ahí, Simon. —Maia se había acercado a Isabelle y las dos lo miraban, como una pared inamovible de rabia femenina. El bar ya estaba vacío y, exceptuando ellos tres, la calle se había quedado desierta. Simon se preguntó por sus posibilidades si salía corriendo de allí, y llegó a la conclusión de que no eran demasiado alentadoras. Los seres lobo eran rápidos, e Isabelle era una cazadora de vampiros fenomenal.

—Lo siento de verdad —dijo Simon. La euforia provocada por la sangre que había bebido empezaba a debilitarse, por suerte. El vértigo abrumador iba en descenso, pero sentía más pánico. Y para empeorar las cosas, su cabeza seguía volviendo a Maureen, y a lo que le había hecho, y a sí se encontraría bien. «Por favor, que se ponga bien.»—. Debería habéroslo dicho. Es sólo que... la verdad es que me gustáis las dos, y no quería herir los sentimientos de ninguna.

Y en el mismo momento de pronunciar aquellas palabras, se dio cuenta de que eran una estupidez. Un imbécil más excusándose por su comportamiento imbécil. Simon nunca se había considerado una persona así. Era un buen tipo, el típico chico que pasa desapercibido, al que ignoran el chico malo sexy y el artista torturado. Al que ignora el tipo que sólo piensa en sí mismo y al que le da lo mismo salir con dos chicas a la vez, sin que por ello esté mintiendo exactamente acerca de lo que hace, aunque tampoco contándoles la verdad a las dos.

—Caray —dijo, básicamente para sus adentros—. Soy un cabronazo enorme.

—Ésa es seguramente la primera verdad que dices desde que he llegado —dijo Maia.

—Amén —dijo Isabelle—. Aunque si me lo preguntas, es poca cosa, demasiado tarde...

En aquel momento, se abrió la puerta lateral del bar y salió alguien a la calle. Era Kyle. Simon experimentó una oleada de alivio. Kyle estaba serio, pero no tan serio como Simon se imaginaba que estaría de haberle sucedido algo terrible a Maureen.

Empezó a bajar la escalera hacia ellos. Apenas caían ya cuatro gotas. Maia e Isabelle estaban de espaldas a él, taladrando a Simon con una mirada de rabia afilada como un rayo láser.

—Me imagino que no esperarás que ninguna de las dos vuelva a dirigirte la palabra —dijo Isabelle—. Y pienso tener una charla con Clary... una charla muy, pero que muy seria, sobre las amistades que frecuenta.

—Kyle —dijo Simon, incapaz de ocultar el alivio cuando vio que Kyle estaba ya a la distancia suficiente como para escucharlo—. Maureen... ¿está...?

No sabía cómo preguntar lo que quería preguntar sin que Maia e Isabelle se enteraran de lo sucedido, pero dio lo mismo, pues no consiguió articular el resto de la frase. Maia e Isabelle dieron media vuelta; Isabelle enfadada y Maia sorprendida, preguntándose quién sería Kyle.

Pero en cuanto Maia pudo ver bien a Kyle, le cambió la cara; abrió los ojos de par en par, se quedó blanca. Y Kyle, a su vez, se quedó mirándola con la expresión de quien acaba de despertarse de una pesadilla y descubre que es real y aún continúa. Movió la boca, articulando las palabras, pero incapaz de emitir ningún sonido.

—Caramba —dijo Isabelle, mirándolos a los dos—. ¿Os... conocéis?

Maia abrió la boca. Seguía mirando fijamente a Kyle. A Simon apenas le dio tiempo de pensar que a él jamás lo había mirado con aquella intensidad, antes de que ella susurrara «Jordan» y se abalanzara sobre Kyle con sus afiladas garras y las hundiera en el cuello del chico.

Segunda parte

Por cada vida

Nada es gratis. Tenemos que pagar por todo. Si una cosa da beneficio, tenemos que pagar por otra. Por cada vida, una muerte. Incluso por tu música, que tanto hemos escuchado, hemos tenido que pagar también. Pagaste tu música con tu esposa. El infierno se siente ya satisfecho.

TED HUGHES, The Tiger’s Bones

10

232 RIVERSIDE DRIVE

Simon estaba sentado en el sillón de la sala de estar de Kyle con la mirada fija en la imagen congelada del televisor situado en una esquina de la estancia. La pantalla estaba en pausa en una pantalla del juego al que Kyle había estado jugando con Jace. En la imagen se veía un túnel subterráneo de aspecto frío y húmedo con una montaña de cadáveres apilados y varios charcos de sangre, todo ello con un aspecto tremendamente realista. Resultaba perturbador, pero Simon no tenía ni la energía ni las ganas para molestarse en apagarla. Las imágenes que llevaban dando vueltas en su cabeza toda la noche eran aún peores.

La luz que entraba en la sala por las ventanas había ido cobrando fuerza y había pasado de la acuosa luminosidad del amanecer al claro resplandor de primera hora de la mañana sin que Simon se percatara apenas de ello. Seguía viendo el cuerpo inerte de Maureen en el suelo, su pelo rubio manchado de sangre. Su avanzar tambaleante en plena noche, la sangre de la chica cantando en sus venas. Y después a Maia abalanzándose sobre Kyle, arremetiendo contra él con sus garras. Kyle se había quedado tumbado en el suelo, sin siquiera levantar una mano para defenderse. Probablemente habría dejado que lo matara de no haber interferido Isabelle, apartándola de él y aplastándola contra el suelo, sujetándola allí hasta que su rabia se transformó en lágrimas. Simon había intentado acercarse a ella, pero Isabelle se lo había impedido con una mirada furiosa, abrazando a la otra chica, levantando la mano para indicarle que no se acercara.

—Vete de aquí —le había dicho—. Y llévatelo contigo. No sé qué le habrá hecho, pero debe de haber sido malo de verdad.

Y lo era. Simon conocía aquel nombre, Jordan. Había salido a relucir en una ocasión, cuando él le había preguntado cómo se había convertido en chica lobo. Había sido su ex novio, le había contado. Había sido un ataque salvaje y despiadado, y después de aquello él había huido, abandonándola a merced de las consecuencias.

Y se llamaba Jordan.

Por eso Kyle sólo tenía un nombre en el timbre de la puerta. Porque era su apellido. Su nombre completo tenía que ser Jordan Kyle, había comprendido Simon finalmente. Había sido un estúpido, increíblemente estúpido, por no haberse dado cuenta antes. Una razón más para odiarse en aquel momento.

Kyle —o más bien dicho, Jordan— era un hombre lobo; se curaba con rapidez. Cuando Simon lo incorporó, sin excesiva delicadeza, y lo condujo hacia el coche, los zarpazos profundos que había sufrido en el cuello y bajo los harapos de su camisa ya habían cicatrizado. Simon le había cogido las llaves y habían regresado a Manhattan casi en silencio, Jordan sentado prácticamente inmóvil en el asiento del acompañante, con la mirada fija en sus manos ensangrentadas.

—Maureen está bien —había dicho por fin mientras cruzaban el puente de Williamsburg—. Tenía peor aspecto de lo que ha sido en realidad. Aún no eres muy bueno alimentándote de humanos, por eso ha perdido poca sangre. La he subido a un taxi. No recuerda nada. Piensa que se ha desmayado delante de ti, y se siente abochornada por ello.

Simon sabía que debía darle las gracias a Jordan, pero no tenía fuerzas para ello.

—Eres Jordan —dijo—. El antiguo novio de Maia. El que la convirtió en chica lobo.

Estaban ya en Kenmare; Simon giró en dirección norte por la calle Bowery, con sus fonduchas y sus tiendas de iluminación.

—Sí —dijo Jordan por fin—. Kyle es mi apellido. Empecé a utilizarlo como nombre cuando me uní a los
Praetor
.

—Te habría matado de habérselo permitido Isabelle.

—Tiene todo el derecho a matarme si así lo desea —dijo Jordan, y se quedó en silencio. No dijo nada más, pues Simon ya estaba aparcando y subieron en seguida a casa. Se había metido en su habitación sin despojarse de la chaqueta ensangrentada y había cerrado de un portazo.

Simon había guardado sus cosas en la mochila y estaba a punto de abandonar el apartamento, cuando lo inundaron las dudas. No estaba seguro de por qué, ni siquiera ahora, pero en lugar de marcharse, había dejado caer la bolsa al suelo, junto a la puerta, y se había sentado en aquel sillón, donde había permanecido la noche entera.

Le habría gustado poder llamar a Clary, pero era demasiado temprano y, además, Isabelle le había dicho que ella y Jace se habían marchado juntos, y la idea de interrumpirles un momento especial no le resultaba en absoluto atractiva. Se preguntó cómo estaría su madre. Si lo hubiera visto la pasada noche, con Maureen, habría pensado que, efectivamente, era el monstruo que le había acusado de ser.

Tal vez lo era.

Vio en aquel momento que se abría la puerta de la habitación de Jordan y que éste hacía su aparición. Iba descalzo, con la misma ropa del día anterior. Las cicatrices del cuello se habían convertido en simples líneas rojizas. Miró a Simon. Sus ojos verdes, normalmente tan brillantes y alegres, estaban rodeados de oscuras ojeras.

—Creía que te marcharías —dijo.

—Iba a hacerlo —dijo Simon—. Pero después pensé que tenía que darte la oportunidad de explicarte.

—No hay nada que explicar. —Jordan entró en la cocina y hurgó en el interior de un cajón hasta que encontró un filtro para la cafetera—. Sea lo que sea lo que Maia te haya contado de mí, estoy seguro de que es cierto.

—Dijo que la pegaste —le explicó Simon.

Jordan, en la cocina, se quedó muy quieto. Bajó la vista hacia el filtro como si ya no estuviese seguro de para qué lo quería.

—Dijo que estuvisteis saliendo varios meses y que todo era estupendo —prosiguió Simon—. Que después te volviste violento y celoso. Y que cuando te llamó la atención al respecto, la pegaste. Ella cortó contigo y una noche, cuando regresaba a su casa, algo la atacó y estuvo a punto de matarla. Y tú... tú desapareciste de la ciudad. Sin disculparte de nada, sin dar explicaciones.

Jordan dejó el filtro en la encimera.

—¿Cómo llegó hasta aquí? ¿Cómo dio con la manada de Luke Garroway?

Simon movió la cabeza.

—Cogió un tren hacia Nueva York y los localizó. Maia es una superviviente. Nunca permitió que lo que le hiciste la hundiera. Mucha gente habría sucumbido.

—¿Te has quedado para esto? —preguntó Jordan—. ¿Para decirme que soy un cabrón? Porque eso ya lo sé.

—Me he quedado —dijo Simon— por lo que hice yo anoche. Si me hubiese enterado de todo esto antes de ayer, me habría marchado. Pero después de lo que le hice a Maureen... —Se mordió el labio—. Creía poder controlar lo que me pasaba y no es así, y le hice daño a una chica que no se lo merecía. Es por eso por lo que me he quedado.

—Porque si yo no soy un monstruo, tú tampoco eres un monstruo.

—Porque quiero saber qué tengo que hacer a partir de ahora, y tal vez tú puedas decírmelo. —Simon se inclinó hacia adelante—. Porque te has comportado conmigo como una buena persona desde que te conozco. En ningún momento te he visto comportarte de forma mezquina o enfadarte. Y luego pensé en lo de la Guardia de los Lobos, y en que me contaste que te habías unido a ellos porque habías hecho cosas malas. Y pensé que tal vez lo de Maia fuera esa cosa mala que habías hecho y que estás tratando compensar.

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