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Authors: Curtis Garland

Tags: #Intriga, Terror

Boda de ultratumba (11 page)

BOOK: Boda de ultratumba
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—¡Abby! —gritó Desmond, corriendo hacia ella, revólver en mano.

—¡Desmond! —chilló ella, girando la cabeza, entre sobresaltada y feliz, al reconocer la voz del ser querido—. ¡Oh, no, Desmond, no, no lo hagas!

Era una advertencia. Pero llegó demasiado tarde.

Fugazmente, Doyle comprendió que había peligro. Y éste estaba a sus espaldas. Quiso volverse, usar el arma. No pudo. Algo cayó sobre su cabeza, demoledor. El suelo se le vino al encuentro y chocó violentamente con él, dejando de ver y de sentir.

No era un despertar agradable. Ni esperanzador.

Ahora, ambos estaban encadenados. Abigail, dentro del ataúd, a su lado. Él, unido al muro de piedra húmeda mediante eslabones unidos a una argolla, a la usanza medieval en las mazmorras.

Y ante ellos dos… Charles Heyward, sonriente, dura la expresión, fríos los ojos. Como telón de fondo, una doble pila de ataúdes contra el muro, recién barnizados y a punto de ser utilizados para su macabro uso habitual.

—Charles… —jadeó Desmond, apenas se le aclaró un poco la mente y se despejaron sus ideas tras el período de inconsciencia—. Charles, amigo, ¿qué significa esto?

—No, Desmond, no es
tu
amigo, no es
nuestro
amigo —le interrumpió Abigail con un triste sollozo, muy pálida y demacrada dentro del tétrico recinto forrado en violeta oscuro—. Charles es un canalla, un rufián de la peor especie. Sádico, morboso… Él me puso en este féretro… Me lo ha contado todo durante mi cautiverio. Todo…

—¿Todo? ¿Qué es ello, Abby, por el amor de Dios? —Doyle intentaba ver claro, despejar sus pensamientos, sus sospechas cada vez más sombrías y amargas.

—Desde que llegamos a Londres, Desmond, él ha sido el ángel negro que nos acosaba y perseguía. Suya era la idea de torturarte con una falsa misiva de Cheryl Courteney, con un ramillete de azahar marchito, con apariciones fantasmales de la novia difunta…, e incluso con balas en tu revólver, por si podía conducirte al suicidio.

—Pero ¿por qué? ¿Cómo? Yo
vi
a Cheryl en persona, era ella misma…

—No, Desmond, amigo —rió Charles cínicamente—.

Nunca viste a Cheryl, salvo en aquella loca ceremonia nupcial de hace nueve años. El fantasma de tu casa anoche era muy distinto… ¿Quieres mostrarte ante Desmond, querida Melissa?

Para asombro de Doyle, tras los ataúdes surgió una figura espectral, como emergida de ultratumba, regresando del más allá…

—¡Cheryl! —gritó roncamente Doyle, estremecido.

La novia pálida y erguida rió huecamente con sarcasmo. Luego, rodeó con sus brazos a Charles y negó lentamente. Su voz sonó natural, burlona, sin ninguna entonación ultraterrena:

—No, no. No soy Cheryl. Soy su hermana
gemela
Melissa. Yo estaba en la India, en Hyderabad hace nueve años, cuando el loco de Harry Oxley, nuestro tío, y tutor de mi hermana Cheryl, decidió casarla contigo en una farsa demencial, para evitar que su fortuna fuese a mis manos al morir ella. Sólo que tuvo que casarla
después
de muerta y no antes, en un alarde de imaginación y estupidez. Pero admito que su truco resultó bastante bien. Logró evitar lo que yo buscaba, el crimen que había planeado y llevado a cabo desde tan lejos. La muerte de mi
querida
hermana Cheryl, gracias a un veneno vegetal hindú, que provocó su derrame cerebral, me ha resultado inútil, al menos durante estos nueve años. No pude entrar en posesión de su herencia. ¿Y sabéis por qué? Porque tú, Desmond Doyle, eras el heredero legal de Cheryl, gracias al fraude ideado por Oxley la noche de la muerte de mi hermanita. Siempre la odié. Siempre…

—Usted…, usted la mató. Pero estaba en la India entonces. No pudo hacerlo…

—Cierto, Doyle. No pude hacerlo con mi propia mano. Era mi gran coartada. Otro se ocupó del trabajo sucio, de suministrarle el veneno que yo le envié. El muy necio pensaba que iba a repartir conmigo la fortuna cuando ella muriese… Tuve que hacerle matar más tarde, para que no hablase.

—¿Quién…, quién era su cómplice? —preguntó Doyle.

—Jackson, el mayordomo —sonrió la doble exacta de Cheryl Courteney—. Él lo hizo todo. Luego tuvo que servir de testigo en aquella boda absurda. Temía tanto a Oxley como a mí. Creo que tú conociste a nuestro tío como el enigmático señor Smith…

—Pero, ¿por qué actuó así, qué ha sido de él?

—Preguntas mucho, Desmond querido —bostezó Charles, respondiendo a sus interrogantes con aire displicente—. Oxley era un tipo raro. No quiso para sí la fortuna, se conformaba con impedir que fuera para Melissa, de quien sospechaba que era autora del crimen. Se ve que estimaba lo suficiente a Cheryl como para quererse vengar por su muerte en la persona responsable, invirtió su propia fortuna en pagarte a ti el papel de novio de una muerta. No logró lo que se proponía, pero demoró nueve años la posesión del dinero de los Courteney por parte de Melissa, que perdió su propia herencia en la India, por culpa de un apuesto oficial jugador y mujeriego que la burló y la dejó sin un penique.

—No tienes por qué mencionar esos hechos, Charles querido —se irritó Melissa Courteney, mirándole con frialdad—. Si ahora eres mi cómplice en todo este juego es porque vamos a repartir mi herencia cuando me la entreguen legalmente, y tú no te atreverás a engañarme como el capitán Colby. Nadie se atreverá nunca más a burlarse de Melissa Courteney, te lo garantizo.

—Estoy seguro de eso, querida —afirmó Charles risueño—. Te temo demasiado como para pretender engañarte en nada. Como ves, te he ayudado considerablemente. Gracias a mí, tienes ahora a los Doyle en tu poder. Lo siento, Desmond, por nuestra vieja amistad, pero no tuve otro remedio.

—No lo hubieras hecho de no estar ahora tan arruinado como hace nueve años lo estuvo tu amigo —le reprochó secamente la hermosa mujer del pelo oscuro, con gesto desdeñoso—. Pero a ambos nos conviene esta unión, por eso te busqué al dar con el paradero de Desmond Doyle finalmente. Oxley logró engañarme muy bien durante años, al informarme inicialmente de que el hombre casado con Cheryl residía en África y posteriormente en Australia. Perdí años buscando su pista, sin imaginar la astucia de Oxley. Hasta que di con él y supe que venía a Inglaterra de nuevo con su flamante esposa…

—¿Y ahora dónde está Harry Oxley? —preguntó Desmond, aturdido.

—Muerto —rió ella—. Como el doctor Stratton, como Jackson, el juez Dudley o el reverendo Pearson, a quienes yo eliminé tras conocer su versión de los hechos. No queda nadie con vida de aquella noche…, excepto tú mismo. Desmond Doyle. Y eres el heredero legal de Cheryl. Porque, aparentemente, eres el marido oficial de Cheryl.

—Si no hubiera matado a Jackson o al reverendo Pearson, ellos habrían podido testificar que la boda fue después de morir Cheryl, y por tanto era ilegal e inexistente a todas luces —objetó Desmond.

—Dejar con vida a personas que sabían tanto, era demasiado riesgo. Además, el reverendo Pearson o el juez Dudley, a quien también eliminé, habrían negado siempre que actuaron bajo coacción y soborno. No, no me servían. Sólo una persona en el mundo puede admitir que se casó con un cadáver y. por tanto, no hubo tal boda.

—¿Yo?

—Sí, tú —asintió Charles Heywood burlón—. Vas a firmar ese documento admitiéndolo así, ¿no es cierto, amigo mío?

—¿Por qué tendría que hacerlo? Si niego tal cosa ahora, seré heredero legal de una fortuna de cien mil libras esterlinas.

—Y sospechoso de asesinato —rió Charles.

—No importa. Correré ese riesgo.

—No lo entiendes aún, Desmond Doyle —terció ásperamente Melissa Courteney con ojos llameantes, avanzando un paso hacia él. Señaló a Abigail—. Si te niegas, mataré a tu esposa ante tus propios ojos. Elige, por tanto.

—¡No cedas, Desmond! —rogó Abigail desesperada—. Sé que nos matarán igualmente a ambos. Sabemos demasiado. Eso no le conviene a esa harpía ni a tu falso amigo.

Están unidos en esto, son dos asesinos sin conciencia. Matarán a quien sea con tal de alcanzar la fortuna de Cheryl Courteney, lo sé.

—Hablaste demasiado, estúpida —se volvió airada Melissa hacia ella—. Voy a tener que hacer algo peor que matarte, para convencer a tu amado y amante esposo: torturarte lentamente, con toda paciencia, hasta que tus alaridos ablanden a Doyle.

—¿Es eso necesario, querida? —dudó Heyward palideciendo levemente.

—Claro —rió ella—. Si no tienes valor para eso, sal de aquí. Yo me basto y sobro para arrancar la confesión a Doyle, antes de que pueda ver el pellejo de su adorada mujercita hecho tiras…

— Miserables —jadeó Doyle—. No la toquéis a ella. Firmaré lo que sea.

—¡No, Desmond, no! —insistió Abigail con angustia—. Nos matarán del mismo modo…

—Puede ser, Abigail. Pero sin torturas. No soportaría verte sufrir —dijo con ternura el joven—. Lo siento. No puedo hacer otra cosa.

—Excelente —aprobó Melissa Courteney con frialdad—. Así me gusta, Doyle. Eso es entrar en razón. Tengo el documento preparado. Con firmar será suficiente. Charles firmará como testigo. Todo completamente legal, claro.

—Un momento. Una pregunta más todavía —rogó Desmond—. Hay algo que no logro entender totalmente.

—¿Qué es ello, Doyle? —indagó impaciente la hermana gemela de Cheryl.

—¿Y el cadáver de su hermana? ¿Dónde está el cuerpo de Cheryl? El féretro en el cementerio de Saint John's Church, estaba vacío…

—Un toque melodramático y terrorífico —rió sardónicamente Melissa—. Yo misma hice robar ese cuerpo y lo traje aquí. Ahora mi querida hermana reposa en uno de esos féretros. No se conservaba mal para haber pasado tantos años allí dentro —señalaba la pila de ataúdes con gesto burlón—. Quería volverte loco, aterrorizarte hasta el paroxismo, Desmond Doyle, para provocar tu muerte o tu locura. Era un modo de quitar de en medio al hombre que se interponía entre mí y la herencia… Si morías habría buscado la forma de demostrar la falsedad de aquella boda. Pero mejor pensado, es preferible este medio para que todo salga conforme a mis deseos. Adelante, Charles, trae ese documento, hazlo firmar a nuestro amigo…

Heyward salió, para regresar con una hoja escrita que puso ante Doyle, al tiempo que le tendía su pluma estilográfica.

—Firma, amigo —dijo, evitando mirarle a los ojos—. Luego, todo estará arreglado.

—Y nosotros moriremos asesinados aquí —gimió Abigail—. No firmes, Desmond, no les des esa satisfacción hagan lo que hagan.

—Ya te dije que no soporto verte sufrir. Firmaré, querida —su mano encadenada tomó la pluma y firmó—. Ya está, Charles. ¿Y ahora?

Heyward se volvió hacia Melissa, que sonreía malévolamente.

—Ahora, querido, es asunto mío —dijo ella con frialdad.

Y de sus ropas de novia, blancas e impolutas, extrajo un arma con la que encañonó a ambos jóvenes. Amartilló el revólver sin que se alterara un músculo de su cara ni temblase su pulso.

—Te lo dije, querida —sollozó Doyle mirando a Abigail—. Si hemos de morir juntos, que sea así, cariño.

El dedo de Melissa empezó a presionar el gatillo…

En ese momento, a espaldas de ella,
apareció Cheryl Courteney,
regresando desde la tumba.

Fue una aparición dantesca, terrible. Tras de Melissa y Heyward surgía la sombra espantosa de la Muerte en forma de una mujer envuelta en jirones amarillentos de un viejo vestido de novia. Un rostro lívido, descarnado, medio devorado por la putrefacción, con los ojos vaciados en medio de unas cuencas podridas, sostenía aún la negra y larga melena, el tul de novia, como una tétrica piltrafa…

Se movía hacia ellos dos lenta, pausadamente, con espectrales movimientos. Abigail lanzó un alarido de horror al verla. Desmond, mortalmente pálido, no daba crédito a sus ojos. Melissa parecía sorprendida de su reacción. Charles volvió la cabeza, alarmado, presintiendo algo. De su garganta brotó un aullido inhumano, gutural.

—¡Dios mío, no! ¡No puede ser! —aulló, despavorido.

Melissa también giró en ese punto. Su chillido fue espasmódico, pero tuvo fuerzas para apretar el gatillo y disparar sobre el espectro de su hermana. Aquella forma hedionda, nauseabunda, se movía lenta, pesadamente hacia ellos.

De los labios tumefactos, purulentos, brotaban sonidos inarticulados, confusos, entre un burbujeante líquido verde parduzco:

—A él no… A él no, hermana… Fue…, fue mi esposo…, por una noche… A él no…

Los disparos se repetían. Melissa, como posesa, convulsionado su rostro en una mueca de horror infinito, vaciaba su arma encima de los jirones humanos de la que en vida fuera su hermana. Cuando hubo dejado descargado el revólver, Cheryl estaba ya sobre ella. Sus manos descarnadas, de cuyos huesos colgaban pingajos fétidos de carne corrompida y lívida, se cerraron en torno al cuello fraterno.

—No, no, no… Hermana, debí hacer esto siendo niñas… Malvada…

Cuando la soltó, Melissa era un cuerpo encogido, de rostro púrpura, un cadáver sin nada de aire en sus pulmones, muerta por asfixia…

Charles Heyward corrió hacia la salida. Tropezó, cayó…, y el espectro horrendo le dio alcance, se inclinó, cerró también sus garras huesudas, esqueléticas, sobre el cuello varonil. De nada valió la resistencia del joven. Siguió el camino de su cómplice. Agonizó ante la horrorizada mirada de ambos testigos.

Luego, lentamente siempre, Cheryl Courteney se volvió a ellos, sus ojos ciegos parecieron mirarles. Su voz susurraba, horrible, articuló unas pocas palabras:

—Ahora puedo…, descansar tranquila…, para siempre…, esposo mío. Sé…, feliz…, en vida…, y gracias…, por aquella noche…

Se desplomó ante ellos. Sus huesos parecieron quebrarse y desmontarse al golpear el suelo. Su cabeza de calavera rodó lejos del resto del cuerpo, desparramando la negra melena por el suelo, en un espeluznante epílogo.

Sólo unos momentos más tarde, aparecía el superintendente Murphy en la puerta del sótano, seguido por varios
policemen
uniformados, arma en mano.

—Dios mío, ¿qué ha ocurrido aquí? —masculló horrorizado viendo la escena—. Usted, Doyle, y su manía de investigar por su cuenta… Yo también seguía una buena pista. Sospechaba ya de su amigo Heyward, arruinado recientemente, y me limité a hacerle vigilar para descubrir su escondrijo en esta funeraria que le pertenecía bajo nombre supuesto. También supe de la presencia de Melissa Courteney, hermana gemela de Cheryl, en Inglaterra. Lo demás era fácil deducirlo… Esperen, que ahora les libero…

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