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Authors: Nele Neuhaus

Tags: #Intriga, #Policíaco

Amigos hasta la muerte (6 page)

BOOK: Amigos hasta la muerte
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—A Dietrich Funke, el alcalde de Kelkheim; a un tal Norbert Zacharias, que al parecer es el responsable de la ampliación de la B 8; a alguien llamado Carsten Bock…

—¿Bock? —interrumpió Pia a su compañero—. Le dejó un mensaje en el contestador. Para que se disculpara por no sé qué declaración.

—Es verdad —asintió Bodenstein—. ¿Quién es ese hombre?

—El responsable de Bock Consult, la empresa que elaboró informes técnicos de emisiones de gases y acústicas por encargo de las ciudades de Kelkheim y Königstein —respondió Ostermann—. Como fruto de esos informes, el asunto de la B 8 pasó a ser prioritario en el plan nacional de carreteras de golpe y porrazo. De ese modo ya no había nada que se interpusiera en la construcción de la autovía. Pauly afirma que detrás había intereses económicos y financieros por parte de «la mafia de la región del Vordertaunus», de la cual, según él, forman parte Funke, Zacharias, Bock y algunos más. Los llamó delincuentes, compinches, granujas corruptos y otras lindezas.

Kathrin Fachinger apuntó con un rotulador el nombre de todas las personas que mencionó Ostermann en la gran pizarra que colgaba de la pared del despacho. Bodenstein agarró el rotulador y añadió «Schwarz», «exmujer, Mareike», «Conradi» y «Siebenlist».

—Tú sabes algo que nosotros no sabemos —afirmó Pia.

—He mantenido varias conversaciones interesantes —contestó Bodenstein al tiempo que ampliaba la lista con un nombre: «Sanders, director del zoo».

—¿Por qué él? —preguntó, asombrada, Pia.

—Porque la pareja de Pauly me dijo que no hace mucho amenazó a Pauly y los suyos y estuvo a punto de atropellarlos.

—Me veo venir un trabajo de mil demonios —suspiró ella.

—Por cierto, es probable que tengamos el arma homicida —anunció el inspector—. Una vieja herradura en la que los compañeros de la UCI
[5]
han encontrado sangre. Estaba al pie de los escalones de la cocina.

Viernes 16 de junio

Poco antes de las ocho Bodenstein y Pia entraban en el instituto Friedrich Schiller. Aunque oficialmente era puente, ese viernes, el siguiente al Corpus, el centro aprovechaba para reunirse en claustro. Nada más entrar, a la izquierda, tras una puerta de cristal translúcido, estaba la secretaría, y allí se encontraron a la mitad del cuerpo docente en plena discusión acalorada.

—… no puede ser que ni siquiera haya llamado —decía indignado un hombre bigotudo que llevaba unas gafas pasadas de moda—. En cualquier caso, no me apetece lo más mínimo hacerme cargo de todas sus clases.

—No es su estilo no aparecer sin más y no decir nada.

—En su casa nadie responde al teléfono, y el móvil lo tiene apagado —informó la secretaria desde su mesa.

—Puede que aún venga —opinó otro profesor sin alterarse mucho—, solo son las ocho menos cuarto.

—Si hablan de su compañero Pauly —intervino Bodenstein después de que saludara educadamente dos veces y nadie le hiciera caso—, no va a venir.

Todos callaron y levantaron la mirada. Bodenstein se presentó, presentó a Pia, y acto seguido se aclaró la garganta.

—Al señor Pauly lo encontraron muerto ayer por la mañana.

Todas las conversaciones cesaron de golpe; una oleada de consternación colectiva recorrió la pequeña estancia.

—Las investigaciones preliminares nos permiten concluir que fue víctima de un delito violento.

—Dios mío —exclamó una mujer con voz ahogada, y empezó a sollozar.

El resto no dijo nada. Bodenstein miró a los allí presentes y vio caras escandalizadas y conmocionadas. La directora, una mujer enérgica de cincuenta y tantos años, con el cabello canoso corto y gafas redondas, pidió a Bodenstein y Pia que pasaran a su despacho. Ingeborg Wüst también se mostró visiblemente afectada cuando supo por Bodenstein lo que le había sucedido a su compañero. Pauly llevaba dieciséis años en el instituto Schiller y daba clases de biología, alemán y ciencias políticas.

—¿Cómo era, como persona y como profesor? —se interesó Pia.

—Desde el punto de vista profesional, magnífico, sin lugar a dudas —aseguró la directora—. Los alumnos lo respetaban, y él se tomaba su trabajo en serio y siempre escuchaba a los chicos cuando tenían algún problema.

Pia recordó a Lukas Van den Berg, que volvió al instituto gracias a Pauly y aprobó la selectividad.

—¿Tenía problemas con sus compañeros o con los alumnos de un tiempo a esta parte? —quiso saber Bodenstein.

—Problemas siempre hay. —Ingeborg Wüst se paró a pensar cómo expresar lo que quería decir—. El señor Pauly podía entusiasmar a la gente… pero también conseguir justo lo contrario. Podría decirse que o lo querías o lo odiabas.

La mala noticia ya se había extendido entre el profesorado cuando Bodenstein y Pia entraron en la sala de profesores. Chantal Zengler, la mujer que se había echado a llorar en la secretaría, dijo que Pauly había tenido un encontronazo con un alumno. Patrick Weishaupt, alumno de decimotercer curso, aseguraba que había suspendido la selectividad por culpa de Pauly y que no lo soportaba. Con lágrimas en los ojos, la mujer refirió una discusión de la que ella y su compañero Gerhard fueron testigos el martes después de las clases. Salieron del instituto los tres, Chantal Zengler y Gerhard se dirigían hacia sus respectivos coches, Pauly hacia su bicicleta, cuando un coche entró a toda velocidad y estuvo a punto de atropellar a Pauly. La profesora hizo una pausa y apretó los labios.

—Aquello daba mala espina, así que nos esperamos.

—¿Por qué? ¿Quién conducía el coche?

—Patrick Weishaupt. Insultó al señor Pauly, y Gerhard y yo nos acercamos. Patrick decía a gritos: «¡La próxima vez te llevo por delante! ¡Acabaré contigo!» y cosas por el estilo. Al vernos, se marchó, quemando rueda como un loco. Pauly estaba fuera de sí. Dijo que Patrick lo hacía responsable de haber suspendido la selectividad.

—¿Cree usted capaz al muchacho de hacerle algo al señor Pauly? —inquirió Pia.

La profesora se alzó de hombros.

—No lo sé —contestó—, pero estaba furioso.

Peter Gerhard, jefe de estudios del instituto, confirmó la historia. Patrick Weishaupt contaba con aprobar la selectividad, razón por la cual ya se había matriculado en una universidad de Estados Unidos. La decepción del muchacho era comprensible.

La dirección que la secretaria facilitó a Pia resultó ser un chalé de estilo mediterráneo con una columnata en la fachada. Delante de un garaje de dos plazas había un Chrysler Crossfire negro. Pia llamó al timbre. Después de llamar por segunda vez con energía abrió un joven que, adormilado, entrecerró los ojos al exponerlos a la luz del día.

—¿Es usted Patrick Weishaupt? —preguntó ella.

—¿Quién lo quiere saber? —repuso el chico de malas maneras. Parecía que acababa de salir de la cama; tenía el pelo alborotado y solo llevaba una camiseta gris y unos pantalones de chándal sucios. Tenía el cutis graso y con granos, y olía a alcohol y sudor.

—La Policía judicial. —Pia le puso la placa delante de las narices.

—Sí, soy Patrick Weishaupt. ¿De qué se trata?

—Ayer por la mañana encontramos el cuerpo de HansUlrich Pauly —empezó Bodenstein—. Lo mataron a golpes.

—Vaya. —El muchacho se encogió de hombros sin inmutarse—. Qué mala suerte. ¿Y qué tengo yo que ver con eso?

—En el mejor de los casos, nada —contestó Bodenstein—. Sin embargo, nos han dicho que el martes a mediodía insultó usted y amenazó al señor Pauly delante del instituto.

—Pauly era un idiota. —El joven no ocultó su antipatía—. No me podía soportar porque no le seguía el rollo ese ecológico. Para fastidiarme, me suspendió. Claro que estaba cabreado.

—Estar cabreado es muy distinto de amenazar a alguien —razonó Pia.

—Es que no lo amenacé. —Patrick Weishaupt se pasó la mano derecha por el pelo sucio—. Quería hablar con él. Mi padre ha contratado a un abogado. Y todo por un punto ridículo.

—Contaba firmemente con aprobar la selectividad y ya tenía en mente una universidad, ¿no es así? —le preguntó Pia.

—Sí. —El muchacho la miró de arriba abajo—. Para conseguir plaza en Estados Unidos hay que solicitarla con antelación.

—Pero sin la selectividad, adiós muy buenas —terció Bodenstein—. ¿Qué va a hacer ahora?

—Mi abogado dice que puedo repetir el examen —replicó él—. Es posible en el caso de que exista una diferencia de más de seis puntos en las notas con respecto al semestre anterior. Por eso quería hablar con Pauly.

—Sin embargo, a quienes presenciaron la conversación que mantuvo con el señor Pauly no les dio la impresión de que solo quisiera usted hablar con su profesor.

A Pia le entraron ganas de aconsejarle que se diera una ducha cuanto antes, porque apestaba a sudor.

—Se refiere a Gerhard y a Zengler. —Patrick torció el gesto—. Es lógico que se pongan de parte de otro profe. Quizá estuviera un poco cabreado, nada más.

—Dejémoslo ahí. —Bodenstein sonrió—. ¿Qué hizo el martes después de hablar con el señor Pauly?

—Me fui a casa de un colega. —El muchacho pensó unos momentos—. Después quedamos en San Marco para ver el partido de fútbol de Francia contra Suiza.

—¿Qué le ha pasado en la mano? —Pia señaló el vendaje que tenía en la mano izquierda.

—Me corté con un vaso roto.

—Tiene mala pinta. El hematoma le cubre toda la muñeca —constató ella—. Y también le pasa algo en la pierna izquierda. Casi no puede apoyarla. ¿Por eso no se ducha desde el martes?

—¿Cómo dice? —Patrick Weishaupt se quedó boquiabierto.

—Huele mucho a sudor. —Pia arrugó la nariz—. Levántese la pernera izquierda, por favor.

—¿Y por qué, si se puede saber? —El chico intentó disfrazar su inseguridad con unas maneras agresivas—. ¿A qué viene eso? No tengo por qué aguantar esto.

Bodenstein miró un instante a su compañera: tampoco él sabía muy bien adónde quería llegar.

—¿Cómo se hizo lo de la pierna? ¿Con un vaso de cerveza? —Pia se dio cuenta de que el muchacho tenía algo que ocultar—. ¿O quizá lo mordió un perro?

—Vaya una gilipollez. ¿Qué perro me iba a morder?

—Por ejemplo, uno de los del señor Pauly.

—Bueno, ya basta —espetó Patrick—. ¿Me quieren culpar de algo?

—No, claro que no. —Ella sonrió—. Que se mejore. Si recuerda alguna otra cosa del martes, llámeme.

Le tendió su tarjeta a la mano sana y echó a andar hacia la puerta. Bodenstein la siguió. En ese mismo instante, un Porsche plateado aparcó junto al Crossfire; lo conducía una mujer de cabello castaño que rozaba los cincuenta.

—¿Puedo ayudarles? —preguntó al tiempo que se echaba el bolso al hombro y se bajaba del coche. El parecido entre ella y Patrick era evidente.

—¿Es usted la madre de Patrick? —Pia se detuvo.

—Sí. —La mujer los miraba con recelo—. ¿Ha pasado algo? ¿Quiénes son ustedes?

—Policía judicial de Hofheim. Se ha encontrado el cadáver de Pauly, un profesor de Patrick, y le hemos hecho unas preguntas a su hijo.

—¿Por qué? ¿Qué tiene él que ver con eso?

—Probablemente nada. —Pia esbozó una sonrisa tranquilizadora—. Ya nos íbamos. Pero… me gustaría hacerle una pregunta.

—¿Qué pregunta?

—¿Cómo y cuándo se lastimó su hijo la mano y la pierna?

La mujer titubeó unos segundos de más.

—No lo sé —respondió pasados unos segundos, y soltó una risa nerviosa—. Patrick tiene diecinueve años. A su edad los chicos ya no se lo cuentan todo a su madre.

—Ya, claro. —Pia sabía que mentía—. Muchas gracias.

La mujer los siguió con la mirada y, encaramada en unos taconazos, fue directa a la puerta del chalé mediterráneo.

—¿Por qué crees que podría haberle mordido un perro? —preguntó Bodenstein camino del coche.

—La huella ensangrentada junto a la puerta de Pauly —le recordó ella—. Me lo saqué de la manga, pero yo creo que di en el blanco. Y la madre del chico sabe perfectamente lo que le ha pasado.

Bodenstein sacudió la cabeza, asombrado.

—Muy agudo por tu parte.

De camino a comisaría Pia se olvidó de Patrick Weishaupt y de Pauly y se centró en Henning. El recuerdo de la noche anterior la sumió de repente en una melancolía inexplicable. Habían estado en la terraza, hablando y bebiendo vino tinto, y de pronto ella fue consciente de lo mucho que echaba de menos la compañía de otra persona. Consideraba esa sensación una derrota, y bebió mucho más de lo que podía tolerar. Al final, acabó donde no quería volver a acabar con Henning: en la cama, para ser exactos. Pero el rostro de Henning se superponía al de otro hombre, y desde entonces no podía dejar de pensar en él.

—Si encontráramos a alguien que hubiera visto el coche de Patrick cerca de la casa de Pauly —comentó Bodenstein mientras pasaba por la plaza de Königstein, tendríamos un motivo para citarlo, tomarle las huellas y hacerle un análisis de sangre.

—Mmm… —se limitó a decir ella, al tiempo que se ponía las gafas de sol.

—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó Bodenstein—. Ayer estabas como unas castañuelas y hoy se te ve tristona. ¿Es por el potro?

—No —respondió Pia—; el potro está bien.

—¿Entonces?

—Estas últimas noches he dormido poco —se excusó.

No había sido una buena idea volver a ver a Henning, pero era evidente que eso no se lo podía decir a su jefe.

Poco después, los integrantes de la K 11 escuchaban a Kathrin Fachinger, que leía en alto un artículo del
TaunusUmschau
, cuyo titular decía: «El salvaje Oeste en el ayuntamiento de Kelkheim». Bodenstein escuchaba con el ceño fruncido.

—«El pasado lunes por la tarde, en un pleno del Ayuntamiento de Kelkheim, se produjo una disputa cuyos protagonistas llegaron a las manos, al más puro estilo del salvaje Oeste. Tras un vehemente intercambio de golpes verbales, suscitado por la ampliación de la B 8, entre Hans-Ulrich Pauly (LIK) y el grupo del CDU, el concejal Franz-Josef Conradi (CDU), al que Pauly llamó varias veces despectivamente “el rey de la mortadela de la Bahnstrasse”, derribó a Pauly de un derechazo sin vacilar.

Los motivos del altercado hay que buscarlos momentos antes. Durante la sesión de pleno, Pauly, enemigo acérrimo de la ampliación de la B 8, ofreció con su falta de miramientos habitual detalles turbios que hasta la fecha no se habían dado a conocer o se ocultaron a la opinión pública. Pauly sostuvo que durante la fase de planificación de la autovía se cometieron graves errores en lo referente a la previsión del flujo de tráfico. Al parecer, el responsable de las discrepancias entre dichas previsiones y las cifras reales es Norbert Zacharias, antiguo concejal de Urbanismo de la ciudad de Kelkheim, quien no hace mucho se hizo con un sustancioso contrato de consultoría como único constructor de la circunvalación de la B 8. El hecho de que la consultora del yerno de Zacharias, Carsten Bock, haya elaborado los informes para la ampliación de dicha carretera lleva a preguntarse si es fruto de la casualidad o se trata de un acto intencionado. Asimismo, a Pauly le extrañaba que los concejales Schwarz y Conradi hubiesen adquirido recientemente terrenos sin valor aparente que se encuentran dentro del trazado previsto de la B 8 y que, de construirse la autovía, multiplicarían por diez su valor. Sea como fuere, el concejal de la LIK habló de nepotismo y favoritismo, y puso sobre la mesa la pregunta de qué intereses tienen un concejal de Urbanismo prejubilado, un alcalde que se despedirá del cargo próximamente y otros en la materialización de una carretera “cuya necesidad se desvanece como el hielo al sol”.

Tras el puñetazo propinado por Conradi, el presidente interrumpió el pleno de inmediato. Esa misma tarde, Conradi anunció que orinaría con gusto en la lápida de Pauly. También la burlona propuesta que hizo el día anterior el alcalde, Dietrich Funke (CDU), a su círculo íntimo —“a los adversarios molestos que disienten de la ampliación de la B 8, más valdría tirarlos al lago de Braubach con un bloque de cemento en los pies”—, resulta más explosiva si cabe a tenor de lo sucedido el pasado lunes. Sea como fuere, la cuestión sigue candente. Continuaremos informando».

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