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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (28 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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—Thursday, ¿qué está pasando?

—No puedo ni explicármelo —respondí, preguntándome dónde habría ido Melanie. Era una sala grande, pero no tanto como para ocultar a un gorila. Metí la cabeza y comprobé que las puertas que daban al jardín estaban entreabiertas—. Ha debido de ser un efecto óptico.

—¿Un efecto óptico?

—Sí. ¿Puedo?

Cerré la puerta y me quedé helada al ver a Melanie recorriendo el jardín de puntillas, perfectamente visible por las ventanas de la cocina.

—¿Cómo puede ser un efecto óptico?

—No estoy del todo segura —dije balbuceando—. ¿Has cambiado las cortinas? Parecen diferentes.

—No. ¿Por qué no querías que mirase en el salón?

—Porque… porque… porque le pedí a la señora Beatty que cuidase de Friday y sabía que a ti te parecería mal, pero ya se ha ido y todo está bien.

—¡Ah! —dijo mi madre, satisfecha al fin. Suspiré aliviada. Me había librado.

—¡Cielos! —dijo Hamlet señalando con el dedo—. ¿Hay un gorila en el jardín?

Todos los ojos se dirigieron al exterior, donde Melanie se había parado con la pierna levantada sobre las clavellinas. Se quedó en suspenso, nos dedicó una sonrisa avergonzada y saludó con la mano.

—¿Dónde? —dijo mi madre—. Yo sólo veo a una mujer extremadamente velluda caminando de puntillas entre mis clavellinas.

—Es la señora Bradshaw —musité, dedicándole a Hamlet una mirada furibunda—. Ha estado ayudándome con el niño.

—Bien, no la dejes vagar por el jardín, Thursday… ¡Dile que pase!

Mamá dejó la compra y se puso a llenar el calentador de agua.

—La pobre señora Bradshaw debe pensar que somos abominablemente poco hospitalarios… ¿Crees que le apetecerá un trozo de Battenberg?

Hamlet y Emma me miraron y yo me encogí de hombros. Le hice un gesto a Melanie para que entrase en casa y se la presenté a mi madre.

—Encantada de conocerla —dijo Melanie—, tiene un nieto encantador.

—Gracias —respondió mi madre, como si el esfuerzo hubiese sido totalmente suyo—. Lo hago lo mejor que puedo.

—Acabo de regresar de Trafalgar —dije, volviéndome hacia lady Hamilton—. Papá ha restaurado a su esposo y dice que la recogerá mañana a las ocho y media.

—¡Oh! —dijo ella, sin el entusiasmo que yo había esperado—. Es… una noticia maravillosa.

—Sí —añadió Hamlet más bien hosco—, una noticia maravillosa.

Se miraron.

—Será mejor que vaya a hacer las maletas —dijo Emma.

—Sí —respondió Hamlet—. Te echaré una mano.

Y los dos salieron de la cocina.

—¿Qué les pasa? —preguntó Melanie, sirviéndose un trozo del pastel que le habían ofrecido y sentándose en una silla, que crujió ominosamente.

—Mal de amores —respondí. Y creo que así era.

—Bien, señora Bradshaw —dijo mi madre, poniéndose seria—, hace poco me he convertido en agente de algunos productos de belleza, muchos de los cuales son totalmente inadecuados para las personas calvas… si me comprende.

—¡Ooooh! —exclamó Melanie, inclinándose para prestar atención. Sí que tenía un problema de vello facial. Lo contrario habría sido raro, tratándose de una gorila… y nunca había tenido la oportunidad de hablar con una consejera de belleza. Probablemente mamá también acabase intentando venderle Tupperware.

Fui al piso de arriba, donde Hamlet y Emma discutían. Ella parecía estar diciéndole que su «querido almirante» la necesitaba más que nadie, y Hamlet decía que se fuera a vivir con él a Elsinore y que «Ofelia puede irse al infierno».

Emma replicó que no era una solución muy práctica y luego Hamlet recitó un discurso extremadamente largo e ininteligible que creo que significaba que nada en el mundo real es simple o fácil, que lamentaba el día en que abandonó su obra y que estaba seguro de que Ofelia discutía asuntos de Estado con Horacio cuando él les daba la espalda.

A continuación Emma se confundió, pensando que se metía con su Horacio, y cuando él le explicó que se trataba de su amigo Horacio ella cambió de opinión y le dijo que se iría con él a Elsinore, pero a Hamlet se le ocurrió que quizá, después de todo, no fuese tan buena idea, y recitó otro largo monólogo, hasta que Emma se aburrió y bajó a tomarse una cerveza y volvió a subir antes de que él se diese cuenta de que se había ido. Al cabo de un rato, Hamlet consiguió hablar hasta quedar paralizado sin haber tomado ninguna decisión… lo que no dejaba de estar bien, porque no había obra a la que pudiese regresar.

Precisamente reflexionaba sobre si realmente sería posible dar con un clon de Shakespeare cuando oí un gritito. Volví a bajar y me encontré a Friday pestañeando en la puerta del salón, despeinado y soñoliento.

—¿Has dormido bien, hombrecito?


Sunt in culpa qui officia deserunt mollit
—respondió, lo que yo decidí que significaba: «He dormido muy bien y ahora preciso un tentempié para aguantar las próximas dos horas.»

Regresé a la cocina, con una sensación de incordio en la cabeza. Por algo que había comentado mamá. O por algo que había dicho Stiggins. ¿O había sido Emma? A Friday le preparé un bocadillo de crema de chocolate, que procedió a restregarse por toda la cara.

—Creo que tengo el color justo para usted —dijo mi madre, encontrando un tono gris de pintura de uñas que armonizaba con el pelaje negro de Melanie—. Cielos… ¡vaya unas uñas fuertes!

—Ya no escarbo tanto como antes —respondió Melanie con ojos nostálgicos—. A Trafford no le gusta. Cree que los vecinos chismorrean.

El corazón se me paró un momento y grité espontáneamente:

—¡Ahhhhhhhhh!

Mi madre dio un respingo, pintó una línea en la mano de Melanie y derramó el contenido de la botellita sobre su vestido de topos.

—¡Mira lo que me has hecho hacer! —me recriminó. Melanie tampoco parecía muy contenta.

—Posh, Murray Posh, Daisy Posh, Daisy Mutlar… ¿Por qué hace un momento has nombrado a Daisy Mutlar?

—Bien, porque me ha parecido que te molestaría saber que seguía por aquí.

Daisy Mutlar era la mujer con la que Landen estuvo a punto de casarse durante nuestra separación forzada de diez años. Pero eso no era lo importante. Lo importante era que sin Landen nunca habría habido una Daisy. Y si Daisy andaba por aquí, entonces Landen también…

Me miré la mano. En el dedo tenía… un anillo. Un anillo de casada. I ,o subí hasta el nudillo para dejar al descubierto una zona blanca. Daba la impresión de que siempre lo había llevado puesto. Y si así era…

—¿Dónde está Landen?

—Me imagino que en su casa —dijo mi madre—. ¿Te quedas a cenar?

—Entonces… ¿no está erradicado?

Mi madre pareció confundida.

—¡Buen Dios, no!

Entrecerré los ojos.

—Luego, ¿nunca he visitado Erradicaciones Anónimas?

—Claro que no, cariño. Ya sabes que la señora Beatty y yo somos las únicas que nos reunimos… y la señora Beatty sólo viene a consolarme. ¿De qué diablos estás hablando? ¡Vuelve! ¿Adónde…?

Abrí la puerta y di dos pasos por el sendero del jardín antes de recordar que había dejado a Friday, así que fui por él, descubrí que a pesar del babero se había ensuciado de chocolate, le puse el jersey sobre la camiseta, vi que también se lo había manchado, le puse uno limpio, le cambié el pañal y… no tenía calcetines.

—¿Qué haces, cariño? —preguntó mi madre mientras yo rebuscaba en la cesta de la colada.

—Es Landen —le solté emocionada—, le erradicaron y ahora ha vuelto, y es como si no se hubiese ido nunca y quiero que conozca a Friday, pero Friday va demasiado pringoso para conocer a su padre.

—¿Erradicado? ¿Landen? ¿Cuándo? —preguntó incrédula mi madre—. ¿Estás segura?

—¿No es ése precisamente el objetivo de la erradicación? —respondí, habiendo encontrado seis calcetines, todos diferentes—. Nadie llega a enterarse. Puede que te sorprenda saber que, en una época, Erradicaciones Anónimas tuvo cuarenta o más miembros. Cuando yo asistí eran menos de diez. Hiciste un gran trabajo, madre. Todos te estarían muy agradecidos… si pudiesen recordarlo.

—¡Oh! —dijo mi madre en un poco habitual momento de claridad mental—. Entonces… cuando los erradicados regresan es como si no se hubiesen ido nunca. Por tanto: el pasado se rescribe automáticamente para tener en cuenta la no erradicación.

—Bien, sí… más o menos.

Puse dos calcetines cualesquiera en los pies de Friday, que me complicó la tarea separando los dedos. Luego di con sus zapatos, uno de los cuales estaba bajo el sofá y el otro en el estante superior de la librería. Después de todo, Melanie se había estado subiendo a los muebles. Di con un cepillo y le arreglé el pelo al niño, intentando desesperadamente aplanar un mechón rígido que olía sospechosamente a frijoles cocidos. No lo logré y renuncié. Luego le lavé la cara, cosa que no le gustó nada. Estaba saliendo por la puerta cuando me vi en el espejo y corrí escaleras arriba. Dejé a Friday en la cama, me puse una camiseta y unos vaqueros limpios e intenté hacer algo, lo que fuese, con el pelo corto.

—¿Qué opinas? —le pregunté a Friday, que me esperaba sentado en el aparador, mirándome.


Aliquippa ex consequat.

—Espero que eso signifique: «Estás encantadora, mamá.»


Mollit anim est laborum.

Me puse la chaqueta, salí de la habitación, volví a entrar para cepillarme los dientes y recoger el oso polar de Friday, volví a salir por la puerta y le dije a mamá que posiblemente no volviese esa noche.

Todavía tenía el corazón desbocado cuando salí a la calle, pasé de los periodistas, metí a Friday en el asiento del pasajero del Speedster, quité la capota (bien podíamos llegar con estilo) y le até. Metí la llave en el contacto y entonces…

—No conduzcas, mamá.

Friday habló. Me quedé muda un segundo, con la mano puesta en el contacto.

—¿Friday? —dije—. ¿Estás hablando?

Y a continuación el corazón se me congeló. Me miraba con la expresión más seria que hubiese visto nunca en un niño de dos años. Y sabía por qué. Cindy. Era el día del segundo intento de asesinato. Con tantas emociones lo había olvidado. Aparté cuidadosamente la mano de la llave sin sacarla y allí me quedé, con el intermitente parpadeando, los pilotos del aceite y de la batería encendidos. Solté cuidadosamente a Friday y, luego, sin ganas de abrir ninguna portezuela, salí por encima y me lo llevé. Había faltado poco.

—Gracias, cariño, te debo una… pero ¿por qué has esperado hasta ahora para decir nada?

No respondió… se limitó a meterse los dedos en la boca y chuparlos inocentemente.

—Eres de los fuertes y silenciosos, ¿eh? Vamos, chico maravilla, llamemos a OE-14.

La policía bloqueó la carrera y el equipo de artificieros llegó veinte minutos más tarde, para deleite de periodistas y equipos de televisión. Casi de inmediato estuvimos en directo en todas las cadenas, que relacionaban el equipo de artificieros con mi nuevo trabajo como directora de los Mazos y respondían con elucubraciones a todas las incógnitas o, en un caso, con una invención muy ingeniosa.

Los cuatro kilos de explosivos estaban conectados al motor de arranque. Un segundo más y Friday y yo habríamos tenido que llamar a las puertas celestiales. Cuando hice mis declaraciones saltaba de impaciencia. No les conté que aquél era el segundo de tres intentos de asesinato, ni tampoco les conté que el tercer intento se produciría al final de la semana. Pero me lo apunté en la mano para no olvidarlo.

—Revendedora —les dije—, sí, suena raro… no sé por qué. Bien, sí… pero son sesenta y ocho si contamos a Samuel Pring. ¿La razón? Quién sabe. Yo fui la Thursday Next que cambió el final de
Jane Eyre.
¿No lo ha leído? ¿Prefiere
El profesor?
No importa. Está en mi expediente. No, soy de OE-27. Victor Analogy. Se llama Friday. Tiene dos años. Sí, es muy mono, ¿verdad? ¿En serio? Felicidades. No, me encantaría ver las fotos. ¿Su tía? ¿En serio? ¿Me puedo ir ya?

Una hora más tarde me dejaron irme, por lo que encajé a Friday en su carrito y le empujé rápidamente hasta casa de Landen. Llegué algo acalorada y tuve que pararme para recuperar el aliento y ordenar las ideas. La casa estaba donde recordaba. El macetero de
Tickia orologica
del porche había desaparecido, así como el saltador. Tras unas cortinas de muy buen gusto veía movimiento. Me enderecé la camisa, intenté alisar el pelo de Friday, recorrí el sendero del jardín y llamé a la puerta. Sentía las palmas calientes y sudorosas y no podía controlar la sonrisa estúpida que tenía pintada en la cara. Cargaba con Friday con la intención de producir mayor efecto dramático y me lo pasé a la otra cadera porque pesaba un poco. Después de lo que me parecieron varias horas pero fueron, sospecho, menos de diez segundos, la puerta se abrió y apareció… Landen, tan alto, guapo y extraordinario como le había deseado ver en los últimos años. No era como le recordaba… era mucho mejor. Mi amor, mi vida, el padre de mi hijo… humano. Sentía que las lágrimas empezaban a acumulárseme en los ojos e intenté decir algo pero sólo pude emitir una estúpida tos nasal. El me miró y yo le miré, luego él me miró más, y yo le miré más, luego pensé que quizá no me reconocía con el pelo corto, así que intenté pensar en algo gracioso, ingenioso e inteligente para decirle pero, como no se me ocurrió nada, me cambié a Friday a la otra cadera porque cada segundo pesaba más y dije, bastante estúpidamente:

—Soy Thursday.

—Sé quién eres —dijo sin sentimiento—. Tienes la cara muy dura, ¿no?

Y me cerró la puerta en las narices.

Quedé conmocionada durante un momento y tuve que ordenar mis ideas antes de volver a llamar al timbre. Se produjo otra pausa que pareció durar una hora pero que sospecho que sólo fue mínimamente mayor que la anterior, de trece segundos como mucho, antes de que se abriese la puerta.

—Vaya —dijo Landen—, pero si es Thursday Next.

—Y Friday —respondí—, tu hijo.

—Mi hijo —respondió Landen, sin mirarle a sabiendas—, vale.

—¿Qué pasa? —pregunté, empezando a sentir las lágrimas—. ¡Creía que estarías encantado de verme!

Suspiró largamente y se frotó la frente.

—Es difícil.

—¿Qué es difícil? ¿Cómo puede ser difícil?

—Bien —dijo—, hace dos años y medio desapareciste de mi vida. No supe nada de ti. Ni una postal, ni una carta, ni una llamada de teléfono, nada. ¡Y ahora te presentas a mi puerta como si no hubiese pasado nada y yo debería estar encantado de verte!

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