Algo huele a podrido (24 page)

Read Algo huele a podrido Online

Authors: Jasper Fforde

BOOK: Algo huele a podrido
9.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

Emma pensó en cómo la prensa se había burlado sin piedad de su relación con el almirante Nelson.

—No, lo encuentro muy romántico.

—Exacto —dije manoseando una palmada—. Volveré a las tres. No salgas y, si llama alguien, que Emma o Hamlet acudan a la puerta. ¿Vale?

—Por supuesto —respondió Melanie—. No salir, no abrir la puerta. Fácil.

—Y nada de balancearse de las cortinas o las lámparas… no aguantarían.

—¿Estás dando a entender que peso mucho?

—En absoluto —respondí a toda prisa—, pero en el mundo real las cosas son diferentes. Hay fruta de sobra y plátanos en la nevera. ¿Vale?

—Sin problemas. Pásalo bien.

Fui a la ciudad y, evitando a varios periodistas que todavía tenían deseos de entrevistarme, entré en el edificio de OpEspec, que, aprecié, habían pintado desde mi última visita. Quedaba un poco más alegre de color malva, pero no demasiado.

—¿Agente Next? —dijo un joven y extremadamente entusiasta agente de OE-14 vestido con un uniforme negro muy almidonado, chaleco de Kevlar, botas de combate y armas más que visibles.

—¿Sí?

Me saludó.

—Soy el mayor Drabb, OE-14. Tengo entendido que nos han encomendado localizar más literatura danesa perniciosa.

Estaba tan deseoso de cumplir con su deber que me estremecí. A su favor hay que decir que se habría mostrado igualmente entusiasmado ayudando a las víctimas de una inundación; se limitaba a cumplir las órdenes sin preguntar. Hombres como él habían ejecutado actos peores que destruir literatura danesa. Por suerte, estaba preparada.

—Encantada de verle, mayor. Me han dado el chivatazo de que esta dirección podría contener algunos ejemplares de libros prohibidos.

Le pasé una hoja y la leyó ansiosamente.

—¿La biblioteca conmemorativa Albert Schweitzer? Nos ocuparemos de inmediato.

Me volvió a saludar a la perfección, giró sobre los talones y se fue.

Me dirigí a la oficina de los detectives literarios y me encontré a Bowden metiendo en una caja de cartón varias antologías de relatos de Karen Blixen.

—¡Hola! —dijo mientras usaba un cordel para atar la caja—. ¿Cómo te va?

—Bastante bien. Vuelvo al trabajo.

Bowden sonrió, dejó las tijeras y el cordel y me dio la mano.

—¡Efectivamente es muy buena noticia! ¿Has oído la última? Han puesto a Daphne Farquitt en la lista de escritores daneses prohibidos.

—Pero… ¡Farquitt no es danesa!

—Su padre se apellidaba Farquittsen, así que para Kaine y sus idiotas es danesa de sobra.

Se trataba de un giro interesante. Los libros de Farquitt eran horripilantes, pero quemarlos era ir un paso demasiado lejos. Un poco.

—¿Has encontrado una forma de sacar de Inglaterra todos los libros prohibidos? —preguntó Bowden, cerrando con cinta adhesiva una caja de ejemplares de
Memorias de África
—. Contando los libros de Farquitt y el resto de lo que nos llega, creo que vamos a necesitar unos diez camiones.

—Te aseguro que lo tengo en mente —respondí, aunque no había pensado ni un instante en ello.

—¡Excelente! Nos gustaría mandar un convoy tan pronto como nos des el visto bueno. Bien, ¿qué quieres que te cuente primero? ¿Los últimos tiroteos en coche de Capuletos y Montescos o cuál es el siguiente autor en la lista de comprobaciones aleatorias de sustancias ilegales?

—Nada de eso —respondí—. Cuéntame todo lo que sepas sobre los clones de Shakespeare.

—Hemos tenido que calificar el asunto como «baja prioridad». Cierto, es interesante, pero en última instancia no tiene mayor importancia desde el punto de vista de la ley y el orden… Cualquiera que haya estado implicado en su secuenciación estará demasiado muerto o será demasiado viejo para ser juzgado.

—Es más bien por interés del MundoLibro —respondí—, pero es importante, te lo aseguro.

—Bien, en tal caso… —Bowden sabía muy bien que no malgastaría su tiempo ni el mío—. En este momento tenemos a tres Shakespeares en el depósito, todos ellos entre los cincuenta y los sesenta años. ¿Metes en la caja esos libros de Hans Christian Andersen? Si los clonaron, fue durante el caos legislativo de los años treinta, cuando hacían tonterías por doquier y la gente creía que podía fabricar atletas olímpicos con cuatro piernas, nadadores con aletas de verdad y cosas parecidas. Di un vistazo rápido a los registros. El primer Willclón confirmado apareció en 1952 con la muerte accidental por un disparo de un tal señor Shakstpear en Tenbury Wells. La siguiente muerte inexplicada fue la de un tal señor Shaxzpar en 1958, luego vino el señor Shagxtspar en 1962 y un tal señor Shogtspore en 1969. Hay más…

—¿Alguna teoría?

—Creo —dijo Bowden lentamente— que es posible que alguien intentase sintetizar al genio para que escribiese algunas otras obras geniales. Ilegal y moralmente reprobable, claro está, pero potencialmente una bendición para todos los estudiosos de Shakespeare del mundo. Que no haya ningún Shakespeare joven da a entender que hace tiempo que abandonaron ese experimento.

Una pausa mientras yo reflexionaba. La clonación genética de un ser humano completo estaba estrictamente prohibida; ninguna empresa de bioingeniería comercial se hubiese atrevido a realizarla, pero sólo una gran empresa de bioingeniería habría dispuesto de las instalaciones para hacerlo. Si esos clones de Shakespeare habían sobrevivido, lo más probable era que hubiese más. Y como el verdadero había muerto hacía tiempo, su otro yo recreado era la única forma de desenmarañar
Las alegres comadres de Elsinore.

—¿No es competencia de OE-13? —dije al fin.

—Oficialmente, sí —admitió Bowden—, pero OE-13 tiene tan poco presupuesto como nosotros y el agente Stiggins está demasiado ocupado con las migraciones de mamuts y con las quimeras como para preocuparse por los clones de autores teatrales isabelinos.

Stiggins era el neandertal encargado de la policía de clonaciones. Legalmente recreado genéticamente por Goliath, era la persona ideal para dirigir OE-13.

—¿Has hablado con él? —pregunté.

—Es un neandertal —respondió—. No habla a menos que sea estrictamente necesario. Lo he intentado un par de veces, pero se limita a mirarme fijamente con esa mirada extraña y a comer escarabajos vivos que saca de una bolsa de papel… ¡Qué asco!

—Conmigo hablará —dije. Lo haría. Todavía le debía un favor de cuando me sacó de un aprieto con Flanker—. Veamos qué tiene que decir.

Consulté el directorio y marqué un número telefónico.

Observé como Bowden guardaba más libros prohibidos. Si lo pillaban, su vida estaría acabada. Sería irónico que encarcelasen a un detective literario por proteger el
Canon del amor
de Farquitt… Por eso me cayó todavía mejor. Ningún detective literario era capaz de dañar deliberadamente un libro. Todos hubiésemos renunciado antes que quemar un ejemplar de lo que fuese.

—Vale —dije, colgando—, en su oficina dicen que hubo alarma de quimera en el centro Brunel. Allí le encontraremos.

—¿En qué punto del centro?

—Si se trata de una alarma de quimera, no tendremos más que orientarnos por los gritos.

20 Quimeras y neandertales

El experimento neandertal se concibió para crear lo que se denominaba eufemísticamente «contenedores de pruebas médicas», criaturas vivas tan parecidas como fuese posible a los humanos sin que fueran realmente humanas en lo legal. El experimento fue un éxito rotundo… y un fracaso. Los neandertales fueron todo lo que se esperaba. Un primo cercano pero no humano, fisiológicamente casi idéntico… y legalmente con menos derechos que un lirón. Pero por desgracia para la Goliath, incluso los técnicos médicos más crueles se negaron a realizar experimentos con entidades inteligentes capaces de hablar, así que al primer grupo de neandertales se le entrenó para ser «unidades de combate desechables», un proyecto que se desestimó en cuanto se descubrió la falta de instinto agresivo de los neandertales. En consecuencia, se los liberó en la comunidad como mano de obra barata y se convirtieron en una forma apreciada de ahorrar impuestos. Fue un ejemplo del
Homo sapiens
en su momento menos sabio.

GERHARD VON SQUID,

Neandertales: de vuelta tras una breve ausencia

El centro Brunel estaba hasta los topes, como siempre. Compradores con prisa pasaban de una cadena de tiendas a otra, intentando encontrar alguna ganga entre artículos idénticos a precios fijos establecidos con meses de antelación por las oficinas principales. Pero eso no les impedía intentarlo.

—Bien, ¿a qué viene ese interés por los Bardos fotocopiados? —preguntó Bowden cuando cruzábamos el canal.

—Tenemos una crisis en el MundoLibro.

Le hice un breve resumen de lo que estaba pasando en la obra anteriormente conocida como
Hamlet y
abrió los ojos como platos.

—¡Caramba! —dijo tras una pausa—. Y yo que creía que nuestro trabajo era raro.

No tuvimos que esperar mucho para dar con el señor Stiggins. A los pocos segundos un comprador sorprendido profirió un grito de terror de los que hielan la sangre. Hubo un segundo grito y de pronto un montón de gente huyó corriendo del cruce entre Canal y la calle Bridge. Nosotros nos movimos contra corriente, pisando las bolsas que habían dejado caer y algún zapato. Pronto quedó clara la causa del pánico. Rebuscando en un cubo de basura para ver si daba con algún tentempié apetitoso había una extraña criatura híbrida… en la jerga de OE-13 una quimera. La revolución genética que nos había aportado ilimitados órganos para trasplante y la capacidad de crear dodos y otras especies extinguidas en casa de uno tenía sus aspectos negativos: perversas mezclas de animales que no eran producto de la evolución sino de genetistas aficionados que jugaban a ser Dios en la comodidad del cobertizo del jardín.

Mientras la multitud se dispersaba rápidamente, Bowden y yo miramos a la extraña criatura que daba bandazos y babeaba rebuscando en la basura. Era más o menos del tamaño de una cabra y tenía las patas traseras de una, pero poco más. La cola y las patas delanteras eran de lagarto, la cabeza casi felina. Poseía varios tentáculos y, cuando sorbió ruidosamente un papel de periódico manchado de patatas fritas, la saliva de la boca desdentada cayó copiosamente al suelo. En general, los pájaros híbridos eran el producto más habitual del cruce genético ilegal, ya que estaban tan bien emparentados como para salir bastante bien independiente de lo torpe que fuese el genetista aficionado. Incluso podías crear un perrozorrolobo pasable o un gatoleopardo doméstico sin más conocimientos de biología que los de secundaria. No, fueron las abominaciones entre clases biológicas lo que llevó a la prohibición absoluta de la clonación casera, el cruce lagarto/mamífero que realmente rompía los límites de lo aceptable socialmente. Eso no detuvo a nadie; simplemente se convirtió en una actividad clandestina.

La criatura rebuscó con su único brazo bueno dentro de la papelera, encontró los restos de una SmileyBurger, los miró con sus cinco ojos y luego se los metió en la boca. A continuación se tiró al suelo y se desplazó, medio a rastras y medio patinando, hasta la siguiente papelera, ronroneando continuamente como un gato y entrechocando los tentáculos.

—Oh, Dios mío —dijo Bowden—, ¡tiene un brazo humano!

Y así era. La quimera resultaba más repelente si tenía partes reconocibles como humanas: si era un intento fallido por reemplazar a una persona amada fallecida o el producto de un genetista aficionado intentando fabricarse un hijo.

—¿Repulsivo? —dijo una voz cercana—. ¿La criatura o el creador? —Me volví para mirar a un neandertal achaparrado, de expresión seria, vestido con un traje claro y un sombrero Homburg en lo alto de su cráneo abultado. Nos habíamos visto en varias ocasiones. Se trataba de Bartholomew Stiggins, jefe de OE-13 en Wessex.

—Los dos —respondí.

Stiggins asintió casi imperceptiblemente mientras un Land Rover azul de OE-13 llegaba con un chirrido de frenos. Un agente uniformado saltó del vehículo e intentó apartarnos. Stiggins dijo:

—Estamos juntos.

El neandertal avanzó unos pasos hacia la criatura y nosotros hicimos lo mismo. Casi podíamos tocarla.

—Reptil, cabra, gato, humano —murmuró el neandertal, agachándose y mirando fijamente a la criatura mientras ésta pasaba una delgada lengua bífida por un envase de cartón.

—Los ojos parecen de insecto —comentó el agente de OE-13, sosteniendo un rifle de dardos bajo el brazo.

—Demasiado grandes. Se parecen más bien a los ojos de la quimera del quiosco de música. ¿La recuerda? La que parecía un hámster.

—¿El mismo genetista?

El neandertal se encogió de hombros.

—Los mismos ojos. Les gusta compartir.

—Tomaremos una muestra y realizaremos una comparación. Puede que nos dé alguna pista. Eso parece un brazo humano, ¿no?

El brazo de la criatura era rojo, moteado y no mayor que el de un niño. Para agarrar cualquier cosa los dedos se agitaban y se retorcían aleatoriamente hasta que daban con algo y luego se aferraban con fuerza.

—Tiene una edad —dijo Stiggins— de quizás unos cinco años.

—¿La quiere viva, señor? —preguntó el agente de OE-13, abriendo el cañón del arma y aguardando. El neandertal negó con la cabeza.

—No. Envíela a casa.

El agente insertó un dardo y cerró la recámara. Apuntó con cuidado y le disparó a la criatura. La quimera no se estremeció —es muy complicado diseñar un sistema nervioso completamente funcional y queda lejos de las capacidades de incluso el genetista con más talento—, pero dejó de intentar comerse la corteza de un árbol y se retorció un par de veces antes de tenderse y respirar más lentamente. El neandertal se acercó más y sostuvo la mano sucia de la criatura mientras iba perdiendo la vida.

—En ocasiones —dijo el neandertal en voz muy baja—, en ocasiones los inocentes deben sufrir.

—¡Dennis! —El grito salió de entre la multitud, que había guardado silencio mientras la criatura moría. En la voz se percibía el pánico—. ¡Dennis, papá está preocupado! ¿Dónde estás?

La situación, ya de por sí triste y lamentable, había empeorado. Un hombre con barba y camisa blanca sin mangas había entrado en el círculo vacío que rodeaba la criatura moribunda y nos miró con una expresión de horror en la cara.

—¿Dennis?

Se arrodilló junto a su criatura, que respiraba a bocanadas cortas. El hombre abrió la boca y soltó un gemido de pena tan tremenda que me hizo sentir extraña por dentro. Algo así no se podía fingir; provenía del alma, del mismo ser.

Other books

Self Condemned by Lewis, Wyndham
It Takes a Scandal by Caroline Linden
Revealed by You (Torn) by Walker, J.M.
Beastly by Alex Flinn
A Mad and Wonderful Thing by Mark Mulholland
All You Need Is Kill by Hiroshi Sakurazaka