Read Algo huele a podrido Online

Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (20 page)

BOOK: Algo huele a podrido
3.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Jack Schitt dejó de hablar y tamborileó un momento con los dedos sobre la mesa.

—No es así como se hace —respondió exasperado—. Las reglas de disculpa y restitución son muy precisas: para que nos arrepintamos debemos estar de acuerdo en lo que hemos hecho mal, y en nuestros archivos no hay mención alguna a ningún tejemaneje ilegal con el tiempo por parte de la Goliath. Considerando que los archivos de la Goliath se someten periódicamente a una auditoría temporal, creo que eso demuestra de manera concluyente que, de haber habido alguna mala jugada en el tiempo, ha sido por iniciativa de la CronoGuardia. El registro cronológico de la Goliath es impecable.

Golpeé la mesa con el puño y Jack dio un respingo. Sin sus secuaces no era más que un cobarde, y cada vez que se estremecía yo me hacía más fuerte.

—Es una completa y total mier… —Volví a mirar a Friday—. Un asco, Jack. La Goliath y la CronoGuardia erradicaron a mi esposo. Usted tenía el poder de eliminarle… Es usted quien debe restituirle.

—No es posible.

—¡Devuélvanme a mi marido!

La furia de Jack regresó. También se puso en pie y me apuntó con un dedo acusador.

—¿Tiene la más mínima idea de lo que cuesta sobornar a la CronoGuardia? Más dinero del que nos interesa malgastar en el estúpido perdón a medias que nos puede ofrecer. Y otra cosa, yo… disculpe.

El teléfono había sonado y respondió, echándome ojeadas mientras hablaba.

—Sí, así es… Sí, aquí está… Sí, lo hemos hablado… Sí, lo haré. —Abrió los ojos como platos—. Es realmente todo un honor, señor… No, no sería ningún problema, señor… Sí, estoy seguro de poder convencerla, señor… No, es lo que todos deseamos… Buenos días, señor. Gracias. —Dejó el auricular y con vigor renovado sacó una caja de cartón vacía del armario—. ¡Buenas noticias! —exclamó metiendo en la caja las fruslerías de la mesa—. El presidente de la Nueva Goliath se ha interesado especialmente por su caso y le garantiza personalmente el retorno de su marido.

—¿No había dicho que esos tejemanejes temporales no tenían nada que ver con la Goliath?

—Aparentemente me informaron mal. Estaremos más que encantados de reactualizar a Libner.

—Landen.

—Eso.

—¿Dónde está la trampa? —pregunté suspicaz.

—No hay ninguna trampa —respondió Jack, recogiendo la placa con su nombre y colocándola en la caja junto al calendario—. Sólo queremos que nos perdone y caerle bien.

—¿Gustarme usted?

—Sí. O al menos, fingirlo. No es tan difícil, ¿verdad? Simplemente firme este Formulario Estándar de Perdón al pie, aquí, y reactualizaremos a su queridito. Fácil, ¿no?

Seguía suspicaz.

—No creo que tengan la más mínima intención de devolverme a Landen.

—Vale —dijo Jack, sacando algunas carpetas del archivador y metiéndolas en la caja de cartón—, no firme y no lo sabrá nunca. Como dice usted, señorita Next… nos libramos de él y podemos traerle de nuevo.

—Ya me engañó una vez, Jack. ¿Cómo sé que no lo volverá a hacer?

Jack dejó de guardar cosas y me miró algo aprensivo.

—¿Va a firmar?

—No.

Jack suspiró y se puso a sacarlo todo de la caja y a colocarlo en su sitio.

—Bien —musitó—, ahí va mi ascenso. Pero escuche: firme o no saldrá de aquí convertida en una mujer libre. La Nueva Goliath no tiene nada pendiente con usted. Además, ¿qué puede perder?

—Sólo quiero —respondí— recuperar a mi esposo. No voy a firmar nada.

Jack sacó la placa con el nombre y la colocó sobre la mesa.

Volvió a sonar el teléfono.

—Sí, señor… No, no lo hará, señor… Ya lo he intentado, señor… Muy bien, señor.

Dejó el auricular y volvió a coger la placa con el nombre; la sostuvo sobre la caja.

—Ese era el presidente. Quiere disculparse personalmente. ¿Irá usted?

Me lo pensé. Ver al jefazo de la Goliath era un acontecimiento casi sin precedentes incluso para los ejecutivos de la Goliath. Si alguien podía recuperar a Landen era él.

—Vale.

Jack sonrió, dejó caer la placa en la caja y luego se apresuró a meter todo lo demás.

—Bien —dijo— debo darme prisa… me han ascendido tres puestos en la escala. Vaya al mostrador principal de recepción y alguien la escoltará. No olvide su Formulario Estándar de Perdón, y si pudiese mencionar mi nombre le estaría muy agradecido.

Me entregó los formularios sin firmar mientras se abría la puerta y entraba otro agente de Goliath, cargando también con una caja de cartón llena de efectos personales.

—¿Qué pasa si no le recupero, señor Schitt?

—Bien —dijo mirando la hora—, si tiene alguna queja con respecto a la calidad de nuestra contrición, será mejor que se la plantee a su disculpador asignado. Yo ya no trabajo aquí. —Me dedicó una sonrisa desdeñosa, se puso el sombrero y se fue.

—¡Bien! —dijo el nuevo disculpador esquivando la mesa y repartiendo sus cosas por todo el despacho—. ¿Hay algo por lo que quería que nos disculpásemos?

—Por su empresa —musité.

—De corazón, sinceramente, sin reservas —respondió el disculpador con una voz que parecía sincera.

15 Encuentro con el presidente

Hace cincuenta años no éramos más que una pequeña multinacional con apenas 7.000 empleados. Ahora tenemos más de 38.000.000 de empleados distribuidos en 14.000 empresas que se ocupan de 12.000.000 de productos y servicios diferentes. El tamaño de la Goliath nos da estabilidad para declarar con confianza que estaremos cuidando de ti durante muchos años más. En el año 1980 nuestros ingresos igualaban la suma del producto interior bruto del 72% de los países del planeta. Este año hemos presenciado cómo la empresa daba el gran salto adelante para convertirse en una religión oficialmente reconocida con sus propios dioses, semidioses, sacerdotes, lugares de culto y libros de oraciones. Las acciones de la Goliath se canjearán por la entrada en nuestro sistema de gestión empresarial basado en la fe, en el que vosotros (los devotos) nos adoraréis a nosotros (los dioses) a cambio de protección contra los males del mundo y una recompensa en la otra vida. Sé que os uniréis a mí en esta empresa como os habéis unido a todas nuestras pasadas empresas. Pronto estará disponible un folleto explicativo detallado de cómo puede contribuir al cumplimiento de los intereses de la corporación en estos aspectos. Nueva Goliath. Para todo lo que puedas necesitar. Para todo lo que puedas llegar a desear. Para siempre.

Extracto del discurso del presidente de la Goliath en 1988

Fui hasta la recepción y le di mi nombre a la recepcionista quien, alzando las cejas al oír mi petición, llamó al piso 110, manifestó sorpresa y luego me dijo que esperase. Empujé a Friday hasta la zona de espera y le di un plátano que llevaba en el bolso. Me senté y observé como los ejecutivos recorrían rápidamente, de un lado a otro, los relucientes suelos de mármol, todos aparentemente muy atareados pero por lo visto sin hacer nada.

—¿Señorita Next?

Había dos individuos delante de mí. Uno iba vestido con el traje azul oscuro de los ejecutivos de la Goliath; el otro era un lacayo con librea que sostenía una reluciente bandeja de plata.

—¿Sí? —dije, poniéndome en pie.

—Me llamo señor Godfrey, soy el secretario personal del presidente. Si tiene la amabilidad.

Me señaló la bandeja.

Comprendí lo que quería, saqué la automática y la dejé en la bandeja. El lacayo aguardó cortés. Capté el mensaje y dejé también los dos cargadores de repuesto. Hizo una reverencia y se fue en silencio, y el ejecutivo me guio sin decir nada hasta un ascensor acordonado situado en el otro extremo de la sala. Metí dentro a Friday con su cochecito y la puerta silbó al cerrarse.

Se trataba de un ascensor de cristal que subía por el exterior del edificio. Y desde ese punto ventajoso, mientras ascendíamos silenciosamente hacia el cielo, vi todos los edificios de Goliathpolis alzándose por la costa casi hasta Douglas. El inmenso tamaño de la corporación nunca había quedado más de manifiesto: todos esos edificios simplemente se limitaban a administrar las miles de empresas y millones de empleados repartidos por todo el mundo. De haberme encontrado mentalmente dispuesta a la benevolencia, la escala y la grandeza de las posesiones de la Goliath podrían haberme impresionado. Tal y como me sentía, sólo vi ganancias obtenidas con malas artes.

Los edificios más pequeños no tardaron en quedar atrás a medida que seguíamos subiendo, hasta que incluso los otros rascacielos estuvieron más abajo. Miraba fascinada la vista espectacular cuando de pronto una neblina blanca la ocultó. En el exterior se formaron gotitas de agua y no vi nada hasta segundos más tarde, cuando abandonamos las nubes y llegamos al brillo del sol y un cielo azul oscuro. Miré por encima de las nubes, que se extendían hasta perderse en la distancia. Me sentía tan hipnotizada por el espectáculo que no me di cuenta de que el ascensor se había parado.


Ipsum
—dijo Friday, también impresionado, y señaló con el dedo por si me lo había perdido.

—¿Señorita Next?

Me volví. Decir que la sala de juntas era impresionante sería no hacerle justicia. Se encontraba en el último piso del edificio. Las paredes y el techo eran de vidrio tintado, y desde allí, en un día despejado, era posible mirar el mundo desde el punto de vista de los dioses. Aquel día daba la impresión de que flotábamos en un mar de algodón. El edificio y su posición, muy por encima del planeta tanto geográfica como moralmente, reflejaban a la perfección el dominio y el poder de la corporación.

En medio de la sala había una larga mesa con unos treinta miembros de la junta de la Goliath de pie, al lado de sus asientos, mirándome en silencio. Nadie dijo nada, y yo estaba a punto de preguntar por el jefe cuando me di cuenta de que un hombre alto miraba por la ventana, con las manos unidas a la espalda.


¡Ipsum!
—dijo Friday.

—Permítame que le presente al presidente de la Corporación Goliath, John Henry Goliath V, tataranieto del fundador, John Henry Goliath —dijo mi escolta.

La figura que miraba por la ventana se volvió para recibirme. Debía medir más de dos metros y además era corpulento. Ancho, imponente y dominante. Todavía no había cumplido cincuenta años, tenía unos penetrantes ojos verdes que parecían atravesarme y me dedicó una sonrisa tan cálida que instantáneamente me relajé.

—¿Señorita Next? —dijo con una voz que sonaba como un trueno lejano—. Hace tiempo que deseo conocerla.

El apretón de manos fue cálido y amistoso; era fácil olvidar quién era y lo que había hecho.

—Están de pie por usted —anunció, señalando a los miembros del consejo—. Personalmente nos ha costado más de mil millones de libras en efectivo y al menos cuatro veces esa cantidad en pérdidas. Un adversario así merece admiración y no la injuria.

Los miembros de la junta aplaudieron unos diez segundos y tomaron asiento. Entre ellos vi a Brik Schitt-Hawse; inclinó la cabeza hacia mí con un gesto de reconocimiento.

—Si no supiera ya la respuesta le ofrecería un puesto en el consejo —dijo el presidente con una sonrisa—. Estamos terminando una reunión, señorita Next. En unos minutos estaré a su disposición. Por favor, pídaselo al señor Godfrey si le apetece algo para usted o su hijo.

—Gracias.

Le pedí a Godfrey un zumo de naranja con pajita para Friday, lo saqué de la silla y me senté con él en un sofá cercano para observar la reunión.

—Punto setenta y seis —dijo un hombre diminuto vestido con un traje azul cobalto—. La Antártida. Hay cierto grado de oposición a nuestra compra del continente por parte de una pequeña minoría de supuestos benefactores que creen que nuestra intención está lejos de ser benévola.

—Y eso, señor Jarvis, es un problema ¿por…? —preguntó John Henry Goliath V.

—No es un problema sino una observación, señor. Propongo que compensemos cualquier posible publicidad negativa haciendo saber que simplemente adquirimos el continente para generar nuevos puestos de trabajo relacionados con el ecoturismo en una zona que tradicionalmente se ha considerado pobre en ese tipo de oportunidades de empleo.

—Así se hará —bramó el presidente—. ¿Qué más?

—Bien, dado que adoptaremos muy en serio el papel de «ecoguardianes», propongo enviar una flota de diez buques de guerra para proteger el continente de los vándalos que pretenden dañar la población de pingüinos, extraer hielo y nieve ilegalmente y otras tropelías en general.

—Los buques de guerra disminuyen mucho el margen de beneficios —dijo otro miembro del consejo. Pero el señor Jarvis ya había tenido en cuenta este inconveniente.

—No sucederá tal cosa si subcontratamos la seguridad a una potencia extranjera deseosa de hacer negocios con nosotros. He elaborado un plan según el cual, las Naciones Unidas del Caribe patrullarán el continente a cambio de todo el hielo y toda la nieve que quieran. Con la compra de la Antártida podemos vender nieve más barata que cualquier país de la Alianza Norte. Esa nieve sin vender la compraremos a cuatro peniques la tonelada, la fundiremos y la cambiaremos en Marruecos por arena para construcción, que exportaremos a países con déficit de arena con un beneficio neto del 12 %. Todos los detalles están en mi informe.

Murmullos de acuerdo. El presidente asintió pensativo.

—Gracias, señor Jarvis. La idea parece gustar al consejo. Pero dígame, ¿qué hay del vasto recurso natural que originalmente nos hizo comprar la Antártida para su explotación?

Jarvis chasqueó los dedos y las puertas del ascensor se abrieron para que entrara un chef que empujaba un carrito con una bandeja de plata. Se detuvo junto a la silla del presidente, levantó la tapa y dejó sobre la mesa un platito con lo que parecía una loncha de cerdo. Un lacayo dispuso tenedor y cuchillo junto al plato, así como una servilleta recién planchada, para luego retirarse.

El presidente pinchó un trozo con el tenedor y se lo llevó a la boca. Abrió unos ojos como platos y escupió. El lacayo le pasó un vaso de agua.

—¡Asqueroso!

—Estoy de acuerdo, señor —respondió Jarvis—, casi por completo incomestible.

—¡Maldita sea! ¿Pretende decirme que compramos todo un continente con una producción potencial de comida de diez millones de unidades de pingüinos al año sólo para descubrir que no se pueden comer?

—No es más que un contratiempo pasajero, señor. Si pasan a la página setenta y dos…

BOOK: Algo huele a podrido
3.37Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

House of Cards by William D. Cohan
Relay for Life by Downs Jana
Haze and the Hammer of Darkness by L. E. Modesitt, Jr.
Charm by Sarah Pinborough
Vikings by Oliver, Neil
Everafter Series 2 - Nevermore by Nell Stark, Trinity Tam
Merv by Merv Griffin