Read Al servicio secreto de Su Majestad Online
Authors: Ian Fleming
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco
El señor Franklin depositó el recorte sobre la mesa. Con semblante muy serio, dijo:
—Hemos conseguido evitar que pasen a la Prensa los datos obtenidos después de esa fecha; pero yo, señores, puedo facilitarles estos datos: sólo en las tres o cuatro últimas semanas hemos tenido que decomisar y eliminar… ¡tres millones de pavos! Y esto no es más que el principio. En East Anglia ya no hay manera de atajar la peste aviar, y hemos recibido informes según los cuales hay también síntomas de esta epizootia en Suffolk y en Hamsphire. Los pavos que hemos tomado hoy en el almuerzo eran probablemente de importación. Hemos autorizado la importación de dos millones de pavos de los Estados Unidos para paliar esta grave situación.
M repuso con displicencia:
—Bien, lo que es a mí, no me importa un bledo no volver a comer pavo en toda mi vida. Pero volvamos a la cuestión. ¿Qué tienen que ver los pavos con el problema que estábamos discutiendo?
A Franklin no le hizo mucha gracia aquella salida de tono.
—Tenemos una pista —dijo—. Las primeras aves que murieron de esta peste habían sido exhibidas todas ellas en la Exposición Avícola del Olympia, celebrada a principios de este mes. Los pabellones del Olympia habían sido objeto de una limpieza a fondo y de escrupulosas medidas higiénicas con vistas a la próxima exposición antes de que nosotros hubiéramos llegado a esta conclusión, y ésa es la razón por la que no pudimos descubrir el menor rastro de ese virus en los locales de la exposición. Y un detalle interesante: el agente que transmite la peste aviar es terriblemente virulento; la mortalidad causada por ese virus llega a la proporción del cien por cien… Y ahora, señores —añadió, esgrimiendo un grueso folleto de tapas blancas con el escudo de los Estados Unidos de América—, díganme: ¿qué saben ustedes de la guerra biológica?
—Nosotros —respondió Leathers— nos ocupamos de ese asunto durante la última guerra mundial, aunque de una manera «marginal». Pero, al fin, ninguno de los dos bandos beligerantes llegó a utilizar esas armas.
—Exactamente —repuso Franklin—. Sin embargo, este tema sigue siendo de una candente actualidad, sobre todo en nuestro departamento ministerial. Da la casualidad de que Inglaterra es el país más destacado del mundo en cuanto a porcentajes de producción agrícola. Este enorme desarrollo de nuestra agricultura se inició durante la guerra, cuando tuvimos que recurrir a todos los medios posibles para no morirnos de hambre. Y por dicha razón seríamos, en teoría, el blanco ideal para un ataque de ese tipo. No creo exagerado afirmar que si llegáramos a ser objeto de ese ataque (al que sólo podríamos responder matando ganado y aves y quemando cosechas) nuestro país quedaría totalmente asolado en pocos meses. Quedaríamos reducidos a la más espantosa miseria y nos veríamos obligados a mendigar de puerta en puerta.
—Eso empieza a convencerme —repuso M con aire pensativo.
—Veamos ahora esto —prosiguió Franklin, volviendo a coger el folleto—. Aquí aparecen expuestas las más recientes opiniones y juicios de nuestros amigos los norteamericanos sobre la guerra biológica. Nuestro Ministerio de Agricultura actúa de conformidad con los criterios de carácter general sobre la guerra biológica contenidos en este legajo, aunque con una salvedad: que Norteamérica ocupa una extensión inmensa, mientras nuestro país es un territorio pequeño y densamente poblado. Una guerra biológica nos asestaría a nosotros un golpe mil veces mayor que a los Estados Unidos… ¿Me permiten ustedes que les lea unos cuantos párrafos? —dijo finalmente.
GUERRA BIOLOGICA
Con un tono voz desapasionado, casi doctoral, Franklin dio principio a su lectura, interrumpiéndose de cuando en cuando para explicar o aclarar algún punto.
—La guerra biológica, conocida por las siglas GB, recibe también con frecuencia los calificativos de bacteriológica, bacteriana o bacilar; pero es preferible la denominación de «biológica», ya que ésta incluye todos los microorganismos, insectos y otros agentes nocivos, así como toda clase de productos tóxicos del reino vegetal y animal.
Franklin hizo una pausa. Con el dedo fue recorriendo la página del folleto.
—Luego se mencionan aquí diversos agentes GB destinados a atacar a los seres humanos, como son, por ejemplo, los bacilos del tifus y del botulismo. Y… —su dedo se detuvo en medio de la página— ¡aquí están!: «Agentes GB antianimales, que pueden utilizarse contra los animales domésticos, incapacitándolos para el trabajo o para la producción, o incluso matándolos…». Aquí se mencionan el carbunco, la brucelosis, el muermo y ciertos virus… la fiebre porcina africana, la glosopeda, la peste aviar, etcétera, etcétera… A continuación vienen los agentes GB anticosechas; se afirma que pueden ser utilizados como armas económicas, y yo creo que es éste el campo al que se dedica Blofeld. Se da una lista completa, en la que figuran la podredumbre de la patata y el escarabajo del Colorado. ¡De esto precisamente se trata aquí! —El dedo de Franklin volvió a detenerse en la página—. Los agentes GB se prestan muy bien por su naturaleza para operaciones de partisanos o de los Servicios Secretos. Hay que tener en cuenta que tales agentes pueden presentarse en una elevada concentración sin que los sentidos humanos sean capaces de descubrir su presencia y que, además, no producen su mortífero efecto hasta pasado algún tiempo, como las bombas de espoleta retardada. Esto permitiría a cualquier persona introducir cantidades eficaces de estos agentes en instalaciones de ventilación, de abastecimiento de alimentos o de agua, o en lugares análogos, en los que se propagarían rápidamente, sobre todo en zonas de gran densidad de población.
Franklin hizo una nueva pausa y después continuó:
—Y esto se ajusta perfectamente a nuestro caso: después de celebrarse una feria ganadera, por ejemplo, los animales exhibidos propagarían el virus por todo el territorio nacional —volvió a inclinarse sobre el folleto—. Se han realizado diversas experiencias científicas cuyos resultados demuestran que es absolutamente factible infectar con agentes biológicos zonas de una extensión de miles de kilómetros cuadrados… —Franklin golpeó la página con la mano—. Permítanme citar un último pasaje, y entonces —sus ojos adquirieron su característica expresión guasona— quizá comprendan por qué estoy tan agitado e inquieto precisamente en este día de la «paz a los hombres de buena voluntad». Oigan ustedes: «Como ya se ha dicho, la defensa contra estos agentes GB es muy difícil, debido a que la presencia de tales gérmenes sólo puede descubrirse con gran trabajo, y muy a menudo sólo por pura casualidad. Ni la vista, ni el olfato, ni ningún otro sentido humano es capaz de detectarlos. Por lo menos hasta ahora no se ha ideado ningún procedimiento que permita detectar e identificar rápidamente estos gérmenes».
Con un gesto dramático arrojó el folleto sobre la mesa. Como si este gesto le hubiera liberado de la pesadilla de aquel tema, su rostro se animó con una amplia sonrisa, y acto seguido echó mano a su pipa y comenzó a llenarla.
—Y esto, señores, es todo cuanto tiene que decir el fiscal.
—Muchas gracias, señor Franklin —dijo M—. Si no he entendido mal, ha llegado usted a la conclusión de que ese Blofeld está desencadenando una guerra biológica contra nuestro país, ¿no es eso?
—¡Exacto! —repuso Franklin con tono firme y resuelto—. Estoy convencido de ello.
Luego, señalando con el dedo la cruz roja que había trazado sobre la región de East Anglia, añadió:
—Fíjense ustedes en esto: fue el primer indicio que me hizo sospechar de Blofeld. Esa joven, Polly Tasker, que salió del «Instituto» del Piz Gloria hace más de un mes, procedía precisamente de esta región, en la que se concentra la mayor industria inglesa de la cría de pavos. Ella, que era alérgica a los pavos, regresó a su patria con una mentalidad cambiada, con ideas sugeridas sobre el modo de mejorar la cría de estas aves, y resueltamente decidida a poner en práctica tales ideas. Una semana después de su regreso, estalla la mayor epizootia que jamás se haya registrado en Inglaterra y que afecta precisamente a los pavos.
Leathers, que había permanecido callado, ya no pudo contenerse por más tiempo y, dándose una palmada en el muslo, exclamó:
—¡Dios bendito, Franklin! ¡Creo que ha dado usted en el clavo! Por favor, siga, siga.
Franklin se volvió hacia Bond:
—Cuando el Comandante Bond echó una ojeada al interior del laboratorio de Blofeld, vio hileras y más hileras de tubos de ensayo que (según se dice en el informe) contenían un líquido turbio, como nublado. Pues bien, ¡ese líquido nublado muy bien podría ser una concentración de virus! El informe dice, además, que el laboratorio estaba alumbrado únicamente por una luz de color rojo oscuro. Y esto corrobora nuestra suposición, ya que los cultivos de virus no admiten la exposición a una luz clara intensa. Y ¿quién les dice a ustedes que, antes de su salida para Inglaterra, no le entregaron a Polly Tasker un frasco pulverizador de virus de la peste aviar, explicándole que se trataba de una especie de elixir para los pavos, un tónico para criarlos más gordos y sanos? ¿Recuerda aquella conversación hipnotizadora en la que se sugería insistentemente la idea del mejoramiento de la cría de aves? Y supongamos que le hubiesen dicho a la joven que acudiera al Olympia con motivo de la exposición agropecuaria y hasta, tal vez, que se ofreciera como mujer de la limpieza o algo así, lo que le permitiría aplicar pulverizaciones de ese elixir entre las aves expuestas. Se le habría recomendado al mismo tiempo que guardará el secreto, por tratarse de una patente, y probablemente le habrían aconsejado que llevara a cabo su labor en uno de los últimos días de la exposición para que no se notaran demasiado pronto los efectos del tratamiento. Luego, después de clausurarse la exposición, los animales vuelven a sus dueños… ¡qué están repartidos por toda Inglaterra! ¡Y para qué quieren más! —hizo una pausa—. ¡Fíjense bien! ¡Allí fue Troya! Tres millones de pavos muertos, y más y más aves que siguen muriendo por todas partes, y el Estado gastando más y más divisas para reemplazar las aves que se van perdiendo…
Leathers, con la cara enrojecida de indignación, pasó la mano fugazmente por todo el mapa.
—¡Y las demás muchachas! ¡Todas ellas de comarcas amenazadas por el peligro! ¡Todas procedentes de las regiones de mayor concentración agropecuaria! Y en todas partes y en todas las épocas del año hay exposiciones: de ganado, avícolas y hasta de patatas… Para las patatas está el escarabajo del Colorado, y para el ganado, la peste porcina. ¡Dios santo, y es tan terriblemente sencillo! Esas muchachas no tienen más que mantener los virus a la temperatura apropiada durante unos días. Seguramente les habrán dado instrucciones en este sentido a las pobrecillas. Y, en todo momento, estarán firmemente convencidas de que son casi unas santas. ¡Maravilloso! Con franqueza, me inclino ante la inteligencia de ese hombre.
M se volvió hacia Bond:
—¿Qué opina usted?
—Me temo que eso lo explica y aclara todo. Ya conocemos a ese hombre. Y en todo esto se reconoce inmediatamente la mano de Blofeld. Y lo de menos es quién financia sus actividades. Con eso puede hacerse una fortuna. Si el señor Franklin está en lo cierto, y este folleto norteamericano es sin duda una magnífica pieza probatoria que apoya sus suposiciones, nuestra moneda se arruinará literalmente, llevando a nuestro país al desastre.
M se levantó.
—Muy bien, señores —dijo—, creo que esto es todo. Señor Franklin, ¿querrá informar a su Ministro de todo lo que ha oído aquí? Ya pondrá luego él en antecedentes al Primer Ministro y al Gobierno, si lo cree conveniente. Por mi parte, voy a dictar medidas preventivas. Tenemos que localizar a esa Polly Tasker y, naturalmente, retener también a las otras muchachas conforme vayan llegando al país. Hay que tratarlas bien y con la debida delicadeza, ya que ellas no tienen culpa de nada. Después ya pensaremos lo que se ha de hacer con el señor Blofeld.
Luego, dirigiéndose a Bond, le dijo:
—¿No le importa quedarse unos momentos conmigo, por favor?
Los otros dos caballeros se despidieron.
M tocó el timbre y pidió que les sirvieran té; pero, por si acaso, preguntó a Bond:
—¿O prefiere usted un whisky con soda?
—Sí, whisky, por favor.
—¡Uf, matarratas con agua! —comentó M.
Bond cogió el mapa de Franklin y se puso a estudiarlo atentamente. Se daba cuenta ahora, cada vez con mayor claridad, de que su solicitud de dimisión no tenía la menor razón de ser. Estaba metido hasta las orejas, más metido que nunca, en su vieja profesión. Era preciso liquidar aquella organización siniestra, realizar una «operación de limpieza a fondo». Y Bond sabía exactamente lo que le iba a proponer a M. Sólo él, Bond, podía llevar a cabe aquella operación de limpieza… ¡Estaba escrito en su horóscopo!
La señora Hammond trajo el té y el whisky. Después de un momento de silencio, M dijo con tono lúgubre:
—Es repugnante todo esto, James, pero me temo que, desgraciadamente, nuestras sospechas son fundadas.
Se volvió hacia el teléfono rojo que comunicaba directamente con una centralilla privada de Whitehall y descolgó el auricular.
—Por favor, póngame con Sir Ronald Vallance, del Departamento de Investigación Criminal, con su número particular; estará en casa, supongo —tomó un largo sorbo de té y volvió a depositar la taza en el platillo—. ¿Es usted Vallance? Le habla M. Siento muchísimo tener que estropearle la siesta. Por favor, apriete el botón, ¿quiere? —M presionó a su vez la gran tecla negra situada en un lado de la caja del receptor—. ¿Está ya? Bien. Me terno que lo que voy a decirle es de la máxima urgencia. ¿Recuerda usted a Blofeld y la Operación «Trueno»? Pues bien, ese tipo está tratando de dar el golpe otra vez. Mañana a primera hora recibirá usted mi informe detallado. Y el Ministerio de Agricultura no sólo está interesado en este asunto, sino que incluso le da prioridad sobre todos los demás problemas de su competencia. Allí deberá usted ponerse en contacto con el señor Franklin. Es el jefe del servicio de lucha contra las pestes agropecuarias. Su amigo 007 es el que ha descubierto todo el tinglado… Él le informará con más detalle sobre el aspecto internacional del asunto. Ahora sólo puedo decirle lo que hay que hacer con la máxima urgencia, porque es importantísimo. Ya sé que hoy es Navidad y todo eso, pero ¿no podrían tratar sus hombres de localizar inmediatamente a una muchacha llamada Polly Tasker? Tendrá unos veinticinco años, y reside en una localidad de East Anglia… Bueno, ya sabemos que ésa es una región muy extensa, pero el trabajo de su localización no resultará difícil, pues la muchacha probablemente pertenece a una familia acomodada que se dedica a la cría de pavos. Desgraciadamente no conozco más datos de la chica; sólo sé que hace unas semanas se encontraba en Suiza. Si logran dar con ella, deberán recluirla por haber introducido secretamente en Inglaterra gérmenes de la peste aviar… Sí, eso es… Pero trátenla con toda clase de consideraciones. Ella no sabía lo que hacía. Y díganle a sus padres que no se preocupen, que a la chica no le va a pasar nada. Tan pronto como la hayan encontrado, comuníquenselo a Franklin. Tiene que hacerle unas cuantas preguntas muy sencillas; una vez interrogada, puede dejarla en libertad para que vuelva a casa de sus padres. Pero, por favor, encuentren a esa chica a toda costa. Ya comprenderá las razones de todo esto cuando haya leído el informe.