32 colmillos (3 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

BOOK: 32 colmillos
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«Laura se habría metido corriendo entre el tráfico para perseguir al bastardo. Laura era intrépida —se dijo Clara—. Laura habría…»

Oyó el chirrido de unos frenos, y el grave rebuzno del claxon de un camión le reverberó en el pecho en el momento en que levantaba la mirada. Vio al tipo de la sudadera amarilla mirando fijamente las luces de un semirremolque que iba hacia él. Durante apenas una fracción de segundo, Clara creyó ver la expresión de horror en su rostro mientras se movía a derecha e izquierda, intentando decidir hacia dónde saltar.

No tenía tiempo, con independencia de lo que decidiera. El camión lo embistió a ciento veinte kilómetros por hora. O más bien el camión lo atravesó, porque simplemente se desintegró, convirtiéndose en una nube de carne y fragmentos de hueso, como un globo lleno de agua al que pincharan con un alfiler.

El camión frenó hasta detenerse, pero ya era demasiado tarde.

La mente de Clara apenas si registró el horror de lo ocurrido. No podía pensar en eso. Y menos ahora, cuando por fin lo sabía, y con certeza. En aquella fracción de segundo en que el atacante había sido iluminado por los faros del camión, ella había visto con exactitud lo que antes sólo sospechaba. No tenía cara. La piel de la parte delantera de la cabeza había sido arrancada en su totalidad por las propias uñas de su agresor.

Había sido un sin rostro. Un medio muerto.

Un sirviente no vivo de un vampiro.

4

—Estoy bien —dijo Clara, mientras Glauer le examinaba las contusiones de la mandíbula—. No está rota. ¡Ay! ¡He dicho que estoy bien!

—Ya he hecho llamar a una unidad de emergencias médicas. Ellos la examinarán para asegurarse de que esté bien —le dijo Fetlock—. Luego se encontrará con un permiso de recuperación de setenta y dos horas, obligatorio.

Clara alzó la mirada hacia su jefe, tratando con todas sus fuerzas de encubrir el odio que sentía hacia él. El jefe de policía Fetlock era de esa gente que se rige por el manual. Y si algo no estaba en el manual, no existía. Aquélla no era la primera vez que intentaba joder un caso insistiendo en que se respetara el protocolo.

—Señor —dijo ella—, con el debido respeto, éste es el primer signo claro que hemos encontrado en dos años de que Malvern continúa activa.

—No es nada por el estilo. Justicia Malvern murió en la prisión SCI-Marcy. No es a ella a quien estamos buscando. —Fetlock se cruzó de brazos y se puso de pie, interrumpiendo el contacto ocular. Había acabado la conversación.

Clara todavía estaba sentada en el bordillo, exactamente donde se encontraba cuando el equipo había ido a buscarla. La policía estatal, que le debía algunos favores, había cerrado la autopista y puesto balizas de carretera para que ella pudiera ver. En las dos horas que Fetlock y Glauer necesitaron para llegar, ella ya había recogido varias docenas de fragmentos de hueso y trozos de la sudadera amarilla, y comenzado a unirlos como un rompecabezas.

Un rompecabezas al que faltaban la mayoría de las piezas. No había encontrado nada que perteneciera a la cabeza, mucho menos a la cara, y a menos que pudiera demostrar que presentaba la pauta clásica de mutilación del propio rostro, no tenía ninguna prueba de su teoría.

E iba a necesitar pruebas reales y tangibles. La teoría de Fetlock de que Malvern había muerto en el motín de la prisión hacía dos años era poco sólida en el mejor de los casos. El cuerpo que habían recuperado, y que él afirmaba que pertenecía a Malvern, estaba tan quemado que resultaba irreconocible. Le faltaba un ojo, y era verdad que llevaba los restos quemados de la ropa de Malvern. Pero Laura Caxton, la cazavampiros caída en desgracia y antigua amante de Clara, les había dejado un mensaje donde decía que Malvern había falsificado su propia muerte, y que aún andaba por ahí. Luego se había escapado de la prisión y pasado a la clandestinidad con la intención de encontrar a Malvern y acabar con el asunto.

Fetlock había asegurado la prisión… de acuerdo con el manual. Lo cual significaba que cientos de mujeres habían muerto o resultado gravemente heridas, pero ninguno de los miembros de su propio equipo había sufrido daño alguno. Por haber controlado la situación y haber encontrado el «cuerpo» de Malvern, lo habían ascendido y le habían dado el mando de su propia unidad especial, encargada de buscar y capturar a Caxton, que ahora era una fugitiva del sistema penal. Clara y Glauer no eran miembros de esa unidad. Nadie confiaba realmente en que arrestaran a Caxton si la encontraban. A ellos los habían dejado a su aire, en una especie de retiro pagado. Se les permitía seguir sus propias pistas y hacer todo el trabajo de detective que quisieran, aunque Fetlock nunca seguía los rastros que encontraban. Clara sospechaba que Fetlock los mantenía cerca porque esperaba que Laura se pusiera en contacto con ellos, y quería escuchar esa llamada telefónica. Hasta el momento, esa esperanza había sido vana.

Tanto Clara como Glauer odiaban a Fetlock por muy buenas razones, aunque fueran personales. Ambos continuaban trabajando para él porque el marshal era la única posibilidad que tenían de encontrar a Malvern, y a Caxton, y poner a dormir ese horripilante capítulo de su historia.

—Señor, el hombre al que perseguí presentaba los clásicos signos que indicaban que era servidor de un vampiro. No tenía cara. Se la había arrancado con las uñas. No sangró cuando le hice una herida de bala. Cuando encuentre un trozo de su brazo con la prueba de que lo herí, quedará demostrado de manera definitiva. Pero el hecho de que haya quedado convertido en pulpa al atropellarlo el camión, que no haya una sola gota de sangre en el lugar de la carretera donde se produjo el atropello…

—Agente especial Hsu —dijo Fetlock, en aquel tono lento, contenido, que indicaba que no estaba escuchando una sola palabra de lo que ella decía—, el hombre al que usted ha perseguido no podía ser un medio muerto. Los medio muertos sólo pueden ser activados después de que el vampiro los haya desangrado. Se pudren con mucha rapidez. Por término medio, duran menos de una semana desde su animación.

Clara reprimió el impulso de mirar al techo. No necesitaba que le diera una lección sobre los no muertos. Pero sabía que era mejor no interrumpirlo a media perorata.

—Dado que el último vampiro existente resultó muerto hace dos años, es imposible que ese sujeto —continuó, al tiempo que hacía un gesto hacia el mosaico de huesos que había formado ella— fuera un medio muerto. Se habría podrido hace mucho, mucho tiempo. No tengo una explicación de por qué no hay sangre en la escena, pero no la necesito. Está claro que usted se ha equivocado. Sólo vio la cara del sujeto durante un momento y en unas condiciones pésimas de iluminación. No es necesario que señale lo fácil que resulta hacer una identificación errónea en semejantes circunstancias. Lo que usted afirma es imposible. Y una vez que se elimina lo imposible, lo inverosímil, por improbable que parezca, tiene que ser la verdad. Es lo que solía decir J. Edgar Hoover.

Las cejas de Clara se acercaron la una a la otra. No pudo resistirse a decir lo que dijo a continuación, por mucho que pudiera perjudicarla.

—Eso lo decía Sherlock Holmes.

Fetlock negó con la cabeza y rió.

—No, no, no. La frase famosa de Holmes es «elemental, mi querido Watson».

Clara cerró los ojos. Habría podido echarse a reír a carcajadas si Glauer no hubiera vuelto a tocarle la mandíbula.

—¡Ay! Deja de hacer eso. Señor, necesito hacer el seguimiento de este caso. Sólo permítame realizar algunas pruebas. Es para lo que me contrató usted.

—Setenta y dos horas de permiso de recuperación obligatorio —repuso Fetlock—. Son las normas. Haremos que el departamento del sheriff local venga aquí a recoger las pruebas. Ellos harán los análisis por usted. Si quiere, puedo hacer que le envíen los resultados de sus pesquisas, pero sólo después de que acabe el permiso de recuperación.

—Sí, señor —dijo Clara, incapaz de reprimir un suspiro.

Fetlock se marchó a hablar con la policía estatal. Probablemente para felicitarlos por el trabajo tan bueno que habían hecho al colocar las balizas de carretera a la perfección, según el modelo establecido. Clara ocultó el rostro entre las manos e intentó no llorar.

Glauer le presionó el costado con una mano.

—¡Joder! —chilló Clara, que volvió a erguir el torso—. ¿Es que no has oído lo que he dicho? Me pateó este costado. ¡Y duele!

Glauer no se disculpó, pero sus ojos estaban tan cargados de preocupación que ella no pudo evitar ablandarse. Era un hombre grande, de hombros muy anchos, con un bigote erizado y una boca que parecía un ceño fruncido. Tenía el aspecto exacto de lo que había sido en otros tiempos: el mejor poli de una ciudad que jamás había visto muchos crímenes. Procedía de Gettysburg, un lugar que le debía muchísimo a Laura Caxton. Al igual que la mayoría de la gente que la había conocido, se había visto absorbido por el apasionamiento de ella, por su necesidad imperiosa de destruir a los vampiros. Ahora, al igual que Clara, él continuaba trabajando en el último caso de Caxton, porque ella les había enseñado que no se podía desistir sin más cuando se trataba de vampiros. Que uno no podía abandonar hasta que tuviera la seguridad de que estaban muertos.

Glauer era un buen hombre. Quería a Caxton de una manera muy complicada. Una especie de mezcla de adoración al héroe y reverencia religiosa, lo mismo que algunas personas sienten por los ídolos deportivos. Clara le caía tan bien como si fuera su propia hija, a pesar del hecho de que sólo tenía unos cinco años más que ella.

—Laura solía decirme que si duele, es porque todavía funciona —dijo—. Y si no estás sangrando, aún puedes trabajar.

—También solía decirme a mí que ella y yo estaríamos juntas para siempre, y que yo era más importante que matar a Malvern —puntualizó Clara.

La cara de Glauer no cambió. La Laura Caxton a quien él idolatraba tenía permiso para mentir si eso ayudaba a seguir la pista de más vampiros.

Clara volvió a suspirar.

—Era un medio muerto. Tú me crees, ¿verdad?

Glauer se encogió de hombros.

—Lo bastante como para querer una copia del informe del sheriff. ¿Quieres que te lleve a casa?

—No, todavía tengo el Mazda aparcado allá, en la gasolinera. No quiero dejarlo ahí durante toda la noche. —Se puso trabajosamente de pie. Durante un segundo bajó la mirada hacia los fragmentos de hueso con los que había estado jugando, pero sabía que ya no tenía ningún sentido intentar sacar información de ellos—. Va a joder esta pista —dijo—. Fetlock es bueno en eso.

—Mantiene su gente a salvo. Durante la mayor parte del tiempo. Eso no es lo peor que puede decirse de un jefe de las fuerzas del orden público.

Clara asintió con la cabeza. Eso era verdad.

—Laura Caxton siempre intentaba proteger a la gente. Pero entendía que, a veces, hay que correr riesgos.

Glauer no tenía respuesta para eso.

—Escucha, hablaré con la policía local. Se sintieron muy mal por el hecho de que te atacaran. Ellos deberían haber encontrado a ese tipo al principio, cuando precintaron la tienda. Al parecer, cuando volvieron a entrar, después de que tú salieras a perseguirlo, se encontraron con que en el lavabo habían movido unas placas del techo. El tipo tuvo que estar escondido allí durante todo el tiempo que emplearon en aislar la escena, y después, mientras tú trabajabas. Tal vez pensó que los polis se habían marchado por fin, o quizá simplemente se cansó de esperar.

—Le resultaría mucho más fácil ocultarse allí arriba si era un medio muerto —señaló Clara—. No se les agarrota el cuerpo por pasar todo un día en un espacio estrecho. Ni siquiera respiran, así que si se limitó a estar quieto, no podrían oírlo.

Glauer asintió con la cabeza.

—Al fin han acabado de visionar las grabaciones de seguridad de la tienda. El tipo ese fue quien mató al empleado. Hay imágenes del momento en que entra en la tienda y lo mata a golpes… y luego arranca la cámara de seguridad de la pared. Lo que sucedió después de eso cualquiera lo sabe. Pero no debes sentirte culpable por haberle obligado a cruzar la autopista. Tenemos la prueba de que era el asesino.

Los ojos de Clara se abrieron de par en par. En ningún momento se le había ocurrido sentirse culpable. Laura le había enseñado que no tenía por qué culpabilizarse por matar medio muertos, puesto que eran abominaciones malignas carentes de alma.

Si resultaba que su atacante había sido, como parecía pensar Fetlock, sólo un ser humano corriente…

—Espera un momento —dijo.

Él alzó una ceja.

Clara tenía aquella especie de comezón que sentía cuando las cosas no acababan de cuadrar. Sacudió la cabeza como si así pudiera desprender el misterio.

—Hay… algo raro aquí. Los medio muertos no beben sangre. El tipo al que perseguí fue el asesino, pero en la escena no había ni una gota de sangre.

Glauer frunció el ceño.

—Malvern tiene que haber estado con él. Es probable que ahora no pueda moverse por su cuenta. Ha pasado mucho tiempo desde que bebió la sangre suficiente para poder caminar.

Clara agitó una mano en el aire. Eso ya lo había supuesto ella.

—Vale, vale. Así que la trajo hasta aquí. Mató a la víctima. Ella se bebió su sangre. Todo eso tiene sentido, pero luego ella se marchó. Y él no.

Glauer nunca reaccionaba como ella quería que lo hiciera cuando se sentía inteligente. No se ponía a saltar, ni a reír, ni le decía lo lista que era. Se limitaba a quedarse mirándola a la cara en espera de que ella sacara las conclusiones.

—Malvern se marchó de la tienda, y es probable que no lo hiciera por sus propios medios. Así que eso significa que había otros medio muertos presentes. Se marcharon todos con ella porque los necesitaba para que la transportaran. Pero éste no lo hizo, me refiero al de la sudadera amarilla… Se quedó aquí. No estaba esperando a que se marcharan los polis.

—¿No?

—¡No! Maldición, nos esperaba a nosotros. A mí. Malvern lo dejó en la tienda… le ordenó que se quedara, y que sólo saliera y atacara cuando apareciera yo.

—Interesante… —dijo él.

Ella tuvo ganas de inclinarse hasta quedar casi pegada a la cara de él y chillarle que reaccionara. Que reconociera que aquello era importante. Era la primera vez en años que Malvern dejaba entrever su firma. Era la primera vez que intentaba matarlos desde que había escapado de la prisión. ¿Por qué ahora? ¿Por qué?

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