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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

Tags: #Relato

Yo maté a Kennedy (12 page)

BOOK: Yo maté a Kennedy
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—¿Políticamente?

—Un Kerenski, un Kerenski como una casa.

Se reía con las manos conteniendo tópicamente la recién estrenada tripita.

—Un peligrosísimo Kerenski.

Y seguía riendo. Aproveché su fuera de juego para ligar con la secretaria de embajada que me contó cosas sustanciosas de Wonderful. Por ejemplo: ha abierto cartillas de ahorros a sus cinco nietecitos, hijos de los hijos que no había vuelto a ver desde 1939.

A Kennedy le ha bastado inclinar el cuerpo para que la piedra ni le rozase. Un instante después yo notaba entre mis manos una confusa mezcla de cabello y de nuez aguda, desagradable como la piel muerta de la gallina. En milésimas de segundo he aplicado una llave de judo y el hombre ha saltado por encima de mi cabeza. Sus riñones se han estrellado contra el canto de la acera y su cabeza después ha rebotado contra la rodilla de un policía. Mis manos se han hundido en la pechera del hombre, como las manos de los augures entre las tripas del chivo expiatorio. He acercado a la mía su cara negroide, la profundidad del miedo de sus ojos, el reguero de sudor que descendía hacia sus cejas espesas. Mis nudillos no han acertado con la mejilla y han chocado contra una sien. Después mi puño se ha hundido en la juntura del alto con el bajo vientre y en mi rodilla se ha roto su grito entre un estrépito de dientes y barbilla.

Lo he levantado como a un payaso roto y mi empujón le ha precipitado en la negrura de una furgoneta. El contraste del sol con la fresca oscuridad de la furgoneta era agradable y me he sentado en uno de los bancos laterales con una intensa sensación de relax. El hombre estaba acurrucado en una esquina y nos miraba con y sin miedo, como si vacilara ante la adopción de una actitud definida. Un joven agente le ha pegado una patada en el costillar, pero el capitán Morrison se ha interpuesto.

Al llegar al palacio de las siete galaxias le hemos empujado hasta la entrada de la rampa que conduce al sótano. Sus piernas han resistido la primera parte del declive, pero un nuevo empujón le ha hecho caer y rodar hasta el término de la rampa de hormigón. Después ha quedado derribado en el suelo, bajo el chorro luminoso de una campana verde cenital. Morrison le ha hecho poner boca arriba y después le ha puesto el pie suavemente sobre los genitales. Morrison no sonreía con sadismo. El sadismo lo tenía en la palma de su pie que se hundía o subía alternativamente sobre los aullantes cojones del caído.

Diez minutos después ya sabíamos que era un espontáneo, licenciado en bioquímica por la Universidad de Denver, miembro de una asociación en contra de toda clase de Derechos Civiles porque no creía en esas trampas del capitalismo… Tal vez era homosexual porque cuando otro agente le ha descubierto las nalgas para rompérselas con un vergajo de esqueleto metálico, se ha vuelto hacia nosotros riendo y ha dicho que aquello apestaba a vaselina.

Lady Bird viste de madrastra
,

levanta el polvo de los pasillos
,

atraviesa telarañas con el estoque
,

pinta sus uñas-garfio de lila
,

usa colmillos amarillos
,

riega las petunias con orín de gato ciego
,

aspira el polvo malva de las estrellas perversas
,

agencia cadáveres de niños
,

mete su torpe nariz en las cerraduras

y en mis camisas

cuando ríe se le rompen los pómulos como el cristal

y la sangre le baña las mejillas
,

gotea hasta el suelo

para entonces desaparecer como un presentimiento
.

Cuando los Kennedy están sentados a la mesa se revela la existencia de una galaxia familiar, con sus soles y reglas de traslación. El viejo Joe hace de moderador, papel que muchas veces cede a la madre, Rose, en una graciosa condescendencia de irlandés-americano emancipado. El que tiene prioridad en el uso de la palabra es John y a continuación Robert y Edward; las mujeres pueden pedir turno una vez consumidos los tiempos varoniles. Con motivo del santo del presidente se nos ha permitido asistir a la comida familiar. John ha comido con un hijo sentado en cada rodilla y, sin embargo, no ha apartado los codos de los costados ni los ha apoyado sobre la mesa. Rose, la madre, le miraba llena de orgullo. En cambio, tal vez me equivoque, en cierta ocasión he creído ver un matiz de censura en la mirada que dirigía a Ethel, que se ha permitido rebañar un plato sin la ayuda del tenedor.

Los fotógrafos de Life han filmado casi exclusivamente la tríada formada por el presidente y los dos niños. Cuando han acabado la película, los niños han sido enviados con la nurse y la hierática faz del presidente comensal se ha distendido, como liberado de una intensa preocupación. La locuacidad de Kennedy ha aumentado a partir de este momento y ha hecho media docena de chistes históricos relativamente afortunados. Robert no los reía, los sonreía. En cambio, a Edward le faltaba quijada para morder las carcajadas que se le escapaban. Rose repartía dos miradas, la una, admirativa, la dirigía a su hijo al término de cada chiste; la otra, valorativa, la esparcía entre el grupo de mirones que alternábamos el bocado de tarta helada con la hilaridad filo-presidencial.

Ya con los primeros frescores de la atardecida, John se ha relajado, ha abandonado su espina dorsal al capricho de la ley de la gravedad y de su asiento y se ha dirigido a Robert.

«—A ver, Robert, si tú fueras Presidente y te encontraras con Kruschev, vamos a ver, en Copenhague, por ejemplo… Más claro… en una conferencia cumbre… ¿qué le dirías?»

John miraba de reojo hacia los mirones en espera de sus comentarios faciales ante la respuesta de Robert.

«—Le saludo a usted en nombre del pueblo americano.»

Una salva de aplausos y una monótona salmodia de Edward: muy bien, muy bien, muy bien… Steinbeck le ha dicho algo al oído y Edward se ha corregido inmediatamente:
O Kay O Kay O Kay
(horas después, cuando Truman Capote le ha preguntado el porqué de su queda corrección, Steinbeck ha contestado que la expresión Muy bien… muy bien… era poco popular y un Kennedy
III
debe empezar a cultivar su fisonomía pública).

La fiesta ha terminado con un partido de baloncesto entre hermanos y hermanas Kennedy contra cuñados y cuñadas. Peter Lawford ha llegado justo en el momento de iniciarse el match. Lo ha desembarcado un helicóptero especial y ya venía vestido de baloncestista. Después apenas si ha jugado. En cambio, Sargent Shriver, pese a que le sobran algunos kilos, se ha revelado como un excelente pivote.

Los Kennedy auténticos han ganado por 173 a 19, pero todos han reconocido que ni Jacqueline ni Lawford tenían su día.

Todas las asistentas del Palacio están graduadas en el Converty College, la mejor central de asistentas del hemisferio occidental. Por eso, cuando vi lo compungida que estaba una de ellas y los sollozos entrecortados con que jalonaba la uniforme salmodia de: «No hay derecho… eso al presidente no se le hace…» he temido lo peor. La emotividad de una asistenta del Palacio de las Siete Galaxias es una de las emotividades más controladas de este mundo. Sobre todo desde que una camarera filipina derramó una cafetera hirviente sobre la bragueta del jefe de Estado Mayor. Ocurrió unos días después de la jura presidencial de Kennedy y sólo la invasión de Bahía Cochinos pudo impedir que un golpe de estado militar derribara la democracia americana.

He acelerado mis pasos por el túnel secreto y al llegar a la antesala presidencial he visto cómo Hoover y Altan Dulles cuchicheaban en un rincón. Morrison, el jefe de agentes, se había entregado a la voluntad de un enorme sofá que lo tenía casi engullido. Sus ojos estaban rojos y se estrujaba las manos una vez por minuto. El plan Bowles se ha filtrado. El embajador soviético en Viena ha insinuado a nuestro embajador en aquella capital que era muy posible un conocimiento del plan Bowles por parte de la Unión Soviética. El embajador norteamericano ha inclinado la cabeza por el peso de la sonrisa y le ha felicitado cordialmente.

Kennedy está furioso. Ha mandado azotar a Salinger para aplacar algo sus furias. No porque Salinger tenga algo que ver con la filtración, sino porque Salinger es el único masoquista de todo el
trust
. Lo peor ha sido la nueva muestra de mezquindad soviética que ha dado la agencia Tass al divulgar un resumen del plan. De buena mañana, Kennedy ha llamado al embajador soviético y le ha vociferado una protesta más que enérgica. El embajador ha dicho que su país se había movido en aras del espíritu del mutuo entendimiento y que en la comprensión de las dificultades que plantearía la publicación del plan por parte de Estados Unidos, ha preferido adelantar acontecimientos. Kennedy le ha llamado cínico y el embajador ha contestado que el presidente confundía el cinismo con la dialéctica.

La cuestión es que el resumen del plan ha aparecido en el New York Times de esta mañana, y que antes de las once ya había cola de embajadores ante el palacio, en demanda de explicaciones sobre las repercusiones del plan en sus países respectivos. El plan Bowles es una traducción estratégico-política de la filosofía de Sylvester. Se trata de un intento de racionalización político-económica a escala universal, con una vigencia posible de cien años, con un cálculo bastante perfecto de toda la posible evolución político-económica de la Tierra. Ante todo, el plan presupone un reparto de la galaxia en la siguiente proporción: 55 por 100, Estados Unidos; 40 por 100, la URSS; 5 por 100 a repartir entre Alemania, Inglaterra, Francia, Japón, China Comunista, Canadá y Australia. En cuanto a la tierra, la reestructuración de las zonas de influencia no se ha detenido esta vez en un simple reparto político. Estados Unidos propone además una distribución de funciones en relación a una bipolaridad económica evidente: el campo socialista y el capitalista. Dentro de cada uno de esos campos, pero en especial dentro del campo capitalista, el plan Bowles ya prefigura una ordenación racional de cada economía nacional en relación a un mercado unitario internacional identificado con la zona de influencia. Así España, por ejemplo. Según el plan Bowles, España estará dividida en dos zonas fundamentales.

1ª España sin periferia. Una especie de círculo central dedicado a la producción de determinados productos agrícolas, a saber: coles, berzas, boniatos, judías, garbanzos, avena, rábanos, lechuga, coliflor y tomate (rigurosamente prohibida la producción de laurel, por ejemplo, debido a que Grecia goza de esa concesión en régimen de monocultivo).

2ª Periferia de España. Dedicada al Turismo, las Artes y las Letras. Casi toda la población española que no se haya destinado a la repoblación de la luna, deberá someterse a planes de estudios muy severos para cubrir los puestos de trabajo que corresponden a la división. Un mínimo destinado a la agricultura, ya que se prevé una total mecanización del campo. Un sector importante de población se dedicará a las artes y a las letras, siempre y cuando sean artes y letras aplicadas. Podrán escribir en castellano si se trata de literatura de consumo interior, pero el inglés será obligatorio en caso de ser literatura de consumo zonal. Finalmente, el tercer sector de población se dedicará a profesiones relacionadas con la hostelería: desde camareros hasta limpiabotas, más un cuerpo especial femenino destinado al Patrullaje Sexual de Costas, de uso exclusivo de los demandantes de turismo.

Planes similares afectan a todas las naciones del mundo y los embajadores han acudido al Palacio a discutir punto por punto todo cuanto afecta a sus países respectivos. Ha habido nuncios especialmente afortunados. El embajador sueco ha conseguido que el cupo de producción de tenedores de acero inoxidable se haya visto aumentado y, además, Kennedy le ha prometido estudiar con cariño su propuesta de que a Suecia corresponda la fabricación de todos los saleros de mesa de la zona capitalista. Otros han sido muy desafortunados en su gestión. El embajador irlandés, que ha entrado muy sonriente y palmeado la espalda de Kennedy, mientras decía:

—…John, ¿es cierto que quieres convertirnos en un país de católicos y pastores?…

…Ha salido de la audiencia con la punta de los hombros superando la altura de la cabeza. Kennedy no sólo ha mantenido la solución irlandesa del plan Bowles sino que además, en castigo por el desenfado del embajador, les desecará el lago Shanon. Más de un comentarista exterior ha pronosticado un conflicto armado entre Estados Unidos e Irlanda. Fuentes generalmente dignas de crédito informan de que el presidente De Valera ha encargado diez frases históricas a un especialista español. Éste le ha proporcionado una lista de trescientas dieciocho y De Valera ha seleccionado las siguientes:

1ª Dios hizo antes al último irlandés que al primer americano.

2ª Lucharemos por una Irlanda exacta, verde y libre.

3ª América para los Estados Unidos, pero Irlanda para los irlandeses.

4ª La dignidad de un pueblo no se mide por su fuerza de agresión sino por su capacidad de resistencia moral.

5ª (Variante.) La dignidad de un pueblo no se mide por su renta nacional per cápita, sino por la cantidad de valores eternos per cápita.

6ª Hay un salvajismo peor que el prehistórico. Es el salvajismo de los pueblos que no han sabido asumir su propia Historia.

7ª Irlanda será lacustre o no será.

8ª Que cada niño irlandés se convierta en un testigo de la agresión. Y que no la olvide (esta frase ha sido muy elogiosamente comentada por el poeta chino Has-Hua-Pyu, de la dinastía Ming).

9ª Que vengan los americanos. Nosotros no nos iremos.

10ª Dios nos libre de nuestros amigos, que nosotros ya nos cuidaremos de nuestros enemigos (plagio evidente de la frase con que el Che Guevara liquida su polémica con Bettelheim).

Ante la magnitud del desafío irlandés, el presidente Kennedy se ha apresurado a enviar un obsequio a De Valera y la promesa explícita de que el Shanon no sería desecado. De Valera ha encargado inmediatamente una frase de agradecimiento a Francois Mauriac y a vuelta de correo ha recibido la que a su vez ha remitido a Kennedy:

Aunque tú por modestia no lo creas
,

las flores en tu sien parecen feas
.

Morrison me ha llevado a una reunión de la John Birch Society. Iba a ser una reunión fascinante, me adelantó, porque se planteaba el debate de si Goldwater podía competir con Kennedy en las elecciones de 1964 con alguna garantía de éxito. En un saloncito marrón, lleno de sillas de tijeras sucias enfrentadas a una tarima sobre la que pendía una lámpara verde, las gentes más conscientes de Washington cruzaban las últimas palabras y cuchicheos antes de que los conferenciantes iniciaran el debate. Yo tenía mis bolsillos y mis manos llenos de folletos:
The Blue Book, The life of John Birch, Colour, Communism and Common Sense, American Oppinion, None are call it Treason, Towards a Socialist America
. Tres oradores sermoneantes se han declarado antipacifistas y han citado a Lenin para demostrar que el pacifismo aliado con la subversión constituyen las termitas de Occidente. En éstas la puerta se ha abierto para que entrara, con una plena conciencia de que estaba entrando, un enorme supermán con sombrero tejano y el habano de rigor. Es míster H, me ha susurrado Morrison con expectación y respeto. Mister H se ha sentado a nuestro lado y con un ademán ha invitado a los silenciados oradores a que prosiguieran su exposición. He respirado profundamente por si percibía efluvios de petróleo dispersados por los rincones del cuerpo de míster H. Pero olía a la más cara lavanda del mercado. Llevaba desodorante hasta en las uñas.

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