Vuelo final (60 page)

Read Vuelo final Online

Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

BOOK: Vuelo final
13.54Mb size Format: txt, pdf, ePub

Karen inclinó el Hornet Moth hacia la derecha.

—Mira a tu izquierda —dijo. Harald no pudo ver nada. Karen inclinó el avión en la otra dirección, y miró por su ventana—. Tenemos que vigilar todos los ángulos —le explicó. Harald reparó en que estaba empezando a quedarse ronca con todo aquel constante gritar para hacerse oír por encima del ruido del motor.

El Messerschmitt apareció delante de ellos.

Salió de la nube a medio kilómetro enfrente del Hornet Moth, tenuemente revelado por la claridad lunar reflejada del suelo, y empezó a alejarse.

—¡Máxima potencia! — gritó Karen.

Pero Harald ya lo había hecho, y Karen se apresuró a tirar de la palanca para elevar el morro del aparato.

—Quizá ni siquiera nos ha visto —dijo Harald con optimismo, pero sus esperanzas se vieron desmentidas de inmediato cuando el caza alemán ejecutó un brusco viraje.

El Hornet Moth tardó varios segundos en responder a los controles. Finalmente empezaron a subir hacia la nube. El caza vino hacia ellos en un gran círculo y se elevó rápidamente para seguir su ascensión. Tan pronto como los tuvo enfilados, empezó a disparar.

Un instante después el Hornet Moth se encontró dentro de la nube.

Karen cambió de dirección inmediatamente. Harald soltó un grito de triunfo.

—¡Hemos vuelto a despistarlo! — dijo. Pero el miedo que estaba tratando de ocultar confirió un tono quebradizo al tono de triunfo que había en su voz.

Siguieron subiendo a través de la nube. Cuando la luna empezó a iluminar la neblina que giraba alrededor de ellos, Harald comprendió que se encontraban muy cerca del final de la capa de nubes.

—Reduce la válvula —dijo Karen—. Tendremos que mantenernos dentro de la nube todo el tiempo que podamos. — El avión se niveló—. Vigila ese indicador de velocidad —dijo—. Asegúrate de que no estoy ascendiendo o bajando.

—De acuerdo —dijo Harald, comprobando también el altímetro y viendo que se encontraban a 1.740 metros del suelo.

Entonces el Messerschsmitt apareció a solo unos metros de distancia de ellos.

Volando ligeramente por debajo del Hornet Moth y un poco hacia la derecha, seguía un curso que lo llevaría a cruzar el suyo. Durante una fracción de segundo, Harald vio el rostro aterrorizado del piloto alemán, con su boca abriéndose en un grito de horror. Todos se hallaban a un centímetro de la muerte. El ala del caza pasó por debajo del Hornet Moth, esquivando el tren de aterrizaje por un pelo.

Harald pisó el pedal izquierdo del control de dirección y Karen tiró de la palanca, pero el caza ya se había esfumado.

—Dios mío, hemos estado cerca… —dijo Karen.

Harald contempló la nube que se arremolinaba ante ellos, esperando ver aparecer el Messerchsmitt. Transcurrió un minuto, y luego otro.

—Creo que él estaba tan asustado como nosotros —dijo Karen.

—¿Qué piensas que hará?

—Volará por encima y por debajo de la nube durante un rato, con la esperanza de que volvamos a aparecer. Con un poco de suerte, nuestros cursos irán divergiendo y lo perderemos.

Harald comprobó la brújula.

—Estamos yendo hacia el norte —dijo.

—Me salí del curso con todo ese esquivar —dijo Karen.

Inclinó el avión hacia la izquierda, y Harald la ayudó con el timón de dirección. Cuando la brújula marcó cincuenta y dos, dijo: «Ya es suficiente», y Karen niveló el avión. Salieron de la nube. Ambos escrutaron el cielo mirando en todas direcciones, pero no había ningún otro avión.

—Me siento tan cansada… —dijo Karen.

—No me sorprende. Deja que tome el control y descansa un rato.

—No quites la vista de encima a los diales —le advirtió Karen—. Vigila el indicador de velocidad aérea, el altímetro, la brújula, la presión del aceite y el indicador del combustible. Cuando estás volando, se supone que debes estar pendiente de los instrumentos en todo momento.

—De acuerdo.

Harald se obligó a mirar el salpicadero cada par de minutos y descubrió, en contra de lo que le decían sus instintos, que el avión no se precipitaba al suelo tan pronto como él hacía tal cosa.

—Ahora debemos de estar sobre Jutlandia —dijo Karen—. Me pregunto hasta dónde nos habremos desviado en dirección norte.

—¿Cómo podemos saberlo?

—Tendremos que volar bajo mientras pasamos por encima de la costa. Deberíamos poder identificar algunos accidentes del terreno y establecer nuestra posición en el mapa.

La luna ya estaba bastante baja en el horizonte. Harald consultó su reloj y se asombró al ver que llevaban casi dos horas volando. Parecían unos cuantos minutos.

—Echemos un vistazo —dijo Karen pasado un rato—. Reduce las revoluciones a mil cuatrocientos y baja el morro. — Encontró el atlas y lo estudió a la luz de la linterna—. Tendremos que descender un poco más —dijo—. No puedo ver suficientemente bien.

Harald llevó el avión a los novecientos metros de altitud primero, y a los seiscientos después. La luna permitía ver el suelo, pero no había ningún elemento que pudiera distinguirse, solo campos. Entonces Karen dijo:

—Mira eso de ahí delante. ¿Es una ciudad?

Harald miró hacia abajo. Costaba saberlo. No había luces debido al oscurecimiento, que había sido impuesto precisamente para hacer que las poblaciones resultaran más difíciles de distinguir desde el aire. Pero el suelo visto bajo la luna ciertamente parecía tener una textura distinta por delante de ellos.

De pronto, unas lucecitas que ardían con un intenso resplandor empezaron a aparecer en el aire.

—¿Qué demonios les eso? — chilló Karen. ¿Estaría alguien lanzando fuegos artificiales al Hornet Moth? Los fuegos artificiales habían sido prohibidos después de la invasión.

—Nunca he visto balas trazadoras, pero… —dijo Karen.

—Mierda, ¿eso es lo que son?

Sin esperar instrucciones, Harald empujó la palanca de control hasta el límite y subió el morro para ganar altitud. Mientras lo hacía, los haces de unos reflectores surcaron el cielo. Hubo un súbito estruendo y algo estalló cerca de ellos.

—¿Qué ha sido eso? — gritó Karen.

—Creo que debe de haber sido un proyectil antiaéreo.

—¿Alguien está disparando contra nosotros?

De pronto Harald comprendió dónde se encontraban.

—¡Eso debe de ser Morlunde! ¡Estamos justo encima de las defensas portuarias!

—¡Vira!

Harald inclinó el avión.

—No subas demasiado deprisa —dijo Karen—. Se te calaría el motor.

Otro proyectil antiaéreo hizo explosión cerca de ellos. Los haces de los reflectores hendían la oscuridad alrededor del Hornet Moth, y Harald sintió como si estuviera haciéndolo subir con la fuerza de su voluntad.

Ejecutaron un viraje de ciento ochenta grados. Harald niveló el avión y continuó subiendo. Otro proyectil antiaéreo estalló, pero aquel ya lo hizo detrás de ellos. Harald empezó a tener la sensación de que aún podrían sobrevivir.

Las defensas dejaron de disparar. Harald volvió a virar, retomando su curso original y sin dejar de subir.

Un minuto después pasaron por encima de la costa.

—Estamos dejando atrás tierra firme —dijo.

Karen no dijo nada, y Harald se volvió para ver que tenía los ojos cerrados.

Contempló la costa que iba desapareciendo detrás de él bajo la luz de la luna.

—Me pregunto si volveremos a ver Dinamarca… murmuró.

33

La luna se puso, pero durante un rato el cielo estuvo libre de nubes y Harald pudo ver las estrellas. Agradeció su presencia, ya que eran la única manera en que podía distinguir el arriba del abajo. El motor producía un tranquilizador rugido constante. Harald estaba volando a mil quinientos metros de altura a una velocidad de ochenta nudos. Había menos turbulencia de la que recordaba en su primer vuelo, y se preguntó si eso era debido a que se hallaba encima del mar, o porque era de noche, o a causa de ambas cosas. Iba comprobando su curso mediante la brújula, pero no sabía hasta qué punto el Hornet Moth podía ser desviado de él por el viento.

Apartó la mano de la palanca de control y tocó la cara de Karen. Su mejilla estaba ardiendo. Harald ajustó los controles para que el avión volara nivelado y siguiendo su curso, y luego sacó una botella de agua del compartimiento que había debajo del salpicadero. Se echó un poco de agua en la mano y mojó la frente de Karen con ella para refrescarla. Karen respiraba normalmente, aunque su aliento estaba caliente en la mano de Harald. Parecía haberse sumido en un sueño febril.

Cuando volvió a centrar su atención en el mundo exterior, Harald vio que estaba amaneciendo. Consultó su reloj: pasaba un minuto escaso de las tres de la madrugada. Tenían que estar a medio camino de Inglaterra.

La tenue claridad le permitió divisar una nube delante de él. No parecía tener ni principio ni final, así que Harald se internó en ella. También había lluvia, y el agua permanecía encima del parabrisas. A diferencia de un coche, el Hornet Moth no disponía de limpiaparabrisas.

Se acordó de lo que había dicho Karen acerca de la desorientación, y decidió no hacer nada sin pensárselo dos veces antes. Sin embargo, el contemplar constantemente la nada que se arremolinaba a su alrededor resultaba extrañamente hipnótico. Deseó poder hablar con Karen, pero le parecía que ella necesitaba dormir un poco después de todo lo que había tenido que soportar. Harald perdió toda noción del paso del tiempo. Empezó a imaginarse formas en las nubes. Vio la cabeza de un caballo, el capó de un Lincoln Continental, y el rostro bigotudo de Neptuno. Delante de él, a las once y unos metros por debajo del avión, vio una embarcación de pesca, con marineros que alzaban la mirada hacia él desde la cubierta para contemplarlo con asombro.

Harald comprendió que aquello no era ninguna ilusión, y volvió a ser consciente de lo que le rodeaba. La niebla se había despejado y estaba viendo una embarcación de verdad. Consultó el altímetro: Las dos agujas señalaban hacia arriba. Estaba volando al nivel del mar. Había perdido altitud sin darse cuenta.

Tiró instintivamente de la palanca elevando el morro del avión, pero mientras lo hacía oyó dentro de su cabeza la voz de Karen diciendo: «Pero nunca subas el morro demasiado bruscamente, o calarás el motor. Eso quiere decir que pierdes sustentación, y entonces el avión se cae». Harald reparó en lo que había hecho y recordó cómo corregirlo, pero no estaba seguro de que fuera a tener tiempo para ello. El avión ya estaba perdiendo altitud. Harald bajó el morro del Hornet Moth y empujó la palanca de la válvula poniéndola al máximo. Cuando pasó junto a la embarcación de pesca, el Hornet Moth volaba a la altura de esta. Harald decidió correr el riesgo de elevar el morro una fracción más. Esperó a que las ruedas chocaran con las olas. El avión siguió volando. Harald elevó el morro un poquito más y se atrevió a lanzar una rápida mirada al altímetro. Estaba subiendo, Harald exhaló un prolongado suspiro.

—Presta atención, idiota —dijo en voz alta—. Mantente despierto.

Continuó subiendo. La nube se disipó, y Harald se encontró entrando en una despejada mañana. Consultó su reloj. Eran las cuatro de la madrugada. El sol estaba a punto de salir. Mirando hacia arriba a través del techo transparente de la cabina, Harald pudo ver la Estrella Polar a su derecha. Aquello quería decir que su brújula no mentía, y que el Hornet Moth seguía yendo hacia el oeste.

Temiendo aproximarse demasiado al mar, Harald estuvo subiendo durante media hora. La temperatura bajó, y el aire frío entraba por la ventana que Harald había desprendido del marco para instalar su conducto de combustible improvisado. Se envolvió en la manta para que le diera calor. Se disponía a nivelar el avión a los tres mil metros de altitud cuando el motor tosió.

Al principio no se le ocurrió qué podía ser aquel ruido. El estruendo del motor llevaba tantas horas manteniéndose constante que Harald había dejado de oírlo.

Entonces el ruido volvió a sonar, y Harald comprendió que el motor tenía problemas.

Sintió como si su corazón hubiese dejado de latir. Se hallaba a unos trescientos kilómetros de tierra firme yendo en cualquier dirección. Si el motor fallaba ahora, tendría que bajar al mar.

El motor volvió a toser.

—¡Karen! — gritó—. ¡Despierta!

Karen siguió durmiendo. Harald apartó la mano de la palanca y le sacudió el hombro.

—¡Karen!

Los ojos de Karen se abrieron. El sueño parecía haberle sentado bien y se la veía más tranquila y no tan sonrojada como antes, pero una expresión de miedo ensombreció su rostro tan pronto como oyó el motor.

—¿Qué sucede?

—¡No lo sé!

—¿Dónde estamos?

—A kilómetros de cualquier sitio.

El motor seguía tosiendo.

—Puede que tengamos que amerizar —dijo Karen—. ¿Cuál es nuestra altitud?

—Trescientos metros.

—¿La válvula está abierta al máximo?

—Sí, yo estaba subiendo.

—Ese es el problema. Hazla retroceder hacia la mitad.

Harald tiró de la palanca de la válvula.

—Cuando la válvula está abierta al máximo —dijo Karen—, el motor absorbe mucho más aire de fuera que del interior, por lo que ese aire está más frío. A esta altitud, el aire ya se encuentra lo bastante frío para formar hielo en el carburador.

—¿Qué podemos hacer?

—Bajar. — Sujetó la palanca y la empujó hacia delante—. La temperatura del aire debería ir subiendo a medida que descendemos, y el hielo se derretirá… pasado un tiempo.

—Si no lo hace…

—Mira a ver si hay alguna embarcación. Si caemos cerca de una, puede que nos rescaten.

Harald escrutó el mar de uno a otro confín del horizonte, pero no pudo ver ninguna embarcación.

Con el motor fallando disponían de muy poca impulsión, y empezaron a perder altura rápidamente. Harald sacó el hacha del compartimiento, preparado para poner en práctica su plan de cortar un ala para utilizarla como flotador. Metió las botellas de agua dentro de los bolsillos de su chaqueta. No sabía si sobrevivirían en el mar durante el tiempo suficiente para morir de sed.

Siguió mirando el altímetro. Bajaron hasta los trescientos metros, y luego hasta los ciento cincuenta. El mar parecía muy frío y negro. Seguía sin haber ninguna embarcación a la vista.

Una extraña calma se adueñó de Harald.

—Me parece que vamos a morir —dijo—. Siento haberte metido en esto.

—Todavía no estamos acabados —dijo Karen—. Mira a ver si puedes darme unas cuantas revoluciones más para que el impacto con el agua no sea demasiado violento.

Other books

Faerykin by Gia Blue
Highlander's Guardian by Joanne Wadsworth
Fires of the Faithful by Naomi Kritzer
Triple Dare by Regina Kyle
Wilderness by Roddy Doyle
Current Impressions by Kelly Risser