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Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

Vuelo final (28 page)

BOOK: Vuelo final
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Después de un brillante comienzo, el caso parecía haber entrado en un callejón sin salida.

El pequeño triunfo de la semana había sido la humillación del hermano de Arne, Harald. No obstante, Peter estaba seguro de que Harald no se hallaba involucrado en ninguna labor de espionaje. Un hombre que estaba arriesgando su vida haciendo de espía no se dedicaba a pintar eslóganes ridículos.

Peter estaba preguntándose hacia dónde debía dirigir la investigación cuando llamaron a la puerta.

Volvió la mirada hacia el reloj que había encima de la chimenea. Eran las diez y media, no escandalosamente tarde pero aun así una hora poco habitual para una visita inesperada. La persona que venía a verlo no se sorprendería de encontrarlo en pijama. Peter fue al vestíbulo y abrió la puerta. Tilde Jespersen estaba esperando ante ella, con una boina azul celeste inclinada sobre sus rubios cabellos.

—Ha habido una novedad —le dijo—. He pensado que deberíamos comentarla.

—Claro. Entra. Tendrás que disculpar mi aspecto.

Tilde contempló el dibujo de su pijama con una sonrisa.

—Elefantes —dijo mientras entraba en la sala de estar—. Nunca lo hubiese adivinado.

Peter se sintió un poco incómodo y deseó haberse puesto un albornoz, aunque hacía demasiado calor para ello. Tilde se sentó.

—¿Dónde está Inge?

—En la cama. ¿Te apetece un poco de aquavit?

—Gracias.

Peter cogió un vaso limpio y sirvió aquavit para los dos.

Tilde cruzó las piernas. Sus rodillas eran redondas y sus pantorrillas regordetas, muy distintas de las esbeltas piernas de Inge.

—Arne Olufsen compró un billete para el transbordador Bornholm de mañana.

Peter se quedó inmóvil con el vaso a medio camino de sus labios.

—Bornholm —murmuró.

La isla de veraneo danesa quedaba tentadoramente próxima a la costa sueca. ¿Podría ser aquello el progreso en la investigación que él había estado esperando?

Tilde cogió un cigarrillo y Peter se lo encendió. Soplando el humo, ella dijo:

—Naturalmente, podría ser que le debieran algún permiso y solo haya decidido tomarse unas pequeñas vacaciones…

—Desde luego. Por otra parte, podría estar planeando huir a Suecia.

—Eso es lo que pensaba yo.

Peter terminó su bebida con un satisfactorio trago.

—¿Quién está con él ahora?

—Dresler. Me relevó hace quince minutos, y vine directamente aquí.

Peter se obligó a ser escéptico. En una investigación siempre resultaba demasiado fácil dejarse engañar por los deseos.

—¿Por qué iba a querer Olufsen marcharse del país?

—Podría estar asustado por lo que le ha ocurrido a Poul Kirke.

—No se ha estado comportando como si estuviera asustado. Hasta el día de hoy ha estado haciendo su trabajo, aparentemente sin ningún temor.

—Quizá se ha dado cuenta de que lo estaban vigilando.

Peter asintió.

—Tarde o temprano siempre lo hacen.

—También podría ir a Bornholm para espiar. Los británicos podrían haberle ordenado que fuese allí.

Peter puso cara de duda.

—¿Qué hay en Bornholm?

Tilde se encogió de hombros.

—Puede que esa sea la cuestión a la que quieren encontrar respuesta los británicos. O quizá se trate de una cita. Recuerda que si Olufsen puede ir desde Bornholm hasta Suecia, el viaje en el otro sentido probablemente resulte igual de fácil.

—Sí, en eso tienes razón. — Tilde sabía pensar con mucha claridad, reflexionó Peter. Nunca perdía de vista ninguna de las distintas posibilidades. Contempló su inteligente rostro y sus límpidos ojos azules. Observó su boca mientras hablaba.

Ella no pareció darse cuenta del escrutinio al que la estaba sometiendo Peter.

—La muerte de Kirke probablemente rompió su línea normal de comunicación. Esto podría ser un plan de reserva para las situaciones de emergencia.

—No estoy del todo convencido…, pero solo hay una manera de averiguarlo.

—¿Continuar siguiendo a Olufsen?

—Sí. Dile a Dresler que suba al transbordador con él.

—Olufsen tiene una bicicleta. ¿Le digo a Dresler que coja una?

—Sí. Luego compra dos billetes para el vuelo de mañana a Bornholm. Llegaremos allí antes que él.

Tilde apagó su cigarrillo y se levantó.

—De acuerdo.

Peter no quería que se fuera. El aquavit le calentaba el estómago, se sentía relajado y estaba disfrutando del hecho de tener a una mujer atractiva con la que hablar. Pero no se le ocurría ninguna excusa con la que retenerla.

La siguió al vestíbulo.

—Te veré en el aeropuerto —dijo ella.

—Sí. — Peter puso la mano en el pomo de la puerta, pero no la abrió—. Tilde…

Ella lo miró con una tranquila indiferencia.

—¿Sí?

—Gracias por todo esto. Buen trabajo.

Tilde le rozó la mejilla con los dedos.

—Que duermas bien —dijo, pero no se fue.

Peter la miró. La sombra de una sonrisa rozaba las comisuras de los labios de Tilde, pero Peter no supo si era invitadora o burlona. Se inclinó hacia adelante, y de pronto se encontró besándola.

Ella le devolvió el beso con una intensa pasión. Peter fue cogido por sorpresa. Tilde atrajo su cabeza hacia la de ella y le metió la lengua en la boca. Pasado un momento de perplejidad, Peter respondió al beso. Puso la mano encima de su suave pecho y se lo apretó apasionadamente. Tilde dejó escapar un sonido ahogado, y pegó las caderas a su cuerpo.

Entonces Peter vio un movimiento por el rabillo del ojo. Interrumpió el beso y volvió la cabeza.

Inge estaba de pie en la puerta del dormitorio, como un fantasma, con su blanco camisón. Su rostro lucía su perpetua expresión vacía, pero los estaba mirando directamente. Peter se oyó emitir un ruido que sonaba como un sollozo.

Tilde se liberó de su abrazo. Peter se volvió para hablarle, pero las palabras no acudieron a sus labios. Tilde abrió la puerta del apartamento y salió fuera. En un abrir y cerrar de ojos había desaparecido.

La puerta se cerró con un golpe seco.

El vuelo diario de Copenhague a Bornholm era llevado a cabo por la aerolínea danesa, la DDL. Despegaba a las nueve de la mañana y duraba una hora. El avión tomaba tierra en una pista a cosa de un kilómetro y medio de la principal población de Bomhohn, Ronne. Peter y Tilde fueron recibidos por el jefe de policía local, quien les dejó prestado un coche tan solemnemente como si estuviera confiándoles las joyas reales.

Fueron hasta Ronne en el coche. Era una población tranquila y apacible, con más caballos que vehículos de motor. Las casas, la mitad de ellas de madera, estaban pintadas con colores sorprendentemente intensos: mostaza oscura, rosa terracota, verde bosque y rojo óxido. Dos soldados alemanes estaban fumando y charlando con los transeúntes en la plaza central. Desde la plaza, una calle adoquinada bajaba hacia el puerto. Había una torpedera de la Kriegsmarine atracada en él, con un grupo de muchachos contemplándola desde la dársena. Peter enseguida localizó la estación del transbordador que, ubicada justo enfrente de la aduana de ladrillos, era el edificio más grande de toda la población.

Peter y Tilde dieron una vuelta por Ronne en el coche para familiarizarse con las calles; por la tarde regresaron al puerto para esperar la llegada del transbordador. Ninguno de los dos mencionó el beso de la noche anterior, pero Peter era intensamente consciente de la presencia física de Tilde: aquel escurridizo perfume floral, sus ojos azules siempre alerta, la boca que lo había besado con tan apremiante pasión. Al mismo tiempo, no paraba de recordar a Inge inmóvil en la puerta de su dormitorio, con su blanco rostro carente de expresión constituyendo un reproche más terrible que cualquier acusación explícita.

—Espero que estemos en lo cierto y Arne sea un espía —dijo Tilde mientras el transbordador entraba en el puerto.

—¿No has perdido el entusiasmo por este trabajo?

La réplica de ella fue bastante seca.

—¿Qué te hace decir eso?

—La discusión que mantuvimos acerca de los judíos.

—Oh, eso. — Tilde le quitó importancia con un encogimiento de hombros—. Tenías razón, ¿no? Lo demostraste. Registramos la sinagoga y eso nos condujo hasta Gammel.

—En ese caso, me preguntaba si la muerte de Kirke no podía haber sido demasiado horrible…

—Mi marido murió —replicó ella—. No me importa ver morir criminales.

Tilde era todavía más dura de lo que él había pensado. Peter ocultó una sonrisa de satisfacción.

—Así que seguirás en la policía.

—No veo ningún otro futuro. Además, podría ser la primera mujer que fuera ascendida a sargento.

Peter dudaba que eso llegara a ocurrir jamás. Dicho ascenso supondría que los hombres recibirían órdenes de una mujer, y aquello parecía totalmente imposible. Pero no lo dijo.

—Braun prácticamente me prometió el ascenso si consigo atrapar a esa red de espionaje.

—¿El ascenso a qué?

—A jefe del departamento. El trabajo que hace Juel.

Y un hombre que fuera jefe del departamento a los treinta muy bien podía terminar siendo jefe de toda la policía de Copenhague, pensó Peter. Su corazón empezó a latir más deprisa mientras imaginaba las estrictas normas que impondría con el respaldo de lo nazis.

Tilde le sonrió cálidamente. Poniéndole una mano en el brazo, dijo:

—Entonces más valdrá que nos aseguremos de que los cogemos todos.

El transbordador atracó y los pasajeros empezaron a desembarcar.

—Conoces a Arne desde la infancia —dijo Tilde mientras las veían bajar de la embarcación—. ¿Es el tipo de hombre apropiado para el espionaje?

—Tendría que decir que no —replicó Peter con voz pensativa—. Arne es demasiado inconsciente.

—Oh —dijo Tilde, y su expresión se volvió un poco sombrío.

—De hecho, podría haberlo descartado como sospechoso de no, ser por su prometida inglesa.

El rostro de Tilde se iluminó.

—Eso lo coloca justo en el centro de la imagen.

—No sé si todavía están comprometidos. Ella salió huyendo para Inglaterra en cuanto vinieron los alemanes. Pero la mera posibilidad es suficiente.

Unos cien pasajeros bajaron del transbordador, algunos a pie, un puñado en coches y muchos con bicicletas. La isla sólo medía unos cuarenta kilómetros de un extremo a otro, y la bicicleta era la manera más cómoda de desplazarse por ella.

—Allí —dijo Tilde, señalando con el dedo.

Peter vio desembarcar a Arne Olufsen, vistiendo su uniforme del ejército y empujando su bicicleta.

—Pero ¿dónde está Dresler?

—Cuatro personas más atrás.

—Ya lo veo. — Peter se puso unas gafas de sol y se caló el sombrero, luego puso en marcha el motor. Arne subió pedaleando por la calle adoquinada hacia el centro de la población, y Dresler hizo lo mismo. Peter y Tilde los siguieron lentamente en el coche.

Arne salió de Ronne en dirección al norte. Peter empezó a sentirse demasiado visible. Había muy pocos coches más en las carreteras, y tenía que conducir despacio para no adelantar a las bicicletas. No tardó en verse obligado a quedarse rezagado hasta perderse de vista por miedo a que se fijaran en él. Pasados unos minutos, aceleró hasta divisar a Dresler, y luego volvió a reducir la velocidad. Dos soldados alemanes los adelantaron en una motocicleta con sidecar, y Peter deseó haber tomado prestada una moto en vez de un coche.

Cuando se encontraron a unos cuantos kilómetros de la población, ya eran las únicas personas que había en la carretera.

—Esto es imposible —dijo Tilde con nerviosa preocupación—. Tendrá que vernos.

Peter asintió. Tilde tenía razón, pero entonces un nuevo pensamiento le pasó por la cabeza.

—Y cuando lo haga, su reacción será altamente reveladora.

Tilde le lanzó una mirada interrogativa, pero Peter no le explicó lo que había querido decir con eso.

Aumentó la velocidad. Al doblar una curva, vio a Dresler agazapado entre los matorrales junto a la carretera y, cien metros más adelante, a Arne fumando un cigarrillo sentado en lo alto de un pequeño muro. Peter no tuvo más opción que pasar de largo. Siguió conduciendo otro kilómetro y luego se metió en el sendero de una granja.

—¿Estaba comprobando si lo seguíamos, o solo descansaba un rato? — dijo Tilde.

Peter se encogió de hombros.

Unos minutos después Arne pasó en su bicicleta, seguido por Dresler. Peter volvió a la carretera.

La luz del día se estaba desvaneciendo. Cinco kilómetros más adelante, llegaron a una encrucijada. Dresler se había detenido allí y estaba poniendo cara de perplejidad.

No había ni rastro de Arne.

Dresler fue a la ventanilla del coche con signos de estar muy preocupado.

—Lo siento, jefe. De pronto empezó a pedalear como un loco y me dejó atrás. Lo perdí de vista, y no sé qué dirección tomó en la encrucijada.

—Oh, maldición —dijo Tilde—. Tiene que haberlo planeado. Es obvio que conoce los caminos.

—Lo siento —volvió a decir Dresler.

—Ya podemos decir adiós a tu ascenso… y al mío —murmuró Tilde.

—No estés tan segura —dijo Peter—. Esto es una buena noticia.

Tilde se quedó atónita.

—¿Qué quieres decir?

—Si un hombre inocente piensa que lo están siguiendo, ¿qué hace? Se detiene, da media vuelta y dice: «¿Qué diablos se cree que está haciendo usted, siguiéndome a todas partes?». Solo un culpable se quita de encima deliberadamente a un equipo de vigilancia. ¿Es que no lo ves? Esto quiere decir que estábamos en lo cierto: Arne Olufsen es un espía.

—Pero lo hemos perdido.

—Oh, no te preocupes. Volveremos a dar con él.

Pasaron la noche en un hotel de la costa con un cuarto de baño al final de cada pasillo. A medianoche, Peter se puso un albornoz encima de su pijama y llamó a la puerta de la habitación de Tilde.

—Entra —dijo ella.

Peter entró. Tilde estaba sentada en la cama individual, vestid, con un camisón de seda azul claro y leyendo una novela norteamericana titulada
Lo que el viento se llevó
.

—No preguntaste quién estaba en la puerta —dijo Peter.

—Ya sabía quién era.

La mente de detective de Peter reparó en que Tilde llevaba lápiz de labios, se había cepillado cuidadosamente los cabellos y el perfume a flores flotaba en el aire, como si se hubiera arreglado para una cita. Le besó los labios, y ella le acarició la nuca. Pasados unos instantes Peter volvió la mirada hacia la puerta, para asegurarse de que la había cerrado.

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