—¿Estaba Seamus Crean con usted en ese momento?
—Sí.
—¿Por qué se reunieron?
Le expliqué que estaba interesada en saber todo lo posible sobre Monashee y que quería comentarle a Crean la posibilidad de darle un trabajo temporal.
—¿Era, por casualidad, el asesinato de Frank Traynor el trabajo que tenía pensado darle?
Estaba a punto de dar un sorbo a la coca-cola, pero el vaso no llegó a mis labios.
—¿Lo dice en serio? —sabía que me estaba poniendo colorada, como si me hubieran abofeteado. Este tipo era el poli bueno y el malo, todo en uno.
La expresión de Gallagher era fría.
—Conteste a la pregunta, por favor, señorita Bowe.
Había conseguido aturdirme. Tenía que calmarme rápidamente. Por alguna razón me fijé en la piel pelada de su nariz.
—Por supuesto que no. Pensé que podría hacer algún trabajo de excavación en el terreno. Algunas veces usamos las retroexcavadoras para limpiar la capa superficial del suelo o para abrir zanjas.
Gallagher dejó el cigarrillo apoyado en el borde de la mesa y repasó su libreta hasta encontrar lo que buscaba.
—De acuerdo con el doctor Sherry, sólo usted y él conocían con exactitud las heridas del cuerpo hallado en la ciénaga y que posteriormente presentaba el señor Traynor.
—Hasta donde yo sé, es verdad —no pensaba contarle mis sospechas de que Traynor había visitado la morgue por el momento.
—Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad de que Crean hubiera examinado el cuerpo de la mujer antes de que llegara alguien, quizá le quitó la tierra de la cara y luego se la volvió a echar. También es posible que usted le comentara algunos detalles cuando se encontraron.
Me puse furiosa.
—Claro. Le hice un dibujo y le pedí que me hiciera algo igual, si no le importaba. Y ya que estamos, ¿han preguntado al doctor Sherry si fue él quien reveló los detalles a quienquiera que comió con él ese mismo día? Apuesto a que no. ¿Y qué me dice de esto? —añadí sacando la fotocopia de la felicitación navideña de debajo del periódico y enseñándosela—. Si Seamus Crean tiene algo que ver con esto, entonces yo soy Papá Noel, y la señora Crean trabaja para la Inquisición española.
Gallagher se removió incómodo en la silla.
—Estamos tratando de no cerrarnos en el tema de la felicitación —murmuró mientras volvía a poner la fotocopia debajo del periódico.
Me puse de pie.
—Esta investigación no está yendo a ningún lado. Están buscando en la dirección equivocada —dije, más alto de lo que pretendía.
El bigote de Gallagher se torció. Se quedó mirando a una señora de la limpieza que había empezado a fregar el suelo.
—¿Qué quiere decir?
Bajé la voz.
—Está relacionado con el terreno de Monashee, pero deberían preguntarse por qué Traynor tenía tanta prisa por limpiarlo antes de Navidad. Difícilmente hubiera conseguido continuar los trabajos antes de Año Nuevo, por lo que podía haber esperado. Y luego está lo del cuerpo del bebé deforme… —no estaba segura de querer compartir mis pensamientos.
—Continúe.
Deseé que mi reputación de fantasiosa no me hubiera precedido.
—Estoy convencida de que Traynor lo vio en la morgue, que entró allí para verlo, incluso. Nos estamos concentrando demasiado en el modo en que fue asesinado y mutilado, y de alguna manera eso nos puede despistar. Además está el hecho de que me vienen siguiendo… —mi voz se rompió momentáneamente. Estaba más tensa de lo que creía.
El fregoteo de la señora de la limpieza era ahora más lento mientras aguzaba la oreja en nuestra dirección.
—Escuche, ¿no le importaría sentarse? —dijo Gallagher tranquilamente dando una última calada a su cigarrillo y aplastándolo contra el fondo del vaso.
Volví a sentarme.
—La noche del asesinato había alguien vestido de blanco en el exterior de la morgue, vigilándome. Después vi a ese extraño individuo de pie en mi patio, la misma noche que mi teléfono…
—Describa «extraño». —De repente Gallagher parecía interesado. Incluso estaba tomando notas.
—Iba vestido con una especie de mono blanco y un gorro con un velo colgando por delante, como un antiguo traje de apicultor. Y luego está lo de hoy. Me parece que ese mismo individuo me ha seguido hasta la abadía de Grange.
—Y usted cree que puede ser el asesino.
—No sé qué creer.
—¿Piensa que su vida corre peligro?
—Podría ser. Depende de lo cerca que esté de averiguar por qué Frank Traynor fue asesinado.
—Entonces, sugiero que no continúe. ¿Le parece bien?
—Pero si tienen al asesino encerrado, ¿de qué tengo que preocuparme?
Sonrió abiertamente por primera vez, exhibiendo una hermosa dentadura.
—Es usted muy lista. Pero de hecho Crean no está bajo custodia por el momento. Por lo que el peligro continúa.
—¿No ha sido formalmente acusado de los cargos de asesinato?
—Todavía no.
—¿Han hablado ya con la mujer que acompañaba a Traynor esa tarde? Quizá ella pueda decirles con quién tenía que encontrarse en Monashee.
—Hum, la mujer misteriosa. Crean mencionó haberla visto. Pero el siguiente testimonio ocular que tenemos de Frank Traynor esa misma tarde fue en las afueras de Drogheda, y estaba solo en el coche.
—Pudo dejarla en alguna parte.
—Mis colegas han interrogado a todos los que pudieron pasar por esa calle el viernes a la hora de comer, tenderos, oficinistas, escolares. Alguien llamó declarando haber visto su Mercedes aparcado en la calle, pero eso es todo. Hemos tenido que descartar a la mujer. Pero, sólo por si acaso, hemos pedido a cualquiera que estuviera con Traynor aquel día que se presentara. Por el momento su señora no se ha presentado. Por cierto, ¿quién es ella? ¿La conoce?
—Su nombre es Muriel Blunden. Es la directora de Excavaciones del Museo Nacional.
No supe interpretar su expresión. Estaba mirando hacia su libreta, pasando la página lentamente para empezar otra nueva.
—La han entrevistado esta mañana en la radio y se ha puesto del lado de Traynor, por lo que supongo que están muy unidos. Y, como ya he dicho, puede que sepa algo —insinué mientras me levantaba para irme.
—Gracias por venir —dijo mecánicamente.
—No puedo decir que haya sido un placer.
Gallagher me saludó con la mano y continuó escribiendo.
—No estoy de acuerdo —exclamó cuando ya estaba subiendo el primer escalón—. A ver si un día de éstos quedamos para tomar un café como Dios manda.
«Sólo si puedo tirártelo por la cabeza», pensé.
De camino a mi entrevista con Gallagher en el Centro de Visitantes, había cogido una carretera directa desde la Montaña Roja sin pasar por Monashee. Ahora, de vuelta por el valle, conducía lentamente tras una fila de coches cuando, al salir de una curva, vi un control de policía a unos quinientos metros de distancia, situado justo delante de la parcela. Supuse que estaban preguntando a los conductores si habían pasado por allí la tarde del viernes. Me sorprendió encontrarme con una fila tan larga en esta zona rural, hasta que recordé que las tiendas en Drogheda estaban abiertas en domingo debido a las compras navideñas.
Mientras avanzaba con el coche en primera, reflexioné sobre mi reunión con la hermana Campion. Sentía que algo había sido previamente preparado y que, sólo en los momentos en que la había puesto en un compromiso, había descubierto que no todo era lo que parecía en la abadía de Grange. De la misma manera que ella había intentado parecer sincera y abierta sobre su relación con Frank Traynor, notaba que había ciertos aspectos de ésta que trataba de ocultar.
Y además estaba la atmósfera del lugar. No era fácil describirla, pero definitivamente allí no se respiraba un aire de santidad, y no sólo por la ausencia absoluta de crucifijos, estatuas o pinturas religiosas.
Hasta donde yo sabía, la abadía de Grange no figuraba en ninguna guía de edificios románicos. ¿Era porque continuaba utilizándose como institución religiosa? ¿O había alguna otra razón? Me estaba preguntando qué podría ser, cuando divisé a Gallagher pasando como un rayo en un Ford Mondeo blanco. Se saltó toda la cola de coches con la sirena azul encendida, paró un segundo a hablar con alguien del control, y luego continuó a toda prisa.
El control estaba dirigido por dos policías jóvenes, colocados en mitad de la carretera, que retenían el tráfico en los dos sentidos. Había un coche patrulla aparcado en el arcén de hierba de la izquierda. Al acercarme más, pude distinguir un rostro familiar sentado en el asiento del acompañante. Me salí de la fila y aparqué frente al coche de policía. El agente calvo que estaba dentro me miró intrigado mientras me dirigía hacia él; cuando me reconoció, frunció el ceño y bajó la ventanilla.
—¿Sargento O’Hagan? —mi aliento se condensaba en el gélido aire.
—¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó secamente.
—Acabo de estar con el inspector Gallagher. Me ha preguntado si tenía conocimiento de alguna actividad inusual en Monashee el día en que Traynor fue asesinado.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
—Bueno, acabo de darme cuenta de que la policía de Donore no estaba vigilando esa mañana, a pesar de su deber de hacer cumplir el requerimiento —solté mientras le miraba fijamente a los ojos esperando ver algún signo de preocupación.
—Entre —ordenó señalándome el asiento trasero del coche.
Abrí la puerta y me senté detrás de él.
—¿Qué coño quiere? —su máscara de bufón había desaparecido, revelando unos feroces colmillos.
—Podemos hacer un trato —le propuse—. Usted me cuenta lo que han averiguado con su investigación y yo olvido el incidente que le acabo de comentar como si nunca hubiera ocurrido.
—Que le jodan.
Intenté hacerle creer que todavía me guardaba otro as en la manga.
—Por no hablar de los favores realizados durante tantos años en una relación de uña y carne entre el fallecido y el sargento local… a los periódicos les encantará la historia.
O’Hagan se puso rígido. Unos faros desde la carretera iluminaron el interior del coche y pude ver sus ojos a través del espejo retrovisor. Estaba considerándolo.
—Ya sabe que hemos cogido a Crean —murmuró casi para sí.
—Y supongo que sabrá que él no lo hizo. ¿En qué más están trabajando?
—Había dos llamadas en el teléfono de Frank hechas poco antes de que muriera. Una de un móvil no registrado de Drogheda. La última desde una cabina de Slane. No hay nada más.
—Tiene que haberlo. Había una mujer en el coche con Traynor aquella tarde en Drogheda. ¿Por qué no ha sido investigada ni interrogada?
—No había ninguna mujer.
—No está jugando limpio, sargento. Sé quién era.
Cogió aire con avidez.
—Su nombre es Muriel Blunden.
—Mierda —se le escapó soltando el aire. Finalmente había tocado el botón adecuado.
—Continúe.
—Hablé con ella. Está limpia. Ya lo sabía, pero quería averiguar si tenía alguna idea sobre quién pudo asesinar a Frank.
—¿Y?
—Todo lo que sabe es que recibió una llamada cuando estaba con él en su coche. Tuvo que ser una de esas llamadas de número privado. Él quedó para encontrarse con quien fuera en Monashee. Muriel está convencida de que era una mujer.
—¿Por qué no se lo ha contado a Gallagher?
—Porque quiero encontrar al asesino de Frank por mi cuenta. Además no le daría a Gallagher ni el vapor de mi meada.
Ahora entendía por qué Gallagher no sabía nada de Muriel Blunden. O’Hagan se había valido de su posición para asegurarse de que no le llegara ningún informe sobre ella.
—O sea, que se quedó callado y permitió que detuvieran a Seamus Crean.
—Gallagher no puede probar nada. Las huellas del coche no son suyas.
—¿Tienen huellas?
—Sí, tenemos un montón. Al hijo de puta le dio igual.
—¿Qué otras pistas tienen?
—Elija: Elvis o el hada.
—¿Qué quiere decir?
—Una mujer que pasó con el coche por Monashee sostiene que vio a alguien vestido de blanco metiéndose en el Mercedes de Frank. Mis colegas de la comisaría están haciendo apuestas a que fue un hada o el espíritu de Elvis camino de una juerga.
Tuve la extraña sensación de encontrar el tema gracioso y terrorífico a la vez. Ahora comprendía por qué Gallagher se había interesado tanto cuando mencioné al visitante de mi patio.
—Apuesto a que Gallagher contrata a un psicólogo para descubrirlo —comentó O’Hagan.
—¿Por qué dice eso?
—Porque ya ha utilizado a algún loquero para que nos diga lo que ya sabemos sobre el asesino.
—¿Que es…?
—Que le jodan.
Abrí la puerta.
—Bueno, al menos se enterará pronto de quién llamó a Traynor mientras Muriel Blunden estaba en el coche.
—¿Se lo va a decir usted?
Salí del coche, y me incline hacía él.
—No hará falta. Lo descubrirá en cuanto la interrogue.
Cerré la puerta.
Eran más de las siete cuando llegué a casa. No había comido nada desde el desayuno, que consistió en un té, cereales y una tostada. Entonces recordé que la comida que mi madre había preparado el viernes seguía en la nevera. Mientras ponía el plato en el microondas, oí que
Boo
entraba por la gatera. Mi madre se había llevado a
Horacio
a casa de mi tía Betty, que era viuda y vivía a diez kilómetros en dirección a Dublín; algunas veces se quedaba a pasar la noche con su hermana, después de haber tomado unos cuantos
gin-tonics.
Comprobé el contestador. Sólo había un mensaje: Finian pidiéndome que le llamara. Por el momento necesitaba estar sola y olvidarme de todo lo relacionado con Monashee y el asesinato de Traynor.
Fui al dormitorio, me quité la ropa que llevaba y me puse la bata y las zapatillas. Con la comida en una bandeja me dirigí al salón, encendí la televisión y elegí un documental sobre naturaleza. Pero a pesar del bienestar de la comida, el sorprendente comportamiento de los cangrejos de tierra y un gato ronroneando a mi lado, mi esperanza de desconectar fue en vano.
¿Por qué estaba O’Hagan protegiendo a Muriel Blunden? La única respuesta que se me ocurría es que ella estuviera compinchada con él, Traynor y las monjas de la abadía de Grange, en la promoción del hotel. Seguramente ella habría sido reclutada porque necesitaban un peso pesado que se enfrentara a las miles de agencias estatales responsables del patrimonio. Pero como directora ejecutiva del Museo Nacional se arriesgaba a perder su trabajo si era descubierta, y esa posibilidad se había acrecentado con la investigación del asesinato de Traynor.