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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (28 page)

BOOK: Velo de traiciones
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—¡Esto es como un ataúd!

—Entonces consuélate pensando que aún estás vivo —dijo Cohl, asegurando la puerta desde fuera.

Los demás pasaron también a ocultarse con similar aversión.

—Tú también, Cohl —dijo Rella.

—Ojalá pudiera unirme a ti, capitán —dijo Boiny con una sonrisa.

—Tienes suerte de que hubiera un rodiano en el equipo de inspección, o te haría compartir un cilindro con Lope —dijo Cohl burlón, antes de volverse para mirar a Rella—. No sé cómo habríamos podido sacar esto adelante sin tu ayuda.

Ella le miró, entrecerrando los ojos.

—Olvídalo, Cohl. Sólo quiero que salgamos con vida de esto.

—En serio. No te merezco —respondió él metiéndose en un cilindro.

—Es la primera vez que lo dices. Pero yo soy así —repuso ella, acercándose a Cohl para abrocharle el cuello del traje espacial—. No queremos que cojas frío.

Cohl se sonrió.

Rella selló el cilindro de carga y miró a Boiny.

—Prepara la nave para dejar la órbita.

Tal y como se les prometió, había media docena de hovertrineos esperando para cuando la nave de aduanas tocó el sobrecargado espaciopuerto de Eriadu.

Sujeta sólo por los electrogrilletes, la inspectora de aduanas fue la primera en bajar por la escotilla de la aeropiqueta. Echó un vistazo a los pilotos humanoides y alienígenas de los hovertrineos y respiró profundamente.

—¿Pero quiénes sois vosotros? —preguntó completamente descorazonada.

—No quieras saberlo —dijo Rella detrás de ella, antes de hacer un gesto a Boiny.

Éste clavó una pequeña jeringa en el cuello de la mujer y le inyectó cierta cantidad de líquido claro. La mujer se derrumbó al instante en brazos de Boiny.

—Metedla en uno de los tubos de carga vacíos —dijo Rella—. La llevaremos con nosotros por si acaso.

Tras decir eso saltó a uno de los hovertrineos.

—Tenemos que actuar deprisa —le dijo al contingente de terroristas que había estacionado Havac en tierra—. No tardarán mucho tiempo en descubrir y registrar el carguero.

Rella condujo una de las hoverplataformas hasta la escotilla de popa, la cual estaba ya abierta. Una vez allí saltó al compartimento trasero y tamborileó con los dedos contra la superficie mate del cilindro de Cohl.

—Ya queda poco —dijo en voz baja.

Una vez se descargaron los cilindros semejantes a ataúdes, la flotilla de hovertrineos se desplazaron sobre las pistas de duracreto del espaciopuerto hasta llegar al edificio de aduanas, cuyas puertas estaban guardadas por más terroristas de Havac.

Había naves aterrizando y despegando por todas partes. Los pasajeros desembarcaban cerca de las terminales, traídos por las lanzaderas que les habían recogido de los transportes aparcados en órbita. Por todas partes se veían androides de protocolo y equipos de agentes de seguridad, todos ellos para hacer pasar por la oficina de inmigración a diplomáticos y dignatarios. Masificados a lo largo del perímetro de electrocercas del espaciopuerto había multitudes de manifestantes declarando su descontento, cantando eslóganes y exhibiendo carteles burdamente pintados.

Los hovertrineos entraron en el almacén de aduanas en fila de a uno, y las puertas giratorias se cerraron tras ellos. Apenas lo hicieron, sus pilotos humanoides y alienígenas empezaron a romper el sello de los cilindros, que se abrieron con un siseo al escaparse la atmósfera contenida en ellos.

Cohl bajó del ataúd, quitándose el respirador y saltando al suelo cubierto de aserrín, mirando expectante a su alrededor. El lugar olía a hidrocarbonos y a tubo de escape de nave espacial.

—Puntual como siempre, capitán —dijo Havac cuando salió desde detrás de una muralla de bidones acompañado de sus compañeros.

El militante del Frente de la Nebulosa llevaba un turbante y una bufanda de muchos colores que sólo exponía sus ojos, y se dirigió a los ya inmóviles trineos, deteniéndose de pronto al ver a Rella.

—Creía que se había retirado.

—He tenido una pérdida de memoria, pero pienso superarla —le dijo ella.

Havac examinó a los mercenarios allí reunidos y se volvió hacia Cohl.

—¿Obedecerán las órdenes?

—Sólo si les da de comer con regularidad.

—¿Qué hacemos con ésta? —preguntó Lope, señalando a la todavía inconsciente inspectora de aduanas.

—Dejadla ahí. Nosotros nos ocuparemos de ella —respondió Havac, antes de volverse hacia Cohl—. Capitán, si hace el favor de seguirme, daremos término a su intervención en este asunto.

—Me parece bien.

Havac miró a Lope y a los demás.

—Los demás esperad aquí. Os informaré en cuanto vuelva.

Capítulo 25

A
di Gallia se reunió con Qui-Gon y Obi-Wan en una zona restringida del espaciopuerto cuando éstos bajaron de la lanzadera de afilado morro que les había bajado al planeta.

—El Jedi favorito del Sumo Consejo —dijo Adi cuando Qui-Gon se acercó a ella, sus largos cabellos y su túnica marrón agitándose al viento—. No estaba segura si os vería llegar a tu padawan y a ti conduciendo la fragata del capitán Cohl.

—Dejamos el
Halcón Murciélago
en órbita —replicó Qui-Gon sin humor—. ¿Cuál es aquí la situación?

—El Maestro Tiin, Ki-Adi-Mundi, Vergere y algunos Jedi más están ya en camino desde Coruscant.

—¿Has pedido a seguridad que controlen a todos los cargueros corellianos? —preguntó él, posando las manos en las caderas.

—¿Sabes cuántos cargueros corellianos hay ahora mismo en órbita? —respondió ella con una mirada de sufrimiento—. Poco se puede hacer, si no puedes proporcionarnos un registro o signatura energética de algún tipo. Tal y como están las cosas, los de aduanas y seguridad tardarán toda una semana en registrar todas las naves.

—¿Qué se sabe del capitán Cohl?

Adi negó con la cabeza, las colas de su ajustada boina le azotaron sus rasgos regulares.

—Nadie que encaje con la descripción de Cohl ha pasado por Inmigración de Eriadu.

—¿No nos habremos adelantado a él, Maestro? —preguntó Obi-Wan—. El
Halcón Murciélago
es la nave más rápida en la que he viajado.

Adi esperó la respuesta de Qui-Gon, que fue una negación con la cabeza.

—Cohl está aquí, en alguna parte. Noto su presencia.

Los tres miraron a su alrededor, buscando con la Fuerza.

—En este momento hay mucha perturbación. Resulta difícil enfocar nada —dijo Adi tras un largo instante.

La decisión asomó a la mirada de Qui-Gon.

—Debemos convencer al Canciller Supremo para que nos permita tomar el lugar de sus guardias del Senado. Es nuestra mejor posibilidad.

º º º

Havac les condujo por un largo pasillo. Contra una pared había alrededor de una docena de agentes de aduanas, tumbados, atados, amordazados y con los ojos vendados, profiriendo apagadas exclamaciones de furia cuando Cohl, Rella y Boiny pasaron por su lado. Havac continuó hasta un cuarto donde se albergaba la pequeña planta energética del almacén.

Abrió la puerta e hizo gestos para que entraran todos. Titilantes luces colgadas del techo iluminaban el ruidoso generador y las docenas de cajas sin abrir. El cuarto apestaba a lubricante y combustible líquido.

La actitud de Havac cambió en cuanto cerró la puerta detrás de él. Desenvolvió la bufanda de tela que le ocultaba el rostro y la tiró al suelo.

Cohl le miró con curiosidad.

—¿Por qué tan nervioso, Havac?

—¡Por usted! ¡Casi lo estropea todo! —respondió él iracundo.

Cohl intercambió breves miradas con sus compañeros antes de hablar.

—¿De qué está hablando?

Havac luchó por recuperar la compostura.

—Los Jedi han descubierto que ha estado contratando asesinos y que planea hacer algo en Eriadu. ¡Su cara está por toda la HoloRed!

—Otra vez los Jedi. Creía que Cindar y usted se iban a encargar de mantenerlos ocupados.

—Y así lo hicimos. Atraímos a los Jedi a Asmeru, y después conseguimos alejarlos más aún de Eriadu. Pero usted ha dejado un rastro que podría seguir cualquier aficionado, y ahora Cindar ha muerto por su culpa.

—Perdone si no me echo a llorar —dijo Cohl átonamente.

Havac ignoró el comentario y empezó a caminar de un lado a otro.

—Me he visto obligado a modificar todo el plan. De no haber sido por la ayuda de nuestro asesor…

—Tómeselo con calma, Havac. Le va a dar un ataque.

Havac se detuvo tras Rella y apuntó a Cohl con el índice.

—Voy a usar a los hombres que me ha traído para crear una distracción.

Los rasgos de Cohl adquirieron un rictus áspero.

—No puedo permitir eso, Havac. No los traje hasta aquí para que los mataran. Confían en mí.

—Conténtese pensando que morirán ricos, capitán. Y, lo que es más, no me importa ni lo que piense ni lo que pueda permitir o no. No permitiré que interfiera en mis planes.

Cohl lanzó una breve carcajada.

—¿Piensa detenerme? —repuso, volviéndose hacia la puerta.

—¡Quédese donde está!

La mano de Havac voló a la cartuchera del láser de Rella. Ésta intentó volverse, pero no tuvo tiempo. Havac le rodeó el cuello con el antebrazo izquierdo mientras presionaba su pistola contra la sien.

Cohl se detuvo en seco y se volvió lentamente hacia él. Boiny estaba tan apartado de Havac como él, y ninguno de ellos se arriesgó a moverse.

—No tiene estómago para este tipo de trabajos, Havac —dijo Cohl con voz controlada—. Aparte la pistola y suéltela.

Havac se limitó a aumentar la presión contra el cuello de Rella. Ésta sujetó la frente de él con las manos.

—Usted mismo lo dijo, capitán: se puede matar a cualquiera. Y así lo haré si intenta marcharse. Le juro que lo haré.

Cohl miró a Boiny antes de replicar.

—Piénselo bien, Havac. Usted es el cerebro, ¿recuerda? Nos contrató para ser la fuerza bruta.

El rostro de Havac estaba rojo por la rabia y el miedo, temblaba de pies a cabeza.

—Me subestima; siempre lo ha hecho.

—De acuerdo. Puede que sea así, pero eso sigue sin significar que…

—Siento que esto deba ser así. Pero cuando se trata de proteger los intereses del Borde Exterior, la gente como usted, como Rella o como yo, somos prescindibles. Y, en cualquier caso, nuestro asesor prefiere dejar la menor cantidad posible de cabos sueltos.

La puerta se abrió y dos de los colegas de Havac entraron en el cuarto enarbolando sus pistolas.

Cohl vio el pesar en los ojos oscuros y hermosos de Rella.

—Oh, Cohl —dijo ella en tono triste y quedo.

De pronto, Havac movió la pistola y disparó.

El disparo siseó junto a la cabeza de Rella, acertando a Cohl en el pecho. Un segundo disparo golpeó la pared situada tras Cohl y rebotó por todo el cuarto. Retorciéndose a un lado, se arrojó contra los dos hombres que había junto a la puerta, tirándolos con un bloqueo de su cuerpo.

En ese mismo instante, Rella dobló la pierna derecha y proyectó el pie contra la entrepierna de Havac. Éste se tambaleó hacia atrás, boqueando en busca de aire, pero arreglándoselas para no soltar la pistola. Boiny se lanzó contra Rella, buscando tirarla al suelo, pero Havac empezó a disparar a ciegas, alcanzando a Rella en el cuello y a Boiny en un costado de la cabeza.

Cohl luchaba con los dos hombres que había derribado cuando oyó los disparos y vio a Rella derrumbándose. Una rabia repentina acudió en su ayuda, permitiéndole arrancar una pistola de manos de uno de los hombres y matarlo de un disparo en la cara. El otro hombre rodó y se incorporó agazapado, lanzando una andanada de disparos contra Cohl.

Éste sintió un calor intenso en el muslo, el abdomen y la frente. Chocó contra la pared y se deslizó lentamente hasta el suelo, soltando la pistola.

Boiny profirió un gemido al otro lado del cuarto, y se incorporó para caer de espaldas, con sangre chorreando de su cabeza.

Cohl miró a Rella a través de ojos semicerrados. Una única lágrima resbalaba por su rostro, bajando por la mejilla derecha hasta la mandíbula. Cohl alargó la mano derecha hacia ella, sólo para que cayera a su costado como un peso muerto.

—Havac —dijo débilmente, antes de que la cabeza le cayera sobre el pecho.

Un tembloroso Havac, con la espalda pegada a la pared, soltó la pistola de Rella como si acabara de darse cuenta de que la empuñaba. Miró con ojos muy abiertos a su compañero.

—¿E… está muerta?

El humano mantuvo la pistola preparada y se acercó primero a Rella, después a Boiny y finalmente a Cohl.

—Sí, y éstos dos van camino de estarlo. ¿Qué hacemos con ellos?

Havac tragó saliva de forma muy audible.

—Las autoridades andan buscando al capitán Cohl —tartamudeó—. Igual deberíamos permitir que lo encontraran.

—¿Y los demás… los que trajo Cohl?

Havac lo meditó unos instantes. A continuación recogió la bufanda que había tirado al suelo y empezó a envolverse el rostro con ella.

—Sólo me conocen como Havac —dijo, y se dirigió a la puerta.

º º º

Un destacamento uniformado de guardias de seguridad de Eriadu escoltó a Qui-Gon, Obi-Wan y Adi Gallia hasta la puerta fuertemente custodiada de las habitaciones temporales del Canciller Supremo en la majestuosa casa del teniente de gobernador Tarkin.

Sei Taria les escoltó el resto del camino.

—Nunca pude agradecerle personalmente lo que hizo en el Senado —le dijo Valorum a Qui-Gon—. De no ser por usted y por la Maestro Gallia, hoy no estaría aquí.

Qui-Gon asintió en señal de reconocimiento y respeto.

—La Fuerza estaba con usted aquel día, Canciller Supremo. Pero no debemos pensar que esa amenaza ha pasado ya. Hay motivos para suponer que el atentado de la plaza se preparó para atraer a las fuerzas de la República al sector Senex, y así distraernos de un plan similar que el Frente de la Nebulosa espera poder llevar a cabo en Eriadu.

Valorum agitó las espesas cejas.

—Un atentado aquí contra mí socavaría el poco apoyo de que goza ahora mismo el Frente de la Nebulosa en el Borde Exterior.

—El Frente de la Nebulosa tiene tanta fe en la República como en una coalición de mundos fronterizos —replicó el Jedi con calma y firmeza—. Atacándolo aquí, pretenden inducir a la República a renunciar a sus intereses en las zonas de libre comercio y preparar el terreno para un movimiento separatista en el Borde Exterior. Ya sé que desafía toda cordura, Canciller Supremo, pero el Frente de la Nebulosa parece haber perdido la cordura.

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