Velo de traiciones

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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Velo de traiciones
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Inmersa en la codicia y la corrupción, y enmarañada por la burocracia, la República Galáctica se desmorona. En los sistemas exteriores la Federación de Comercio mantiene estranguladas las rutas de transporte y la tensión es palpable, lo cual influye en la cómoda vida de Coruscant, el centro de la civilización galáctica y el lugar del gobierno de la República, y pocos son los senadores inclinados a investigar el problema. Aquellos de quien sospecha el canciller supremo Valorum de tener participación en las maquinaciones están perplejos, especialmente cuando el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn y su aprendiz Obi-Wan Kenobi frustran un intento de asesinato del Canciller.

Cuando la crisis estalla, Valorum solicita una Cumbre comercial de emergencia. Tanto humanos como alienígenas sellan conspiraciones con grandes sumas de dinero para protegerse, y nadie está libre de sospecha. Pero la mayor amenaza es desconocida para todos excepto para tres miembros de la Federación de Comercio, quienes han realizado una alianza secreta con un Oscuro Señor. Mientras el trío está satisfecho por el incremento de dinero y la falta de problemas, Darth Sidious consigue más poder y llega un poco más lejos en sus terribles planes.

Es una época que pondrá a prueba el ánimo de todos aquellos quienes se esfuerzan en apoyar la República, los Caballeros Jedi, quienes desde hace mucho tiempo han sido la mayor esperanza de la galaxia para preservar la paz y la justicia. A pesar de su valiente esfuerzo, la situación explotará en un caos total, más allá del peor de los miedos.

James Luceno

Velo de traiciones

ePUB v1.2

Perseo
07.05.12

Título original:
Cloak of Decepcion

James Luceno, 2001

Traducción: Lorenzo Félix Díaz Buendía

Diseño/retoque portada: Perseo, basada en la original

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.2)

Corrección de erratas: Perseo

ePub base v2.0

Dorvalla
Capítulo 1

E
l carguero
Ganancias
, propiedad de la Federación de Comercio, se regodeaba en la incesante luz de incontables estrellas, holgando en los confines del velo de nubes de alabastro que envolvía al planeta Dorvalla.

Igual a la miríada de naves de su tipo, el carguero asemejaba un platillo cuyo centro hubiera sido cercenado para dejar dos enormes hangares a nodo de brazos, sobresaliendo de una centroesfera donde se albergaban los reactores de hiperimpulso de la gran nave. Los brazos se curvaban hacia adelante, quedándose cortos, como en un fallido intento de cerrar el círculo. Pero la distancia que separaba los extremos de los brazos era intencionada, ya que cada uno de ellos culminaba en bostezantes puertas de hangar erizadas de colosales ganchos de anclaje.

La nave de la Federación de Comercio era como una bestia glotona que más que cargar cargamentos se los tragaba, y ya hacía casi tres días estándar que el
Ganancias
se alimentaba en Dorvalla.

El principal recurso del planeta fronterizo era el mineral de lommite, un componente básico para la producción del acero transparente que se empleaba en los miradores y las carlingas de los cazas estelares. Pesados transportes cargaban el mineral hasta la órbita del planeta, transfiriéndose su contenido a una flota de barcazas, gabarras y vainas de carga autopropulsadas, muchas de ellas grandes como lanzaderas, y todas ellas enarbolando la llama esférica, símbolo de la Federación de Comercio.

Esas naves sin piloto se desplazaban a centenares desde los transportes dorvallanos hasta el carguero de forma anillada, que los arrastraba con potentes rayos tractores hasta las aberturas de sus curvados brazos. Una vez allí, los ganchos de anclaje los hacían pasar al interior atravesando los campos magnéticos de contención que sellaban las fauces rectangulares de los hangares.

Cazas con el morro afilado y cuatro reactores protegían al rebaño de posibles ataques de piratas y otros corsarios, ya que, pese a carecer de escudos protectores disponían de cañones láser de fuego rápido. Los androides que pilotaban las naves respondían a un ordenador central situado en la centrosfera del carguero.

En la curva de popa de la centrosfera se alzaba una torre de control. En su cima se hallaba el puente de mando, por el que se movía nerviosa una figura envuelta en una toga, ante una fila de miradores inclinados hacia adentro. Las secciones del paisaje que podía divisarse desde allí abarcaban a los dos brazos hangar y a la aparentemente incesante corriente de vainas, cuyas superficies dorsales reflejaban la luz del sol. Más allá de los brazos y de las vainas marrones por el óxido giraba el planeta Dorvalla blanco y translúcido.

—Informe —siseó la figura de la toga.

El navegante neimoidiano del
Ganancias
respondió desde un asiento con forma de trono situado bajo el lustroso suelo de la pasarela del puente.

—Está subiendo a bordo la última de las vainas de carga, comandante Dofine —respondió éste con el cadencioso idioma neimoidiano que favorecía las primeras sílabas y las palabras largas.

—Muy bien. Haga volver a los cazas.

El navegante hizo girar su silla para mirar a la pasarela.

—¿Tan pronto, comandante?

Dofine interrumpió su incesante deambular para mirar con duda a su compañero de viaje. Los meses pasados en el espacio habían acentuado tanto la natural desconfianza de Dofine que había dejado de estar seguro de cuáles eran las intenciones del navegante. ¿Quería cuestionar su orden esperando poder ganar así prestigio a su costa, o acaso había buenas razones para retrasar el regreso de los cazas? Era una distinción que le preocupaba, porque se arriesgaba a perder prestigio si aireaba sus sospechas y después éstas resultaban ser infundadas. Decidió arriesgarse y suponer que era una pregunta motivada por la preocupación y en la que no mediaban retos ocultos.

—Quiero esos cazas de vuelta. Cuanto antes dejemos Dorvalla, mejor.

—Como desee, comandante —asintió el navegante.

Dofine, capitán de la escasa tripulación de seres vivos que componía el
Ganancias
, tenía dos ojos frontales ovalados y rojizos, un morro prominente y un corte con labios de pez a modo de boca. Venas y arterias latían visiblemente bajo la moteada y arrugada piel verde pálido. Era pequeño —el canijo de su colmena, decían algunos a sus espaldas—, y su delgada forma procuraba envolverse en tocas azules y usar túnicas de hombros acolchados más apropiadas para un clérigo que para el comandante de una nave. Su tocado, un cono alto de tela negra, indicaba riqueza y un cargo elevado.

El navegante iba vestido de forma similar, con toga y tocado, pero el manto que rozaba el suelo era negro y de un diseño más sencillo. Su comunicación con los aparatos que rodeaban el asiento con forma de concha del navegante se realizaba mediante unos visores lectores de datos que le rodeaban los ojos y un comunicador con forma de disco que le tapaba la boca.

El técnico en comunicaciones del
Ganancias
era un sullustano con papada y ojos claros. El oficial conectado al ordenador central era un gran de tres ojos y rostro caprino. El ayudante de tesorero, con pico y complexión verde, era un ishi tib.

Dofine odiaba la presencia de alienígenas en su puente, pero se veía obligado a soportarla en concesión a los acuerdos firmados por la Federación de Comercio con empresas transportistas menores, como Transportes Viraxo, y con poderosos constructores de naves, como TaggeCo y Hoersch-Kessel.

Las demás tareas del puente estaban al cargo de androides humaniformes.

Dofine había reanudado su deambular cuando el sullustano se dirigió a él.

—Comandante. Minorías Dorvalla informa que el pago recibido es insuficiente en cien mil créditos de la República.

—Díganle que compruebe sus números —repuso Dofine, moviendo su mano de largos dedos en señal de despedida.

El sullustano transmitió las palabras de Dofine y esperó una respuesta.

—Responde que usted dijo lo mismo la última vez que estuvimos aquí.

Dofine lanzó un suspiro con gesto teatral e hizo un gesto en dirección a una gran pantalla circular situada al final del puente.

—Muéstremela.

La imagen ampliada de una humana pelirroja y llena de pecas ya se concretaba en la pantalla para cuando Dofine llegó hasta ella.

—No soy consciente de que falten créditos —dijo sin preámbulos.

—No me mienta, Dofine —repuso la mujer, sus ojos azules brillaron furiosos—. Primero fueron veinte mil, después cincuenta mil y ahora cien mil. ¿Cuánto perderemos la próxima vez que la Federación de Comercio nos otorgue la gracia de visitar Dorvalla?

Dofine miró con complicidad al ishi tib, el cual le devolvió una débil sonrisa.

—Vuestro mundo está muy alejado de las rutas espaciales normales —dijo con calma a la pantalla—. Tan lejos de la Ruta Comercial de Rimma como de la Línea del Comercio corelliana. Por tanto, desplazarse hasta aquí implica gastos adicionales. Por supuesto, si está descontenta, es libre de hacer negocios con algún otro.

La mujer profirió una risa amarga.

—¿Con algún otro? La Federación de Comercio controla a todos los demás.

—Entonces, ¿qué son cien mil créditos más o menos? —repuso el neimoidiano abriendo los brazos.

—Extorsión es lo que es.

—Le sugiero que mande una queja a la Comisión de Comercio de Coruscant —repuso Dofine con una expresión amargada que parecía connatural a sus caídos rasgos.

La mujer estaba enfadada, tenía las ventanas de la nariz y las mejillas enrojecidas.

—Esto no se acaba aquí, Dofine.

La boca de Dofine imitó una sonrisa.

—Ah, una vez más vuelve a estar equivocada.

Cortó la transmisión con brusquedad, volviéndose para mirar a su compañero neimoidiano.

—Infórmeme en cuanto concluya el proceso de carga.

El desplazamiento de las vainas de carga era supervisado por androides desde controles de tráfico situados en las profundidades de los brazos hangar, muy por encima del nivel del puente. Las vainas eran naves jorobadas cuyos morros bulbosos les daban cierta apariencia de vida, y cuando entraban por los orificios magnéticos de los hangares lo hacían movidas por energías repulsoras que las desplazaban según el contenido y el destino especificado en códigos marcados en el casco. Cada brazo hangar estaba dividido en tres zonas, cada una de ellas separadas por enormes puertas deslizantes de veinte pisos de alto. Normalmente, la primera que se llenaba era la zona tres, la más cercana a la centrosfera. Pero las vainas cuyas mercancías no iban a Coruscant o a otros mundos del Núcleo eran desviadas a los muelles de atraque situados en las zonas una y dos, independientemente de cuándo subieran a bordo.

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