Velo de traiciones (30 page)

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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Velo de traiciones
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Havac se volvió hacia otro de los humanos.

—¿Y la tuya? —preguntó con voz cada vez más confiada.

—Los rifles de precisión.

Havac miró al gotal.

—Yo no soy un tirador. Soy un explorador.

Havac estudió a la pareja de humanos que quedaba, un hombre de aspecto brutal y una mujer igualmente fornida.

—No tengo preferencias —gruño el hombre.

—Yo tampoco —repuso la mujer.

Havac se sacó del bolsillo un holoproyector portátil y lo colocó sobre una caja de aleación. Todo el mundo se puso alrededor de ella mientras la imagen de un edificio de la era clásica con un techo en cúpula tomaba forma en el cono de luz.

—Aquí es donde tendrá lugar la Cumbre —dijo, mientras la imagen empezaba a rotar, mostrando torres altas y esbeltas en cada esquina, así como cuatro entradas principales—. El salón principal es un hemiciclo con un diseño muy similar a la del Senado Galáctico, pero a mucha menor escala y sin los balcones desprendibles.

Havac pasó a una visión panorámica del interior.

—Fiel a la exagerada importancia que se da, la delegación de Eriadu se ha buscado un sitio en el centro del salón. La delegación de Coruscant ocupará la parte este de los asientos, aquí, mientras que los miembros de la Directiva de la Federación de Comercio estarán en el lado oeste. Las delegaciones de los Mundos del Núcleo, el Borde Interior y los sistemas fronterizos estarán dispersas por el resto del salón.

—La Directiva de la Federación podrá activar un campo de fuerza para protegerse en caso de haber problemas. En cambio, la delegación de Valorum acudirá deliberadamente desprotegida en gesto de buena fe.

El francotirador examinó la imagen por un momento.

—Valorum será un objetivo difícil, incluso desde los asientos más elevados del hemiciclo.

—Tú estarás más arriba aún. La parte superior del salón es un laberinto de saledizos y plataformas donde hay hasta cabinas para el personal de los medios de difusión.

—Tenemos más posibilidades de acertar a Valorum antes de que entre en el edificio dijo Lope.

—Es posible —concedió Havac—. Pero el plan depende de nuestra capacidad para infiltrarnos en la Cumbre y hacer allí el trabajo.

—Cuatro entradas —dijo el francotirador—. ¿Por cuál de ellas entrará Valorum?

—No se sabe —repuso Havac negando con la cabeza—. La ruta que seguirá hasta allí se revelará en el último instante, y no tenemos a nadie lo bastante cercano a él como para facilitarnos ese dato. Por eso necesitamos fuera a un equipo observador.

Havac pasó a otra imagen del holoproyector, mostrando el barrio viejo de la ciudad, donde las cimas de innumerables edificios asomaban para formar un amplio paisaje de tejados redondeados y elegantes torres.

—La seguridad de Eriadu intentará mantener despejados los tejados, pero no dispone de hovervehículos suficientes para realizar una vigilancia efectiva, y menos aún en zonas como ésta, donde todos los tejados están interconectados. En vez de eso, harán pasadas a intervalos regulares, concentrando sus esfuerzos en los edificios adyacentes al Palacio de Congresos.

Havac señaló uno de los tejados con cúpula.

—Desde este sitio se tiene una buena visión de los cuatro bulevares que conducen a las diferentes entradas del edificio. Los observadores —y al decirlo señaló a Lope, al gotal y a la mujer— tendrán tiempo sobrado para situarse en el tejado entre pasada y pasada de los grupos de seguridad. Podréis acceder al tejado mediante un piso franco que tenemos en Eriadu. El piso franco también servirá como punto de encuentro una vez haya pasado todo, o suceda algún imprevisto. El hovercortejo de Valorum será fácil de localizar. En cuanto estéis seguros de la ruta que tomará, nos comunicaréis esa información a los demás.

—¿Dónde estaréis los demás? —quiso saber Lope.

—Los tiradores estarán ya dentro del Palacio de Congresos, apostados en las pasarelas.

—Será el primer sitio donde miren los de seguridad —se quejó el francotirador—. Quiero una cantidad extra si me voy a pasar todo el día allí colgado.

Havac negó con la cabeza.

—Recibirás la misma cantidad que los demás. Todos tenemos un papel importante en esto.

—Havac tiene razón —dijo Lope—. Si no te gusta ser el tirador, yo tomaré tu lugar mientras tú vigilas desde el tejado. De todos modos, no me gustan las alturas.

—No he dicho que no lo haría —repuso el francotirador, mirando a Lope—. Sólo quiero saber cómo se supone que voy a llegar hasta las pasarelas.

Havac hizo avanzar a uno de sus compañeros. El nikto colocó una maleta encima de la misma caja donde se hallaba el holoproyector y la abrió. Havac sacó una chaqueta de la maleta y se la entregó al francotirador.

—Esto te identificará como perteneciente al equipo de seguridad de Eriadu. Después te proporcionaré la documentación que necesitas. La cuestión es estar en el Palacio de Congresos antes de que llegue cualquiera de los delegados. Una vez sepamos cuál es la entrada que usará Valorum, podrás situarte en la posición que consideres más adecuada.

El francotirador dobló sobre su brazo la chaqueta del uniforme.

—¿Cuándo debo disparar?

—El protocolo exige empezar con una serie de tres fanfarrias de trompeta. Intenta disparar cuando empiece la tercera fanfarria.

—¿Valorum se habrá sentado ya?

Havac asintió mientras volvía a poner la imagen del interior del salón.

—Así es. Pero tu primer disparo deberá dar aquí.

El francotirador se quedó mirando el lugar de Palacio de Congresos que le indicaba Havac, y después le miró desconcertado.

—No lo entiendo. ¿Quién se sentará ahí?

—Nadie.

—Nadie —repitió el tirador, meneando a continuación la cabeza—. No sé lo que pretendes conseguir con eso, pero yo tengo que mantener una reputación, y no suelo fallar cuando se me contrata como tirador.

Havac gruñó bajo la bufanda.

—De acuerdo, pero elige tú el objetivo. Hiere a alguien.

—Creía que ya teníamos un objetivo… Valorum —intervino Lope.

Havac lo confirmó asintiendo con la cabeza, y miró a todos.

—Sí, pero no quiero que ninguno de vosotros sea quien le dispare.

Mientras Lope y los demás se miraban unos a otros, Havac desactivó el holoproyector y lo apartó. Al mismo tiempo, una pareja de bith se puso a abrir la caja de aleación sobre la que había estado el aparato y sacaron de ella un amasijo cuadrado de extremidades y una larga cabeza cilíndrica.

—Os presento al miembro más importante de nuestro equipo —dijo Havac—. Construido especialmente para nosotros por la misma compañía que fabrica los androides de seguridad de la Federación de Comercio.

A continuación sacó un pequeño control remoto del bolsillo, tecleó un código en él, y el androide se desplegó hasta erguirse, con los brazos en los costados y un rifle láser montado junto a su mochila. El nikto sacó un tornillo de contención del pecho de plastron del androide de casi dos metros de alto y se echó a un lado. El tornillo cayó al suelo y rodó hasta el hovertrineo más cercano.

Havac tecleó otro código.

El androide se llevó la mano al hombro para coger el rifle láser. Los mercenarios reaccionaron con la misma rapidez, asumiendo posturas defensivas y desenfundando sus propias armas.

—Tranquilos —dijo Havac subiendo la voz y haciendo un gesto con las manos.

Volvió a teclear en el control remoto. Cuando el androide de combate devolvió el rifle a su sitio, Havac empezó a caminar a su alrededor.

—Es inofensivo —aseguró a todo el mundo—, a no ser que yo le diga otra cosa.

El gotal fue el único que no volvió a enfundar el arma.

—No puedo trabajar con androides —dijo furioso—. Sus ondas de energía sobrecargan mis sentidos.

—No tendrás que trabajar con él —dijo Havac—. También estará en la Cumbre.

Lope y el tirador intercambiaron una mirada de preocupación.

—¿Y quién le meterá dentro? —preguntó el primero.

—La Federación de Comercio.

El tirador se frotó la mandíbula cuadrada.

—¿Estás diciendo que este androide será el verdadero tirador?

Havac asintió.

—¿Por qué quieres entonces que dispare contra el suelo?

—Porque tu disparo iniciará una cadena de acontecimientos que permitirá que nuestro compañero metálico lleve a cabo sus órdenes —repuso Havac mirando al androide—. No necesita un ordenador de control, pero sí necesita percibir una amenaza antes de poder actuar.

Lope empezó a negar con la cabeza.

—Quieres que parezca que fue la Federación de Comercio la que mató a Valorum.

Los demás mercenarios miraron a Havac.

—¿Objetáis algo a eso?

—El capitán Cohl nos dijo que esto sería un trabajo normal —protestó el francotirador—. No mencionó para nada a la Federación de Comercio.

—El capitán Cohl no estaba al tanto de todas las implicaciones del plan —replicó Havac con frialdad—. No tenía sentido arriesgarnos a una fuga de información.

Lope forzó una breve carcajada.

—Creo que eso podemos entenderlo. Pero la verdad es que si se corre la voz de que ayudamos a tender una trampa a la Federación de Comercio…

—Su brazo es mucho más largo que el de la República —continuó el tirador—. Enviarán tras nosotros a todos los cazarrecompensas que haya entre Coruscant y Tatooine. Y yo, por ejemplo, no quisiera pasarme el resto de mis días escondido en un agujero.

Havac les dedicó una mirada pétrea.

—Dejemos esto claro. Si queremos sacar adelante este plan, habrá que ser más listos que la seguridad de Eriadu, los judiciales de la República y los Caballeros Jedi. Y acepto que después de esto igual tenéis que sobornar a algún que otro cazador de recompensas. Pero eso sólo significa que estaréis a la altura de vuestra reputación actual. Si alguno de vosotros no cree estar a la altura, éste es el momento de decirlo.

Lope miró al francotirador, después al gotal, luego a los compañeros humanos y alienígenas de Havac y finalmente otra vez al francotirador.

—¿Está decidido? —preguntó Havac, rompiendo el largo silencio.

Lope asintió.

—Sólo una pregunta más, Havac. ¿Dónde estarás tú mientras pasa todo esto?

—Donde pueda vigilaros a todos vosotros —dijo, y lo dejó ahí.

º º º

Parado en el mosaico de losetas del suelo, Qui-Gon estudió las filas de asientos, las repisas de los adornados ventanales en arco, las cabinas para los medios de comunicación y las pasarelas de servicio de arriba. Giró en círculo, tomando nota de los grupos de androides que inspeccionaban los cientos de cámaras de vídeo del salón y los grupos de judiciales y de personal de seguridad que se desplazaban entre los asientos llevando bestias que olían, probaban y buscaban en el aire estancado.

En la parte destinada a la delegación de Coruscant se encontraban los Maestros Tiin y Ki-Adi-Mundi caminando entre los asientos, receptivos a la menor perturbación de la Fuerza. Adi Gallia y Vergere hacían lo mismo en otra parte del hemiciclo, buscando con sus sentidos, con la esperanza de descubrir algún indicio de lo que habían planeado Cohl y Havac para la Cumbre.

El Palacio de Congresos era una pesadilla para la seguridad con sus cuatro entradas y sus numerosas ventanas. Y para empeorar las cosas, Eriadu había decretado que la Cumbre estaría abierta no sólo a delegados, sino a reporteros de la HoloRed, a dignatarios y veteranos de todo tipo, a músicos, representantes de corporaciones y prácticamente cualquiera con un mínimo de autoridad o influencia. Se esperaba a tantas especies diferentes, cada una de ellas con su respectivo cortejo de ayudantes, asistentes, traductores y guardias de seguridad, que iba a resultar imposible discernir quién debía estar allí y quién no.

Qui-Gon volvió a girar sobre los talones. La delegación de Eriadu se había reservado el centro del lugar, situando al canciller supremo Valorum a su izquierda y a la Directiva de la Federación de Comercio a su derecha. El Gremio de Comerciantes y la Unión Tecno tenían una fila de asientos entre los dos, entre los delegados del Núcleo y los sistemas fronterizos.

Los ojos del Jedi volvieron a fijarse en las pasarelas y las plataformas de arriba, muchas de las cuales soportaban panoplias de focos y de sistemas acústicos.

Los francotiradores podían apostarse donde quisieran, se dijo. Cualquier asesino al que no le importara su propia vida podría causar un daño incalculable desde allí arriba.

—¿Sientes alguna cosa, Maestro? —preguntó Obi-Wan tras él.

—Sólo que nos enfrentamos a algo que no vemos, Obi-Wan. Cada vez que estamos a punto de identificar a nuestro adversario, éste se mueve y nos evade.

—Entonces, ¿no es el capitán Cohl?

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Aquí hay una mano oculta organizándolo todo, una que manipula a Cohl con tan poco esfuerzo como a nosotros.

—¿No será Havac?

Qui-Gon lo meditó un momento, antes de volver a negar con la cabeza.

—No tiene nombre que yo sepa, padawan. Puede que este misterio sólo se deba a mi incapacidad de ver más allá del momento presente. ¿Qué sientes tú?

—Siento que estamos cerca de resolver esto, Maestro —dijo Obi-Wan con expresión seria.

—Me consuela oír eso —dijo Qui-Gon tocándolo en el hombro.

Adi Gallia y Vergere bajaron de la primera fila para hablar con ellos.

—Seguridad nos asegura que los escáneres de la entrada son capaces de detectar explosivos y armas, sin importar cuál sea su composición —dijo Adi—. Apostarán guardias por toda la sala, así como en los pasillos exteriores y en las pasarelas. Unidades de seguridad y androides de todo tipo efectuarán una vigilancia continuada de los tejados.

—Eso quizá impida a Cohl iniciar un ataque aquí —replicó Qui-Gon, pero, ¿y fuera del Salón?

—La ruta que seguirá el Canciller Supremo la decidirá un ordenador en el último momento.

—Yo preferiría que la ruta fuera aérea y que aparcase en la plataforma del tejado.

—Lo siento, Qui-Gon —respondió Adi, negando con la cabeza—. Insistió en llegar en un vehículo terrestre. Habrá que confiar en que surtirán el mismo efecto las precauciones que lo protegieron en el camino del espaciopuerto a la mansión del teniente de gobernador Tarkin.

—Qui-Gon —llamó de pronto el Maestro Tiin.

Qui-Gon se volvió para descubrirlos a él y a Ki-Adi-Mundi corriendo hacia ellos.

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