Una voz en la niebla (40 page)

Read Una voz en la niebla Online

Authors: Laurent Botti

Tags: #Misterio, Terror

BOOK: Una voz en la niebla
5.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ya sabes, hombrecito, que eres tú quien está al cargo de todo cuando yo no estoy…

A Bastien se le encogió el corazón. Se imaginó al hombretón rubio, solo, en la habitación de un hotel anónimo, lejos de su familia. E intuyó su preocupación. Y sus esperanzas…

—Sí, ya lo sé.

—¿Qué es toda esa historia del árbol? ¿Es que ahora te dedicas a la escalada?

—Yo… quería ver qué estaba pintando mamá.

Daniel Moreau acogió la respuesta con un silencio.

—No tienes que preocuparte por tu madre, Bastien, ¿sabes? —dijo finalmente—. Ya va mucho mejor. Está casi…

Bastien esperó: ¿recuperada? ¿Como antes? ¿Curada?

—Estoy seguro de que ahora todavía va un poco a tientas con la pintura. Cuando esté satisfecha consigo misma, nos lo enseñará todo, ¿vale?

—Papi…

—Dime, hijo.

—Cuando vuelvas, tenemos que hablar.

Nuevo silencio.

—Tengo que hacerte algunas preguntas.

—¿Se trata de las pesadillas? ¿Aún estás con eso?

—Sí… Un poco. Pero no solo eso. Es que… tengo la sensación de haber estado antes en Laville-Saint-Jour.

—¿Aquí? —exclamó su padre, y Bastien supo que no fingía.

—Pues, esto… Sí, bueno, tengo un pálpito raro.

—Escucha, Bastien, entiendo que lo de las pesadillas es duro de soportar. Y que el cambio de vida también ha sido duro. Decidimos todo muy rápido, nos fuimos casi como si fuéramos fugitivos. Pero no tienes que derrumbarte, ¿comprendes?

—¿Sabes lo que son las sombras blancas? —insistió Bastien.

—¿Las qué?

Nueva sorpresa.

—No, nada…

—Bastien, no sé qué está pasando… Cuando vuelva, tú y yo vamos a tener una larga conversación. No quiero que mi hijo esté… bueno, que te tortures con cosas extrañas a causa de todo lo que ha pasado. Quiero que seáis felices, tu madre y tú. Eso es lo único importante. Y no importa lo que me tengas que decir, o que preguntar; no lo dudes: haré cuanto esté a mi alcance para ayudarte. Eres mi hijo y te quiero, ¿lo sabías? ¡Aunque tu madre y yo nos hayamos olvidado de decírtelo un poco estos últimos tiempos, es algo que nunca, nunca debes olvidar!

Bastien asintió silenciosamente con la cabeza, como si su padre pudiera verlo.

—Entretanto, quedas encargado de tu madre… En dos días, estaré en casa de vuelta. Y todo irá bien. Dos días pasan pronto, ¿no? Y entonces me contarás todo. Porque puedo entender todo, ¿de acuerdo?

—Sí —musitó Bastien, y notó cómo el animalito que vivía en su corazón se enderezaba y recobraba el valor.

Ya no estaba solo, decidió mientras colgaba. Era seguro que nunca había estado ahí antes. Su padre había sido rotundo y le creía. La verdad estaba… en otra parte. Y su padre no la tenía. Daba igual; cuando este volviera, no le ocultaría nada: ni la voz en la cabeza, ni la Chowder Society… Ni siquiera a julesmoreau, del que no le había dicho ni una palabra para evitarle el susto. Entre los dos afrontarían todo, y juntos encontrarían tanto una explicación como una solución para su madre y los lienzos invisibles.

Ya más tranquilo, se retiró al despacho, sin hacer caso de los cinco cuadros de la pared y la Mont-Blanc de su padre, que estaba en el portalápices de cuero, y de los que había hablado julesmoreau.

Se sentó ante el ordenador e inició el Messenger. Patoche estaba conectado. También Opale —¡sobre todo ella!— y la presencia de la chica en la pantalla disipó una vez más todas sus cuitas. Mientras enviaba un mensaje a Opale, su amigo de la infancia lo recibió calurosamente.

—ola tio, t staba sprando

—qtal?

—bien, t echo d mens ni cole, t echo de mens el finde tb… les feuillades sin ti s 1 rollo, pro bueno, ay algo diver: e adlgzado jeje

—q tu as adlgzado?

—si, e prdido 4 kg lo ves? y d repnt e dado 1 stiron. 3 cm n 2 meses, increibl!

En el despacho, Bastien sonrió. Se imaginó el Patoche que conocía —rechoncho, chaparro, de silueta gruesa, blanda y un tanto rosada— y le aplicó mentalmente un proceso de
morphing
para que creciera y adelgazara, pero sin demasiado éxito: la imagen resultante no se parecía para nada a Patoche… ¡A decir verdad, ni siquiera parecía totalmente humano!

—uff, pues yo d eso na d na, lo d los cm kiero dcir! jeje

Desde el otro lado, Patoche le envió un enorme emoticono sonriente que parpadeaba, y Bastien se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos a su amigo también él, aunque esos últimos días, su «vida anterior» se redujera a unas pocas instantáneas felices olvidadas en el fondo de una caja de recuerdos. Aliviado, descubrió que la magia de la amistad no cedía tan fácilmente a los sortilegios de la niebla. La aparición en la pantalla de un sencillo emoticono bastaba para reavivar más de nueve años de complicidad: sus tardes de Lego, sus partidas de ping-pong, de Monopoly, de Juegos Reunidos, sus excursiones en monopatín o con la bici, sus intercambios de canicas y cartas Magic, sus pasiones sucesivas por Dragon Ball Z, yugi-Ho, Darth Vader, Harry Potter… De todo, en el fondo había vivido de todo en compañía de Patoche, incluidos los momentos más oscuros de la saga de los Moreau.

—qtal x ahi?

Bastien vaciló.

—psé, raro

—s x la chica, cm s yamaba?

—Opale

Bastien echó un vistazo a la ventana del mensaje que había enviado a su amiga. No había contestado. Sin embargo, Opale estaba conectada.

—n, cn ella va bien, bueno, eso creo

—abeis salido jntos?

—si

—t la as ligado?

—pues… si jeje bueno no, + bien fue ella

—buah! Stas fatal, y cm stuvo?

—pues… raro!

—en lengua o q?

—1 poco… creo… no s q stuviera pndiente d ls dtalles!

—jajaja, cndo me nvias la foto?

—no se, aun tngo q pdirle 1.

Aprovechando la ocasión, envió un nuevo mensaje a Opale:

—no tndras 1 foto tuya scaneada? m gustaría tnerla n mi mac…

Esperó: tampoco hubo respuesta. La preocupación empezaba a hacer mella en él.

—bueno, ntones si no s la tipa, cual s 1 problm?

—pues realmnt no s 1 problm. stan pasando cosas raras

—k cosas?

—pues… e stado ablando en muertos Le había salido así: ¿para qué ocultarle la verdad a Patoche? De todos modos, se le estaba haciendo demasiado cuesta arriba lo de guardar los secretos.

—KEEEE??? k locura s esa??!!!

—e stado aciendo cosas tipo spiritismo

—pro pa ke? no s tu stilo todas esas cosas

Bastien estuvo a punto de contestar que, hasta donde él sabía, no eran del estilo de nadie. Luego recordó el fervor de Opale cuando le presentó a sus amigos. ¿Cómo explicarle a Patoche que ahí, en Laville-Saint-Jour, el hecho de pertenecer a uno u otro grupo no te abría las puertas de las mejores fiestas y los brazos de las chicas más guapas, sino las de sesiones privadas en que tenían lugar extrañas prácticas? Habló brevemente de la visita de su hermano en el Messenger, la invitación de Opale, el baile del vaso, en un tono algo jovial, como si en el fondo, ninguno de esos acontecimientos tuviera la menor importancia.

—creepy

—ya

Sintió un inmenso alivio, pero por espacio de dos minutos, vacíos, blancos, el cursor de la ventana de Patoche estuvo parpadeando, sin decir ni mu. Con el corazón algo acelerado, Bastien esperó, preguntándose si su amigo solo se había ido a buscar una coca, o bien si lo extraño de su historia lo habían dejado mudo. Finalmente apareció un lapicerito en una esquina: Patoche había vuelto a escribir.

—t e mentido, Bastien

—ke?? kestas diciendo?

—s mi madre

Un blanco.

—t acuerdas cuando vist 1 dia a mi madre n casa, justo ants d irt? cuando t dijo todas esas cosas sobr la niebla y todo eso.

—si

—bueno… ayer recibió 1 yamada.

—1 yamada?

—si. d laville sjour

—cm lo sabs? y kien era?

—n se kien era, solo se k era 1 tia, mayor, xq fui yo kien cntesto al tlf. en cualkier kso, staba muy kbreada; mi madre, digo, la e oido ablar x tlf, xiyaba… ya sabs k cuando xiya s difícil no oiría, sobre todo a ultima ora dl dia.

Bastien se abstuvo de hacer comentarios.

—y k decia?

—cosas tipo: no se d kien me abla… nunk e stado n laville sj… no conozco a nadie ai.

—pro s mntira! ns conoce a todos nstrs

—si, ya se… y eso no s todo.

—cm dics?

—pues k mi madre conoce laville sj.

—pnsaba k m abias dixo k nunca abia stado aki? T pregunte xq ablaba de esas… esas cooosas.

—akbo d dcirtlo. T menti. no m pregunts, no se xq lo hice, cm si tuviera la snsacion d no tner eleccion, d k era mejor dcirt akeyo. fue ayer cuando pnse k era mejor dcirt la verdad, dspues d su yamada.

—cuando stuvo aki?

—no dspues d k yo naciera, d eso stoi seguro, asi q fue ace muxo tiempo… pro se lo k me digo, xq aunq nunca abla de eyo, lo e visto en su carne d idntidad.

—n su carne? cm?

—k n t nteras, colega! mi madre NACIO n laville sj.

En ese momento sonó una alerta de mensaje. Bastien buscó la ventana de Opale, pero no fue esa la que se abrió. Leyó:

—Vaya, vaya, Bastien, así que por fin has vuelto…

Y Bastien casi pudo oír el tono dulzón, irónico, de quien escribía esas palabras: julesmoreau acababa de iniciar una conversación.

Capítulo 44


N
o tndras 1 foto tuya scaneada? M gustaría tnerla n mi mac

El mensaje de Bastien acababa de aparecer en la pantalla, pero ni las palabras ni la música que las acompañaba desviaron la atención que Opale prestaba a la imagen que tenía ante sí. Hacía uno o dos minutos que la miraba fijamente, con la espalda arqueada, la nuca estirada, concentrada. Bastien, el Saint-Ex, Javotte sola en algún lugar de la planta baja, la Chowder Society, el suicidio de su hermano, sus padres en Italia, sus angustias, sus esperanzas, sus dudas no eran ya más que un recuerdo lejano, los vacilantes puntos de luz del mundo real en la negra noche de una pesadilla, una noche que acababa de abatirse sobre ella desde que su «hermano» escribiera estas palabras:

—Sé que has tratado de contactar conmigo a través de la Chowder Society. Y sé, ¡evidentemente!, que no has visto cumplido tu deseo. Quieres entender, ¿verdad? Mira esto…

Y le había enviado un enlace en el que debía cliquear para conectarse a una página web.

Había dudado porque, en el fondo, sabía que el «ser» que se dirigía a ella no podía ser del todo su hermano. Su hermano nunca se habría expresado así —«¡ver cumplido tu deseo!» en lugar de «lograrlo»—, y eso por no hablar de la ortografía. Pero daba igual: el «ser» sabía muchas cosas. Porque el ser no pertenecía a este mundo, sino a un universo donde solo el saber tenía valor: además, aquellos con quienes establecían contacto en la Chowder nunca se equivocaban. Y aunque, de algún modo, fuera su hermano, ya no era él: solo su espíritu, descarnado, frío y muerto, que sobrevivía en la gélida abstracción del más allá…

Sin embargo, enmudecida por unas fuerzas que ya no le pertenecían, Saqueándole las piernas y con pinchazos en el estómago, había clicado en el enlace. Y había aparecido esa foto: una simple foto, y no una página compuesta de menús, otros enlaces, un blog o un podcast… en resumidas cuentas, nada de lo que habría podido esperarse.

En la pantalla se veía una pequeña asamblea de una docena de personas vestidas de negro, reunidas en círculo, cogidas de la mano. Su rostro aparecía cubierto con antifaces negros, y la penumbra —en apariencia, la única fuente luminosa procedía de las antorchas que había en la pared— no permitía identificar con precisión ni las caras ni el lugar (¿una especie de cripta?). Sin embargo, Opale se estremeció al examinar algunos detalles casi imperceptibles: unos signos en la pared, algunas estatuas cuyas abstrusas formas le resultaban sospechosas. Entrevió un ritual, se imaginó un enorme pentáculo en el suelo y un misterio parecido al que unía a los miembros de la Chowder Society: pero el espectáculo de unos adultos entregados a las mismas prácticas tenía algo de angustioso: algo así como el saber que sus padres hacían el amor, como todo el mundo.

—Sé que has clicado… Mira esto ahora.

Surgió un segundo enlace en la ventana del Messenger. Procedió de igual manera. Sin hacer ninguna pregunta.

Apareció una segunda imagen. Esta vez el fotógrafo había decidido utilizar el zoom, pues solo aparecía la mitad del corro. Opale entornó los ojos, luego los abrió como platos. El espanto se apoderó de ella: en una esquina, acababa de ver una estatua. Representaba a la Virgen, sí, pero una Virgen despechugada que ofrecía su pecho al descubierto; el niño de piedra que sostenía en sus brazos abiertos sangraba… ¡sí!, sangraba: ¡le habían embadurnado los ojos con sangre como si se tratara de dos heridas por las que fluyera la muerte!

«-Lo has visto, ¿verdad?»

El espíritu de su hermano no esperó la respuesta de la chica.

«-Sigue mirando.»

Nuevo enlace, nuevo clic: ¡Dios!, se dijo al instante, ¿por qué he clicado? Porque quería la verdad. Entender. No deseaba nada más desde que Christophe había cometido lo irreparable. Y también porque las sombras blancas iban a atormentarla en lo sucesivo hasta su último aliento… o en cualquier caso, hasta el último que exhalara en Laville-Saint-Jour. El único modo de escapar, pensaba, era sin duda pasar al otro lado del espejo. Del lado de los que sabían…

En la pantalla se iba cargando lentamente un vídeo: a medida que la barra de descarga se llenaba, el corazón de Opale se iba acelerando. Esperó —un minuto, tres…— y el vídeo se puso en marcha, él solo, en la ventana de su navegador.

Parecía que lo hubieran grabado con una cámara oculta, o por alguien especialmente inexperto, pues la imagen se agitaba para sobresalto del espectador y se veía borrosa, con ese granulado típico de las antiguas películas de Super 8.

El lugar parecía ser el mismo: quizá hubieran extraído las instantáneas de la película. La cámara se paseó a lo largo de la pared: se detuvo un rato en la Virgen desnuda, con el niño en brazos… Se alejó para después detenerse en una gran cruz invertida… otra estatua, más lejos, que representaba a un diablo o un sátiro dotado de un sexo en erección de un tamaño descomunal… antes de alejarse para ganar en profundidad de campo y abarcar toda la escena.

El mismo sitio, pues, o un lugar idéntico, aun cuando ahora hubiera en su centro una gran mesa de piedra, como un altar, y los participantes se hubieran soltado las manos. Otro detalle atrajo la atención de Opale: había algunas siluetas, más pequeñas, al lado de los adultos.

Other books

Because of You by Maria E. Monteiro
Hearts of Fire by Kira Brady
One Foot in Eden by Ron Rash
The Imperial Banner by Nick Brown