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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (14 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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Pero todo esto era ir demasiado aprisa...

Neele había interrogado a Mary Dove y a Elaine Fortescue; ahora quedaba por ver lo que la esposa de Percival tenía que decir.

Capítulo XVI
1

El inspector Neele encontró a la esposa de Percival escribiendo unas cartas en su salita del piso de arriba. Al verle entrar se puso en pie apresuradamente, dando muestras de gran nerviosismo.

—¿Hay algo qué... hay...?

—Siéntese por favor, señora Fortescue. Sólo quisiera hacerle unas cuantas preguntas más.

—¡Oh, sí! Desde luego inspector. Todo esto es tan horrible...

Sentóse muy nerviosa en una butaca, y el inspector ocupó una silla pequeña y de respaldo recto a su lado, estudiándola con más detenimiento que anteriormente. En ciertos aspectos era un tipo vulgar de mujer, pensó... y tampoco muy dichosa. Inquieta, insatisfecha, y de gran imaginación, y no obstante debió haber sido muy hábil y eficiente en su profesión de enfermera. A pesar de que pudo entregarse a la holganza gracias a su matrimonio con un hombre de posición, no estaba satisfecha. Compraba vestidos, leía novelas y comía bombones, pero al recordar su excitación en la noche de la muerte de Rex Fortescue, veía en ella no una morbosa satisfacción, sino más bien la revelación del inmenso aburrimiento que acompañaba su vida. Sus párpados se abatieron bajo el influjo de su escrutadora mirada, dándole a la vez un aspecto culpable e inquieto, pero no podía estar bien seguro de cuál de los dos era el verdadero.

—Lamento tener que molestar a la gente interrogándola una y otra vez. De resultarles muy pesado, lo comprendo, pero tiene mucha importancia conocer el desarrollo exacto de los hechos. Tengo entendido que usted bajó a tomar el té bastante tarde. A decir verdad, la señorita Dove subió a buscarla.

—Sí, si, es cierto. Vino a decirme que el té estaba servido. No creía que fuera tan tarde. Había estado escribiendo unas cartas.

El inspector Neele dirigió una mirada al escritorio.

—Ya —dijo—. No sé por qué, creía que había salido a dar un paseo.

—¿Se lo dijo ella? Sí... creo que tiene razón. Había estado escribiendo... hacía mucho calor y me dolía la cabeza, de modo que salí... er... a dar una vuelta. Sólo por el jardín.

—Ya. ¿Encontró a alguien?

—¿Que si encontré a alguien? —le miró extrañada—. ¿Qué quiere decir?

—Sólo que si vio a alguien, o alguien pudo verla a usted durante su paseo.

—Vi al jardinero, de lejos, eso es todo, —Le miraba con recelo.

—Cuando volvió a entrar, ¿subió a su habitación, y se estaba quitando el abrigo cuando la señorita Dove fue a decirle que el té estaba servido?

—Sí, por eso bajé.

—¿Quiénes estaban en la biblioteca?

—Adela y Elaine, y un par de minutos después llegó Lance. Ya sabe, mi cuñado El que acaba de llegar de Kenya.

—¿Y entonces tomaron el té?

—Sí. Luego Lance subió a ver a tía Effie y yo vine aquí para terminar de escribir las cartas... y dejé a Elaine con Adela.

—Sí. La señorita Fortescue parece ser que permaneció con su madrastra unos cinco o diez minutos después que usted se marchó. ¿Su esposo no había vuelto aún a casa?

—¡Oh, no! Percy... Val... no volvió hasta las seis y media o las siete. Se entretuvo en la ciudad.

—¿Vino en el tren?

—Sí. En la estación tomó un taxi.

—¿Suele regresar en tren?

—Algunas veces. No muy a menudo. Creo que tuvo que ir a algunos lugares de la ciudad donde es difícil aparcar el coche. Le fue más sencillo volver en tren desde la calle Cannon.

—Ya —replicó el inspector Neele antes de proseguir—: Le pregunté a su esposo si la señora Fortescue había hecho testamento antes de morir. Dijo que lo ignoraba. Supongo que usted no lo sabrá...

Mas ante su sorpresa Jennifer Fortescue asintió enérgicamente.

—¡Oh, sí! —repuso—. Adela hizo testamento. Ella misma me lo dijo.

—¿De veras? ¿Cómo fue eso?

—¡Oh!, no hace mucho. Creo que hará cosa de un mes.

—Eso es muy interesante —dijo Neele.

La señora Fortescue inclinóse hacia delante con el rostro muy animado. Era evidente que disfrutaba pudiendo exhibir sus conocimientos.

—Val no sabe nada —le dijo—. Ni nadie. Dio la casualidad de que yo lo descubrí. Iba por la calle, acababa de salir de una papelería cuando vi a Adela que salía de casa del abogado. Ya sabe, Ansell y Worrall, de la Calle Alta.

—¡Ah! —exclamó Neele—. ¿Los abogados locales?

—Sí. Y yo le dije: «¿Qué es lo que estabas haciendo ahí?» Adela se echó a reír y me contestó: «¿Te gustaría saberlo?» Y cuando echamos a andar juntas me explicó; «Voy a decírtelo, Jennifer. He estado haciendo testamento». «Vaya —contesté yo—. ¿Por qué, Adela? No estarás enferma o algo parecido, ¿verdad?» Y ella me dijo que desde luego no lo estaba. Nunca se había sentido mejor, pero que todo el mundo debiera hacer testamento... que no quiso ir a ver al abogado de la familia el señor Billingsley de Londres, porque estaba segura que les iría con el cuento. «No —me dijo—. Mi testamento es asunto mío, Jennifer, y lo haré a mi gusto y sin que nadie lo sepa.» «Bueno, Adela —contesté yo—. Yo no se lo diré a nadie. No me importa que lo hagas o no —replicó—. Tú no sabes lo que he dispuesto.» Pero no lo dije a nadie. No, ni siquiera a Percy, Yo creo que las mujeres debemos ayudarnos, ¿no le parece, inspector?

—Es una opinión muy acertada, señora Fortescue.

—Estoy segura de que nunca obraré mal en este sentido —continuó Jennifer—. No sentía ningún afecto especial por Adela, no sé si, me comprende usted. Siempre la consideré de esas mujeres que no se detendrían ante nada con tal de lograr sus propósitos. Ahora que ha muerto, pienso qué tal vez la juzgaba mal, pobrecilla.

—Bien, le doy las gracias por su ayuda, señora Fortescue, y perdone la molestia.

—Le aseguro que no me ha molestado. Celebro poderle ayudar en lo que me sea posible. Todo esto es terrible, ¿no cree? ¿Quién es esa anciana que ha llegado esta mañana?

—Una tal señorita Marple que muy amablemente ha venido a damos información acerca de Gladys. Al parecer la tuvo a su servicio.

—¿De veras? ¡Qué interesante!

—Otra cosa, señora Fortescue. ¿Sabe usted algo de los mirlos?

Jennifer sobresaltóse. Se le cayó el bolso al suelo y tuvo que agacharse a recogerlo.

—¿Mirlos, inspector? ¿Mirlos? ¿Qué clase de mirlos, inspector?

Sonriendo, el inspector Neele dijo:

—Simplemente mirlos. Vivos, muertos, o tal vez, digamos simbólicos.

—Ignoro a qué se refiere. No sé de qué me está hablando.

—Entonces, ¿no sabe nada de los mirlos, señora Fortescue?

—Supongo que se refiere a los que aparecieron en el pastel el verano pasado... —dijo despacio.

—También dejaron algunos en la mesa de la biblioteca, ¿verdad?

—Fue una broma tonta. No sé quién puede haberle hablado de ello. El señor Fortescue, mi padre político, se molestó mucho.

—¿Sólo se molestó? ¿Nada más?

—¡Oh! Ya comprendo lo que insinúa. Sí, supongo que es cierto. Preguntó si había algún extranjero por los alrededores.

—¿Extranjero? —El inspector alzó las cejas.

—Bueno, eso es lo qué dijo —repuso la esposa de Percival, poniéndose a la defensiva.

—Extranjero —repitió el inspector, pensativo—. ¿Parecía asustado?

—¿Asustado?

—Nervioso... como si le preocupara la presencia de ese extranjero.

—Sí. Pues sí, bastante. Claro que no lo recuerdo muy bien. Ya sabe, hace varios meses de eso. No creí que se tratara de otra cosa que una estúpida broma Tal vez fuera Crump. La verdad es que a éste le considero un hombre poco equilibrado, y estoy segura de que bebe. Algunas veces es bastante insolente y me he preguntado a menudo si guardaría rencor al señor Fortescue. ¿Pero usted cree que es posible, inspector?

—No hay nada imposible —afirmó el inspector antes de retirarse.

2

Percival Fortescue se hallaba en Londres, mas el inspector Neele encontró a Lancelot y a su esposa en la biblioteca, jugando al ajedrez.

—No quisiera interrumpirles —dijo Neele, disculpándose.

—Sólo estamos matando el tiempo, inspector. ¿No es cierto, Pat?

Pat hizo un gesto de asentimiento.

—Supongo que la pregunta que voy a hacerles les parecerá bastante tonta —dijo Neele—. ¿Sabe usted algo de los mirlos, señor Fortescue?

—¿Mirlos? —Lance parecía divertido—. ¿Qué clase de mirlos? ¿Se refiere a pájaros auténticos?

—No estoy muy seguro, señor Fortescue —dijo Neele con una sonrisa—. Pero en este asunto se les ha mencionado.

—¡No me diga! —Lancelot pareció asombrarse—. Supongo qué no se referirá a la vieja mina del Mirlo.

—¿La mina del Mirlo? ¿Qué es eso? —preguntó Neele.

Lance frunció el entrecejo.

—Lo malo es que apenas recuerdo nada, inspector. Sólo tengo una vaga idea de cierta oscura transacción que realizó mi padre en el pasado, tina mina que estaba en la costa del oeste de África. Creo que tía Effie se lo reprochó algunas veces, pero no recuerdo nada con exactitud.

—¿Tía Effie? Esa debe ser la señorita Ramsbatton, ¿verdad?

—Exactamente.

—Iré a preguntárselo —dijo el inspector Neele, agregando con resentimiento— Es una señora bastante imponente, señor Fortescue. A veces me siento muy violento.

Lance se echó a reír.

—Sí. Tía Effie es todo un carácter, pero puede servirle de ayuda, inspector, si consigue dar con su lado bueno... cosa fácil tratándose del pasado. Tiene una memoria excelente, y le encanta recordar cualquier cosa que resulte perjudicial en cualquier sentido. —Y agregó en otro tono—: Hay algo más. Fui a verla al poco rato de haber llegado. Inmediatamente después de tomar el té Y hablamos de Gladys. La doncella que asesinaron. Claro que entonces no lo sabíamos. Pero tía Effie me estuvo diciendo que estaba segura de que Gladys sabía algo que no había dicho a la policía.

—Eso parece bastante cierto —replicó el inspector Neele—. Y ahora ya no puede decirlo la pobrecilla.

—No. Parece ser que tía Effie le aconsejó que dijera todo lo que sabía. Es una lástima que no lo hiciese.

El inspector Neele asintió. Luego, asiéndose a la barandilla subió hasta la fortaleza de la señorita Ramsbatton, encontrando a la señorita Marple discutiendo con ella sobre las Misiones extranjeras.

—Ya me marcho, inspector —dijo la señorita Marple poniéndose en pie a toda prisa.

—No es necesario, señora —dijo Neele.

—He pedido a la señorita Marple que venga a instalarse aquí. Es absurdo gastar el dinero en ese Golf Hotel. Es un nido de indocumentados. Se pasan toda la noche bebiendo y jugando a las cartas. Será mejor que venga a hospedarse a una casa cristiana y decente. Hay una habitación al lado de la mía. La doctora Mary Peters, una misionera, fue la última en ocuparla.

—Es usted muy amable —repuso la señorita Marple—; pero creo que no debo molestarles llevando un luto tan reciente.

—¿Luto? ¡Tonterías! —dijo la señorita Ramsbatton—. ¿Quién llorará por Rex en esta casa? ¿Y por Adela? ¿O es la Policía la que la preocupa? ¿Hay algún inconveniente, inspector?

—Por mi parte, ninguno, señora.

—Ya lo oye usted —dijo la señorita Ramsbatton.

—Es usted muy amable —respondió la señorita Marple agradecida—. Voy a telefonear al hotel para decir que pueden disponer de mi habitación.

Salió de la estancia, y la señorita Ramsbatton volvióse hacia el inspector.

—Bueno, ¿qué es lo que
quiere
?

—Me interesa saber todo lo que pueda decirme acerca de la mina del Mirlo, señora.

La señorita Ramsbatton soltó una carcajada estridente.

—¡Ja, ja! ¡También ha averiguado
eso
! Cogió el cable que le arrojé el otro día. Bien, ¿qué es lo que quiere saber?

—Todo lo que pueda usted decirme.

—No es gran cosa. Ha pasado tanto tiempo... ¡Oh, puede que veinte o veinticinco años! Unas inversiones que hizo mi cuñado en el África Oriental. Se asoció con un hombre llamado Mackenzie. Fueron juntos para ver la mina, y Mackenzie murió allí víctima de la fiebre. Rex regresó diciendo que los derechos, la cesión o como se llame, no valía nada. Eso es todo lo que sé.

—Creo que sabe un poquitín más, señora —dijo Neele en tono persuasivo.

—Lo demás son cosas que oí decir. Y tengo entendido que la Ley no hace caso de las habladurías.

—Aún no estamos en el Juzgado, señora.

—Bueno. No puedo decirle nada. Los Mackenzie armaron mucho alboroto. Es todo lo que recuerdo. Se empeñaron en que Rex había estafado a Mackenzie. Yo me atrevo a decir que tenían razón. Era un individuo listo y sin escrúpulos, pero estoy segura de que todo lo que hiciera sería dentro de la Ley. No consiguieron probar nada. La señora Mackenzie era una mujer medio loca. Vino aquí amenazando con vengarse, y dijo que Rex había asesinado a su esposo. ¡Un melodrama de lo más tonto! Creo que estaba algo perturbada... En resumen, creo que poco después ingresó en un sanatorio. Vino acompañada de dos niños que parecían muy asustados, y dijo que ellos la vengarían... o algo así. Idioteces. Bueno, eso es todo lo que puedo decirle. Y permítame que le diga; que la mina del Mirlo no es la única estafa que Rex tuvo en su haber. Encontrará otras muchas si busca bien. ¿Cómo averiguó lo de la mina del Mirlo? ¿Ha encontrado alguna pista que tenga relación con los Mackenzie?

—¿Usted no sabe lo que fue de esa familia?

—No tengo la menor idea —replicó la señorita Ramsbatton—. Permítame decirle que no creo que Rex asesinara a Mackenzie, pero muy bien pudo dejarle morir; Es lo mismo ante Dios, pero no ante la Ley» Si lo hizo, ya debe estar purgando su culpa. Los molinos de Dios muelen despacio, pero muy fino... Será mejor que se marche ahora, pues no sé nada más, así que no se moleste en preguntarme.

—Muchísimas gracias por todo —dijo el inspector, dirigiéndose hacia la puerta.

—Envíeme a esa señorita Marple —le gritó la señorita Ramsbatton a sus espaldas—. Es frívola, como toda esa gente de la Iglesia anglicana, pero sabe cómo hacer caridad de un modo sensato.

El inspector Neele hizo un par de llamadas telefónicas. La primera a Ansell y Worrall y la segunda al Golf Hotel. Luego mandó llamar al sargento Hay y le dijo que abandonaba la casa por unas horas.

—Tengo que hacer una visita a un abogado... después podrá encontrarme en el Golf Hotel, si me necesitara con urgencia.

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