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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (12 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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—¿Alguien que venía del exterior? —preguntó la señorita Marple.

—Tal vez. Pero también pudo salir de la casa... si estuvo aguardando la oportunidad de encontrarla sola. La muchacha estaba intranquila y nerviosa la primera vez que la interrogué, pero me temo que no supimos darle importancia.

—¡Oh!, pero ¿cómo iban a imaginárselo? —exclamó la señorita Marple—. Muchas personas se muestran nerviosas y parecen culpables cuando las interroga la policía.

—Eso es. Pero esta vez, señorita Marple, fue más que eso Creo que Gladys había sorprendido a alguien realizando una acción que según ella necesitaba explicarse. Creo que no pudo ser nada definitivo, de otro modo,
lo hubiese
dicho. Pero me parece que debió traicionarse ante la persona en cuestión, y ésta dióse cuenta de que Gladys constituía un peligro.

—Y por eso la estrangularon y pusieron una pinza en su nariz —murmuró la señorita Marple casi para su coleto.

—Sí, fue un detalle desagradable. Un gesto grotesco y morboso. Una bravata cruel e innecesaria.

La señorita Marple meneó la cabeza.

—No tan innecesaria. De este modo todo concuerda, ¿no es así?

El inspector la miraba extrañado.

—No la entiendo, señorita Marple. ¿Qué quiere usted decir?

La anciana enrojeció.

—Bueno, quiero decir que eso parece... no sé si me comprende... bien, uno no puede apartarse de los hechos, ¿verdad?

—Creo que no la comprendo.

—Bueno, quiero decir... primero tenemos al señor Fortescue. Rex Fortescue es asesinado en su despacho de la ciudad. Y luego a la señora Fortescue, sentada en la biblioteca tomando té... con bollitos de
miel
Y por último a la pobre Gladys con la pinza en la nariz. Todo
indica
lo mismo. La encantadora esposa de Lance Fortescue me dijo que no tenía la menor ilación, pero yo no puedo estar de acuerdo con ella, porque me acuerdo de la canción.

—No creo... —dijo el inspector, despacio.

La señorita Marple continuó a toda prisa.

—Supongo que debe tener usted unos treinta y cinco o treinta seis años, ¿verdad, inspector Neele? Creo que hubo una reacción por esa época contra las canciones infantiles Pero cuando una ha sido educada a la antigua... quiero decir que resulta altamente significativo, ¿verdad? Lo que yo querría saber... —La señorita Marple hizo una pausa luego pareció armarse de valor y prosiguió valientemente—: Ya sé que es una impertinencia por mi parte decirle una cosa así...

—Por favor, diga lo que sea, señorita Marple.

—Bueno, es usted muy amable. Lo diré. A pesar de que como le digo lo hago con todos mis respetos, porque sé que soy muy vieja y bastante tonta, y mis ideas no valen mucho, pero lo que quiero decirle es esto. ¿Ha investigado usted el asunto de los mirlos?

Capítulo XIV
1

Durante tres segundos el inspector Neele contempló a la señorita Marple presa del mayor asombro. Lo primero que se le ocurrió fue que la pobre señora había perdido la razón.

—¿Mirlos? —repitió.

—Sí —respondió la anciana, recitando a continuación:

Canta el canto de dos reales, del puñado de centeno,

De los veinticuatro mirlos dentro de un pastel relleno.

Se abrió el pastel, y los mirlos se pusieron a cantar.

¿No era un plato delicioso, para el rey desayunar?

Recontando su tesoro, se hallaba en palacio el rey.

La reina estaba en la sala, comiendo empanada y miel.

Y andaba colgando ropa, la doncella en el jardín.

Cuando un pájaro volando, fue y le arrancó la nariz.

—¡Cielo santo! —exclamó el inspector.

—Quiero decir que todo concuerda —dijo la señorita Marple—.
Tenía
centeno en el bolsillo, ¿no es así? Lo decía uno de los periódicos. Los otros sólo decían grano, que no significa nada... pudo ser maíz o trigo... incluso cebada... pero
era centeno
.

El inspector asintió.

—Pues ahí lo tiene —continuó la señorita Marple triunfante—. Rex Fortescue. Rex significa
rey
. En su
palacio
. Y la señora Fortescue es la reina que estaba en la sala comiendo empanada y miel. Y por eso, naturalmente, el asesino tuvo que poner la pinza en la nariz de la pobre Gladys.

—¿Quiere usted decir que todo fue realizado según la canción?

—Bueno, no debemos llegar a ninguna conclusión... pero desde luego es muy extraño. Y usted debe hacer averiguaciones acerca de los mirlos. ¡Porque
debe
haberlos!

En aquel preciso momento entró el sargento Hay diciendo con toda urgencia:

—Señor...

Interrumpióse al ver a la señorita Marple. El inspector, recobrándose, dijo:

—Gracias, señorita Marple. Ya me ocuparé de ello. Y puesto que se interesa por esa muchacha tal vez le guste echar un vistazo a las cosas que había en su habitación. El sargento Hay la acompañará.

La solterona salió de la estancia.

—¡Mirlos! —masculló el inspector.

El sargento Hay le miraba extrañado.

—Sí, Hay. ¿Qué es ello?

—Señor —dijo el sargento, nervioso—. Mire esto.

Y le entregó un objeto envuelto en un pañuelo algo sucio.

—Lo encontramos entre los arbustos —explicó el sargento—. Debieron arrojarlo desde una de las ventanas posteriores.

Desenvolvió el objeto sobre el escritorio, y el inspector inclinándose hacia delante lo inspeccionó con creciente interés. Se trataba de un tarro casi lleno de mermelada.

Neele lo miraba sin pronunciar palabra. Su rostro había adquirido una expresión bobalicona y ausente. Aquello significaba que su mente husmeaba el rastro de una pista imaginaria... Vería un tarro de mermelada sin estrenar, al que unas manos quitaban la tapa, y sacando una pequeña cantidad del dulce la mezclaba con taxina y volvía a colocarla en el tarro alisándola convenientemente antes de volverlo a tapar. Interrumpió sus meditaciones para preguntar a Hay:

—¿No sacaban la mermelada del tarro para colocarla en una compotera?

—No, señor. Durante la guerra, cuando escaseaban los alimentos, adquirieron la costumbre de servirla en el mismo tarro y así vienen haciéndolo desde entonces.

—Naturalmente, eso facilita las cosas —murmuró Neele.

—Sí, señor. Aún hay más. El señor Fortescue era el único que tomaba mermelada para desayunar y también el señorito Percival, cuando estaba en casa. Los demás tomaban mantequilla o miel.

—Sí —dijo el inspector—. Así queda todo mucho más simplificado, ¿verdad?

Y su imaginación volvió a ponerse en movimiento. Ahora veía la mesa del desayuno. Rex Fortescue alargando la mano para servirse mermelada y luego extenderla con la cuchara sobre una tostada. Desde luego, era mucho más sencillo que arriesgarse a echar el veneno en su taza de café. ¡Un método a prueba de tontos! ¿Y después? Otro infundio y una nueva imagen todavía algo confusa. El cambio del tarro de mermelada por otro nuevo al que le faltaba exactamente la misma cantidad. Y luego una ventana abierta. Un brazo que arrojaba el tarro entre las plantas. ¿De quién era aquel brazo?

El inspector dijo en tono confidencial:

—Bueno, tendrán que analizarlo, desde luego. Vea si hay rastro de taxina. No podemos llegar a ninguna conclusión.

—No, señor. Además puede haber huellas dactilares.

—Pero no las que queremos nosotros —repuso el inspector Neele—. Las de Gladys, desde luego, Crump y las de Fortescue. Es probable que además aparezcan las de la cocinera, el chico del colmado y algunas más. Si hubo alguien que colocó la taxina en este tarro ya tendría buen cuidado de no dejar las suyas. De todas maneras, como ya le dije, no podemos sacar ninguna conclusión. ¿Cómo adquieren la mermelada y dónde se guarda?

El diligente sargento Hay había preparado la respuesta para todas estas preguntas.

—Los tarros de conservas y mermeladas los compran por medias docenas. Y cada vez que se termina un tarro es reemplazado por otro nuevo que se guarda en la despensa.

—Eso significa —dijo Neele— que pudo haber sido envenenado varios días antes de que fuera servido a la hora del desayuno Y cualquiera que viviera en la casa, o tuviese acceso a ella hubiese podido hacerlo.

El término «acceso a la casa» intrigó al sargento Hay, que no podía seguir las divagaciones de su superior.

Mas Neele estalla llegando a lo que le parecía una conclusión lógica.

Si la mermelada fue envenenada de
antemano
... entonces sin la menor duda quedaban eliminadas
las personas que estuvieron desayunando con Rex la mañana fatal.

Lo cual ofrecía nuevas posibilidades.

Mentalmente preparó algunas entrevistas con varias personas... esta vez enfocando el interrogatorio desde otro ángulo distinto.

Había que pensar en todo.

Incluso consideró seriamente las sugerencias de la señorita Como Se Llamara, acerca de la canción infantil... Ya que no existía la menor duda de que concordaba en todo de una manera alarmante. Incluso con lo que tanto le intrigara desde el principio: el puñado de centeno.

—¿Mirlos? —murmuró Neele para sí.

El sargento Hay creyó haber entendido mal.

—No, señor —le dijo—. Es
mermelada
.

2

El inspector Neele fue en busca de Mary Dove... y la encontró en uno de los dormitorios del primer piso, ayudando, a Ellen a quitar las sábanas de una cama. En una de las sillas había un montón de toallas limpias.

—¿Es que viene algún huésped? —preguntó el inspector Neele.

Mary Dove le dirigió una sonrisa. En contraste con Ellen, siempre ceñuda y de mal talante, Mary conservaba su imperturbable calma.

—Exactamente lo contrario —le contestó.

Neele la miró en busca de una explicación.

—Es una habitación que hablamos preparado para el señor Gerald Wright.

—¿Gerald Wright? ¿Quién es?

—Un amigo de la señorita Elaine. —Mary procuró no mostrarse insinuante.

—Iba a venir aquí... ¿cuándo?

—Creo que llegó al Golf Hotel al día siguiente de la muerte del señor Fortescue.

—¿Al día
siguiente
?

—Eso dijo la señorita Fortescue. —El tono de Mary seguía siendo inexpresivo—. Me dijo que quería que viniera a hospedarse aquí... de modo que preparé la habitación. Ahora... después de estas otras dos tragedias... parece más lógico que siga en el hotel.

—¿El Golf Hotel?

—Sí.

—Ya —dijo Neele.

Ellen recogió las sábanas y toallas y salió de la estancia.

Mary Dove miró interrogadoramente al inspector.

—¿Quería usted algo?

—Es muy importante conocer con exactitud la hora en que ocurrieron los hechos. La familia parece no estar muy segura... tal vez ser comprensible. Usted, por el contrario, señorita Dove, no ha demostrado la menor vacilación en sus declaraciones.

—¡Y también es comprensible!

—Sí... tal vez... Desde luego debo felicitarla por el modo que lleva la casa a pesar de... bueno... del pánico... que pueden haberle producido esas dos muertes. —Hizo una pausa y agregó con curiosidad—. ¿Cómo se las arregla?

Con gran astucia había comprendido que el único punto vulnerable de la armadura de Mary Dove era el saberse eficiente.

—Desde luego, los Crump querían marcharse en seguida.

—No podíamos permitírselo —dijo Neele.

—Lo sé. Pero también le dije que el señor Percival Fortescue se mostraría más... bueno... más generoso... con aquellos que le hubieran evitado molestias.

—¿Y Ellen?

—Ellen no desea marcharse.

—Ellen no quiere marcharse —repitió el inspector— tiene buenos nervios.

—Le divierten los desastres —dijo Mary Dove—. Como la esposa del señorito Percival, encuentra en las tragedias una especie de malsano placer.

—Es interesante, ¿Usted cree que la esposa del señorito Percival ha disfrutado... con esas desgracias?

—No... claro que no. Eso es ir demasiado lejos. Sólo diría que ello le ha permitido... bueno... soportarlas.

—¿Y de qué modo le han afectado a usted, señorita Dove?

—No ha sido una experiencia agradable —repuso secamente.

Y una vez más el inspector sintió deseos de romper la frialdad de aquella mujer... y averiguar lo que escondía realmente tras su actitud distante y calculadora.

—Ahora... vamos a recordar horas y lugares: la última vez que vio usted a Gladys Martin fue en el vestíbulo, antes de servir el té, y eso fue a las cinco menos veinte.

—Sí... Le dije que trajera el té.

—¿Y usted de dónde venía?

—De arriba... Creí haber oído el teléfono pocos minutos antes.

—Supongo que Gladys habría atendido la llamada.

—Sí. Se equivocaron de número. Alguien que pedía por una lavandería.

—¿Y esa fue la última vez que vio usted a Gladys?

—Unos diez minutos más tarde trajo a la biblioteca la bandeja con el servicio de té..

—¿Y después entró la señorita Elaine?

—Sí. Unos tres o cuatro minutos más tarde.. Luego yo subí a decir a la esposa del señorito Percival que el té estaba servido.

—¿Solía hacerlo otras veces?

—¡Oh, no!... Acostumbran a bajar cuando les place... pero la señora Fortescue me preguntó dónde he habían metido todos. Me pareció oír bajar a la señora de Percival Fortescue... pero estaba equivocada..

Neele la interrumpió Aquello era algo nuevo.

—¿Quiere decir que oyó andar a alguien por arriba?

—Sí... creí que era en lo alto de la escalera. Pero no bajaba nadie cuando yo subí. La esposa del señorito Percival estaba en su habitación. Acababa de llegar. Había salido a dar un paseo...

—A dar un paseo... ya. Y entonces serían...

—¡Oh!... Casi las cinco, me parece...

—¿Y cuándo llegó el señor Lancelot Fortescue?

—Pocos minutos después de que yo bajara... Pensé que había llegado antes... pero...

—¿Por qué pensó que había llegado antes? —la interrumpió el inspector.

—Porque creía haberlo visto desde la ventana del rellano.

—¿En el jardín?

—Sí... Vi a alguien junto al seto de tejos... y creí que seria él.

—¿Eso fue cuando bajaba después de anunciar a la esposa del señorito Percival que el té estaba servido?

—No, no, entonces no... sino antes... cuando bajaba por primera vez —le corrigió Mary.

—¿Está usted bien segura de esto, señorita Dove?

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