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Corran se quitó uno de los cinturones de munición y se lo pasó a Gavin.
—¿Puedes disparar un desintegrador?
El joven asintió, su rostro muy pálido bajo la luz que se filtraba por debajo de la puerta.
—Pero no sé si le daré a algo.
—Apunta y dispara, y luego sigue disparando y no dejes de hacerlo. —Corran miró a los dos alienígenas—. Dado que los dos podéis moveros por entre la oscuridad y que vuestra coloración hace que resulte difícil detectaros, creo que deberíais ir hacia el hangar. —Cogió dos recargadores de su cinturón y se los pasó a Shiel—. Nos abriremos paso por el centro e intentaremos atraer su atención. Si conseguís averiguar dónde está su nave…
La luz del pasillo se apagó.
—Oh, oh.
Gavin desenfundó la pistola desintegradora, y la palanca de selección del nivel de energía produjo un chasquido.
—Déjala en posición de matar, chico. —Corran señaló la ventana—. Y ahora, id a flanquearlos.
Después el corelliano giró sobre sus talones y se deslizó hacia la puerta. Levantó el brazo, hizo girar el picaporte y la abrió unos centímetros. La oscuridad hacía que no pudiera ver nada, pero oyó un chirrido de bisagras en algún punto del pasillo. Acarició el medallón que llevaba para que le diera suerte y luego abrió la puerta, salió al pasillo y disparó una ráfaga.
Dos haces desintegradores se esparcieron sobre el pecho de un soldado de las tropas de asalto e hicieron que saliera despedido hacia atrás y chocara con otro soldado. El dedo del muerto accionó el gatillo de su carabina, enviando una hilera de energía letal pasillo abajo. Corran saltó hacia la derecha para esquivarla, y su hombro chocó con la pared. Un estallido de luz roja surgió de la entrada que se encontraba más cerca del inicio del pasillo, recordándole a Corran el destello que había iluminado las placas oculares del primer soldado al que había matado. En cuestión de un instante, el corelliano supo que la habitación contenía a un tercer soldado de las tropas de asalto y que por lo menos uno de los pilotos del escuadrón yacía muerto en su cama.
La segunda ráfaga de Corran derribó al soldado de las tropas de asalto que estaba emergiendo de debajo del cadáver del imperial. Corran pensó que había chocado con el suelo con una violencia lo bastante grande para poder tener la certeza de que estaba muerto, pero los pequeños fuegos votivos creados en las paredes y los suelos por los haces desintegradores que no lograban encontrar un blanco no proporcionaban la luz suficiente para que pudiera estar seguro. Entonces entró en escena el soldado que había permanecido invisible hasta aquel momento dentro de la habitación del inicio del pasillo y, como si fuera la imagen del imperial reflejada en un espejo, Gavin salió por la puerta de su habitación.
—¡Gavin, no!
El granjero logró hacer un disparo mientras el soldado llenaba el pasillo con un torrente de haces de energía. Corran apretó el gatillo de su arma y desplazó el cañón en un veloz arco a través del pasillo. Oyó cómo Gavin dejaba escapar un gemido ahogado y caía al suelo detrás de él. Los disparos del corelliano dejaron sin piernas al soldado imperial. El último haz atravesó un protector ocular y cubrió de burbujas medio derretidas la armadura en la zona de su nuca.
Todas las puertas se estaban abriendo a lo largo del pasillo. Corran volvió la cabeza hacia la más cercana y vio al twi'lek.
—Gavin ha caído. Ayúdale. Tenemos soldados de las tropas de asalto en la base.
Nawara Ven le miró fijamente.
—¿Y cómo han dado con…?
—No lo sé. Han colocado cargas explosivas. Saca a todo el mundo de aquí. Corran echó a correr por el pasillo, saltando por encima del trío de soldados imperiales muertos. Quitó el alimentador agotado de la carabina y colocó uno nuevo. Cuando se estaba aproximando al hangar, oyó muchos disparos. Las tiras de plástico semitransparente que colgaban sobre la entrada le mostraron un gran número de haces de energía que se desplegaban para converger sobre dos puntos en la oscuridad, lo que indicó a Corran que Shiel y Ooryl habían conseguido atraer una considerable cantidad de atención mediante su maniobra de flanqueo. «Y también hay disparos procedentes del otro lado de la puerta…».
Sacó un cilindro explosivo de uno de los compartimientos del cinturón, dispuso el cronómetro para que estallara pasados cinco segundos y dejó caer el pulgar sobre el botón activador. Después levantó la vista y localizó la que le pareció era la mayor concentración de disparos dirigidos contra sus dos camaradas. «Seis… Sí, eso tiene buen aspecto».
Corran atravesó el telón de plástico y permitió que el botón activador empezara a subir, poniendo en marcha el cronómetro, y luego lanzó el cilindro explosivo hacia el grupo de comandos, haciendo que se deslizara sobre la lisa superficie de ferrocreto. «¡Tres, dos, uno!».
La explosión dispersó a los soldados, y lanzó a dos por los aires y por encima del generador portátil que habían estado utilizando como cobertura. Corran giró sobre sus talones antes de que sus cuerpos chocaran con el suelo y volvió el cañón de su carabina láser hacia el soldado agazapado a la izquierda de la puerta. La ráfaga de fuego láser se abrió paso a través de la coraza del torso, haciendo que el soldado saliera despedido de detrás de la columna de cajas que le habían estado protegiendo.
Girando sobre sí mismo, Corran esparció un diluvio de dardos desintegradores de color carmesí sobre el soldado de las tropas de asalto del otro lado del umbral. Los haces le dieron en el pecho y las piernas, haciendo que saliera despedido hacia atrás a través de la cortina de plástico y sacándolo del hangar. Prosiguiendo su giro, Corran envió nuevos haces desintegradores contra los distintos fogonazos surgidos de las armas del enemigo, retrocediendo y girando, adquiriendo más velocidad y permitiendo que su cuerpo se moviera casi al azar.
Sabía que hubiese debido estar terriblemente asustado, pero como antes había decidido que ya podía darse por muerto, el miedo no conseguía encontrar ningún asidero en su alma. Corran era capaz de enjuiciar la situación con un distanciamiento emocional que le sorprendía. Eso le permitió ver su entrada en el hangar de una forma muy parecida a como había visto el sumergirse en la nube de cazas TIE en Hensara. «Puedo disparar contra cualquiera…, así que más vale que se anden con mucho cuidado».
La carabina de Corran se elevó, y el cañón del arma esparció un palpitar estroboscópico de fuego láser sobre la silueta de un soldado que se había subido a la pasarela del hangar. El imperial se irguió y tembló convulsivamente, y luego inició un vuelo hacia atrás y hacia el suelo que Corran encontró increíblemente grácil. Su aterrizaje, que fue considerablemente violento y ruidoso, echó a perder toda la belleza de su caída y devolvió al corelliano a la horrible realidad en la que se encontraba atrapado.
Un haz láser le dio en la parte derecha del pecho y lo lanzó hacia las sombras. Corran chocó con una pared de cajas de madera, y un telón de estrellas estalló delante de sus ojos cuando su cabeza se estrelló contra algo sólido. Oyó ruido de madera y cristales que se rompían, y el gorgoteo de alguna clase de recipiente que empezaba a vaciarse. El corelliano esperó que no fuera su cuerpo vaciándose de sangre, pero los dolores que sentía en el pecho y las ondulaciones de fuego que irradiaban de la herida casi constituían una garantía de que él era la fuente del sonido. Un olor desagradablemente dulzón se mezcló con el hedor de la carne quemada, y Corran comprendió que se estaba muriendo.
«Huele a whisky corellian…». Su mente volvió a la interminable sucesión de vasos y copas vaciadas en el velatorio de su padre. Cada ronda de bebidas había puntuado un brindis o un homenaje a su padre ofrecido por miembros de la Fuerza de Seguridad de Corellia, desde el director hasta Gil e Iella pasando por los novatos a los que su padre había tomado bajo su protección. Por aquel entonces Corran había pensado que el que te despidieran celebrando semejante velatorio sería la forma más digna y elegante de marcharse del mundo. «Y ahora estoy alucinando su olor».
Un espasmo de dolor le dejó como herencia un momento de lucidez, y Corran se aferró a él. Sus ojos volvieron a ser capaces de ver con claridad, y vio haces láser que ardían en todas direcciones a través de la oscuridad. Intentó levantar su carabina, pero no podía sentir su peso en la mano. Corran decidió desenfundar la pistola desintegradora, y' fue entonces cuando descubrió que su brazo derecho no estaba funcionando demasiado bien.
Ese descubrimiento llegó un par de segundos antes de que los haces láser siluetearan a un soldado de las tropas de asalto que estaba buscando refugio cerca de él.
Corran deseó que su cuerpo se hundiera en el ferrocreto, pero no ocurrió nada.
El soldado de las tropas de asalto apartó algo con un pie, y un instante después Corran oyó cómo la carabina chocaba con una caja invisible. Intentó incorporarse usando el brazo izquierdo, pero el dolor que sintió en el lado derecho del pecho le detuvo. Corran descubrió que se estaba quedando sin respiración. «Mi pulmón… Debe de estar medio aplastado»
El imperial bajó su carabina, con lo que proporcionó una excelente visión de su cañón a Corran.
—Todo ha terminado para ti, escoria rebelde.
—Para ti también, soldadito. —Corran alzó la mano izquierda, pero mantuvo el pulgar ejerciendo presión sobre el extremo del cilindro explosivo que había sacado de uno de los compartimientos de su cinturón—. Si muero, esto explota.
El soldado de las tropas de asalto titubeó durante un segundo, y luego meneó la cabeza.
—Buen intento. Pero lo estás sosteniendo por el extremo equivocado.
El gemido de un haz desintegrador llenó cl callejón sin salida delimitado por las cajas y los contenedores, y Corran no pudo evitar encogerse sobre sí mismo. Se dijo que aquélla era una forma muy poco digna de morir, y un instante después cayó en la cuenta de que los muertos rara vez son tan vanidosos. El cuerpo del soldado de las tropas de asalto se bamboleó por encima de él, y luego se dobló por la altura de las rodillas y cayó al suelo junto a él. El agujero abierto en la espalda de su coraza humeaba y echaba chispas.
Wedge llegó a la carrera e hincó una rodilla en el suelo junto a Corran.
—¿Qué tal le van las cosas, señor Horn?
—Bueno, algunas partes de mi cuerpo no me duelen excesivamente…
Wedge sonrió.
—Aguante. Los soldados de las tropas de asalto se están retirando. ¡Médicos!
—Bombas…
—Lo sé. Estamos localizándolas y desarmándolas.
Corran sonrió e intentó respirar hondo.
—¿Gavin?
—En bastante mal estado, igual que usted. Ya hemos iniciado los preparativos para la evacuación.
—Puede darme por muerto. —Corran torció el gesto—. Estoy tan grave que puedo oler el aroma del whisky corelliano.
—Y lo está oliendo Corran, porque está yaciendo en el centro de un charco de ese whisky. —Wedge frunció el ceño—. La caja sobre la que cayó estaba llena de Reserva de Whyren.
—¿Qué? ¿Cómo…?
Wedge meneó la cabeza mientras los androides médicos iban hacia ellos.
—No lo sé. Resolver ese misterio va a ser su nueva misión mientras se recupera de las heridas.
Wedge Antilles estaba contemplando cómo Gavin Darklighter y Corran Horn, tan inmóviles que parecían un par de cadáveres, flotaban dentro de los tanques bacta. Verlos allí trajo a su mente recuerdos del tiempo que había pasado en el interior de un tanque semejante, aunque su experiencia no había tenido lugar a bordo del
Aplazamiento
sino del
Hogar Uno
, el navío insignia del almirante Ackbar en Endor. Wedge había permanecido prácticamente inconsciente durante todo el tiempo que pasó dentro del tanque, lo que consideraba como una bendición. Estar despierto y ser capaz de pensar mientras no podía hacer absolutamente nada le hubiese vuelto loco.
—¿Sus pilotos han mejorado, comandante Antilles?
Wedge se volvió y parpadeó, muy sorprendido.
—¿Almirante Ackbar? ¿Qué está haciendo aquí, señor? El mon calamariano juntó las manos a su espalda.
—Leí su informe y lo encontré inquietantemente clínico. Decidí que quería contar con más información.
Wedge asintió.
—No dispuse de mucho tiempo para preparar el informe.
—Y en realidad nunca le han gustado demasiado los cuadernos de datos ni el utilizarlos.
—No. —Wedge se pasó una mano por la cara y descubrió una considerable cantidad de pelos de barba en su mentón y su mandíbula. «¿Cuánto hace que no duermo?».—. Hubiese podido solicitar un informe suplementario, o pedirme que le informara personalmente a bordo del
Hogar Uno
y haberse ahorrado el viaje.
—Ya pensé en ello, pero sabía que otro informe suyo no sería demasiado largo y que se negaría a separarse de su gente, por lo que elegí evitarme el tener que pasar por todas esas molestias. —Ackbar volvió la cabeza hacia el ventanal para contemplar a los dos hombres suspendidos en el líquido—. Y además, la atmósfera habitual de las reuniones del Consejo Provisional está empezando a resultarme insoportable. El destino del Escuadrón Rebelde es lo suficientemente importante para que pudiera ausentarme durante un tiempo sin que se me acusara de estar huyendo.
El corelliano miró a su comandante.
—¿Tan mal están las cosas?
—Probablemente exagero. Los políticos tienden a pensar en sus soldados como si fueran sus perros de guerra cyborreanos.
—Y a los soldados no les gusta ser considerados como mascotas.
Un ligero estremecimiento sacudió las espinas faciales de Ackbar.
—Dado que somos los que reciben los mordiscos, sangran y mueren, tendemos a resistirnos a los planes políticamente aconsejables pero militarmente suicidas. —Puso la mano sobre el ventanal—. ¿Han conseguido aclarar un poco más la imagen general de lo que sucedió allí?
—Todavía no. Los datos básicos siguen siendo los mismos: tres pilotos gravemente heridos y uno muerto, y los seis centinelas muertos. Otros pilotos tienen arañazos y pequeñas heridas. Las cosas tendrían que haber ido mucho peor, pero al parecer los soldados de las tropas de asalto querían colocar los explosivos, retirarse y luego armarlos y detonarlos mediante un sistema de control remoto. Si se hubieran limitado a ponerles cronómetros, habríamos perdido mucho equipo y a mucha gente antes de poder localizarlos todos. La operación de Talasea fue llevada a cabo por todo un pelotón. Eliminamos o capturamos a todos los efectivos, y también nos hicimos con el transporte Delta DX-9 en el que llegaron.