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Authors: Kim Stanley Robinson

Tiempos de Arroz y Sal (14 page)

BOOK: Tiempos de Arroz y Sal
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Una noche después de la cena, unos días antes de que el Durga Puja marcara el final de la cosecha, Rajit le dijo a su mujer que había arreglado una posible boda para Kokila, cuyo turno había llegado, con un hombre de Dharwar, la aldea mercado justo al otro lado de Sivapur. El posible esposo era un Lingayat, como la familia de Rajit y muchas de Yelapur; el tercer hijo del jefe de los Dharwar. Sin embargo, él se había peleado con su padre, y esto no le permitía pedir a Rajit una dote demasiado generosa. Probablemente le resultara imposible casarse en Dharwar, se imaginó Kokila, pero de todas maneras estaba entusiasmada. Zaneeta parecía conforme; dijo que observaría bien al candidato durante el Durga Puja.

La vida cotidiana se acomodaba de acuerdo a la festividad que se aproximaba; todas ellas eran diferentes y le daban color a la atmósfera de los días precedentes. De esta manera, el festival de carrozas de Krishna tiene lugar durante las lluvias monzónicas, y su colorido y alegría contrastan con el oscuro gris del cielo; los muchachos soplan sus trompetas de hoja de palmera como si quisieran alejar a la lluvia con la fuerza de su aliento; todos se volverían locos a causa del ruido si no fuera porque el propio aliento convierte rápidamente otra vez las trompetas en hojas de palmera. Luego el Festival de los Placeres Mundanos de Krishna tiene lugar cuando terminan las lluvias monzónicas, y la feria asociada con este festival está llena de casetas en las que se venden cosas superficiales como sitares y tambores, o sedas, o sombreros bordados, o sillas, mesas y armarios. La época del Id cambia durante el año, haciendo que, de alguna manera, parezca un acontecimiento muy humano, libre de la tierra y sus dioses; mientras dura, todos los musulmanes llegan a Sivapur para ver el desfile de elefantes.

Luego, el Durga Puja marca la cosecha, el grandioso clímax del año, que honra a la diosa madre y todas sus obras.

Entonces, las mujeres se reunían el primer día y mezclaban cierta cantidad de pasta bindi bermellón mientras bebían un poco del chang picante de la dai; después de eso se dispersaban, pintadas y riendo tontamente, siguiendo a los tambores musulmanes en el desfile, gritando:

—¡Por la victoria de la Madre Durga!

La estatua de la diosa de mirada sesgada, hecha de arcilla y vestida con esencias y oropeles de colores, parecía ligeramente tibetana. A su alrededor había estatuas de Laksmi, de Saraswati y de sus hijos Ganesha y Kartik todas vestidas de la misma manera. Se ataron dos cabras, una tras otra, a un poste de sacrificio ante estas estatuas, y se decapitaron; sus cabezas ensangrentadas miraban fijamente desde el suelo.

El sacrificio del búfalo era un asunto aún más impresionante; un sacerdote especial llegaba desde Bhadrapur con una gran cimitarra afilada para la ocasión. Esto era importante, ya que si la hoja no lograba atravesar por completo el grueso cuello del búfalo, significaba que la diosa estaba disgustada y que rechazaba la ofrenda. Los niños se pasaban la mañana frotando la piel de la parte superior del cuello con manteca purificada de leche de búfala, para suavizarla.

Esta vez el duro golpe del sacerdote cumplió su cometido, y todos los festejantes gritaron y se abalanzaron sobre el cuerpo para hacer pequeñas bolas de sangre y polvo, y se las arrojaron unos a otros, chillando.

Una o dos horas más tarde, el estado de ánimo era totalmente diferente. Uno de los ancianos comenzó a cantar: «El mundo es dolor, su carga insoportable»; le siguieron las mujeres, puesto que era peligroso que los hombres cuestionaran a la Gran Madre; incluso las mujeres tenían que simular ser demonios heridos en la canción: «¿Quién es ella que camina por los campos como la Muerte. Ella, que pelea y ataca como la Muerte? Una madre no destruirá a su niño, a su propia sangre, la alegría de la creación, sin embargo vemos al Asesino mirando aquí y allí...».

Más tarde, cuando cayó la noche, las mujeres se fueron a sus casas y se vistieron con sus mejores saris, y volvieron a salir y se colocaron en dos hileras, y los niños y los hombres gritaban: «¡Victoria a la Gran Diosa!», y comenzó la música, salvaje y despreocupada; toda la multitud bailaba y hablaba alrededor del fuego, hermosa y peligrosa con sus galas encendidas.

Luego llegó la gente de Dharwar, y el baile se volvió cada vez más frenético. El padre de Kokila la cogió de la mano y la presentó a los padres de su pretendiente. Aparentemente, a duras penas se había logrado una reconciliación por el bien de aquella formalidad. Ella había visto antes al padre, siendo como era un jefe de Dharwar, llamado Shastri; a la madre no la había visto nunca, puesto que el padre tenía pretensiones de purdah, aunque en realidad no era rico.

La madre observó a Kokila con una mirada aguda, aunque poco amistosa; un poco de pasta bindi perdiéndose entre las cejas, el rostro sudado en aquella noche calurosa. Probablemente una suegra decente. Entonces apareció el hijo; Gopal, tercer hijo de Shastri. Kokila asintió con la cabeza rígida, mirándolo de reojo, sin saber qué sentía. Era un joven de rostro delgado y mirada resuelta, tal vez algo nervioso; ella no estaba segura. Kokila era más alta que él. Pero eso podía cambiar.

Ambos fueron arrastrados nuevamente hasta sus respectivos grupos sin que llegaran a intercambiar una palabra. Nada aparte de aquella única y nerviosa mirada, y ella no volvió a verlo durante tres años. Sin embargo, mientras tanto, ella sabía que estaban destinados a casarse, y eso era algo bueno, puesto que de esa manera sus asuntos estaban resueltos, y su padre podía dejar de preocuparse por ella y tratarla sin irritación.

A partir del cotilleo de las mujeres, con el tiempo ella se enteró de algunas cosas más acerca de la familia a la que iba a unirse. Shastri era un jefe poco popular. Su última ofensa había sido haber desterrado a un herrero de Dharwar, por haber visitado a un hermano en las colinas sin pedirle permiso. No había convocado al panchayat para que se reuniera a discutir y aprobar su decisión. De hecho, nunca había convocado al panchayat para que se reuniera, desde que heredara el puesto de jefe de su fallecido padre hacía unos años. ¿Por qué, murmuraba la gente, él y su hijo mayor gobernaban Dharwar como si fuesen los terratenientes del lugar?

Kokila asimiló todo aquello sin demasiada preocupación; pasaba todo el tiempo que podía con Bihari, que estaba aprendiendo las hierbas medicinales que utilizaba la dai. Así que cuando estaban afuera recogiendo leña, Bihari estaba también examinando el suelo del bosque y encontraba plantas para llevar de regreso: dulcamara en las zonas soleadas, raíz blanca en la sombra húmeda, ricino debajo de los árboles saal, entre las raíces, etcétera, etcétera. De vuelta en la choza, Kokila ayudaba a moler las plantas secas, o si no a prepararlas, utilizando aceites o licores, para que Insef las empleara en sus trabajos de comadrona; en su mayoría, para estimular las contracciones, relajar el útero, reducir el dolor, abrir el cuello del útero, disminuir el sangrado y cosas por el estilo. Había muchísimas plantas y partes de animales que la dai quería que ellas aprendieran.

—Soy vieja —solía decir—. Tengo treinta y seis años; mi madre murió a los treinta. Su madre le había enseñado el conocimiento popular, y la dai que le enseñó a mi abuela era de una aldea dravidiana del sur, donde los nombres y hasta las propiedades de las plantas eran conservados por las mujeres, y ella le enseñó a mi abuela todo lo que saben los dravidianos; eso se remonta a las dais de todos los tiempos hasta Saraswati, la mismísima diosa del aprendizaje, así que no podemos dejar que se olvide, vosotras debéis aprenderlo y enseñárselo a vuestras hijas, para que el parto sea lo más fácil posible, pobrecillas, y para mantener con vida a todos los seres que se pueda.

La gente decía que Insef tenía un ciempiés en la cabeza (ésta era una expresión que se utilizaba normalmente para referirse a los excéntricos, aunque en realidad las madres te inspeccionaban las orejas buscándolos si habías recostado la cabeza sobre la hierba, y a veces te limpiaban las orejas con aceite, porque los ciempiés odian el aceite), y a menudo hablaba más rápido de lo que nunca habéis escuchado hablar a nadie, divagando sin parar, sobre todo con ella misma, pero a Kokila le gustaba escucharla.

A Insef le costó muy poco convencer a Bihari de la importancia de aquellas cosas. Era una niña dulce y animada, con un buen ojo para el bosque, una buena memoria para las plantas, y siempre una sonrisa alegre y una palabra amable para la gente. Quizá fuera demasiado alegre y atractiva, porque el año en que Kokila tenia que casarse con Gopal, Shardul, su hermano mayor, quien pronto se convertiría en el cuñado de Kokila —una de esas personas en la familia de su esposo que tendría derecho a decirle qué debía hacer— comenzó a mirar a Bihari con interés; después de eso, no importaba qué hiciera ella, él la observaba. De aquello no podía resultar nada bueno, puesto que Bihari era intocable y por lo tanto no podía casarse; Insef hacía todo lo posible por recluirla. Pero los festivales juntaban a las mujeres y a los hombres solteros, y la vida cotidiana de la aldea daba lugar también a muchas miradas y encuentros. Y Bihari estaba interesada, de todas maneras, a pesar de que sabía que no podía casarse. Le gustaba la idea de ser alguien normal y no le importaba la vehemencia con que la dai la previniera contra ello.

Llegó el día en que Kokila se casó con Gopal y se mudó a Dharwar. Su nueva suegra resultó ser reservada e irritable; tampoco Gopal era una maravilla. Un hombre ansioso y de pocas palabras, dominado por sus padres, nunca reconciliado con su padre. Al principio intentó tratar despóticamente a Kokila de la misma manera en que él era tratado, pero sin demasiada convicción, especialmente después de que ella le contestara de mala manera unas cuantas veces. Estaba acostumbrado a eso, y no pasó mucho tiempo antes de que ella tuviera la mano más dura. Él no le gustaba mucho a ella, y esperaba ansiosa el momento de pasarse por el bosque para ver a Bihari y a la dai. La verdad es que únicamente el segundo hijo, Prithvi, le parecía digno de alguna admiración en la familia del jefe; él se marchaba temprano cada día y se alejaba todo lo posible de su familia, estaba siempre callado y con aire distante.

Había mucho tráfico entre las dos aldeas, más de lo que Kokila jamás hubiera notado antes de que se convirtiera en algo tan importante para ella; se las arreglaba, tomando secretamente un preparado que la dai había hecho para no quedar embarazada. Apenas tenía catorce años y quería esperar.

Pronto las cosas comenzaron a salir mal. La dai se fue inmovilizando tanto a causa de sus articulaciones hinchadas que Bihari tuvo que ocuparse de todo su trabajo, y se la veía mucho más frecuentemente en Dharwar. Mientras tanto, Shastri y Shardul estaban conspirando para ganar dinero traicionando a su aldea, cambiando los cálculos de impuestos con el agente del terrateniente en su beneficio; Shastri se quedaba con una parte. Básicamente, estaban conspirando para que Dharwar adoptara la forma musulmana de percibir impuestos de granja en detrimento de la ley hindú. La ley hindú, que era un mandamiento religioso y sagrado, permitía un impuesto de no más de una sexta parte de lo producido, mientras que la musulmana reclamaba todo, con lo cual los granjeros seguían siendo esclavos de los terratenientes. En la práctica, esto generalmente denotaba una pequeña diferencia, pero las desgravaciones musulmanas variaban según las cosechas y las circunstancias; ahí era donde Shastri y Shardul ayudaban al terrateniente, calculando todo lo que podían quedarse sin dejar hambrientos a los aldeanos. Kokila yacía allí por las noches junto a Gopal, y a través de la puerta abierta, mientras él dormía, escuchaba a Shastri y a Shardul repasando las posibilidades.

—Trigo y cebada, dos quintas partes cuando son regados naturalmente, tres décimas partes cuando son regados con el molino.

—Suena bien. Luego dátiles, vino, cosechas verdes y la huerta, una tercera parte.

—Pero las cosechas de verano una cuarta parte.

Finalmente, para ayudar en este trabajo, el terrateniente nombró a Shardul en el puesto de qanungo, asesor de la aldea; así se transformó en un hombre espantoso. Y aún tenía ojos para Bihari. La noche del festival de las carrozas la llevó al bosque. Por lo que contó ella más tarde, estaba claro para Kokila que Bihari no se preocupaba lo suficiente, disfrutaba contándole los detalles:

—Yo estaba recostada sobre el barro, la lluvia me caía sobre el rostro y él bebía las gotas y decía «te amo, te amo».

—Pero no se casará contigo —señaló Kokila, preocupada—. Y a sus hermanos no les gustará nada si se enteran de esto.

—No se enterarán. Era tan apasionado, Kokila; no tienes idea. —Ella sabía que Kokila no admiraba a Gopal.

—Sí, sí. Pero podría causar problemas. ¿Acaso una pasión de unos minutos vale eso?

—Sí lo vale, lo vale. Créeme.

Durante un tiempo, Bihari fue feliz; cantaba todas las viejas canciones de amor, en especial una que las amigas solían cantar juntas, una muy antigua.

Me gusta dormir con alguien diferente,

a menudo.

Lo mejor es cuando mi esposo está en un país lejano,

muy lejos.

Y por la noche en las calles hay lluvia y viento,

y todos están en su casa.

Pero Bihari quedó embarazada, a pesar de los brebajes de Insef. Intentó no contárselo a nadie, pero con la dai inmovilizada había nacimientos que ella debía atender, entonces iba y se notaba su estado, y la gente unía lo que había visto u oído, y todos decían que Shardul la había dejado embarazada. Entonces la esposa de Prithvi estaba dando a luz y Bihari fue a ayudar, y el bebé, un niño, murió unos minutos después de haber nacido; fuera de la casa, Shastri golpeó a Bihari en el rostro y la llamó bruja y zorra.

Kokila se enteró de todo esto cuando fue de visita a casa de Prithvi, por la esposa de Prithvi, quien dijo que el nacimiento había sucedido más rápido de lo esperado y que no creía que Bihari hubiera hecho nada malo. Kokila salió corriendo para la choza de la dai, y encontró a la nudosa y vieja mujer jadeando con esfuerzo entre las piernas de Bihari, intentando sacar al bebé.

—Está abortando naturalmente —le dijo a Kokila.

Así que Kokila se hizo cargo de la situación e hizo lo que la dai le había dicho, olvidándose de su propia familia hasta que cayó la noche; entonces recordó.

—¡Tengo que irme! —exclamó.

—Vete. Estaré bien —susurró Bihari.

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