—Agua —dijo Gillian con la voz ronca.
Tara abrió la puerta del coche y sacó una botella de agua mineral que llevaba en la guantera del asiento de atrás. Puesto que Gillian tenía las manos atadas a la espalda y no podía beber sola, Tara desenroscó el tapón y le sostuvo la botella frente a los labios. Gillian bebió con avidez, muerta de sed.
—Por favor —suplicó en cuanto hubo acabado—. Por favor, no vuelvas a taparme la boca.
—Es horrible cuando te falta el aire, ¿verdad? —replicó Tara con un tono que sonó casi compasivo—. Muy bien, haremos una cosa: voy a dejarte el precinto suelto, de todos modos, por aquí no hay nadie que pueda oírte si gritas. No obstante, si haces alguna tontería para intentar conseguir ayuda o algo por el estilo, te la volveré a tapar de manera que tampoco puedas ver ni oír nada. ¿Me has entendido bien?
—Sí —afirmó Gillian mientras miraba a su alrededor. Estaba en un lugar cubierto de nieve hasta donde alcanzaba la vista. Un paisaje con colinas y un bosque a lo lejos. La carretera por la que habían llegado hasta allí estaba más o menos despejada, solo estaba cubierta por una capa de nieve dura y no muy gruesa. No se intuía ninguna población cercana. Tara tenía razón: podría gritar tanto como quisiera, nadie la oiría. Y si intentaba escapar, ¿hasta dónde llegaría? Tara no tardaría en alcanzarla. Con las manos atadas a la espalda tendría serias dificultades para moverse. No tenía ninguna posibilidad de escapar.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
Tara abrió su enorme bolso y metió dentro algunos comestibles: unos bocadillos envueltos en plástico y dos botellas de agua. Llevaba la pistola en la mano.
—Peak District —dijo—. O si lo prefieres, en medio de la nada.
Peak District. El gran parque nacional al norte de Inglaterra. Se extendía a lo largo de varios condados y empezaba por su extremo norte casi a las puertas de Mánchester.
Mánchester.
Tara había nacido en Mánchester.
—¿Conoces este lugar? —preguntó Gillian, vacilante.
—Podríamos decir que sí. Estamos cerca de la cabaña. El lugar perfecto. Ahí no nos encontrará nadie.
—¿Qué cabaña?
—Nada de preguntas —se limitó a decir Tara—. ¡Muévete de una vez!
—¿En qué dirección?
—Por allí. —Señaló los campos con el arma—. Por aquí hay un camino, aunque ahora no se vea. Simplemente sigue en línea recta.
Al final de los campos empezaba la zona boscosa que Gillian ya había descubierto a primer golpe de vista. Allí tal vez podría albergar una mínima esperanza. Si acababa teniendo alguna posibilidad de escapar, sería en el bosque. A diferencia del altiplano sin árboles ni matorrales en el que se encontraban, el bosque le ofrecía la posibilidad de ocultarse, la única posibilidad en la que Gillian podía basar su esperanza, puesto que estaba en desventaja, con las manos atadas. Pero tampoco se hacía ilusiones. Necesitaría tener mucha suerte para sorprender a su vigilante. Y aun así solo podría sobrevivir si conseguía encontrar tan pronto como fuera posible un pueblo, o al menos una granja. Hacía un frío atroz. Era poco probable que llegara a sobrevivir más de una noche al aire libre.
Siguió avanzando pesadamente. De vez en cuando se hundía casi hasta las rodillas en la nieve. Volvió a comprobar lo difícil que resultaba mantener el equilibrio en medio de la nieve con las manos atadas a la espalda. Tras ella podía oír la respiración de Tara. Para ella, la travesía tampoco resultaba fácil. Llevaba a cuestas la bolsa con las provisiones y un arma de fuego en una mano, seguramente no se atrevía a dejar que su mente perdiera la concentración ni por un momento. Seguro que Gillian, atada y amedrentada, no le parecía especialmente peligrosa, pero la situación tampoco estaba exenta de riesgo.
De repente, Gillian se detuvo. Tenía la impresión de haber estado andando durante horas.
—¿Podemos hacer una pausa? —preguntó mientras se volvía hacia Tara.
Esta negó con la cabeza.
—Debe de faltar una media hora para llegar a la cabaña. Podremos resistirlo.
—Tara, al menos podrías explicarme por qué…
—No —la interrumpió—. Prefiero guardarme las fuerzas. Y tú deberías hacer lo mismo. El camino enseguida será cuesta arriba y sería de idiotas derrochar las energías de ese modo. O sea que cierra el pico y continúa.
Gillian obedeció y luchó contra la desesperación que estaba a punto de apoderarse de ella. El frío le dolía en los pulmones. La nieve le cegaba los ojos. El agotamiento parecía querer derribarla continuamente.
Pero siguió adelante.
3
—Esperaba —dijo la sargento Christy McMarrow con absoluta frialdad en la voz— que pudieras darme alguna explicación convincente.
Estaban sentados en el despacho de Christy, en Scotland Yard. Era sábado por la mañana y el inspector Fielder había acudido a Croydon para hablar de nuevo con Liza, a la que ya había visitado la noche anterior mientras dos de sus agentes se ponían en contacto con Logan Stanford, otros acudían a la casa de los Ward en Thorpe Bay y otros al piso de Tara en Kensington. La agente Kate Linville, que justo después de hablar por teléfono con John había estado buscando información acerca de Tara Caine, tuvo una de las pocas actuaciones realmente afortunadas de su vida profesional cuando logró dar enseguida con el dato decisivo: a Tara Caine solo le quedaba un pariente vivo, su madre, que residía en Mánchester y tal vez pudiera revelarles el paradero de su hija. En general se recibió con asombro el hecho de que Kate ya hubiera estado buscando información acerca de Tara Caine, puesto que ningún otro miembro del equipo se había fijado en esa mujer. Kate explicó que le había escamado ver el nombre de Tara en el registro de lecturas del expediente de John Burton. Pudo saborear al máximo aquella demostración de instinto criminalista que nadie le había atribuido.
Tras varios intentos infructuosos de contactar con la señora Caine-Roslin por teléfono, al final habían solicitado urgentemente a la comisaría de la zona que acudieran a visitar a la anciana para descubrir si su hija se encontraba con ella. John constató aliviado que las cosas por fin empezaban a moverse. La noche anterior lo habían interrogado durante varias horas y, por supuesto, les complació saber que él había descubierto el paradero de Liza Stanford, aunque reaccionaron con mucho escepticismo ante las sospechas que John dirigía hacia Tara Caine. Fielder había acudido a ver a Liza esa misma noche para poder tener una primera conversación con ella, pero decidió dejar todo lo que concernía a Tara Caine y a Gillian Ward para la mañana siguiente. John había notado claramente lo mucho que les habían sorprendido las teorías que él había aportado a la investigación del caso, pero aun así a la mañana siguiente empezaron a buscar a la fiscal. Sin embargo, se había derrochado una noche entera, una noche durante la cual John no había podido pegar ojo. No había parado de recorrer su piso arriba y abajo, se había fumado dos paquetes de tabaco y por la mañana se había presentado de nuevo en Scotland Yard reclamando saber cuál sería el siguiente paso.
Christy McMarrow lo recibió y le explicó claramente qué tarea le habían encomendado: tenía que descubrir de dónde había sacado esa información interna. No obstante, John se negó a revelar su fuente de información y sostuvo que era un dato absolutamente irrelevante.
Christy y él habían trabajado varios años juntos. Se caían bien, en ocasiones incluso habían salido juntos después del turno para tomar algo. Christy había sido la primera en defender la inocencia de John ante las acusaciones que se alzaban contra él y había afirmado que las consideraba una solemne tontería. Por eso John había albergado esperanzas de que ella pudiera comprender la situación en la que se encontraba. Pero Christy se atrincheró tras un muro de frialdad y no parecía dispuesta a dejar que su amistad interfiriera en el asunto.
John lo intentó de nuevo.
—Christy, yo…
Ella lo interrumpió enseguida.
—Todavía no has respondido a mi pregunta: ¿cómo llegaste a la conclusión de que tenías que buscar a Liza Stanford? La única posibilidad en la que podría pensar sería que hubieras hablado con Keira Jones. O con la hija de Carla Roberts.
—No he hablado con ninguna de ellas.
—¿Con quién, pues?
John sintió cómo crecía la impaciencia en su interior.
—Christy, ¿de verdad es tan importante? Tenemos otros problemas entre manos. Gillian Ward ha desaparecido, la fiscal Caine también. Lo último…
—… no tiene nada que ver con el caso —repuso Christy—. Esas teorías son bastante rebuscadas, John. Son extravagantes, por decirlo de un modo suave. Según lo que afirmas saber, Gillian Ward se había propuesto retirarse un tiempo a un hotel apartado para intentar encontrarse a sí misma o algo parecido…
—No. Yo no he dicho nada de encontrarse a sí misma. La impresión que a mí me dio fue que estaba intentando esconderse.
—En cualquier caso, ahora consideras que el hecho de que haya desaparecido supone un peligro y sospechas seriamente que una fiscal podría ser una asesina en serie.
—Yo me he limitado a indicaros que es la primera persona encontrada hasta el momento que conocía a todas las víctimas. Y eso me inquieta, más aún cuando parece que se la haya tragado la tierra. Y a Gillian Ward, también. Vosotros considerabais que Gillian Ward podría seguir en peligro. Al menos eso es lo que Fielder me dijo.
—Mira, yo creo que… —empezó a decir Christy. En ese mismo instante, sonó el teléfono del despacho y la sargento respondió.
»Páseme la llamada, pero espere un momento, por favor. —Se levantó del asiento—. Perdóname un segundo —le dijo a John—, enseguida vuelvo a estar contigo.
Dicho esto, salió de la sala. John se puso de pie y miró por la ventana. Vibraba de impaciencia. La policía se estaba poniendo en marcha, pero demasiado despacio para su gusto. Y era típico de Fielder eso de haber delegado en su colaboradora más eficiente la tarea de desarmar al que había sido su enemigo mortal. ¡Como si no hubiera cosas más importantes que Christy podría haber estado haciendo durante esas horas!
Cinco minutos más, se dijo a sí mismo, le doy cinco minutos más a esta patochada y luego me marcho a buscar a Gillian por mi propia cuenta.
Christy volvió a la sala casi al término de esos cinco minutos. Parecía muy tensa. John comprendió enseguida que había recibido novedades inquietantes. Se le acercó, pero ella pasó de largo y tomó asiento de nuevo tras la mesa. Al parecer le daba igual si John se sentaba también o si se quedaba de pie.
—¿Cómo llegaste a sospechar de la fiscal Caine? —preguntó.
John negó con la cabeza, desconcertado.
—Ya os lo expliqué ayer por la noche. Es amiga de Gillian Ward y, por supuesto, conocía también a Thomas Ward. Ella conoció a Carla Roberts y a Anne Westley a través de Liza Stanford. Por consiguiente, conocía a las tres víctimas. Y pese a haber leído mi expediente, le hizo creer a Gillian que no tenía ni idea acerca de mis antecedentes. Sé que todo esto no es suficiente, pero algo me dice que…
—El coche de Gillian Ward está en el garaje de su casa, en Thorpe Bay —lo interrumpió Christy—. Hay huellas de neumáticos en la entrada que indican la presencia reciente de otro coche. Y no es ni el de Gillian Ward ni el de su marido.
John empalideció de golpe.
—¿Podría ser un Jaguar?
Christy asintió. Al parecer la policía ya lo había descubierto.
—Sí. Y antes de que me lo preguntes: podrían ser marcas de los neumáticos del Jaguar de la fiscal Caine —titubeó un momento—. Nuestros agentes han comprobado el contestador automático de la señora Ward —prosiguió—. Había una llamada de lo más singular. De ayer.
—¿Los agentes han entrado en la casa? —John sabía perfectamente que en tan poco tiempo no habrían podido conseguir una orden de registro. Al parecer había algo que había impuesto una urgencia sobre el tema que les había hecho pasar por alto esas irregularidades de procedimiento—. ¿Por qué?
—Por orden del inspector Fielder. —Christy dudó de nuevo—. La policía de Mánchester se ha puesto en contacto con él. Han encontrado a Lucy Caine-Roslin, la madre de la fiscal Caine. Muerta en su casa. Al parecer, la han asesinado.
—¡Maldita sea!
—En el lugar del crimen se han encontrado indicios de que se trata de la misma persona que asesinó a Roberts, Westley y Ward.
¿Un paño de cocina en la boca de la víctima?, estuvo a punto de preguntar John, pero se tragó la frase a tiempo. Si hubiera revelado que sabía ese dato, Christy habría descubierto que había un topo en Scotland Yard. No quería comprometer todavía más a la agente Linville.
—¿Y ese mensaje en el contestador de Gillian? —preguntó en lugar de eso.
—Era de Samson Segal. —Christy miró fijamente a John—. Del tipo que buscábamos.
—¿De verdad? —dijo él sin pestañear.
—Sí, de verdad. Se dirigía directamente a la señora Ward para advertirla de la fiscal Caine. Considera que es peligrosa. Y no solo él. Habla en primera persona del plural. Él y alguien más, al que no llega a nombrar, están preocupados por la señora Ward. Le pide que vaya con cuidado. ¿Tienes alguna idea de quién podría ser esa persona tan sospechosa que está con Samson Segal?
—No.
Ella lo miró fijamente con insistencia. John ya sabía lo astuta e intuitiva que era.
—¿Dónde está Samson Segal, John?
—¿Por qué tendría que saberlo?
—La policía lo está buscando. Si alguien lo está ocultando, está incurriendo en un delito.
—Lo sé. Trabajé aquí el tiempo suficiente para aprenderlo.
—John…
—¡Christy! —John apoyó los dos brazos en la mesa y se inclinó hacia delante. Su rostro quedó muy cerca del de ella. John pudo apreciar las líneas que el tiempo se había encargado de profundizar alrededor de los ojos de Christy—. ¡No me dirás en serio que seguís sospechando de Samson Segal! ¡Ese tipo es inofensivo! Se dejó llevar por la veneración exaltada que sentía por Gillian Ward y estuvo merodeando durante meses cerca de su casa, pero aparte de unos cuantos pensamientos impuros, seguro que no ha cometido ningún delito. Es un tipo raro, un pobre diablo, pero nada más. No despilfarréis un tiempo precioso persiguiéndolo. ¿O es que no lo comprendes? —Se enderezó—. Gillian ha desaparecido. Tara Caine también y su piso fue el último lugar en el que estuvo alojada Gillian. Por lo tanto, es posible que las dos se hayan marchado de Londres juntas. ¿En el coche de Tara? ¿A Thorpe Bay? Al menos allí hay marcas de los neumáticos del coche de Caine. Pero ¿hacia dónde fueron a continuación? ¿Tal vez en dirección a Mánchester? El lugar donde creció Tara Caines. Allí también han pasado cosas, porque ahora la madre de Tara Caine ha muerto y…