—Toda no. Al parecer no tenía ni idea de que Gillian Ward mantenía un idilio con otro hombre. Al menos no sabía nada concreto acerca de esa relación.
—Esas historias suelen ocultarse por todos los medios.
—De acuerdo. Pero ¿a pesar de la estrecha vigilancia a la que tenía sometida a la familia no sabía que la hija se había quedado en casa?
—No había salido del domicilio debido a una inflamación de la garganta. Puesto que no la veía, debió de pensar que había salido de viaje —supuso Christy.
—Hace años que pasa los días de vacaciones entre Navidad y Nochevieja en casa de sus abuelos. Todas las personas del entorno de los Ward lo sabían.
—Pero no todos concentran las peculiaridades que presenta Samson Segal.
—Así pues, ¿él creía que Gillian Ward estaría sola en casa? ¿Y por consiguiente entró con la intención de matarla? ¿A una mujer a la que idolatra?
—Y que no le corresponde —aclaró Christy—. Ni siquiera se ha dado cuenta de la atracción que provoca en él. Y no demostró la más mínima empatía cuando su marido había tratado con desprecio a Samson Segal. Este sintió que lo habían «tratado como si fuera escoria», eso es lo que escribió. Lo que hizo fue expresar el odio que sentía. La adoraba, pero aquello lo cambió todo. Se sintió decepcionado por ella.
Fielder se frotó la cara con las dos manos. Estaba cansado, empezaba a perder la paciencia y todavía notaba los efectos del champán de la noche anterior.
—¿Y cómo hacemos encajar a Westley y a Roberts en esta teoría? Una vivía en Hackney y la otra en Tunbridge.
—Tiene coche. Tampoco es que esas distancias estuvieran fuera de su alcance.
—Pero las habría mencionado en sus anotaciones, ¿no, sargento? —Fielder negó con la cabeza—. Hay demasiadas cosas que no encajan. Ni siquiera las débiles teorías que ya teníamos se sostienen. Lo único que hemos encontrado ha sido un punto en común entre Westley y Roberts: las dos vivían solas y bastante aisladas desde que se habían jubilado. En cambio, Gillian Ward está casada, tiene una hija y trabaja.
—Eso significa —dijo Christy— que nos estamos aferrando a un denominador común equivocado. No parece que el hecho de que vivieran solas constituya el vínculo más decisivo entre las víctimas. Tiene que ser otra cosa, algo que se nos ha escapado hasta el momento.
—Tenemos que volver a hurgar en el pasado de Anne Westley —dijo Fielder—, así como en los de Carla Roberts y Gillian Ward, si bien en este último caso será más sencillo, porque al menos sigue viva. Sí, tenemos que centrarnos en la señora Ward.
—Y deberíamos procurar encontrar a Samson Segal —apostilló Christy—. ¡Es importante, señor! O bien tiene las manos sucias por el asunto o podría resultar ser un testigo decisivo. Ha estado observando la casa de los Ward y ha estado fisgoneando en sus vidas. Puede que se le ocurra algo que sea decisivo para nosotros.
—Interrogaremos de nuevo a la cuñada —determinó Fielder—, y tal vez consigamos alguna pista al respecto. Hace un frío de mil demonios ahí fuera. Segal tiene que haberse refugiado en alguna parte.
—Lo atraparemos —aseveró Christy.
Él la miró fijamente. En ese momento estaba completamente seguro de tener ya al autor de los crímenes.
Aunque tampoco acababa de creérselo.
2
Tenía la sensación de haber pasado los tres últimos días sentada en el sofá con la mirada perdida en la pared, sin comprender nada de lo que le estaba ocurriendo. Y no era cierto. Preparaba la cena, más que nada para Becky, limpiaba la casa, se duchaba por la mañana y se ponía ropa limpia, llenaba el lavavajillas y lo volvía a vaciar. Por la noche se tomaba un fuerte somnífero, se tendía en el sofá y se sumergía en una profunda oscuridad narcótica de la que despertaba por la mañana sin sentirse descansada. Se preparaba el desayuno, tostaba pan, cortaba fruta y freía huevos. Todo sin darse cuenta realmente de lo que hacía.
Tara ya se había quejado:
—¡Gillian, no puedo más! Me gustaría poder ocuparme de ti, pero tengo la sensación de que consigo el efecto contrario.
Gillian había mirado a su amiga con aire de súplica.
—Déjame que me ocupe de la casa, Tara. De lo contrario me volveré loca.
Esta había cedido enseguida.
—Por supuesto. Ya te entiendo.
Gillian y Becky se habían trasladado esa noche terrible a casa de Tara junto con Chuck, el gato, después de haber estado buscándolo desesperadamente y de haberlo encontrado ya muy tarde por la noche, temblando de miedo un par de jardines más allá. Debía de haber salido presa del pánico por la puerta abierta de la cocina en cuanto el horror y la violencia habían irrumpido en la casa. Una agente de policía amable y especialmente sensible le había explicado a Gillian que la casa debía quedar precintada enseguida, puesto que había sido la escena de un crimen.
—No podemos exponernos a que se destruyan pruebas. ¿Conoce a alguien que pueda alojarla a usted y a su hija por un tiempo?
Gillian había pensado primero en sus padres, pero vivían demasiado lejos. La siguiente persona en quien había pensado había sido Tara. Había llamado a su amiga, le había contado lo sucedido y en primera instancia no recibió más que silencio como respuesta. Al fin, Tara le preguntó, desconcertada:
—¿Qué ha ocurrido? —En el acto demostró ser una mujer acostumbrada por su profesión a tratar con casos de ese tipo. Reaccionó con serenidad y sin síntomas de bloqueo—. Llego enseguida —le había dicho—, para recogeros a Becky y a ti. Por supuesto que podéis quedaros en mi casa. Tanto tiempo como queráis.
Desde entonces, ahí estaban, en el elegante piso que Tara tenía en un edificio antiguo de Kensington. Entretanto, un inspector de Scotland Yard se había presentado para hablar con Gillian y esta le había contado todo lo que sabía, incluida la cruda verdad acerca de su historia con John. Una agente conversó con Becky en presencia de su madre y de una psicóloga. Gillian sabía que Becky era una testigo importante. No había visto al asesino, pero había bajado la escalera alertada por el jaleo y había oído a su padre gritando:
—¿Qué demonios es esto?
Y a continuación, dos disparos. Desde la escalera y a través de la puerta del comedor Becky pudo ver cómo su padre se desplomaba sobre una silla.
—¿Pensaste en salir corriendo hacia él? —preguntó la agente.
Becky negó con la cabeza.
—No —respondió con tono de disculpa—. Sabía que todavía había alguien ahí. Había oído cómo mi padre hablaba con alguien y luego los disparos. Tenía… tenía tanto miedo. Solo quería escapar. ¡Escapar! —Había empalidecido de golpe—. Debería haberlo ayudado. Debería haber ido. Debería…
La psicóloga intervino de inmediato.
—En absoluto, Becky. No podrías haber hecho nada por él. Lo mejor que podías hacer era ponerte a salvo.
—Solo quería saber qué fue exactamente lo que activó ese acto reflejo de esconderse en Becky —explicó la agente. Sonó como una justificación—. Por desgracia, todo cuanto vio, oyó y experimentó esa noche es significativo para nosotros.
Sin embargo, nada de lo que Becky había contado había permitido avanzar realmente en las pesquisas. Había estado tan absorta pintando en su cuarto que no se había dado cuenta de que un extraño había entrado en casa y había amenazado a su padre hasta que hubo oído los gritos de Tom.
—Cuando vi cómo papá caía sobre la silla me asusté mucho. Yo estaba en la escalera y me resbaló un pie. En cuanto oí el ruido, supe que… De algún modo pensé que quien lo había hecho ya sabía que yo estaba en casa. Casi me vuelvo loca de miedo. Volví a subir corriendo y busqué un lugar en el que esconderme.
Se le ocurrió meterse dentro de la maleta que guardaban en el desván porque ya se había escondido allí dentro otras veces jugando al escondite con sus amigas en la casa. Se había metido dentro en una postura forzada que le provocó dolores intensos en los brazos y las piernas. Conteniendo el aliento, había oído cómo el asesino la buscaba por toda la casa, cómo registraba todas las habitaciones, abría los armarios y apartaba los muebles.
—Cuando subió, casi me muero de miedo. Pensé que me encontraría enseguida. Hizo un ruido horrible lanzando todas las cajas y cacharros que encontraba a su paso. Pensé que iba a morir en cualquier momento.
—Pero ¿no viste absolutamente nada?
Becky negó con la cabeza.
—La tapa de la maleta estaba cerrada, no veía más que oscuridad a mi alrededor. Una oscuridad absoluta.
La agente quiso saber si Becky había oído el timbre de la puerta, pero la chica no lo recordaba.
—Creo que no, pero no lo sé. Aunque creo que habría bajado, si lo hubiera oído.
Ese día de Año Nuevo Becky había salido, todavía aturdida y abúlica, con Tara a patinar por Hyde Park. Tara había intentado convencer a Gillian para que las acompañara, pero esta había rechazado el ofrecimiento.
—No. Id vosotras. Me apetece estar sola.
Poco después de que se marcharan, el inspector Fielder la había llamado y le había preguntado si podía pasar a verla. A ella le habría gustado poder deshacerse de él, puesto que estaba agotada y tenía una gran sensación de vacío. Sin embargo, sabía que tenía que sobreponerse. Ese hombre hacía su trabajo y necesitaba que lo ayudara. Era importante encontrar al asesino de Tom.
En esos momentos, Fielder estaba sentado frente a ella en un sillón del piso de Tara. Gillian había preparado café y él aceptó gustoso que le sirviera una taza. Parecía cansado, probablemente había estado celebrando la Nochevieja.
Qué uno de enero tan horrible, pensó Gillian. Desde donde estaba podía ver el balcón y el fragmento de cielo gris que este permitía divisar. Chuck estaba sentado frente a la ventana, mirando fijamente hacia fuera, siguiendo con los ojos a los pájaros que de vez en cuando se posaban en la baranda y lo miraban con descaro.
El inspector Fielder expuso su teoría acerca de cómo el asesino había conseguido entrar en la casa.
—Suponiendo que realmente no hubiera llamado y que Tom tampoco le hubiera abierto la puerta, podría ser que hubiera encontrado una manera de entrar más simple y más cómoda. Lo hemos comprobado. Desde la calle se puede ver la cocina, a través de la pequeña ventana que hay en la puerta. Desde ahí se ve la puerta que permite acceder al jardín. Es especialmente visible de noche si el interior está iluminado. Suponemos que su marido debió de abrir la puerta del jardín, es probable que quisiera ventilar la cocina. La puerta no presenta ningún signo de haber sido forzada. El asesino, que a lo mejor había tenido la intención de llamar a la puerta en primera instancia, vio la oportunidad de rodear la casa y entrar en la cocina por el jardín. Por eso Becky no se había dado cuenta de nada.
—¿Hay huellas?
Fielder negó con la cabeza.
—Por desgracia, la nieve las cubrió de nuevo antes de que llegara la policía.
—Pero ¿por qué? —preguntó Gillian—. ¿Por qué? ¿Por qué habría querido alguien matar a Tom?
Él respondió con otra pregunta:
—¿Le dicen algo los nombres Carla Roberts y Anne Westley?
Gillian se tomó un par de segundos para intentar comprender las consecuencias de esa pregunta.
—¿Cree usted que hay alguna relación entre…?
—Entonces, ¿sabe quiénes son esas dos mujeres?
—Por los periódicos, sí. Aunque no las conocía personalmente.
—¿Había oído hablar de ellas anteriormente? ¿Su marido no las había mencionado jamás?
—No. Jamás.
—La doctora Anne Westley ejercía como pediatra en Londres. ¿Tal vez alguna vez llevó a Becky…?
—No, ya le he dicho que no las conocía.
Peter Fielder tomó un sorbo de café, dejó la taza con cuidado sobre la mesa y miró a Gillian muy serio.
—El arma del crimen. La pistola con la que dispararon a su marido. Es muy probable que se trate de la misma arma utilizada para reducir a las dos mujeres que le he mencionado.
—¿También les dispararon? —preguntó Gillian. En los periódicos solo había podido leer especulaciones acerca de las causas de esas dos muertes, puesto que la policía no había dado ningún tipo de información al respecto. Fielder quiso que, por el momento, Gillian siguiera sin conocer esos detalles.
—Todo parece indicar que fueron amenazadas con esa arma —replicó él a modo de evasiva—. En el caso de la doctora Westley, el asesino utilizó la pistola para abrir a tiros la puerta tras la que se había parapetado la anciana. De ahí que pudiéramos comparar los proyectiles.
A Gillian le pareció más que raro.
—Pero ¿por qué alguien que ha matado a dos ancianas tendría que haber matado a un hombre de mediana edad? Ni siquiera nos robó nada. ¡Es que no tiene sentido!
—Hasta el momento, toda esta historia no tiene ningún sentido en absoluto —dijo Fielder con resignación—, o por lo menos nosotros no se lo encontramos. Sin embargo, no podemos obviar el hecho de que… —se esforzó en encontrar las palabras para decirlo suavemente. No quería soltarle a Gillian sus sospechas con toda su dureza.
No obstante, ella adivinó lo que quería decirle. Lo vio venir.
—¿Cree usted que Tom no debería haber sido la víctima? ¿Cree que en realidad era yo el objetivo?
Fielder pareció aliviado por no haber tenido que decirlo él.
—En realidad no es más que una sospecha. Pero el hecho es que en circunstancias normales su marido no habría estado en casa a esas horas. Lo mismo que su hija, por cierto. Quien conozca mínimamente a su familia o haya investigado un poco sabe que usted habría estado sola.
—El asesino se fijó en la cocina…
—Sí. Pero no vio a nadie, porque su marido debía de estar ocupado en el comedor. El asesino simplemente vio la cocina iluminada y la puerta abierta. Se metió en la casa y de golpe se topó con un hombre en lugar de hacerlo, como esperaba, con una mujer. Difícilmente podría encontrar una explicación inocente para justificar que entrara en el comedor armado con una pistola. Y pensó que sería mejor matar a Thomas para que no pudiera identificarlo posteriormente. Luego, se horroriza al oír un ruido procedente de la escalera. Hay alguien más en la casa. Alguien que tal vez lo haya visto. Por eso se pone a buscar como un loco, aunque gracias a Dios su búsqueda fue infructuosa.
Gillian soltó un leve gemido y hundió el rostro en las manos.
—Si llega a encontrar a Becky…
—Becky tuvo mucha suerte. También tuvo suerte de que el asesino pensara en algún momento que sería demasiado peligroso seguir buscando y permanecer más tiempo en el lugar de los hechos, por lo que optó por dejarlo. ¡El ángel de la guarda de su hija hizo su trabajo, Gillian!