Becky se aferró enseguida a su madre.
—¡Mamá! ¡No te vayas, por favor! ¡No me dejes sola!
—Tengo que llamar a la policía, Becky. Y a un médico. ¡Por favor, espérame en tu habitación! ¡Y cierra con llave!
—Mamá…
—¡Por favor! —Gillian se dio cuenta de la severidad que había adoptado su voz a causa de los nervios—. ¡Haz lo que te digo, Becky!
Hizo cuanto pudo para librarse de su hija. Estaba claro que Becky estaba a punto de ponerse histérica y, antes de que eso ocurriera, Gillian tenía que dejarla en un lugar seguro e informar a la policía.
—¡Ve a tu habitación, Becky! ¡Enseguida!
La chica miró fijamente a su madre, todavía con el rostro blanquecino y el pelo revuelto de un modo febril. Todavía con las pupilas dilatadas.
—¿Dónde estabas, mamá? ¿Dónde has estado toda esta maldita tarde?
Gillian no respondió.
Cuando llegó a la puerta de casa le faltaba el aliento, a pesar de lo mucho que se había esforzado en andar a un ritmo normal, por miedo a que una patrulla de policía lo detuviera si llegaban a verlo corriendo como un loco de noche. No sabía cuánto tardaban en ponerse en marcha los mecanismos policiales. ¿Debían de estar buscándole ya? ¿Le habría llegado ya a cada agente una foto suya junto a una descripción? ¿Se aplicarían al máximo en buscarlo?
Se pasó la mano por la frente y se sorprendió al comprobar que tenía la cara empapada en sudor a pesar del frío que hacía esa noche, casi diez grados bajo cero.
Eran las diez y media, faltaba todavía una hora y media para la medianoche. Sin embargo, en todas partes por la ciudad los fuegos artificiales ya estallaban y dibujaban sus palmeras multicolores sobre el cielo oscuro. De vez en cuando pasaba algún que otro grupo aislado de personas en un estado etílico considerable, aunque tampoco es que hubiera mucha gente por la calle. Simplemente hacía demasiado frío. Quien podía, se quedaba en casa.
Alzó la mirada hacia la fachada de un bloque de viviendas en el centro de la ciudad de Southend. Excepto en el piso superior, había luz en todos los pisos. Se oía música a gran volumen procedente de algún lugar. Por supuesto, ¿quién se iba a dormir en Nochevieja? La gente festejaba, se reunía, bailaba y se divertía.
Si no los estaba buscando la policía.
Esperaba que Bartek estuviera en casa. Y que el ruido de fiesta que llegaba hasta la calle no procediera de su piso. ¿Qué haría si allí arriba se encontraba con treinta personas con ganas de fiesta? Dudó un poco antes de pulsar, al fin, el timbre. No tenía elección. Necesitaba un lugar en el que esconderse y si tenía que buscar uno al aire libre acabaría muriendo de frío en esa noche tan helada.
Pasó un buen rato antes de que se oyera el zumbido del portero automático. Samson se apoyó en la puerta para abrirla e inició el ascenso hasta el segundo piso. Había estado allí un par de veces, pero no recordaba que le hubiera costado jamás tanto subir esos dos pisos. Tuvo que detenerse más de una vez para recobrar el aliento.
Estaba hecho polvo, nervioso y psicológicamente destrozado. Era evidente que eso le dificultaba la respiración.
Bartek lo estaba esperando en el descansillo de su piso. Tras él sonaban varias voces y música de baile.
En efecto, está celebrando una fiesta en casa, pensó Samson con abatimiento.
Bartek primero pareció asustarse, aunque al ver quién lo visitaba tan tarde, pasó a mostrarse más bien cohibido.
—Ah, Samson, ¿qué haces aquí? —preguntó con un cierto titubeo—. Tenemos invitados y… bueno, de hecho quería invitarte a ti también, pero sé que no te gustan las fiestas y pensé que tal vez…
Samson subió los últimos escalones con dificultad.
—Bartek, necesito ayuda —dijo Samson.
—Tienes muy mal aspecto —constató el polaco. Entrecerró la puerta tras él hasta dejar solo un diminuto resquicio—. ¿Qué te ha pasado?
—La policía —dijo Samson—. La policía me está buscando.
—¿Qué?
—Millie me ha denunciado. Gavin me ha advertido y ahora… no sé adónde ir.
—Dios mío —exclamó Bartek. De repente ya no parecía tan sereno como de costumbre, sino más bien bastante superado.
No me extraña, pensó Samson. Tiene el piso lleno de invitados y lo que le apetece en realidad es celebrar la Nochevieja y divertirse. Y ahora le salgo yo con esta historia que debe de sonarle completamente absurda.
—¿Qué quieres decir con que te ha denunciado? —preguntó Bartek—. ¿Por qué motivo puede haberte denunciado?
—Una tontería como una casa —contestó Samson mientras pensaba que le estaba quitando importancia al tema. Estaba en el peor apuro de su vida—. Ya te conté lo que… bueno, lo que hago durante el día…
—¿Lo de que… observas mujeres?
¡Cómo suena eso!, pensó Samson. Incluso a él mismo le parecía sospechosa esa formulación. «Observas mujeres». Las palabras transmitían una imagen que no tenía nada que ver con lo que tenía lugar en realidad, pero en eso consistía precisamente su problema: su afición era demasiado rara. De no haber sido por lo sucedido, la gente podría considerarlo poco más que un chiflado inofensivo.
—Lo tengo todo anotado —explicó con precipitación—. Mis observaciones, reflexiones y esas cosas, lo tengo todo almacenado en mi ordenador. Millie me ha estado espiando. Ha descifrado mi contraseña, lo ha leído todo, ha impreso todo lo que ha encontrado y considera que todo ello demuestra que soy peligroso.
Bartek negó con la cabeza.
—Bueno, tampoco es que sea lo más normal del mundo, lo que haces.
—Anteayer asesinaron a un hombre. En nuestra calle. Le dispararon en el comedor de su casa.
—He leído algo al respecto, sí —dijo Bartek—. Pero ¿cómo…?
—Desde entonces, Millie le ha insistido mucho a Gavin de que tenían que mostrarle mis anotaciones a la policía. Él ha intentado disuadirla, pero… bueno, Millie siempre acaba haciendo lo que le da la gana. Esta mañana se ha presentado en la comisaría más cercana y ha declarado que sospecha de mí.
—Sí, pero no creo que solo por eso la policía ya… —empezó a decir el polaco, aunque se detuvo enseguida. La puerta se abrió tras él y apareció una joven con un vestido corto de color negro, encaramada sobre unos tacones absurdamente altos.
—¡Ah, estás aquí, Bartek! ¡Te he estado buscando por todas partes! —dijo mientras examinaba a Samson—. ¡Hola!
—¡Hola! —saludó este. Conocía a Helen, la prometida de Bartek, aunque solo superficialmente. Se habían saludado un par de veces, cuando había acudido a ver a su amigo y ella había entrado un momento para decirle algo a su prometido. Era evidente que no se acordaba de él.
—Mi amigo Samson —lo presentó Bartek.
—Ah, sí, hola Samson. ¿Qué hacéis aquí? ¡Dentro nos lo estamos pasando de muerte!
—Vamos enseguida —dijo Bartek—. Samson tiene un problema.
Helen soltó una carcajada y Samson constató una vez más lo atractiva que era. Tan atractiva como Bartek. Algún día esos dos traerían al mundo a unos niños increíblemente guapos.
—Ah, bueno. Pues cuando lo tengáis resuelto, entrad, ¿no? —comentó Helen antes de desaparecer de nuevo hacia el interior del piso.
Samson se dio cuenta de que Bartek parecía cada vez más impaciente.
—Bueno, lo dicho, Samson, en mi opinión…
—Espera —lo interrumpió este. Su amigo tenía que comprender la gravedad del caso—. El hombre al que mataron hace dos días… era el marido de esa mujer que tanto me gusta. Te hablé de ella. Esa familia, ¿sabes?, la que más he estado… observando. Todo eso también aparece en mis anotaciones.
—Mierda —exclamó Bartek.
—Y hay algo más…
—¡Oh, no!
—He escrito… palabras bastante cargadas de odio contra ese hombre. En mis anotaciones. Porque… porque me molesté muchísimo por su culpa poco antes de Navidad.
—¿Y qué fue lo que te molestó tanto?
—Pues que… que se mostró muy descortés conmigo. Me había llevado a su hija de doce años a casa y…
Bartek lo miró horrorizado.
—¿Qué?
Relacionado con todo lo demás, eso suena terrible, pensó Samson, absolutamente terrible. Pero su amigo no podía pensar también que él… Dios santo, ¿por qué todos lo tomaban enseguida por un pederasta?
—No —negó con desesperación—, fue por una emergencia. Ella no podía entrar en casa porque sus padres no estaban y yo pasaba por allí…
—Volvías a estar merodeando por delante de la casa de esa familia —constató Bartek. La expresión de su rostro revelaba con claridad lo que estaba pensando: ¿por qué tuve que hacerme amigo de este idiota? ¿Y por qué tengo que estar escuchándolo e implicándome en este follón tan miserable?
—No podía dejar que esa niña se quedara ahí fuera, con la nevada que estaba cayendo. Pero cuando pasaron a recogerla, parecía como si el padre… como si creyera…
Bartek suspiró.
—A raíz de eso escribí que lo odiaba. Y ahora resulta que está muerto y… bueno, la policía encontrará extraño que yo haya estado… observando a esa familia…
—Es increíble —dijo Bartek—. ¡Es que no me lo puedo creer! ¡Dios, ya te dije que era una locura eso que hacías! ¡No me extraña que haya acabado acarreándote dificultades! ¿Estás seguro de que tu cuñada ha acudido a la policía con tus anotaciones?
—Me lo ha dicho Gavin a mediodía. Estaba desesperado porque no ha podido evitarlo, y por todo lo que ha ocurrido.
—No me extraña —murmuró Bartek.
—Me he dejado llevar por el pánico y me he largado con el coche. He estado dando vueltas por el barrio toda la tarde, sin rumbo fijo. En algún momento se me ha ocurrido pensar que era peligroso… Quiero decir, que entretanto ya debían de haber descubierto cuál es la matrícula de mi coche. Por eso he dejado el coche en Gunners Park y he vuelto a la ciudad a pie dando un buen rodeo. Bartek, llevo varias horas caminando. Estoy agotado. ¿Puedo quedarme aquí?
—De ninguna manera —negó Bartek y, al ver el horror en el rostro de su amigo, añadió—: Quiero decir que sería una tontería. Seguro que la policía habrá querido saber los nombres y direcciones de tus amistades y tu cuñada debe de haberme mencionado a mí. Deben de contar con que estarás buscando un lugar en el que refugiarte.
—Pero ¡a algún lugar tengo que ir!
—¿Tienes dinero?
—Cien libras en efectivo. Las últimas que me quedaban en la cuenta.
—Muy bien —dijo Bartek—, de acuerdo —quedaba claro que lo más importante para él era quitarse de encima a su amigo para poder pensar qué hacer a continuación—. Mira, con esto te llega para una habitación de hotel. Uno pequeño, una pensión barata. Busca una habitación y pasa la noche allí. Mañana por la mañana me llamas. A ver si se me ha ocurrido ya una idea para salir de esta.
—¿Un hotel? ¿No será demasiado peligroso?
—Yo diría que no es ni la mitad de peligroso que mi piso —dijo Bartek.
Samson asintió. Su amigo tenía razón.
Bartek echó una ojeada a su espalda por la puerta del piso, donde la música, las risas y el tintineo de copas seguían con la misma intensidad de antes.
—Samson, tengo invitados en casa. Debo volver a entrar. Hablamos por teléfono mañana, ¿de acuerdo?
—¿Me ayudarás?
—Claro —contestó, pero Samson tuvo la impresión de que en ese momento le habría prometido cualquier cosa. Lo que más quería en el mundo era quitarse de encima aquella situación tan absurda.
—Bartek —Samson habló con tono de súplica—, por favor, tienes que creerme: no tengo nada que ver con todo esto. Yo no he matado al señor Ward. Soy incapaz de matar a nadie, ni siquiera de atacar o de herir a nadie. Soy inocente.
—Por supuesto que te creo —aseveró Bartek para tranquilizarlo. Sus palabras le sonaron como las de un médico hablando con un paciente irresponsable.
Exhausto, Samson cerró los ojos un segundo.
—De verdad, no he sido yo.
—Hasta mañana —dijo Bartek antes de entrar de nuevo en su piso y cerrar la puerta con cierto énfasis.
Samson se dispuso a marcharse de nuevo. Los pies le pesaban como si llevara zapatos con suelas de plomo. A mediodía, Gavin le había aconsejado que acudiera a la policía.
—Solo conseguirás empeorar las cosas si huyes. Si no has hecho nada, tienes que dejárselo claro. No te servirá de nada esconderte. ¡Terminarán por encontrarte y habrá sido una tontería!
Estaba seguro de que Gavin tenía razón y sin embargo… No tenía el valor necesario para hacerlo. Tenía miedo. Tenía un miedo atroz y no podía más que seguir sus instintos primarios, que le aconsejaban que debía ponerse a salvo.
Pero ¿dónde podría estar a salvo?
Poco a poco, bajó la escalera. Las once. Faltaba todavía una hora para que empezara un nuevo año.
Para él, desde el primer segundo, lo único que empezaba era una verdadera pesadilla.
1
El inspector Peter Fielder sabía que le exigía un alto nivel de tolerancia a su esposa, pero aquella cadena de terribles asesinatos en serie había dado un giro radical precisamente el 31 de diciembre, de manera que le resultaba imposible pasar ese primer día del año y el fin de semana siguiente en casa, junto a la chimenea. A pesar de que eso habría sido lo más saludable para su matrimonio.
De ahí que por la mañana hubiera convocado una reunión especial en Scotland Yard, hubiera dedicado bastante tiempo y esfuerzos a arrancar su coche, completamente helado, y se hubiera dirigido a su despacho en esa mañana oscura y terriblemente fría. Estaba cansado porque durante la noche habían estado festejando el Año Nuevo con una pareja de amigos, pero sabía que Christy le prepararía un café que le despertaría el ánimo de nuevo. No conocía a nadie capaz de preparar un café tan perfecto como el de la sargento McMarrow. Eso sin tener en cuenta que, además, era una de sus colaboradoras más inteligentes y perspicaces. Peter Fielder sabía que Christy podía llegar a ser un verdadero peligro para él. En ese aspecto era un hombre tímido y jamás habría osado acercársele, eso lo tenía claro. Pero podía llegar a ser delicado si algún día a ella le daba por dar el primer paso.
La reunión había demostrado ser laboriosa puesto que todo el mundo había acudido trasnochado, con resaca y sin mucha motivación. Una agente, Kate Linville, había comentado en voz alta que ya sabían quién había cometido el crimen y que solo quedaba encontrarlo y detenerlo.
—¿Ah, sí? —había preguntado Fielder—. ¿Y quién es el asesino?