Read Taibhse (Aparición) Online
Authors: Carolina Lozano
Tags: #Infantil y juvenil, #Terror, #Romántico
—Éste es un trabajo muy poco ortodoxo —dice el director—. Habéis jugado con las emociones de vuestros compañeros.
—No más que el resto de la gente que inventa leyendas urbanas —respondo, tal como hemos ideado con Keir. Él se mantiene silenciosamente detrás de mí, aunque más pálido de lo normal. Para mi sorpresa, James, el conserje, también permanece mudo pese a que me ha oído gritar el nombre de Alar—. Se nos ocurrió la idea un día que una corriente de aire nos hizo temblar a todos en el pasillo del primer piso. Empezaron a bromear con la idea de que había sido un fantasma. Nosotras sólo hemos dado cuerda a ese asunto, fingiendo que Liadan está afectada por el fantasma. Y cuando lo sepan, a todos les parecerá divertido.
Malcom vuelve a ojear la portada impresa del trabajo, con el ceño fruncido. Él sabe tan bien como yo que si Liadan está actuando, se merece un premio y una beca de teatro.
—Son ustedes quienes lo han llevado demasiado lejos, quienes la han hecho ponerse nerviosa y perder peso. Le han provocado una crisis de ansiedad —insisto, como me ha dicho Keir; me cuesta ser tan decidida, pero me recuerdo que lo hago por Liadan y Alar.
—Es verdad, señor —dice Keir—. Yo me asusté, me daba miedo que Liadan pudiera tener algún trastorno, como lo tuvo mi prima. Luego me lo explicaron y me pareció divertido. De hecho, pienso llevar este trabajo a la universidad, para comentarlo.
—Está bien, pero esto tiene que acabar ya —dice el director—. ¿Dónde está Liadan?
—Escondida —respondo. Y es verdad, aunque no sé dónde—. Hasta que yo pudiera aclararles todo el asunto. Cuando ustedes se empeñana en creer que alguien está perturbado, no dan su brazo a torcer. Se la hubieran llevado dijese lo que dijese ella.
Malcom está un tanto avergonzado, porque sabe que tengo razón y conoció mi caso. Ahora lo reconcomen las dudas. Liadan es su ahijada, y estaba a punto de internarla en un hospital quizás por nada. Siento hacérselo pasar mal, pero necesitaba decirlo. Porque a mí también me lo hicieron. Tantos años haciéndome creer que había tenido alucinaciones...
—Disculpe, señor —dice James, que ha permanecido en silencio hasta ahora.
Nos giramos a mirarle, está en el quicio de la puerta entreabierta.
—La señorita Liadan ya está aquí, parece que estaba dando un paseo por el bosquecillo.
Nos acercamos todos hacia la puerta, a tiempo de ver que los enfermeros del doctor Fithmann también acuden hacia Liadan desde el exterior del castillo. Suspiro. Ahora ya no pasa nada, todo va a arreglarse. Sólo espero que Alar se nos adelante y le haga un resumen de la situación. Miro al cielo, lloverá dentro de poco. Pero espero que sea el único en derramar lágrimas amargas.
Sin embargo, cuando se gira hacia nosotros, no me gusta la expresión de Liadan Parece una despedida. Entonces vuelve a girarse y desvía brevemente la mirada a un punto fuera de las verjas, donde no hay nada. Oigo gritar a Alar, un grito desesperado.
Aferro la mano de Keir, que permanece a mi lado.
L
iadan sabe que la hemos visto. Todos nosotros: yo, el director, sus amigos, los enfermeros del hospital y la mara, que avanza desde la calle hasta detenerse ante la verja del jardín, un espíritu diabólico vestido de blanco puro. La mara me mira, con una mezcla de maldad y desafío en los ojos negros. No puedo moverme, si demuestro que puedo hablar con Liadan, ella la atacará.
Desde el otro lado del jardín los enfermeros, también vestidos de blanco, el antiguo color del luto, se acercan a Liadan con calma aparente, como si fuera una fiera a la que no deben asustar. Miro a mi alrededor: el director McEnzie baja tranquilamente los escalones de piedra, porque no se da cuenta de que está a punto de perder a su ahijada. Pero yo sí, y me invade la más absoluta angustia.
Miro a Liadan, que permanece a medio camino entre unos y otros, quieta como una estatua, como si fuera una observadora ajena a lo que sucede a su alrededor. O como si se hubiese resignado a lo que va a suceder después. El viento arrecia y me trae la voz de Caitlin que grita desde el lago advirtiéndome de que detenga a Liadan. Oh, dioses, no.
Me acerco un paso consciente de que la mara, desde el otro lado de la verja todavía, ha fijado su mirada negra en mí. Está esperando a que cometa algún error. Liadan también ha oído la voz de Caitlin y eso parece haberla despertado. Desvía la mirada hacia los sanitarios que vienen a buscarla, y que ahora discuten en voz baja pero insiste con el director McEnzie. No parecen estar escuchándole, porque cada vez se alejan más de él para acercarse a Liadan.
Entonces Liadan se gira. Mira a Aithne y a Keir, con rostro meditabundo, mientras ellos permanecen paralizados en lo alto de las escaleras. Es lo que les pasa a los que son como ellos, que cuando el horror les puede se quedan helados y lo dejan venir; cuántos de los suyos han muerto por eso, a manos de algunos de los míos. Entonces me mira a mí.
Soy sólo consciente en parte de que la mara ha fruncido el entrecejo, intentando decidir, porque no puedo apartar la mirada del rostro de Liadan. Su expresión es una despedida.
—¡No! —grito sin darme cuenta.
Entonces la mara sonría y Liadan se gira a mirarla directamente, mientras Aithnen se agarra a su primo y mira con los ojos abiertos por el horror a su amiga. Liadan en cambio permanece tranquila, erguida; ha cerrado los ojos, a la espera de lo que vaya a suceder. Mientras ellos siguen observando la situación sin darse cuenta de lo que pasa, simplemente sintiendo que el viento ha arreciado terriblemente. No se dan cuenta de que Liadan va a morir ante sus ojos ciegos, ignorantes, en esta tarde sombría por la cercana tormenta.
El grito de la mara, mezcla de furia y triunfo, me traspasa los oídos. Odia a Liadan, porque está viva, proque la ha visto, y porque puede acabar con ella. Oigo a Caitlin chillar de espanto desde el lago, intuyendo lo que va a pasar, mientras los vivos se estremecen. Incluso ellos han percibido sutilmente el cambio en el ambiente. Pero no se fijan en el viento que azota la hierba en dirección a Liadan, desde dos sentidos opuestos.
Porque yo también estoy corriendo. No voy a permitir que la mara mate a Liadan, si yo puedo impedirlo. Es un pensamiento irracional, porque no sé qué puedo hacer, pero eso no evita que me lance hacia ellas para defender a Liadan. La mara avanza con el ímpetu del deseo de destrucción, pero a mí me empuja la desesperación. Porque si Liadan muere y de ella sólo queda un cuerpo frío e inerte, me volveré loco por el dolor.
Dioses, no. Ella va a llegar antes. Sin pensarlo me lanzo sobre Liadan, aunque lo que hago es traspasarla, introducirme en ella de una forma que no había hecho antes. Oigo gritar a los vivos. Siento el golpe de la mara contra mí, en el mismo momento en que la energía sacude los árboles cercanos y las luces se funden sumiéndolo todo en la negrura.
¿D
ónde estoy? —murmuro.
—En la casa de Elrond, mi querido Frodo.
—¿Alar? —susurro, a nadie más se le ocurriría citarme
El señor de los anillos
.
Me ha hecho gracia, pero soy incapaz de reírme. Me duele todo el cuerpo como si me hubiesen atropellado. La luz me hiere y me impide abrir los ojos, así que hago el esfuerzo de alzar la mano hasta mi rostro para hacer visera.
Estoy en mi habitación, en mi pequeño apartamento de casa del director McEnzie. Al menos no es el hospital y no tengo correas en muñecas y tobillos aferrándome a la cama. Me toco el pecho y siento latir mi corazón. Sigo viva. No soy un fantasma que podrá pasar toda la eternidad con Alar. Entonces reacciono, y me incorporo de golpe. Me mareo, pero poso mi visión borrosa en él. Está arrellanado en mi sillón de lectura.
—Alastair... Cómo... ¿He dormido medio año hasta el Día de Brujas?
Se ríe, provocando que las cortinas de la habitación ondeen. Fuera sigue siendo de noche, pero la mara no está ahí acechándome.
—Claro que no —me dice—. Sólo llevas tres horas inconsciente. Los demás creen que sólo te desmayaste por los nervios acumulados y el susto que os llevasteis todos cuando cayó el rayo y explotaron todas las bombillas. Hasta que no consigamos una linterna no te encontraron tendida en la hierba, y para entonces ya te removías. Desvariabas un poco, mi amor —me susurra sonriendo—. Decías algo de que no te ibas a ir sin «él». Ellos creen que sólo estabas asustada porque creías que aún tenían la idea de internarte, y que te referías al trabajo de historia. Pero los enfermeros sólo te trajeron aquí.
Frunce el ceño y mira hacia la ventana, para él debe de ser nuevo ver el mundo otra vez.
—Dios mío, ¿me cayó un rayo? ¿Qué pasó? —insisto—. Y tú..., ¿cómo es que estás aquí?
Necesito que me responda para apaciguar mi corazón. No quiero hacerme ilusiones y creer que va a estar siempre aquí antes de tiempo. Porque me moriré si se aleja.
Me mira, y sus ojos verdes, casi transparentes, me parecen más bonitos que nunca.
—No estoy seguro. Te traspasé para hacerte de escudo y la mara chocó contra mí dentro de ti. Creo que la destruí, porque su energía golpeó contra la mía y se disolvió. Quizás ése es el final para los muertos como ella, o quizás es así para todos nosotros. Creo que no estamos hechos para chocar con violencia, como si fuésemos fuerzas opuestas. Ya sabes lo que pasa con la antimateria, ¿verdad?
»No lo sé, quizás fue algo así. La cuestión es que desapareció, y tú seguiste viva. Entonces, cuando te encontraron y se te llevaban, te aferraste a mí —me dice inclinándose hacia mí; es tan extraño verle en mi habitación que sólo le escucho en parte. Sólo me importa que vaya a quedarse—. Nadie se dio cuenta de que me agarrabas, por supuesto, pero me arrastrabas contigo hacia el exterior. Te pedí que me soltaras, pero tú te empeñabas en que, si te iban a alejar del castillo, me llevarías contigo. Y estabas tan angustiada, tan deseosa de que permaneciera a tu lado que quise complacerte todo lo posible. No me importó lo que me pasara y me dejé llevar por ti. Seguimos caminando y caminando y simplemente salí del castillo junto a ti. Sentí como si traspasara una cortina de viento, creo que los enfermeros también lo notaron, pero tú ya estabas inconsciente pese a que seguías aferrada a mí.
Ambos hemos estado a punto de morir, y la certeza de habernos salvado me hace tomarme todo esto con tranquilidad.
—Entonces he hecho contigo lo mismo que con Bobby —murmuro y la alegría me inunda—. ¡Entonces eres libre!
—No.
—¿No?
—Estoy atado a ti.
—¿De veras? —frunzo el ceño.
—¿Eso te parece mal?
—No, claro que no. Pero, ¿qué pasará cuando yo muera...?
Se ríe, es una risa preciosa y aún más aquí en mi habitación, en cualquier sitio.
—Me da igual —me dice—. Y en realidad no estoy atado a ti, pero me gustaría estarlo. Te quiero, y te entrego mi existencia. Te acompañaré a donde tú quieras ir, y viviré tu vida contigo. Nadie tiene por qué saber que tu novio está muerto, pueden creer que eres una soltera independiente, eso se lleva bastante ahora. Y tienes dos amigos con los que compartir el secreto, y que lo gaurdarán, incluso frente a sus parejas.
—Pero yo voy a envejecer y...
—Yo también —me interrumpe.
Antes de que pueda llamarlo mentiroso, su rostro se transforma paulatinamente. Su piel empieza a arrugarse en la frente y alrededor de sus ojos claros, y sus cabellos se tiñen poco a poco de canas. De repente su rostro ya no es el de un joven en la flor de la vida, sino el de un apuesto hombre maduro. Luego el de un anciano, y entonces vuelve a la normalidad mientras yo no salgo de mi asombro.
—¿Lo ves? Envejeceré contigo —dice como si nada—. No quiero hacer otra cosa.
—Entonces, ¿de verdad me quieres? —simplemente me cuesta creerlo.
Se levanta para sentarse en el borde de mi cama. Me acaricia con sus dedos.
—Por supuesto —me contesta—. Más que a mi muerte. Eres tú quien tendría que pensárselo, teniendo en cuenta que para el mundo no existo. Soy un partido pésimo. Siempre tendrás que ser tú la que nos proteja a ambos.
No puedo evitar reírme ante eso. Sigo estando aturdida para entender todo lo que está pasando pero creo que podré ser feliz. Sí, creo que lo seré cuando asimile la certeza de que él va a estar a mi lado.
Llaman quedamente a la puerta, y cuando ésta se abre aparecen Aithne y Keir en ella.